Oliver Hirschbiegel (La caída) está demostrando que puede convertirse en el más interesante director de cine histórico y político de la contemporaneidad. Sólo tengo elogios para su trabajo en La caída, donde relata los últimos días de Adolf Hitler, y esta nueva producción, si bien no deslumbrante, inspira en su sencillez más respeto que odiosos - aunque no tediosos- films como el Munich de Spielberg. Cinco minutos de gloria (Five minutes of heaven) comienza con un grupo de cuatro adolescentes del Belfast del 70 que planean -y cometen- el asesinato de un miembro de la familia Griffin, en el marco de la lucha de los movimientos terroristas de Irlanda del Norte. Este "triunfo" amerita a los jóvenes su ingreso en la UVF (Ulster Volunteer Force) y también doce años de cárcel. Pero al único testigo, el pequeño hermano del asesinado, nadie puede quitarle la culpa que su madre le inculcó durante años. Al parecer, tampoco sería eximido de la carga el autor del crimen, quien continuaría disimulando la carga de esa última mirada antes de gatillar durante los años subsiguientes. Ya adultos ambos, Joe Griffin, el niño testigo (James Nesbitt), y el terrorista Alastair Little (Liam Neeson) los procesos históricos han tomado un rumbo tal que promueven un "programa de reconciliación", donde los involucrados se reconciliarían, eventualmente, a través de un programa de televisión. Pero, como bien comenta Little, no hay ningún interés en reconciliarse por parte de Griffin. La propuesta de Hirschbiegel sigue la línea intimista de La Caída, son los traumas y sentimientos personales de grandes personajes históricos los que acercan al público a los tiempos pasados que fueron claves en el desenvolvimiento político de esas regiones del mundo. Esta estrategia difiere de otros proyectos en los que la historia no deja de ser aquella historia "monumental" criticada por Nietzsche en las Consideraciones intempestivas, y revela tanto la originalidad del director como el trabajo del guionista (Guy Hibbert). Entrando en lo que este film brinda específicamente, señalaremos el empleo de la banalidad y hasta de la ingenuidad del mundo del terrorismo en los jóvenes que son manipulados como títeres. Nuestro país -la Argentina- puede aportarnos eso con los movimientos guerrilleros de los 70 (ERP, Montoneros, etc.) y el examen no diferiría en mucho. De allí que Hirschbiegel exalte la juventud de los protagonistas -escuchando Roxy Music mientras se carga el arma asesina- y luego monte la mitad de la película en el intento de reunir a Little y Griffin en un programa de televisión (metáfora madre de la banalidad). En cuanto a detalles "no argumentales", se emplea una fotografía que utiliza los primeros planos como señal de ese tono intimista que anteriormente mencionamos y que reproduce, también, el formato de la entrevista. Esa labor logra, a la vez, generar suspenso muy alla Hitchcock, con poca acción, mucho cálculo y una sencillez que denota arduo trabajo. Por otra parte, la ambientación del Belfast de los 70 es definitivamente placentera, con esa eterna sombra y lluvia propia del Reino Unido. Sin embargo, el film que, si bien no es extenso, comienza con el apasionamiento del espectador, pierde emoción en los minutos finales, donde el diálogo y las experiencias de uno y otro pueden fácilmente provocar el aburrimiento del público. Esto se debe, por cierto, a que no queda mucho más mensaje a expresarse, ni demasiados nudos argumentales que desatar. Así es como hacia el final, la tensión decae y da a esta obra un ritmo que, con unas horas menos de sueño antes de entrar en la sala, puede resultar fatal. Por último, la opinión de quien escribe sugiere tomar con cuidado la propuesta de Hirschbiegel. Es cierto, no hay reconciliación posible, pero si la culpa de los atentados es solamente interna se corre el peligro de banalizar también la violencia que ellos entrañan. Aun más, Cinco minutos de gloria elude discutir la situación específica de Irlanda del Norte y su relación conflictiva con el gobierno central del Reino Unido. No hay inocencia en esta decisión (la producción del film es inglesa) y creo que este es un pecado que alguna vez recaerá con todo su peso sobre el director. Pero en el presente, la sentencia está escrita en una obra cuya unilateralidad temática es excesiva y, quizá, esto la dote de una volatilidad excesiva para la mente del espectador contemporáneo.
Alegoría de la historia argentina, basada en la novela de Martín Kohan "Ciencias morales", La mirada invisible es el nuevo film de Diego Lerman que nos propone acercarnos al período de la dictadura militar durante los últimos momentos de su existencia, en el año 1982, en la vida dentro del Colegio Nacional Buenos Aires. Las analogías son, en principio, fácilmente identificables: la institución educativa, el Estado; el jefe de preceptores, los funcionarios de la dictadura; los estudiantes, las víctimas; la preceptora, la ingenua que es funcional al régimen. Aunque esta presentación parezca simplista, cabe decir que, en la primera parte de la película, las referencias si bien obvias no resultan perturbadoras, y todo da a entender de que finalmente puede arribarse a un producto de considerable interés. Pero, por desgracia, tanto la alegoría -que estaba preestablecida con el espectador como un "pacto"-, como el argumento mismo y su credibilidad caen barranca abajo, lo que no puede rescatar ni la buena labor de fotografía, ni las actuaciones destacables de los protagonistas. María Teresa (Julieta Zylberberg) es una joven y casi insulsa preceptora del "Buenos Aires", que pretende investigar un supuesto olor a cigarrillo proveniente del baño de varones. Con el aval del Sr. Biasutto (Osmar Núñez), el jefe de preceptores, ella pondrá el empeño en la sutil tarea detectivesca de ubicar in fraganti a los estudiantes transgresores (o, para el gusto de Biasutto, subvertidos). Pero rápidamente María Teresa es cautivada por ese mundo que le abre "la mirada invisible", primero situada en el ámbito de la vigilancia constante y luego derivada hacia múltiples variantes sensoriales. Este mundo opresivo -en el que se incluye su propia interioridad enclaustrada- dará lugar a una explosión cuyas consecuencias son tremendas. En el plano político: la Guerra de Malvinas. Martín Kohan, autor de la novela, sin duda ha sido fiel a su raigambre filosófica y empleó la tan querida tradición fenomenológica que reivindica la ligazón entre los sentidos, la verdad y la realidad, aquí puesta por Diego Lerman al servicio, inicialmente, de "la mirada invisible" y luego, empleada ésta en un erotismo pleno. Es aquí donde los excesos son notorios. Si al principio se pretendía relacionar la vigilancia imperceptible del colegio con aquella del Estado militar, es cuestionable cómo se mantiene el vínculo entre el erotismo sensorial de María Teresa y el citado aparato represivo, del que Lerman no intenta desprenderse, puesto que la escena final, ya casi en los créditos, remarca la alegoría histórica de la que el film se precia. El vuelco hacia un marcado subjetivismo produce, a la sazón, un efecto del tipo "bola de nieve", por el cual, si la conexión alegórica se hubiera mantenido firme, los excesos tendrían sentido, pero como aquella es inexistente, cobran un tono rayano en lo ridículo. De todas maneras, Julieta Zylberberg lleva muy bien su papel, y la trama tiene buena dosis de suspenso, respecto del cual la musicalización le es muy beneficiosa. Por otra parte, Los Abuelos de la Nada y Virus, que suenan en un par de escenas, dan un tono de época agradable, rompiendo con cierto tedio del que la protagonista -y lamentablemente por momentos también la película- adolece. En suma, La mirada invisible se presenta, junto con la publicidad de la que fue acompañada, como un film "histórico", extraido de una novela exitosa (ahora sin duda más), y con posibilidad de suscitar gran interés en los ex alumnos del Buenos Aires y los que tienen curiosidad en las instituciones educativas de la época negra. Pero varios elementos hacen que esta particular idea se desdibuje con el correr de los fotogramas, incluyendo entre ellos la dudosa fidelidad histórica de algunas situaciones (es más, no se permitió firmar dentro del Buenos Aires) y el desparpajo que rompe con la coherencia de una obra injustificadamente apañada por los medios. No toda buena producción, innegable en este film, tiene resultados positivos. De todos modos, cada espectador podrá extraer de la maraña de escenas varias ocasiones memorables, valiosas quizá para el goce sensorial y, con suerte, agradables para la memoria: los escorzos de un objeto que, por fragmentario, pierde su unidad y su sentido.
Recientemente nos hemos enterado de que Michael Douglas tiene un cáncer de garganta, y quizá este hecho funcione como mórbido aliciente para que los espectadores concurran a las salas a ver este film de Brian Koppelman y David Levien. Su argumento versa sobre un antaño exitoso empresario (Michael Douglas), que por querer "llevarse el mundo por delante", terminó en desgracia económica tras su procesamiento por negocios sucios. Pero cuando creía que aun le quedaban satisfacciones en su vida, se ve apartado por su familia y conocidos cuando descubre que las relaciones humanas no pueden llevarse a cabo como en el salvaje mundo de los negocios y las estafas. Así, este irremediable mujeriego llega a tener un fugaz affaire con la hija de dieciocho años de su novia (Mary Louise-Parker), quien apenas se entera prefiere que se aparte de su vida y la de su hijo. Similarmente, la relación con su hija y su yerno no es buena, ya que ven en él un abuelo poco confiable para su hijo, que lo adora. Sólo en un regreso a sus orígenes y a un estilo de vida simple y sincero, logrará comenzar a salir de esa personalidad devoradora cuyos resultados ya no lo acompañan más. De esta manera, sólo un viejo amigo de la universidad (Dany De Vito) y su ex esposa (Susan Sarandon), se constituirán en los pilares que verdaderamente podrá considerar como valiosos en su vida, en aras de recuperar, principalmente el amor de su hija y nieto. Qué decir de esta inatractiva película. Que no aburre, es un detalle menor, teniendo en cuenta que ese fue su principal objetivo, pero tampoco hallamos en ella más que una descripción poco original de los patetismos del protagonista. Los actores de renombre que en ella participan no agregan nada en absoluto a un film rápidamente olvidable, de aquellos cuyo presupuesto podría mejor ayudar a producciones más pequeñas y más valiosas o a los niños pobres de la India.
A partir del mes pasado, comenzó en la Argentina el proyecto denominado "El documental del mes", impulsado por la productora catalana Parallel 40, a través del cual cada mes se estrena un film documental en simultáneo en distintos países del mundo. En septiembre, la película fue Rembrandt J'acusse, de Peter Greenaway, y en octubre es Pax Americana, de Denis Delestrac, la representante del ciclo. Conocemos cuán difícil es que el documental tenga un verdadero acercamiento popular. Efectivamente lo logra, cuando sus temática y realizadores resultan de cierta relevancia para el público local. Tal el caso de las películas de Enrique Piñeyro y Fernando Ezequiel "Pino" Solanas. De esta manera, es sencillo advertir que Denis Delestrac no obtendrá (lo vaticino pues no me cabe duda alguna) el éxito que el ciclo idealmente podría tener. Pax Americana refleja, esencialmente, dos problemas, uno de carácter político y el otro de carácter ambiental. El primero muestra la paradoja de que los EEUU se autoinstituyan como paladines de la libertad y luchen contra el terrorismo armándose como ninguna nación, con un presupuesto récord en defensa. El espacio exterior, los altos cielos de nuestra Tierra es, pues, un tema bajo el cual la argumentación en este sentido resulta fructífera, ya que no se han dado guerras allí, sino tan sólo amenazas (China, Rusia...), teñidas -como es usual- de las más firmes sospechas en cuanto a su veracidad. El segundo de los puntos, se dirige hacia cómo esta carrera armamentística y tecnológica espacial afecta nuestro medio ambiente, social y ecológicamente hablando. Por un lado, los desechos espaciales (space trash) no pueden ser "limpiados" de modo alguno, y su peligrosidad, ya elevada, puede incrementarse si los ensayos, experimentos, y proliferación de satélites y cohetes continúa. Además, debe incluirse entre este tipo de empresas a la investigación de la galaxia en general, por supuesto, aquella que implica misiones espaciales, siempre generadoras de esa basura. ¿Que la ciencia puede ser dañina? ¡Claro que sí! (¿o acaso nadie vio La naranja mecánica?). En cuanto a la relevancia social del espacio, el documental muestra qué desastres tecnológicos podrían ocurrir en caso de que el funcionamiento de los satélites cesara, ya que celulares, GPS, aviones, semáforos, comunicaciones, etc., de todo el mundo se detendrían con el subsiguiente caos alla Y2K. Quien haya leído con entusiasmo mis palabras podrá ver el documental de Delestrac y será informado con algo más de detalle, pero no sin algo de tedio. Pero el público argentino en general disfrutará más un especial de Discovery que esta hora y media cuyo eje pasa, primero, por EEUU y, luego, por el espacio exterior, con el que la Argentina se ha relacionado poco y nada. Por otra parte, hay detalles argumentales del film que el cinéfilo no puede dejar escapar. Los "personajes" de Pax Americana tienen una ambigua constitución de personalidad. Es difícil conocer su postura, pues su ambigüedad no está bien sustentada, a la sazón de que algunos de ellos no son debidamente presentados. Hacia el final del documental, se vislumbra cierta crítica de los propios estudiantes de la Fuerza Aérea yanqui hacia los proyectos espaciales de su país, pero esta caracterización es tan débil como contradictoria, en tanto se basa en un solo entrevistado, cuya postura es altamente confusa. Estas flaquezas de la película de Delestrac no pueden ser dejadas de lado por otras de sus virtudes, puesto que ciertas escenas apuntan a generar dramatismo en dicha consolidación de los personajes sin apoyarse en otras bases (más entrevistados, investigación más profunda al respecto). Los videos de computadora explicativos no pueden, claro, subsanar todo lo anterior, y menos aun, el escaso interés que el tema podría suscitar en nuestro público. De modo que, si se trata de vivificar el documental, este no es el camino. Que el género da para hablar, no hay dudas, y que éste es crucial (e históricamente lo ha sido, ya que los primeros films fueron esencialmente documentales) para la cinematografía, tampoco. No obstante, sencillamente descreo de que se pueda generar un ciclo potente en cada nación participante con un estreno generalizado para todas. Puede nuestro documental del mes ser El rati horror picture show, pero no un documental franco-canadiense sobre la carrera espacial de los Estados Unidos, cuyos recursos no excitan la imaginación del espectador, quien -si no es un interesado en el tema- ha de ser un valerosísimo espectador o un personaje altamente snob, de los que abundan por las salas argentinas, aunque no abundan ellas y en las cuales abundan las obras taquilleras, pesadilla del excéntrico. De todas maneras, hay que celebrar el ciclo: pocas veces llegan documentales internacionales, sea cual fuere su calidad, a los cines de nuestro país, incluyendo algunas ciudades del interior, como Córdoba y Rosario. ¡Por los bodrios y los tedios, que por el Séptimo Arte valen la pena!