Manual de supervivencia
Zombieland 2 cumple su promesa. La caza de zombis es generosa, y la descomposición de muertos vivos se aprecia en todo su esplendor.
Los zombis ganaron la batalla: lograron tener vida eterna en la pantalla grande. Y es que el cine mismo, capaz de resucitar una y mil veces ante diversas crisis y competencias, es el primero en rechazar la muerte, resucitando incluso a cada estrella o extra que fue parte del plano. Buster Keaton no falleció en 1966. Cada vez que vemos El maquinista de La General, el cómico sale de su ataúd y retrocede en el tiempo hasta abandonar la palidez de su rostro. El cine es la única fórmula contra la muerte. Paradójicamente, el subgénero de zombis fue, es y sigue siendo una inyección de vitalidad para el séptimo arte. Una buena razón para salir de casa y asistir a una fiesta multitudinaria en la sala de cine. ¿Cuántas películas pueden hacerse sobre muertos vivos? Nunca las suficientes. Desde la película clase B inglesa The Plague of the Zombies (John Gilling, 1966) hasta la coreana Train to Busan (Yeon Sang-ho, 2016) han desfilado cientos de demacrados con distinto carácter y maquillaje. Muy lejos del origen vudú y la magia negra que propuso Victor Halperin en White Zombie, en 1932, George Romero inauguró el subgénero de zombis modernos en 1968 con La noche de los muertos vivientes. Pero en este caso la anomalía no es el monstruo. Es el humano. Una película que dibujaría con marcador indeleble el identikit del zombi, vivito y coleando cincuenta años después.
Fue Romero quien invitó a los muertos vivos a comer carne humana, fragmentos de cuerpos que en realidad eran jamón asado cubierto de salsa de chocolate. Con la conducta caníbal nacía la cruda metáfora de los horrores de las sociedades modernas. Sin embargo, pese a que la gente creía que Romero hacía películas de zombis para hablar de política, él hacía películas políticas para hablar de zombis. Y como el cine mismo, jamás se cansó de los muertos vivos. Como en un vínculo de amor, el director descubrió en los zombis facultades que nadie veía: agilidad, inteligencia y hasta una cualidad emocional. El artista de FX Tom Savini fue el encargado de ponerle terror a los rostros de los muertos vivos a partir de Dawn of the Dead, basándose en todas las atrocidades que vio trabajando como fotógrafo de guerra en Vietnam. Romero y Savini abrieron el juego y nadie quiso quedarse afuera de la celebración caníbal.
En las últimas décadas, los zombis ralentizaron su paso para robarnos una sonrisa (Shaun of the Dead, 2004), demostraron que saben de amor y conocen el espíritu rosa de las comedias románticas (Mi novio es un zombi, 2013), aprendieron a construir montañas con sus propios cuerpos desintegrados (Guerra Mundial Z, 2013), formaron parte de un ejército de tiburones capaces de volar (Sky Sharks, 2017). ¿Qué se puede decir a través de este subgénero que no se haya dicho? En 2005, Joe Dante hizo un episodio de la serie Masters of Horror llamado Homecoming. Recogiendo el guante de Romero, el director de Gremlins viste a los zombis de militares, o a los militares de zombis, para visibilizar la crueldad de la guerra y la política exterior norteamericana. Los soldados zombis despiertan para asistir a las elecciones generales, reclamando un derecho a voto post mortem. Un capítulo, o TV movie, bien político, que no dudaba en morder a los espectadores.
Regla 3: Cuidado con los baños
Es difícil encontrar la novedad en un subgénero tan transitado. Por eso el director estadounidense Ruben Fleischer convirtió esa limitación en la materia prima de su película estrenada en 2009, Zombieland (acá llamada Tierra de zombis), guionada por Rhett Reese y Paul Wernick. El cineasta de 45 años no buscaba originalidad sino todo lo contrario: jugar con nuestra memoria y los clichés del subgénero. Diez años después vuelve al ataque, fiel a los muertos vivos que deambulan por la escena. Zombieland: Tiro de gracia convoca a los mismos actores (Woody Harrelson, Jesse Eisenberg, Emma Stone, Abigail Breslin y una breve y explosiva aparición de Bill Murray que justifica el precio de la entrada) para mostrarnos cómo habitan juntos hoy la Casa Blanca. Mugrienta y destartalada, porque si ellos no limpian no lo hace nadie. La soledad es inminente. Pero los cuatro se tienen a sí mismos; lo quieran o no, ahora son una familia. ¿Elegida o aceptada a la fuerza? Esa pregunta es la que tendrán que responder a lo largo de esta secuela. Como en la primera película, Zombieland: Tiro de gracia hace del manual de supervivencia en un mundo post apocalíptico un sistema de reglas obsesivas. Un recurso visual (las letras rojas que invaden el plano hasta romperse en mil partes como la ventanilla de un auto) y narrativo le da pulso al relato, otorgándole a la repetición la esencia lúdica del juego Simon says.
Regla 7: Viaja ligero
Entre Zombieland 1 y 2, Fleischer dirigió a otros zombis, en especial a Drew Barrymore en Santa Clarita Diet, una serie que no habla de combatir al monstruo externo sino de aprender a convivir con el propio monstruo. Sin embargo, en el fondo, Santa Clarita Diet es una comedia de rematrimonio, y sobre todo de refamilia. La fatalidad los arrastra a tener que elegirse de nuevo, sorteando las incómodas circunstancias. Zombieland: Tiro de gracia toma prestado gran parte de ese conflicto cuando el club de la pelea se desarma, porque la necesidad de sobrevivir ya no es razón suficiente para mantenerse unidos bajo el mismo techo. El peso sentimental no es el fuerte de Fleischer, no hay espacio para la emoción en esta película. Al director y a sus guionistas (Dave Callaham, Rhett Reese y Paul Wernick) les importa el terreno de la risa. Incluso del subgénero de zombis como caricatura. Algunos chistes funcionan, otros mueren en el acto sin posibilidad de resucitar. Es la autoconsciencia que a veces se come su propio cuerpo. Como el personaje de Jesse Eisenberg leyendo un cómic de The Walking Dead.
¿Qué hay de nuevo en esta entrega? Los zombis han sido etiquetados: divididos en los Homero, los Hawking y los T-800, tan temidos como odiados por su capacidad de resistir los golpes. Las matanzas de Zombieland (1 y 2) se asemejan más a la imagen y la adrenalina de un Arcade de fines de los años 90 que a una película de Romero. En estas dos películas la aventura reemplaza al terror, los gags al discurso. Lo cierto es que no hay nada nuevo en esta secuela salvo la belleza heroica de Rosario Dawson, quien vive en la mansión de Elvis Presley y maneja un tractor mutante que asusta hasta los zombis T-800. ¿Es esta imagen una razón suficiente para ver la secuela de Zombieland? Sin ninguna duda.
Regla 32: Disfruta las pequeñas cosas
La regla 32 es la más valiosa de la lista infinita de Columbus (Jesse Eisenberg). Zombieland: Tiro de gracia cumple con su pequeña promesa: la caza de zombis es generosa. Y, lo más importante, los muertos vivos escupiendo sus sesos pueden apreciarse en todo su esplendor. No es para menos: el responsable del maquillaje es Tony Gardner, quien en 1990 transformó con dos pesos a un joven Liam Neeson en Darkman, con su rostro derretido por el fuego. Cada vez que un zombi explota uno puede imaginar a Gardner, junto a su equipo, disfrutando del espectáculo que él mismo creó. Zombieland es, en ese sentido, esa buena razón para salir de casa y asistir a una fiesta multitudinaria en la sala de cine. Gardner entiende que en una película de zombis la estrella no es Woody Harrelson, ni Jesse Eisenberg, ni siquiera Emma Stone. Los protagonistas son los muertos vivos, aunque nadie sepa quién está detrás de tanta resina. ¿Qué tienen de especial los zombis que nos atraen tanto? Es la posibilidad de enfrentar y ganarle a un pasado tortuoso que camina detrás nuestro. De sobrevivir a los monstruos que todavía nos tienen bajo amenaza.