La historia de Zew Kuten es sin dudas singular. Una historia que arranca incluso antes de nacer, cuando sus padres huyeron de Polonia a comienzos de la Segunda Guerra Mundial intentando escapar a Palestina, naufragando en el Mediterráneo y siendo capturados por los fascistas para terminar en un campo de prisioneros en la Isla de Rodas donde Zeus nació. Tras la liberación la historia sigue su periplo por Italia, esta vez sí Palestina, nuevamente Polonia, Francia, y finalmente Argentina. Es allí donde el joven Zew va a crecer, estudiar medicina, especializarse en Psiquiatría y participar de las trascendentales experiencias de desmanicomialización que se dieron en el país en la década del 60. Y también donde va a formar pareja y una familia que incluye a su hija, Irene Kuten, la directora del film.
Pero la historia de Zew Kuten es a la vez una historia que tiene algo en común, en tanto forma parte de la experiencia migrante. Una experiencia con sus particularidades y a la vez compartida con otras miles de personas a lo ancho del planeta y a lo largo de la historia. Y eso es algo que Iren Kulten, contando la historia de su padre, también quiere mostrar.
En su primer largometraje en solitario, la realizadora divide el relato en dos líneas principales. Por un lado la que cuenta los primeros años de vida de Zew hasta su llegada a la Argentina, que está mostrado de un modo muy original a través de maquetas y animaciones, y narrado por Gina Camiletti, hija de Irene, nieta de Zew. Por otro lado, el propio Zew cuenta su historia en Argentina y su presente, el cual incluye su vida familiar, su visita al campo de prisioneros donde vivió, hoy convertido en museo, sus encuentros con viejos compañeros y también con otros migrantes: un tintorero japonés, un chef ruso y un peluquero uruguayo, a los que el protagonista entrevista. O mejor dicho, con los que conversa, en una charla distendida en medio de su actividad cotidiana, y donde estos cuentan las circunstancias que los trajeron desde sus lugares de origen y cómo hicieron para adaptarse y construir una nueva vida en otra tierra.
Con este último recurso, incluir en el relato a otros migrantes, lo que hace es ubicar la historia de Zew dentro de una experiencia colectiva. Con el primero, hacer que la historia la narre su nieta, la coloca dentro de un linaje (del que ella también forma parte) e introduce también el tema del legado. Algo que también se hace evidente cuando él mismo se lo cuenta a sus nietos y también cuando la comparte con la guía del campo de prisioneros y con otros visitantes, estos también migrantes, esta vez egipcios en Italia.
El film va y viene entre lo particular y lo general, lo singular y lo universal, pero también habla de una historia ocurrida hace 80 años para llamar la atención sobre el presente, donde los problemas que generan las migraciones, sean humanitarios, políticos o económicos siguen presentes. El sufrimiento es una condición indisociable de la experiencia migrante, que está en los motivos que la provocan o en el las dificultades de adaptarse a las nuevas circunstancias. Algo de eso se expresa en el documental, pero la realizadora prefiere encarar el tema desde un registro que trascienda la tragedia, poniendo el foco en las relaciones de solidaridad, el poder de la transmisión y la capacidad de reconstruir. Y, con ello, brindar un relato más cálido y luminoso.
ZEW
Zew. Argentina, 2022.
Dirección: Irene Kuten. Elenco: Zew Kuten, Gina Camiletti, Susana Siculer. Guión: Irene Kuten. Fotografía: Pigu Gómez. Música Original: Federico Mizrahi. Montaje: Diego Tomasevic. Dirección de arte: Cecilia Zuvialde. Sonido: Lucho Corti, Daniel Manzana Ibarrart. Producción General: Mónica Simoncini. Duración: 70 minutos.