Hannah Arendt:
Los prejuicios y la filosofía
Hannah Arendt es una película que habla sobre cierto episodio en la vida de una importante intelectual del siglo XX, pero también de la filosofía. Parte de una definición muy simple de la disciplina especulativa: la filosofía es el arte de poner en discusión los prejuicios de la sociedad de su tiempo. Vista desde esta perspectiva, la película de la directora alemana Margarette Von Trotta es todo un muestrario de formas que puede adquirir el prejuicio y modos en que la filosofía trabaja para desarticular esas creencias indiscutidas.
Una de las escenas iniciales muestra cómo los editores de la revista The New Yorker reciben la carta de Arendt ofreciéndose como corresponsal en Jerusalém (capital del joven estado de Israel) para cubrir el juicio a Eichmann, por su participación en la maquinaria de matar judíos instaurada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Son tres los personajes que discuten si acceden al ofrecimiento de Hannah Arendt, de aportar a la revista en esa importante coyuntura histórica: dos hombres y una mujer. Ésta última pone una serie de reparos.
Primero afirma que Arendt tendría que rogar por participar en esa revista. Los otros dos le explican que se trata de una de las pensadoras más importantes del siglo XX, que logró salir viva de un campo de concentración y que escribió una obra fundamental para comprender el holocausto titulada “Los orígenes del totalitarismo”. No hay otro arte que, como el cine, puede decirnos tanto sin hablar, solo mostrándonos. Es claro que el personaje femenino de la prestigiosa publicación no sabe quién es Hannah Arendt, ni qué aportes hizo al pensamiento universal. Hojeando con recelo el libro de Arendt que le acercan, afirma: “no será uno de esos filósofos europeos ¿no?”.
El prejuicio es una función del psiquismo colectivo que opera siempre bajo las mismas normas generales, pero que a su vez en cada situación determinada presenta características particulares. Cuando la editora pregunta si Arendt es uno de esos “filósofos europeos” denota un prejuicio propio de la cultura norteamericana: hacia la actividad filosófica en general, por considerarla poco pragmática, y a los europeos, sociedad supuestamente más proclive a ese parasitismo intelectual. La editora afirma en la misma conversación: “los filósofos no crean titulares”.
La conversación inicial entre los periodistas es sólo la manera en que Margarette Von Trotta introduce la temática que verdaderamente le interesa abordar en Hannah Arendt: las irracionales formas de juzgar a los responsables de un genocidio. Los sucesivos parlamentos de los personajes que rodean a Hannah Arendt son un desfile de adjetivos calificativos hacia Eichmann. Se refieren a él como “el depredador”, la “criatura espantosa”, “Mefistófeles”. Eso sumado a que en el juicio se lo mantiene dentro de una jaula, aislado, lo que a Arendt le resulta de muy mal gusto.
Luego de observar exhaustivamente a Eichmann en la sala del Tribunal (la película monta escenas del juicio verdadero, deteniéndose en primeros planos de su cara, su gestualidad y sus respuestas más coloquiales), Arendt afirma no ver en el acusado más que un “fantasma resfriado”, “que no es temible en absoluto”, “un don nadie” y “que habla en una espantosa jerga burocrática”.
La banalidad del mal (expresión acuñada por Arendt) hace precisamente referencia a que la mentalidad de Eichmann no estaba especialmente signada por un antisemitismo furibundo, sino que era un simple burócrata, con el objetivo de ascender jerárquicamente dentro del aparato nazi. Arendt afirma que el pensamiento choca contra esa realidad banal y poco espectacular del mal tal como se presenta verdaderamente.
La idea de que el filósofo ante todo debe pensar, la extrae de su antiguo maestro y amante: Martin Heiddeger. El mismo que adscribió a las ideas nazis y fue estigmatizado por ello. Arendt no se detiene tanto en las consecuencias de las deducciones que saca, sino que prioriza su tarea fundamental como filósofa, que es pensar desapasionadamente las cosas. Tiene la obligación de hacerlo, a pesar de su propio dolor como sobreviviente de los campos, y las críticas y la condena social que recibirá por ello.
Por último, está el prejuicio hacia las mujeres. Tema que recorre esta película, y que está presente en toda la filmografía de la directora (Rosa Luxemburgo y La historia de Hildegard Von Bingen son buenos ejemplos de ello). A Von Trotta le interesan especialmente las mujeres que cumplen roles intelectuales en la historia: las dificultades que enfrentan por el hecho de hacer públicas sus ideas y defenderlas ante el resto de la sociedad.
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