Parir, la violencia obstétrica desde adentro En la Semana Mundial del Parto Respetado se estrena el documental Parir, dirigido por Florencia Mujica y con el asesoramiento de Las Casildas (organización feminista que promueve el parto respetado y denuncia la violencia obstétrica), que sigue la historia de tres mujeres embarazadas y retrata la violencia naturalizada a la que deben someterse antes de dar a luz. La cámara sigue a las futuras mamás desde las consultas prenatales hasta el momento del parto y se puede ver claramente la pérdida de autonomía que sufren a medida que avanza su embarazo. Además del seguimiento de las tres mujeres, se filmó en hospitales y en la Maternidad Estela de Carlotto del partido de Moreno, donde se entrevista a parteras y a médicos. Uno de los principales cuestionamientos al sistema médico que plantea la cinta es que les quita a las embarazadas el poder de decidir o no informa correctamente los procedimientos que se van a realizar. Las imágenes muestran crudamente la difícil situación que viven las mujeres a la hora de traer al mundo a sus hijos y cómo dejan de sentirse protagonistas en un momento tan bello y trascendental. La mayoría de ellas son sometidas al uso de drogas sintéticas, la ruptura artificial de la bolsa, prácticas invasivas o anticuadas y cesáreas injustificadas. Sin embargo, también se muestra la otra cara de la moneda y se explica cómo se puede vivir un parto de la manera más natural y respetuosa posible para la madre, el niño y sus familiares (Ley 25.929 de Parto Respetado). El documental fue co-producido con Venezuela y se estrenará el próximo 18 de mayo a las 20 hs. en el Cine Gaumont de la Ciudad de Buenos Aires.
La película animada del caballero de la noche en versión Lego solo se puede describir como Batifantástica. Llena de humor, parodias al universo DC y sátiras sobre el amplio mundo de los cómics, sabe captar la atención de grandes y chicos por igual. Al ritmo (y constante justificación) de la frase “Soy Batman”, popularizada en 2005 por la taquillera Batman Begins, el egocéntrico superhéroe del murciélago abre su película con un show de golpes y proezas físicas de carácter sobrehumano. Siempre superado en número por los villanos, este vigilante no solo no necesita de la ayuda de nadie, sino que tampoco de su compañía, pero en la intimidad de la Baticueva, su soledad cobra nuevas dimensiones. El fiel mayordomo Alfred y la nueva comisionada Bárbara Gordon intentan convencer a Batman de que trabajando en equipo todo podría ser más satisfactorio, pero él se niega a compartir sus aventuras y su identidad secreta, hasta que un huérfano (Robin) se cola entre ambos aspectos de su vida: el héroe narcisista y el triste millonario que no superó la muerte de sus padres. Al igual que su predecesora La Gran Aventura Lego (2014) el filme transmite un mensaje claro para los más pequeños: todo es mejor con amigos y familia. Durante una hora y media, llena de humor, complicados planes y mucha acción, el encapotado que vive rapeando, haciendo caprichos y menospreciando a los demás (Su contraseña es “Iron Man apesta” y detesta a Superman), aprende que la unión hace la fuerza y que cada persona en nuestra vida marca una diferencia (incluso el Guasón, con quien tiene una enfermiza relación Amor/Odio). La animación digital finge un falso “cuadro por cuadro” que le da un toque especial a la historia, (ambientada en un mundo de bloques de ladrillos lego) y se apoya en un gran reparto de voces como Will Arnett (Batman), Michael Cera (Robin), Ralph Fiennes (Alfred), Zach Galifianakis (El Guasón) y Rosario Dawson (Batichica). Es una película ideal para que padres fanáticos de los cómics compartan con sus hijos, porque tanto las referencias a las antiguas películas de Batman, como su alocada galería de villanos (Voldemort y Sauron entre otros) los harán descostillarse de la risa.
Tom Hanks y Clint Eastwood se unen para narrar la épica proeza del capitán “Sully” Sullenberger, quien en 2009 perdió las dos turbinas de su avión y, a pesar de las recomendaciones de la torre de control, decidió amerizar en las frías aguas del río Hudson, salvando así la vida todos los tripulantes. El octogenario director Clint Eastwood vuelve a demostrar su buen gusto al narrar una historia sencilla, pero bien estructurada, intercalando presente con pasado. Sin excesivos sentimentalismos y con sobriedad, logra mantener un buen relato, sostenido en gran parte por la gran actuación de Tom Hanks, quien logra encarnar a la perfección a este cuestionado héroe que se enfrenta a una cruda investigación. El incidente se muestra desde distintos puntos de vista, lo que favorece la empatía hacia este héroe de la vida real que cambió la vida de muchos.
La clásica comedia argentina descontrolada y escatológica inicia un nuevo capítulo en su historia con la película de Nicolás Silbert y Leandro Mark, quienes potencian ciertos elementos del humor que ya se mostraron de manera más tímida en las comedias románticas de Ariel Winograd (Mi primera boda, Vino para robar, Permitidos) y le dan su propia impronta absurda (también tiene algo de la ironía de Judd Apatow). La película protagonizada por Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh, Benjamín Amadeo y Eva de Dominici, cuenta la historia de tres amigos de la infancia que organizan una gran fiesta para animar a uno de ellos, después de que su novia de toda la vida lo abandona. En este mega fiestón hay sexo, drogas, personajes bizarros (muy similar a la clásica Despedida de soltero con Tom Hanks) y finalmente una sensual mujer que, aparentemente, roba un costoso cuadro de la casa prestada en la que se celebró el evento. Al mejor estilo de ¿Qué pasó anoche? (The Hangover, 2009), los tres amigos deben averiguar cómo recuperar el cuadro antes de que el dueño de la mansión, quien tiene conexiones con la mafia, se cobre venganza. Pronto se involucran en una serie de divertidas y alocadas situaciones que los llevan desde un enorme buque hasta la filmación de una película porno. Abundan las subtramas y los gags, pero a pesar de esto el filme es una bomba de estímulos que entretiene y en más de una ocasión te deja riendo a carcajadas por pequeñas idioteces o frases, porque básicamente es eso, tres idiotas que se aman y se conocen desde siempre, pero que por momentos se sacan de quicio entre ellos. La calidad técnica es impecable y ojalá más directores se animaran a hacer este tipo de trabajos, pero la crítica es feroz y pude ver como grandes medios la tildaban de “penosa” o “más para llorar que para reír”. En mi humilde opinión, no es una obra de arte y nunca pretendió serlo. Es una comedia de enredos muy bien llevada y con actuaciones convincentes que es ideal para ir a ver con un grupo de amigos despreocupados. No es una película de Darín para reflexionar, pero tampoco es una de Suar para tirarse por la ventana (a la que casualmente los grandes medios no crucificaron).
La coproducción argentino-española hace su gran debut en toda Latinoamérica con grandes expectativas. La película protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri se perfila como uno de los mejores estrenos del año y promete no decepcionar a los amantes del suspenso. Si bien el director Rodrigo Grande en la conferencia de prensa se refirió al primer boceto del guión como “duro de matar en silla de ruedas”, lo cierto es que el filme es más un híbrido entre “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock y Nueve Reinas de Bielinsky. Contiene todos los elementos clásicos del suspenso con ese agregado de “viveza porteña” que tanto nos gusta ver plasmado en la gran pantalla. Ese “chamuyo local” que nos enloqueció en Nueve Reinas y que ningún otro cine es capaz de imitar (la versión norteamericana es pésima). Sbaraglia interpreta con su típica genialidad a Joaquín, un hombre en silla de ruedas que descubre que una banda de ladrones, liderada por el psicótico personaje de Echarri, está excavando un túnel debajo de su casa para robar un banco. Decidido a estafarlos, planea una infalible estrategia para robarles una parte del botín, pero los cálculos siempre se olvidan de algo: la suerte y el amor. Las actuaciones de los protagonistas son impecables y la española Clara Lago no deja percibir ni una pizca de su acento castizo. Echarri encarna naturalmente a un villano que pende entre la locura, la genialidad y el sadismo, mientras que Sbaraglia despliega un trabajo físico impresionante al desplazarse continuamente sin usar las piernas. Sin duda, es una película que dará mucho que hablar y que, junto con Kóblic, generará nuevos adeptos al cine nacional.
El director Sebastián Borensztein regresa con otra joyita del cine argentino, después de cinco años de su grandioso filme “Un Cuento Chino”. Esta historia, que contiene muchos elementos del western, fue elaborada junto al guionista Alejandro Ocon y se sitúa en la última dictadura militar que asoló al país. Tomás Kóblic (Ricardo Darín) es un piloto de la Armada que después de participar de uno de los célebres “vuelos de la muerte”, decide desertar y huye a un pueblo del interior llamado Colonia Santa Elena. Allí espera pasar desapercibido hasta decidir qué hacer con su futuro, pero el corrupto comisario Velarde se obsesiona con descubrir qué hace ese porteño en sus dominios. Durante su estadía en el pueblo, Kóblic se enamora de Nancy, interpretada genialmente por la española Inma Cuesta que no deja ver ni rastro de su acento castizo. La impresionante caracterización de Oscar Martínez como el comisario Velarde también es de lo más destacable y apenas se lo puede dilucidar detrás de ese peluquín, dentadura postiza y una tonada verdaderamente pueblerina. Darín como siempre es impecable en su interpretación, pero también eso forma parte del argumento de quienes critican que “Darín siempre hace de Darín”. Aquí se repite la fórmula de sus personajes sombríos, pensativos y, hasta me arriesgo a decir, frustrados. Desde lo técnico, las tomas aéreas son exquisitas y el director y guionista logran crear un emotivo clima referencial, pero sin apelar a los típicos elementos testimoniales de la época. La oscura escena que recrea un “vuelo de la muerte” es impactante desde lo contextual y genera una desesperación tan grande que dan ganas de saltar de la butaca. Sin duda, este filme junto a “Al final del túnel” de Rodrigo Grande (protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri), se convertirán en las más vistas de la temporada y con justo merecimiento.
La nueva película infantil del director Jon Favreau (Iron Man), es un verdadero espectáculo visual con buenas escenas de acción y una bella fotografía. El realismo animal es increíble y sorprende lo bien que se ajustan las voces humanas sobre criaturas que no son antropomórficas. El filme es más bien una adaptación de la versión animada de Disney de 1967 que de la obra de Rudyard Kipling, contando nuevamente la historia de Mowgli (Neel Sethi), un niño abandonado que fue criado por los lobos, pero que se ve forzado por fuerzas mayores a abandonar su confortable selva para reconciliarse con el mundo de los humanos. Sin duda, el cuento traza una parábola con la maduración, en el que el niño se encuentra con varios personajes que lo tientan con la buena vida, que implica ser un “niño eterno”, pero que debe ignorar para convertirse en un hombre. Si bien este componente “madurativo” se mantuvo en la versión animada, aquí parece quedar relegado frente al puro entretenimiento y el mensaje se termina por perder al final de la película, dejando una sensación confusa. El reparto de voces es fenomenal, destacando a Bill Murray como el divertido oso Baloo, a Ben Kingsley que se fusiona a la perfección con el sabio espíritu de la pantera Bagheera y finalmente a Christopher Walken como el Rey Louie, quien canta en la piel de un mono de tres metros la clásica canción “I Wanna Be Like You” (¡Imperdible!) El debut de Neel Sethi como Mowgli es realmente destacable y las escenas de pelea y persecución son emocionantes y muy realistas. En definitiva, un gran espectáculo para grandes y chicos que solo pierde el camino al renunciar a la moraleja en su última escena.
El filme cuenta la entrañable historia real de Michael “Eddie” Edwards (Taron Egerton), un valiente saltador de esquí británico que nunca perdió la esperanza y se ganó el corazón de los aficionados en los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary. El mensaje, aunque gastado y lleno de clichés, sigue siendo efectivo: lo importante no es ganar, sino competir. Este querible protagonista, que está lejos de ser un triunfador, se apoya en su carismático entrenador (Hugh Jackman), para enfrentarse a las instituciones y cumplir su sueño. Ambos actores tienen grandes despliegues, pero Taron Egerton (Eddie) es quien maneja el ritmo de la trama con su increíble versatilidad (en Kingsman fue un agente secreto y en Leyenda un gángster homosexual). Como en toda película de deportistas, asistimos a la repetitiva escena de entrenamiento como clip musical, pero el tono simpático del conjunto la hace disfrutable y hasta por momentos original. Una comedia dramática que cumple con lo prometido, haciéndote reír y emocionar al mismo tiempo.
Si vas al cine esperando ver cine, “Me casé con un boludo” te va a hacer salir sintiéndote un boludo. Y no es porque la película sea terriblemente mala, porque no es así, sino porque el argumento daba más para una mini serie de Canal 13 o una tira diaria que para una película. Sin embargo, el esfuerzo por estirar la trama se nota y se vuelve repetitiva y hasta burlesca. La pareja protagónica de Adrián Suar y Valeria Bertuccelli, vuelven a trabajar con el director Juan Taratuto y el guionista Pablo Solarz, como en “Un novio para mi mujer”. A pesar de esto, carece de la efectividad narrativa de su antecesora y no cuenta con tantos personajes secundarios entrañables (Como lo fue el Puma Goity en su momento). Suar interpreta a Fabián Brando, un egocéntrico actor que trabajó en TV desde que era niño y que vive totalmente alejado de la realidad. Bertucelli es una actriz poco talentosa que consigue un papel en una gran película gracias a que tiene un amorío con el director. Durante el rodaje, los protagonistas se “enamoran” y el mismo día que se dan su primer beso se van a vivir juntos. La luna de miel es ideal, pero cuando arranca la convivencia ella se da cuenta que se enamoró del personaje de su marido y no de su “yo” real y admite que se casó con un boludo “irrecuperable”. Al escuchar esto, Fabián Brando (quien se supone que es el Marlon Brando argentino) se siente tan expuesto que decide reinterpretar a su personaje en la vida real para volver a enamorarla. A partir de allí, la historia tiene muchos altos y bajos, pasando de gags cómicos payasescos (Como Bertucelli golpeándose la cara repetidas veces contra la pared cuando se queda ciega) a momentos dramáticos como cuando Suar admite entre sollozos que “todos actuamos un poco en la vida”. Con esta combinación de elementos de comedia romántica y situaciones salidas de contexto, el filme termina por ser a lo sumo “simpático”, e ideal para aquellos que entran a una sala a “despejar la cabeza”. Lo mejorcito es el personaje de Norman Briski, quien interpreta al veterano representante de Suar que padece narcolepsia.
Suena el grito de la tormenta, unos gatos riñen en la oscuridad y una escalofriante pintura mira desde el otro lado de la habitación. Tito desconfía de todas las ominosas señales que le rodean, pero aun así firma el contrato que el escribano le ofrece. Acaba de heredar una casilla de pesca, su pasatiempo favorito. Así inicia el thriller psicológico del director Daniel Alvaredo, que tiene como protagonistas a Eduardo Blanco, Adriana Salonia, Héctor Calori, Iván Balsa y un gran elenco. Tito es un fotógrafo aficionado que ansía convertirse en padre antes de cumplir los 50 años, pero la inesperada herencia de una casita en el campo hará que su percepción de la vida y las relaciones, cambie por completo. A pesar de tener un comienzo algo lento, cargado de esa pesadez de imágenes que parecen no desembocar en nada, poco a poco el filme logra crear un ambiente de suspenso y paranoia que mantiene al espectador atento a cada gesto, a cada matiz que pueda orientarlo para desentrañar la verdad oculta ¿Es víctima de una conspiración o todo es parte de su imaginación? Dejando de lado algunos elementos visuales, como cierta iluminación en las escenas interiores que parecen sacadas de la TV o algunos desaciertos de sonido, la película se disfruta porque ofrece un género diferente al que estamos acostumbrados en el cine argentino. “A mí me gusta ver cómo funciona cada género”, cuenta el director Daniel Alvaredo y admite que cada vez que termina de ver la película “me cuesta retomar el aliento”, porque es una película cargada de emociones y violencia. El protagonista Eduardo Blanco confesó que era la primera vez que la veía durante el estreno y que “las películas de género son de difícil distribución y exhibición y por eso ésta tardó cuatro años” en llegar a los cines. Paternoster es un juego de palabras, porque es la traducción al latín de Padre nuestro, pero también hace referencia a una línea de pesca que consiste en preparar una trampa sencilla al poner los anzuelos a distintas alturas y la carnada justa para que la presa caiga. Un significado que se entremezclará con su sangrienta historia.