Vale la pena (no la alegría).
La espera para disfrutar la secuela de Zoolander fue de largos 15 años, lo cual desde ya es muchísimo tiempo. La ansiedad, la expectativa, el fanatismo contenido, son todos factores que se vuelven aún más en contra en la ecuación de lo que resulta la fallida segunda parte.
Todos sabemos lo que vamos a ver. No lo sabíamos quizás en la primogénita, por eso la sorpresa y el goce en los chistes tontos, en las caras moldeadas de Ben Stiller, y en su genial enemigo vuelto amigo, Owen Wilson, quienes junto a interpretaciones como las de Will Ferrell, nos hicieron amar la estupidez y aplaudir un guión inteligente, bien actuado y con las pretensiones justas, que en ese caso superaron todas las expectativas.
Ahora bien, llega su segunda parte, y nos volvemos a encontrar con algunos puntos altos (Will Ferell, logra equilibrar la balanza para que la película no sea un total bochorno), algunos cameos que pueden resultar graciosos, o no; hay un uso del personaje del famoso interpretándose a sí mismo, que de tan reiterativo agota, aunque en mínimos casos logre sacarnos alguna sonrisa menor. El caso de Sting, y quizás de Justin Bieber, ya que su aparición y su muerte llevada a la exgeración mediante una balacera que parece nunca acabar, tal vez tengan algo que nos mueva un poco la comisura de los labios.
El argumento es bastante simple: Derek se aisla del mundo ante una fatalidad que sufre su familia, la misma que lo lleva a enemistarse con su hermano de las pasarelas, Hansel, con quien volverá a reunirse, convocados ambos por la reina de la moda en Italia, para ser nuevamente las estrellas del modelaje que supieron ser mucho tiempo atrás. Junto con ese deseo, ambos irán tras uno mayor, que será reunirse con su familia: en el caso de Derek, reencontrarse con su hijo, y en el de Hansel, conocer sus orígenes y recuperar a su peculiar parentela (repetir el tema de la orgía no tiene ningún sentido).
Repitiendo trama original, caerán en la trampa del malévolo y desquiciado Mugatu (lo volvemos a decir: Ferrell se supera así mismo en su personaje y brilla en cada escena, siendo casi el único punto fuerte de esta segunda entrega), quien en esta ocasión no solo busca venganza, sino un fin mayor, a revelarse en un final que bordea el delirio, llegando caso al ridículo, ese ridículo tonto, que no se vio en Zoolander.
Bien sabido es que un chiste, al repetirse, deja de funcionar. Si encima lo repetimos una y otra vez, entonces no solo no nos reímos, sino que que empezamos a fastidiarnos, a despreciar la originalidad inicial. No se llega a tanto, pero sí saturan las mismas parodias, no aporta nada el personaje de Penélope Cruz y su inglés ya es un daño al oído, que resta aún más a la película.
El mayor mérito de Zoolander 2 es que apenas terminamos de verla, necesitamos urgente volver a ver la uno, para recordar ese humor bizarro y delirante que funcionaba a la perfección. De cualquier manera, por la genialidad de la primera parte, perdonamos la mediocridad de la segunda. Sabemos que Ben Stiller tiene crédito de sobra.