Retiro voluntario:
Consecuencias de indicar mal una calle
Retiro voluntario, dirigida por el argentino Lucas Figueroa y con un reparto de actores reconocidos, es planteada como una “comedia”. Y lo pongo entre comillas porque las risas son muy escasas. Javier (Imanol Arias) trabaja como encargado del departamento de call center en una corporación de telecomunicaciones. Está a punto de conseguir un ascenso, lo que conlleva un bonus. Pero debido a la crisis económica sus superiores le informan que debe despedir gente, algo que Javier no ve con buenos ojos. Este no es su único problema: un día al ir hacia su trabajo, un hombre llamado Rubén (Darío Grandinetti) le pregunta desde la vereda para dónde tenía que caminar para llegar a su destino. Javier, al ser español radicado en Argentina, le contesta sin pensar mucho para luego darse cuenta que le dio una respuesta incorrecta. Rubén llegó tarde a la entrevista de trabajo y perdió muchísimo dinero que necesitaba. Todo su odio va contra Javier, al que él considera el mayor culpable de lo que le sucedió. Así Rubén le hará la vida imposible al empresario hasta conseguir lo que desea… o no.
La película comienza con un conflicto interesante en el que vemos cómo se maneja una empresa que no parece importarle ni un poco la vida del trabajador y Darío Grandinetti hace una buena labor al componer a un hombre vengativo que roza la locura. Sin embargo lo que empezó bien se va desinflando a grandes escalas debido al abuso de las malas palabras, las escenas absurdas e inverosímiles, los demás personajes estereotipados, la música repetitiva y el guión pobre. Vayamos por partes.
Se sabe de antemano que el lenguaje argentino está caracterizado por las malas palabras, la mayoría las utiliza y en otros países seguramente algunas de ellas no se comprendan del todo. En el film se decide unir la manera de hablar española con la argentina y en cada oración meter un insulto. Un poco estaba bien, pero el abuso hace que no podamos tomarnos a los personajes ni a la situación en serio.
Autos chocando, un secuestro en el que la víctima está feliz y no tiene temor por lo que le pueda pasar, maltratar a un chico en silla de ruedas (prácticamente tirarlo de la silla para que se meta en un coche), personajes tan drogados que se ríen de la nada misma y tirar sin piedad a un gato son sólo algunos de los momentos en los que no se entiende qué pretendía transmitir el director. Si quería que el espectador se ría, lo que menos se consigue es eso.
Cada personaje tiene un rol asignado: el protagonista tímido pero sincero que está en contra de las injusticias de su trabajo, la chica seductora (Paula Cancio) que solo le interesa estar con Javier por su dinero, el compañero de empleo (Hugo Silva) competitivo que le gustan todas las mujeres, la secretaria (Valeria Alonso) que en secreto ama a su jefe, etc. Ninguno se llega a lucir y el que peor sale parado es Luis Luque como un guardia de seguridad tan insoportable que vas a preguntarte por qué la cinta pasó a ser desagradable.
La música de fondo pareciera que siempre es la misma, aparte de que se usa casi siempre sin dejar lugar a los silencios. Por último, desde que el panorama del argumento da un giro rotundo y lo planteado inicialmente ya no existe, sólo deseamos que el tiempo transcurra rápido y la película llegue a su fin; ya no nos importa el desenlace: la historia cayó en un agujero del que le es imposible salir.
Retiro voluntario podría haber sido una buena comedia si no cometía tantos errores en su desarrollo. Como máximo cinco escenas logran sacar alguna que otra risa; lo demás, olvidable.
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