Natalia Meta habría cometido un gran pecado: realizar una ópera prima que, pese a apartarse de los parámetros de lo que la crítica dice que debe ser, funcionó de una manera fantástica con el público. La sorpresa de Muerte en Buenos Aires (2014) quizás pone en problemas a algunos para acercarse sin prejuicios a El prófugo (2020). En esta adaptación de El mal menor, de C. E. Feiling, el propio trabajo de Inés, la protagonista, nos lleva a un mundo en el que conviven distintas realidades. El personaje que interpreta Érica Rivas dobla películas (muy logradas las escenas del film japonés con el que está trabajando) y canta en un coro. Del accidentado viaje con su novio (Daniel Hendler), en el que la tensión amenaza con transformarse en violencia (con un ambiente enrarecido en los que las fronteras de la realidad se van difuminando), al estallido de lo fantástico, la película nos va metiendo en un clima en el que priman el misterio y la intriga. Este podría ser el momento de citar las múltiples referencias y posibles citas que parecen convivir en El prófugo (del Giallo a Miike), pero hay mucho de injusticia (para con la película) y de pereza (de parte del crítico) en ese dispositivo. Como si enumerar el cine que uno ha visto (y que la directora -ese y otro- seguramente también) dijera algo en sí de la obra en cuestión. Claro que el cine que vemos se refleja en lo que hacemos (más aún en el caso de quien hace cine); pero acudir a ese mecanismo implica restar valor a lo nuevo, a la mirada personal. El manual del reseñador de películas indica “plano de nuca, citar a los Dardenne”, “patinetas, hacer lo propio con Gus Van Sant”. Si esas referencias luego se aplican a un plano de Avengers, poco importa. En fin, que El prófugo intriga con buenas y originales herramientas: una narración que no por jugar con la ensoñación o lo fantástico derrapa en el todo vale, actores que circulan ese terreno con convicción y entrega (en un marco de excelencia, se destaca lo de Nahuel Pérez Biscayart que, simplemente, puede hacer todo lo que se le antoje y hacer que nosotros se lo creamos), imágenes que no olvidaremos y un muy elaborado diseño de sonido (algo fundamental en la trama). Que he sido ambiguo y poco he adelantado de la trama...Pues, ¡Sí señor/a! Que aunque no crea en los spoilers, aquí bien vale la pena dejarse sorprender por El prófugo, una película que seguramente será mejor comprendida (y disfrutada) por el público que por los sommeliers de citas.
Una historia añejada de Christophe Honoré La nueva película de Christophe Honoré aborda la crisis matrimonial de una pareja interpretada por Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni. El descubrimiento de una infidelidad por parte del hombre de la pareja conformada por Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni pone en cuestión su continuidad; es evidente que las reglas de convivencia no estaban claras, ella pensaba que para seguir juntos por más de 20 años, las relaciones paralelas estaban admitidas… Pues bien, la película juega con la interacción con los propios personajes más jóvenes (pasado y presente sí pueden encontrarse sin mayores consecuencias, sin ningún riesgo al estilo de Volver al futuro), con sus conciencias, con sus primeros amores y algún familiar. Esta aparente libertad para escapar al relato lineal resulta un poco forzada, de una modernidad malamente envejecida. Si Habitación 212 (Chambre 212, 2019), así y todo posee momentos luminosos es por la simpatía de algunos personajes (el Biolay joven es interpretado con encanto por Vincent Lacoste, el de Lolo, el hijo de mi novia), cierto ánimo juguetón en el que se nota el disfrute de los actores y una Chiara Mastroianni radiante.
La segunda película de quien nos había sorprendido con su ópera prima, Hoy partido a las tres, fue seleccionada para abrir la enorme sección Panorama (parte de las selección oficial) de la 70° edición de la Berlinale. Si es cierto eso de que la segunda película es más difícil de llevar adelante para un realizador que la primera, Navas confirma que es una directora a la que cabe prestar especial atención. Chica conoce chica, no faltará quien se quede con el costado LGBT de la deriva (sin dudas importante, esencial), pero hay algo de la libertad de los cuerpos, de la circulación del deseo y de los sitios donde acaece la acción que hace que esta propuesta mucho más ambiciosa que la de su ópera prima se transforme en una verdadera experiencia que requiere de la gran pantalla para ser apreciada como corresponde. En ese sentido, las cuatro inmensas salas del complejo Cinemaxx (se proyectó de forma casi simultánea en la 4, la 5, la 7 y la 10) fueron el ámbito ideal para lograr -casi literalmente- ingresar a ese mundo tan particular, peligroso y atrayente que conforma Las Mil, barrio en el que creció la talentosa directora correntina. Es que Las Mil es un protagonista más de la película. Sus calles, pasillos, recovecos, baldíos forman parte de la narración tanto como las personas que lo habitan. Llama la atención esa vida que conjuga lo familiar y cariñoso con lo peligroso y hasta fuera de la ley. El hecho de conocer en serio ese lugar seguramente es parte del secreto para ese acercamiento que sólo el iniciado puede transmitir. No hay ajenidad, lejanía o prejuicio. Los peligros generan temor, es cierto, pero también algo de ese cosquilleo o inquietud que tan vecinos son del deseo y el placer. En los interiores, en el ámbito familiar, la cama es el lugar de encuentro, de diálogo; los cuerpos conviven con un poco de impudicia pero la tensión nunca pone en juego el tabú. En las calles el asunto es distinto. Allí algo parecido a un estado de naturaleza hace que lo físico asuma una entidad y presencia que se expresa en el deporte, en el deseo, en el sexo. Quedarse en la etiqueta (que, se entiende, muchas veces sirve para encasillar y, en alguna manera, favorecer la difusión) del cine LGBT es perderse parte de la bella diversidad, de la potente libertad que caracteriza al cine de Navas. Su mirada nos desafía, pone en cuestión los límites. Los límites del deseo al punto de poner en disputa, en litigio, conceptos tan aparentemente indiscutibles como el de la salud. La política (La Política, deberíamos decir) no se hace de discursos ni de lugares comunes: la libertad de elegir qué hacer con nuestras vidas y qué hacer con nuestros cuerpos no tiene límites. O sí, uno solo: no hacer daño a otro. Con los personajes caminamos esos senderos, percibimos su respiración. La cámara en mano nos transporta con ellos. La sensación de libertad (con el peligro que ella conlleva, claro está) nos atraviesa. La mirada de Clarisa Navas nos devuelve un mundo en el que una feliz (¿pero no tan sana?) manera de elegir cada cual su vida impera. Presente y futuro se encuentran en un lugar donde la juventud manda; los adultos, fuera de campo (o casi) evidencian otra energía, ¿otros valores? Es que, sin caer en la distinción maniquea que nos llevaría a La guerra del cerdo, lo cierto es que no todo es luminoso. Junto a esa corriente de los cuerpos, a esa dinámica del deseo, el chisme, el cotilleo, la irresistible tentación de opinar y meterse en la vida del otro opera como fuerza contrapuesta, como ancla que impide levantar vuelo. En ese contexto, Las mil y una es, también, una historia de amor. Una historia de amor única. Como único es el universo que retrata. Una película, unas vidas que sólo pueden existir en Las Mil, Corrientes. Y que sólo pueden ser contadas con la sensibilidad y empatía que la muy talentosa Clarisa Navas posee
Animación argentina para adultos. Apocalipsis y humor conviven en esta muy recomendable película
Raúl Perrone siempre sorprende. Este poema visual y sonoro imagina, de alguna manera, a Pasolini dando vueltas por Ituzaingó
El documental se acerca con cariño y empatía a un ser literalmente extraordinario. Imperdible pelicula que nos atraviesa desde muy distintos lados y nos acerca a algo que siempre ha estado fuera de campo
Algo de excesiva sordidez que se ensaña con algunos personajes se sobrelleva por una actuación impactante de la protagonista
Las imágenes son impactantes. La manera en que se entrelazan las historias llama la atención por su elegancia y fluidez.
Misteriosa, inquietante, la búsqueda de la verdad, la reconstrucción a partir de las filmaciones caseras de una historia familiar (en particular, la de la madre de la realizadora) nos lleva a terrenos tan inesperados como incómodos. Una película que a nadie deja indiferente
Andres Di Tella completa la trilogía de películas sobre su familia, poniendo el foco en su madre, Kamala. Edgardo Cozarinsky, como "padre putativo" presta su voz para la fantasmática reconstrucción...