Camino a la redención:
Rompecabezas. Hace tiempo ya que la apuesta de la industria estadounidense por un cine moderno se limita al trabajo alrededor de un formato narrativo en especial: el relato coral con ínfulas sociales. Hay mucho del espíritu de la modernidad que estas películas intentan reflejar y abordar, como el achicamiento a la vez que la intensificación de las brechas culturales e ideológicas, la reducción de las distancias geográficas (el mundo se vuelve un lugar suceptible de ser recorrido en su totalidad) y la articulación no lineal de los tiempos de la historia, como también un marcado acento en la idea de un tiempo o experiencia común, compartido por todos los personajes. El caso más paradigmático de este cine (me cuesta llamarlo “género”, en todo caso se trataría de una suma de géneros amontonados bajo el formato coral) es la obra de Alejandro Iñárritu, y la película que mejor representa a esta (ya no tan) nueva forma de contar historias, más allá de sus logros cinematográficos, probablemente sea Babel. Ésta, como también 21 gramos y Amores perros (o sea, las tres películas que componen la filmografía de Iñárritu), cuentan con la participación de Guillermo Arriaga en guión. No sería exagerado decir que la visión del mundo que despliegan esas películas, sobre todo teniendo en cuenta que el cine de Iñárritu se debate mucho más en lo narrativo que en la construcción de la imagen, le corresponden por igual tanto al director como al mismo Arriaga. El estreno de Camino a la redención, la ópera prima de Arriaga, con su enorme parecido al cine de Iñárritu, viene a confirmarlo.
A diferencia de las historias de Babel, que transcurren en varios lugares distanciados por miles de kilómetros, Camino… parece proponer una disminución del espectro geográfico, reconcentrando su relato sobre unas pocas ciudades estadounidenses y la frontera con México. La frontera, obvio, es el espacio preferido por este cine de impostación moderna, donde se dan una enorme cantidad de cruces de todo tipo: étnicos, culturales (lingüísticos, tradiciones) y sociales (el Estado y sus brazos están ausente en la frontera, como si se tratara de una tierra en estado salvaje, pre-civilizada, que llevaría a los personajes a establecer relaciones más intensas y viscerales). A este gusto por la exposición un poco superficial de ciertos contrastes culturales (marca frecuente de los relatos corales), Camino… suma el entrelazamiento de varias historias y de dos líneas temporales, alejadas la una de la otra por varios años. De nuevo, acá el relato coral y la maniobra temporal cumplen una función específica, la de imbuir a la película de un supuesto carácter de cine contemporáneo, que rompe con los cánones del cine narrativo. En la confluencia de las historias y los personajes (o los objetos incluso, como ocurría en Babel), ya sea en un mismo lugar o a través de un mismo hecho, es que se trata de elaborar un cierto discurso respecto de la actualidad ligado a la pertenencia, al contacto humano más allá de las distancias geográficas y las barreras culturales. Así, este cine (Camino… incluida) acaba siendo pura búsqueda de golpes de efecto, cuyo punto de llegada y sorpresa final siempre es el descubrimiento de las uniones entre personajes y acontecimientos. Este recurso, que se diferencia poco de una típica vuelta de tuerca y que suele venir acompañado de una cantidad importante de sobreexplicaciones por parte de los diálogos y las imágenes (es fundamental que el público pueda conectar las puntos para que el descubrimiento final surta su efecto), es en esencia un artilugio calculado de guión que basa su éxito en el ocultamiento de información y su progresivo develamiento al espectador. Es en este punto que muchas películas corales (las que se comportan de la manera que vengo describiendo) resultan impostadas y engañosas, porque detrás de su pretendida fachada contemporánea no tienen nada para ofrecer más que un simple artefacto narrativo, que lejos de acercar a estas películas a un cine moderno, construido sobre la observación del mundo, más bien las emparienta con una tradición cinematográfica clásica e industrial. Estas películas operan según una lógica de puzzle, pero sin siquiera ofrecer una verdadera propuesta lúdica, porque el juego se acaba al final cuando los directores y guionistas juntan todas las piezas frente a nuestros ojos y nos las revolean por la cabeza.
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