Una idea y un conjunto de temas interesantes podrían haber generado un filme mejor.
Basada en una historia original de Juan Sasturain, este quinto largometraje de Luis Barone, tiene un origen tan interesante como fallida es su realización. Podría este humilde crítico sugerir que muchas de las decisiones que forman parte del proceso de producción aparecen, al mirar la película, erradas.
Vamos por partes.
Zenitram (Martinez al vesre), es un súper héroe. Argentino, porteño más precisamente, es un humilde joven a quien se le revela, en un baño de estación, el secreto que oculta, tras su aspecto común y a su presente frustrante. Ser un súper en Buenos Aires no es lo mismo que serlo en Washington o Nueva York. De algún modo, aquí está lo que la idea original pretende trabajar, pero que se pierde en un guión pobre, con diálogos obvios, con ideas poco elaboradas, y líneas temáticas que por simples y maniqueas, se hacen inútiles dramática y políticamente.
En un futuro cercano - y decadente - el mundo carece de agua. En Argentina el recurso ha sido privatizado y está en manos de un empresario español, que obviamente lucra con cada gota de agua que consume el pueblo. Martínez / Zenitram es amigo de don Mingo Arroyo, inventor que cree haber descubierto como terminar con la sequía, con lo que el poder de Frank Ramírez podría acabarse. Mientras el súper héroe intenta dominar sus poderes, un periodista se acerca a él para ayudarlo, y a su vez, aprovecharse de tal relación para conseguir poder y dinero. Martínez, al convertirse, sueña con emigrar a Miami, donde el reconocimiento a los súper poderosos es diferente. Pero él carga con la marca trágica del súper héroe porteño. Así deriva, casi inexplicablemente, perdido por las drogas, el alcohol y las mujeres. Zenitram, condenado a ser un burócrata de ministerio, modo en el que es incorporado por el sistema real de poder, termina confinado en una clínica de recuperación para súper héroes.
El guión mezcla de todo un poco, y lo hace mal. Las ideas sobre cierta condición porteña del héroe, la corrupción, el poder político y el poder real, el amor, la ecología y las batallas del agua, el origen popular de los héroes “reales”, y la propia intención de considerar al argentino como el único súper héroe que puede salvar a la humanidad, todo ello podría haber sido contado de mejor manera.
Pero si el guión es pobre, la realización no mejora el trabajo. Las elecciones en el armado del elenco, entre profesionales y no profesionales, parece ser un juego de complicidades y equívocos, que no aporta nada interesante. Así se convierte en un conjunto de “guiños” inútiles. El muy respetable luchador político y ambientalista, Jorge Rulli, interpretando a don Mingo, el inventor ecologista, puede significar algo para los muy informados, pero dramáticamente se desfasa con otras actuaciones, que están planteadas en un registro más profesional (lo mismo ocurre con la auto representación de Daniel Santoro). La fotografía de la película es un pastiche, la imagen oscila entre una presencia clara, limpia y nítida, y ocasiones en la que se hace oscura, granulada, todo sin responder a condición alguna de orden narrativo. Todo regado con una voz en off, que explica lo que se ve, al punto de que un supuesto chiste de cierre de la película, anticipa su remate en las imágenes que cuentan lo que la voz dice un largo rato después.
De este modo una idea interesante y un conjunto de temas que podrían armar un mejor proyecto, más algunas actuaciones muy interesantes (especialmente Fanego y Luque) y un buen uso de efectos especiales, terminaron en una película pobre y aburrida. Es una verdadera pena. Ojalá sirva como principio para otros intentos que logren conformar una obra mayor a esta.