En la ciudad sin furia
Las películas con animales antropomorfizados ya son una regla bastante incómoda. También, el discurso de realización personal del relato de animación más clásico. Byron Howard (Bolt, Enredados) y Rich Moore (Ralph el demoledor) -¿y deberíamos decir, también John Lasseter, aquí productor?- son tipos inteligentes y por tanto, trascienden lo que la propuesta de Zootopia parecía indicarnos desde un comienzo: veamos un mundo como el nuestro pero habitado por animales; veamos cómo una conejita se convierte en agente de policía contra el mundo que se lo niega. Sobre lo primero, la película no hace mayor alarde e impone velozmente sus reglas sin estar connotando cómo cada elemento de ese lugar que habitan los personajes es el nuestro reconvertido (gran problema que enfrentaba Cars, por ejemplo). Y sobre lo segundo, hay un giro final que pone al film en otro lugar y muestra la complejidad del asunto: si bien Judy logra su objetivo, no le alcanza, básicamente porque ser eso que soñó se descubre como algo incompleto. Zootopia, desde una estructura que bebe de múltiples referencias cinematográficas, es una película plagada de detalles arriesgados y singulares.
Lo primero es el diseño, resuelto con virtuosismo. Judy viaja a Zootopia, y ese viaje es también el del espectador: la fascinación de Judy es la nuestra, lo que ella ve por primera vez en ese tren también lo hacen nuestros ojos vírgenes. Esa escena es notable y está resuelta con inteligencia por la economía de recursos: mete tanto al personaje como al espectador en la lógica del film, a la vez que clausura la etapa de descubrimiento necesaria en todo producto audiovisual donde el diseño es parte fundamental. Alejada la fascinación del iniciado, es momento de desandar la historia: Judy, la niña del prólogo, esa que quería ser policía, viaja a la gran ciudad para hacer realidad el sueño. Y ahí Howard y Moore usan otras de las posibilidades de la animación: la invención constante, es decir el diseño (que es algo inmóvil y tiene que ver con la arquitectura) puesto en funcionamiento (que es la forma en que lo ingenioso se hace coherente con los temas que la película aborda): el chiste de los perezosos burócratas es la cima de esto que decimos, de cómo una idea se ejecuta con precisión; cómo el trazo y el movimiento sostienen el timing perfecto de un chiste tan creativo como inteligente. Toda Zootopia es ejemplar en ese sentido.
Es interesante (y evidencia un gran trabajo de guión) cómo el conflicto de la protagonista se replica tanto en su partenaire (el zorro Nick) como en el mundo que habita: esa ciudad utópica (ese zoológico utópico, como juega con sorna el título original) donde los depredadores han alcanzado un altísimo grado de convivencia con sus habituales presas. El tema central parece ser el sueño, individual en el caso de Judy o colectivo en el caso del alcalde Lionheart y la sociedad que desea poner en práctica, y cómo resulta imposible cumplirlo porque siempre algún obstáculo se interpone: el juicio de los demás, el miedo, la intolerancia, qué otra cosa. La forma de alcanzar los sueños es la persistencia (moraleja habitual), pero también puede ser una renuncia para convertirse en el prejuicio que los demás sostienen (moraleja incómoda para el padre acompaña-niños): ahí tenemos al zorro Nick que es un mentiroso compulsivo porque, en definitiva, para qué modificar aquello que los demás piensan que uno es. Nick parece aceptar la máxima de los padres de Judy: “está bueno seguir los sueños, salvo que uno piense que se van a cumplir”.
Zootopia pone en juego estos dilemas existenciales, a veces subrayándolos en exceso (la película parece atravesar sin problemas la escuela Disney más aleccionadora), pero desde una construcción genérica que asombra porque es adulta y compleja sin hacer alardes de ello (no es adulta a lo Intensa-Mente, por ejemplo), mientras no deja de ser un entretenimiento infantil enorme con personajes totalmente carismáticos. Zootopia es un policial, incluso un policial negro con rasgos de buddy movie, donde los protagonistas se involucran en una trama que los supera segundo a segundo. Y todo este desarrollo sofisticado, termina por dar un film político: Zootopia pone en juego la propia construcción social que desarrolla, eso que imagina como espacio ideal, y lo rompe, lo quiebra constantemente. La reflexión sobre depredadores y presas, que abarca toda la película, incorpora una mirada incómoda: convierte en víctima al supuesto victimario, poniendo patas para arriba los prejuicios que se sostienen desde este lado de la pantalla. ¿Es posible la plena convivencia? ¿Qué es la tolerancia, cómo se incluye a los diversos sectores? Y el dilema fundamental: ¿cómo se desarrolla una sociedad sin furia?
Como pocas producciones animadas, esta de Disney es una película que interpela constantemente al espectador y lo pone en jaque, ya sea desde su arriesgado entramado narrativo hasta los temas que aborda y las resoluciones a las que llega. Y todo esto sin perder el sentido lúdico, el juego del movimiento, la creación de espacios y personajes fascinantes, el humor constante, los grandes chistes y hasta el potencial desarrollo de un merchandising masivo. Zootopia es la más osada criatura surgida del mainstream industrial de Disney, y nos dice que lo novedoso surge en cualquier lugar. Claro que aquí disfrazado de peluche que uno quiere abrazar hasta el final.