Lejos de la alegoría sociopolítica propia del género, en Zombieland: Tiro de gracia los zombis son meros obstáculos amenazantes a los que hay que matar con un tiro en la cabeza, y, en lo posible, rematarlos con un tiro de gracia porque cada vez están más hambrientos y más (inexplicablemente) veloces.
En esta tardía segunda parte de la devenida comedia de culto Zombieland (2009) todo es un juego autoconsciente, una complicidad pasatista entre personajes que se divierten matando monstruosos muertos vivientes y espectadores sedientos de películas que se digieren como un bocadito Cabsha.
Dirigida nuevamente por Ruben Fleischer y protagonizada por el cuarteto mata-zombis de la original, el filme no tiene pretensiones filosóficas ni mucho menos mensajes que reflexionen sobre el estado de la humanidad en la actual etapa del capitalismo zombificante. Es más bien un simpático e inofensivo ataque a todo lo que representa una amenaza a las personas queridas.
En la Casa Blanca
Esta vez, Columbus (Jesse Eisenberg), Tallahassee (Woody Harrelson), Wichita (Emma Stone) y Little Rock (Abigail Breslin) buscan un hogar para estar a salvo del apocalipsis y se mudan a la mismísima Casa Blanca, mientras se enfrentan a una especie evolutiva de zombis, bautizados T-800 (sí, por Terminator), una creciente y anónima masa uniforme de come-cerebros que será la excusa perfecta para introducir escenas sangrientas en cámara lenta, gags imposibles y diálogos básicos pero efectivos.
Otro de los puntos a favor es que la química de los protagonistas sigue intacta como hace diez años. Sin embargo, la que se lleva todos los aplausos es la “rubia tonta” interpretada por la siempre estupenda Zoey Deutch, que a medida que transcurre el filme se convierte en el personaje más gracioso y entrañable.
También se incorporan Rosario Dawson, como la mujer que comparte el fanatismo por Elvis Presley junto a Tallahassee, y Luke Wilson y Thomas Middleditch, como los dobles involuntarios que entregan la pelea cuerpo a cuerpo más lograda, en un plano secuencia sutilmente virtuoso.
El mundo de Zombieland: Tiro de gracia es como el de un videojuego gore, en el que los protagonistas tienen que matar zombis a medida que aparecen con el ímpetu de fieras hambrientas. Y, como en todo videojuego, hay reglas, muchas reglas, y cada vez que Columbus (que también es la voz en off de la historia) las nombra, salen en la pantalla como incrustaciones interactivas, novedad pedagógica de la puesta en escena que atrae y distrae al mismo tiempo.
El guion es antojadizo y la trama es un goce de lo inverosímil. Nada importa y todo vale con tal de entretener. Y si bien todo indica que se trata de una película libre y desprejuiciada en el contexto de un Hollywood cada vez más estreñido y sensible, en realidad está encorsetada en las fórmulas del éxito de la gran industria de las pesadillas.
A pesar de lo mencionado, la película es eficaz (desde su banda sonora hasta su humor) y tiene la virtud de ser lo que quiere ser: lúdica y atolondrada, ridícula y divertida. Y, por favor, quédense hasta los créditos finales, la sorpresa es un plus que justifica la entrada.