No pasó mucho en las boleterías cuando “Zoolander” llegó a los cines en 2001. Fue mucho más importante lo sucedido después, cuando se editó en DVD y se transformó en una película de culto pasada de fanático en fanático. Algo en la estupenda dirección y guión de Ben Stiller (a quien ya hemos ponderado mucho por su obra como realizador) dejaba un sabor extraño. Ese sabor que da la observación y crítica aguda sobre el mundo de la moda, y el de la industria textil por añadidura. ¿Y por qué sucedía esto? La película derrochaba acidez sobre las campañas publicitarias con modelos, con momentos sobresalientes que desbordaban creatividad. También estaba repleta de cameos, desde Lenny Kravitz, en la escena de la entrega de premios al mejor modelo, o la de David Bowie, haciendo de jurado en un enfrentamiento clandestino entre Hansel (Owen Wilson) y Derek (Ben Stiller). Una película casi perfecta era “Zoolander”.
Nadie se explica la necesidad de una segunda parte cuando todo estaba cerrado y con moño. Es más, estaba tan bien cerrado todo que al ver “Zoolander 2”, pese a su buena factura, uno o puede dejar de pensar que muchas de los eventos puestos en escena están un poco forzados. En especial el comienzo que se agarra de un chiste puesto en la original, que consistía en el deseo de Derek de construir un: “Centro para niños que no saben leer bien y quieren aprender a hacer otras cosas buenas también”. Según el racconto del principio, el centro se desmoronó matando a su esposa, lastimando a su hijo (ahora estudiando en Roma), e hiriendo a Hansel. Este hecho tiró la carrera de modelo al tacho y cada uno se ha recluido a lugares recónditos del planeta para estar solos. Aunque les llega Netflixpor correo.
Por otro lado, el malvado diseñador Mugatu (Will Ferrell) terminó preso por intento de asesinato al primer ministro de Malasia. Recordemos que aquí estaba la mejor observación de la primera parte respecto de la explotación de trabajadores textiles por parte de las grandes marcas y diseñadores del mundo en función de abaratar costos. Por razones que no conviene rebelar, Derek y Hansel volverán a verse luego de 15 años, pero ya nadie los reconoce, sus nombres e imágenes ya no pertenecen al frívolo mundo de la moda y están fuera de casi todo. Incluso de la extraña costumbre de insultar para elogiar.
El guión de “Zoolander 2” pierde esa aguda y punzante observación sobre este micro mundo de la moda en favor de contar una aventura más cerca de la exageración que del género (pero sin llegar a la parodia).
En este punto, las situaciones se desbalancean porque los momentos de acción son desproporcionados en relación al subtexto, con la consecuente pérdida del mismo. No es que esta secuela carezca de humor satírico, pero este se diluye un poco. Tal vez haya que reflexionar que la época en la cual llegó la original tuvo la gloria de haber sido un tremendo contraste entre la frivolidad y la tragedia que el mundo vivía, ya que fue estrenada un par de semanas después del atentado a las Torres Gemelas. Si es por esto, “Zoolander” fue absolutamente estacional y claro, circunstancias como esas se dan cada tanto.
Por lo demás, es divertido ver cómo el mundo actual recibe a estos modelos que intentan la resurrección de sus carreras siguiendo cada uno su propia idiosincrasia. Hasta se podría decir que por momentos resulta una parodia de sí misma y de los personajes que conocimos, porque el contraste naif puesto en la mente hueca de los modelos contrastaba brillantemente con el resto de un elenco que por uso del raciocinio desplegaba las grandes capas de humor que tenía la primera. Los condimentos están todos, cameos, música bien puesta y coordinada, popes de la moda haciendo de sí mismos, e incluso cierto art design tiene su momento de lucimiento aquí. Es la dirección de Ben Stiller y su diseño de personajes lo que hace que la cosa funcione y llegue al final con una buena dosis de humor.
Si se quiere hacer el ejercicio, vuelva a ver la de 2001. Verá que está intacta y vigente. Por eso una secuela no es tan necesaria.