La vanguardia es así
Ese gran director que es Ben Stiller acometió su película más radical a la fecha, y así le fue: la crítica está destrozando sin piedad a Zoolander 2 y el público no la ha acompañado como se esperaba. Sí, está bien, Tropic thunder era un film irreverente, que se metía con Hollywood y lo destrozaba ferozmente, pero no dejaba de ser ese el propio plan de la película y de los que acercaban a ella: su alto nivel de ironía era lo que uno iba a buscar ahí dentro. Pero Zoolander 2 es algo diferente, incluso incómodo, es un artefacto inclasificable que avanza sin un plan demasiado claro y se lleva puestas miles de convenciones cinematográficas y -como corresponde a una buena comedia- sociales. Claro, como buen experimento que es resulta fallido por momentos, pero no deja de contener varios de los mejores gags del cine cómico de los últimos tiempos. Y parte del nivel de desconcierto que genera se debe a su carácter vanguardista, a cómo mira determinados estamentos de la cultura actual, incluso de la contracultura, abarcando un terreno que va de lo artístico a lo sexual, de lo genérico a lo familiar.
Uno de los personajes más interesantes del film (de entre los cientos de cameos y personajes mínimos que lo habitan) es el artista conceptual que interpreta Benedict Cumberbatch, llamado All. Desde su androginia exacerbada, All sintetiza no sólo los géneros sino que lleva al extremo el carácter revolucionario de las políticas sexuales y de género: All se casó con él mismo, en algo denominado “mono-matrimonio”, que es presentado como la expresión más pura y acabada. No hay un juicio de valor a la actitud, sino una exposición grotesca de los lugares a los que la humanidad va dirigiéndose y de cómo se necesita siempre romper con un molde anterior. Zoolander 2 no sólo acompaña esos movimientos, si no que encuentra la esencia humorística que se evidencia por medio de la sátira. Así como la primera resultó un muestrario y una redefinición de los conceptos desarrollados desde el diseño y la moda, esta segunda entrega tiene la arrogancia de mirar hacia adelante y presagiar un camino posible para una sociedad plagada de redes sociales, híper-textualidad, youtubers y exhibicionismo. Pero como el buen comediante que es, Stiller se ocupa de que la mirada sea humana y para nada cínica.
Tal vez hubiera sido más fácil para el director y protagonista reproducir una suerte de secuela como un grandes éxitos, repitiendo chistes y fórmulas. Pero Stiller ha demostrado ser un realizador ambicioso, y pretende con Zoolander 2 una película que sea el reflejo de un tiempo: la capacidad de ícono cultural que adquirió el personaje posibilita ese lujo. Para Stiller el paso del tiempo es un tema, pero no el primordial de su película. El modelo -piensa el director- es un concepto, un presente continuo. La moda pasa, pero el objetivo es ser siempre el centro, y ese centro lo representa el modelo, quien viste aquello que simboliza el hoy. Por eso Derek Zoolander, modelo y torpe, es fundamental para convertirse en una suerte de testigo de cierta decadencia, y mirarla con una simpatía burbujeante.
Lo mejor de Zoolander 2 está en su primera hora, en cómo avanza sin un plan prefijado y con un mínimo hilo argumental como excusa. Ese aspecto fragmentario que exhibe el film no sólo ayuda a la profusión de gags que no precisan de fluidez narrativa, sino también a cimentar el carácter vanguardista del relato: es un relato construido como una suerte de retazos, arquitectura fundamental de una generación parida audiovisualmente con el videoclip y la histeria hiperquinética de horas y horas frente a Youtube o Facebook. El prólogo es clave, narrado con una velocidad que requiere de un espectador actual. Zoolander 2 es una película generacional; tal vez será repensada y apreciada mejor dentro de unos años.
Claro que todo esto no hace más que evidenciar las propias limitaciones de la película, ya que cuando por una lógica narrativa precisa estabilizarse en una subtrama que conduzca a los personajes hacia un final más o menos lógico, Zoolander 2 pierde mucha de su energía, incluso de su capacidad para construir gags. Sobre el final, decíamos, esta mezcla de comedia absurda con elementos de espionaje deja de lado cierta dispersión y se focaliza en una suerte de parodia bondiana divertida, pero inferior en función de los objetivos de sátira generacional que traía la película. Es decir, su carácter vanguardista es reemplazado por actualización de viejos recursos de la comedia, explorados hasta el hartazgo por sagas como Austin Powers, por ejemplo. Digamos, no se resulta un gran problema, pero simplifica las formas y reproduce sus temas de un modo mucho menos rupturista. Pequeña licencia que se toma Stiller, ya que por otro lado exhibe una necesaria libertad para romper toda instancia sentimental que pueda complicar el recorrido de su película.
Aún con imperfecciones, Zoolander 2 -un film alegre, lunático y despreocupado- representa esa película maldita que todo autor debe tener en su haber.