El último grito de la moda llega una vez más en clave de parodia, pero es un grito de agonía y no uno de carcajada. Para que se entienda claro: los chistes en Zoolander 2 no son meramente malos sino que por poco lastiman. Resulta increíble que sea el mismo equipo detrás de la original (encabezado, una vez más, por Stiller en actuación, guión y dirección), que sin ser una excelente película supo volverse un pequeño film de culto con el correr de los años.
Intercalada con una sobredosis de "cameos" de estrellas de todo tipo (pop, rock, fashion o puramente trash), esta segunda parte tiene al descerebrado protagonista corriendo por las calles de Roma, en una trama que burla sin mucha gracia cualquier film genérico de James Bond. Acompaña como fiel ladero el bueno de Hansel (Owen Wilson), y el rol de villano vuelve a caer en las manos de Will Ferrel como Mugatu. Los chistes se repiten y parecen destinados al olvido: lejos quedaron esas escenas hilarantes como la de la estación de servicio, o aquella que involucraba una mac y una divertida referencia a 2001: Odisea al Espacio.
Acá todo es poco sutil, simple y chato: la premisa parte de la base de que Derek y Hansel son cosa del pasado, y uno como espectador desearía que esto fuera cierto. El hijo pródigo perdido del protagonista es el catalizador de una trama de venganza, revancha y redención que, aunque consciente de su absurdo, resulta extremadamente mediocre. Zoolander 2 no es mucho más que eso: chistes de doble sentido fáciles de digerir, caricaturas con poca gracia y una crítica blanda a la moda, tan superficial como lo que la película intenta parodiar sin éxito.