La furia del 3-D sigue renovando viejas películas, esta vez las dos primeras de Toy Story, aunque aquí nos ocuparemos de su segunda entrega, definitivamente menos emocionante que la primera, pues claro, es también menos original. Claro que la Disney no da puntada sin hilo: proximamente se estrenará una tercera Toy Story. Toy Story fue bastante revolucionaria en cuanto a animación se refiere; de hecho, fue el inicio de lo que hoy conocemos con Pixar Animation Studios, que nos ha regalado grandes films, como Wall-E o Ratatouille. Quienes andamos por nuestros veintessss, recordamos la película de los juguetes como un ícono de nuestra infancia. Es más, la tengo en VHS. Cuando apareció Toy Story 2 hubo cierto revuelo en mi interior, en un momento en el cual uno se aferra a los personajes más que al argumento (como cuando en Disney Channel sacan tres versiones más, de ínfima calidad, de La Sirenita). Ojalá a muchos niños, desencantados de la fantasía por películas que la explotan con varita mágica, puedan volver a ver estas obras y a revalorizar los juguetes, en detrimento de las computadoras que, oh paradoja, posibilitan la creación de las animaciones. El Sheriff Woody es un viejo juguete de trapo que cuando se le tira de una cuerda comenta todo lo que pasa en el oeste ("hay una serpiente en mi bota") y a su dueño Andy le encanta llevarlo por las travesías de todo vaquero... incluyendo al espacio exterior. Sin embargo, este espacio exterior es mucho más conocido por Buzz Lightyear, muñeco de complejidad superior a Woody, quien en un momento tuvo sus roces con el cowboy, pero ahora se encuentran todos en perfecta armonía. Así como evolucionó la relación entre los juguetes (el gracioso dinosaurio, el señor y la señora cara de papa, el chanchito, el salchicha de resorte, los soldaditos, etc.), Andy está creciendo y esta sombra amenaza los días de felicidad de estos seres "inanimados" (palabra prohibida para Disney), que, por otra parte, no son eternos. De este modo, un viejo pingüino de goma que ya no rechina más cae presa de una subasta de jardín, en la que el dueño de una juguetería logra, tras un rescate del pingüino por el valiente Woody, hacerse con el fiel amigo de trapo de Andy. Pero ni Buzz ni el resto de sus compañeros van a permitir que Andy se quede sin su juguete predilecto. Podemos destacar dos temas centrales de Toy Story 2, uno de los cuales, acorde con la Disney, es el más sentimental, a saber, la cuestión de la fidelidad y la amistad. Cuando Woody es secuestrado se encuentra con otros muñecos vaqueros pertenecientes a la colección de la que él originalmente formaba parte. Éstos ven que al fin el miembro faltante de la "familia" había sido hallado y que, por ende, podrían ir todos juntos a un museo de Tokio, escapando a la oscura caja a la que habían sido confinados por tratarse de una serie incompleta. El debate interno de Woody consistirá, pues, en volver con su amo Andy y sus amigos juguetes, aun cuando sabe que su relación será por cierto tiempo (la vaquerita relatará su historia en la canción ganadora del Oscar When she loved me), o acceder a permanecer con sus nuevos compañeros, liberarlos de la caja y ser admirados eternamente por los visitantes al museo. Esto nos da pie al segundo tema que abre la película que, a su vez, tiene dos aristas, una la propiamente argumental, vista desde la perspectiva de los juguetes y la otra desde el punto de vista del coleccionismo. La primera es respuesta por Buzz tajantemente: fuimos creados para que los niños jugaran con nosotros; permanecer en un museo es renunciar a nunca ser amado de verdad por alguien. El segundo tópico es el del coleccionismo y las fuertes exigencias de este negocio, como el hecho de que un juguete valga más cuando se encuentra en su caja original (quién se olvida de Steve Carrell coleccionando juguetes en Virgen a los 40). Para quienes no están metidos en este negocio o hobbie, es difícil comprenderlo. Pero a ellos les preguntaría cuánto usan la tetera "buena" de porcelana de la abuela, o si dejarían que una niña de seis años juegue con la muñeca cabeza de biscuit. El centro del tema radica en qué se privilegia, si el valor de cambio o el valor de uso. Una pena que Disney haya "cazado brujas" en lugar de enseñar a sus descendientes intelectuales que retomaran estos problemas del marxismo, que Toy Story 2 sólo enuncia. Como se puede apreciar, este relanzamiento en tres dimensiones de Toy Story 2 no alcanza a cumplir las expectativas de originalidad de otras películas de Pixar (Monsters Inc.) o a desarrollar ciertos temas con algún tipo de énfasis o profundidad (Up o Wall-E). El 3-D tampoco sorprenderá demasiado, sólo le agrega una textura interesante. No obstante, podemos guardar las municiones para otras obras que no merecen tanto respeto, ya que, como mi memoria me lo indica, yo también fui niño y celebro todo intento por revalorizar aquellas actividades que con el mundo de la computación intentan ser derribadas. No sé hasta qué punto puede tener éxito esta empresa destructora, que amenaza la imaginación de un niño. Puedo basarme en algo sencillo: la cantidad de niños sin computadora, lo cual incluye a niños que no tienen qué comer. Por suerte a ellos les queda la pelota y la rayuela, pero nunca debería eso distraernos de la lucha porque tengan cubiertas sus necesidades básicas, comida, salud, amor y la libertad de pensamiento y creación.
LOS CHICOS QUIEREN GUERRA Qué más puede pedir el fanático de Tim Burton, o el amante de los colores, o el amante de los alucinógenos, que una nueva versión de Alice in Wonderland, dirigida por el ya nombrado cineasta que tantas veces entusiasmó al mundo del séptimo arte, con películas como The Nightmare Before Christmas, Ed Wood y la excelente El joven manos de tijera. Por otra parte, Burton acierta en encargar un guión que combine la novela de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas con su secuela Alicia a través del espejo, lo cual torna novedoso también el argumento de la vieja película de dibujos animados de Disney, quien, a la sazón, produce este nueva entrega con actores y animación en tres dimensiones. Quienes recuerdan a esa Alicia soñadora (Mia Wasikowska), deben modificar un poco esa idea, ya que aquí Alicia está más crecidita, ya casi con veinte años, y las responsabilidades sociales de una niña londinense de la clase acomodada no se adecúan a los delirios de los conejos con chaleco y reloj y un sonriente gato. Ella se da cuenta de que el tiempo ha pasado y que quizá ya no esté para tanto jaleo, y cuando repentinamente cae en el agujero del árbol, descubre que el mundo que ella había nombrado "País de las maravillas", es el "Inframundo". Escindido por una guerra entre dos hermanas, la bondadosa Mirana, la Reina Blanca (Anne Hathaway), y la malvada y cabezona Iracebeth, la Reina Roja (Helena Bonham-Carter, quién más), esa tierra espera la llegada de Alicia, puesto que el oráculo dictaminó que ella habría de librarlos de la terrible mascota-monstruo de Iracebeth. En su ayuda acudirán todos los personajes clásicos del viejo film de Disney, incluyendo a un Sombrerero Loco (trastornado por las secuelas que le dejó el mercurio utilizado en su oficio) interpretado por, como era de esperarse, Johnny Depp. El giro de esta nueva versión es claramente bélico, siguiendo una línea que ya aburre, muy similar a Las Crónicas de Narnia. Siempre los británicos supieron meterse en guerras, como la de El Señor de los Anillos, siguiendo con su leit-motiv épico. Este patrón aparta a esta Alicia... de la fantasía y los problemas de una niña, aunque no por ello se lucen menos sus personajes, en particular, aquellos que componen la corte de la Reina Roja o el desquiciado té del Sombrerero y la Liebre. Por otro lado, la reflexión o "mensaje" de esta nueva película de Burton es poco profunda, y se reduce a un "nunca dejes de soñar", que deriva en "así te va a ir bien en los negocios". Algunos dirán que se trata de un sabio consejo, mientras que otros -me incluyo- creerán en la "bajada de línea" de ese capitalismo conquistador que hoy existe y que, en la época en la que se sitúa el film, se encontraba en la plenitud de su vigor, dirigiéndose a la búsqueda de nuevos y lejanos puertos para vender manufactura y destruir la manufactura local. El espectador elogiará los efectos especiales (de los cuales nadie se hubiera atrevido a dudar en una producción de este género) y ciertas personificaciones, pero no podrá revivir la misma magia o la misma locura de su versión animada, aun con un guión muy divergente respecto de esta última. El "estilo" Burton se encuentra hoy más en sus diseños y colores que en el remolino de lo fantástico y paranormal. Con otras palabras, el afamado director cae en esa repetición del "género fantástico", tan solicitado por las taquillas actuales. En lo personal, brindo porque otros cineastas, como Sam Raimi, sigan llevando la fantasía con más guión e ingenio que fancy clothes y sombreros bonitos.
DURÍSIMO DE MATAR Llega a nuestras pantallas la película de uno de los grandes directores de la historia del cine, me refiero al alemán Werner Herzog. A primera vista, nada excepto su renombre que se trata de un gran film. Los actores que protagonizan esta historia, ambientada en la Nueva Orleans actual, son clásicos del más mediocre policial hollywoodense: Nicolas Cage, Eva Mendes y Val Kilmer. No obstante, esta producción demuestra, una vez más, cómo la mano de un director y de un equipo técnico pertinente puede brindar nuevos aires a un género que, en manos de los cineastas del gran imperio del norte, se hallaba retrasado o al servicio de la billetera de un decadente Robert De Niro. El "maldito policía" no es más el Harvey Keitel del Bad Lieutenant de Abel Ferrara, sino Nicolas Cage en el papel del recientemente ascendido -por sus valerosos actos- Teniente Terence McDonough, quien deberá encargarse, con la confianza de su superior, del caso de la masacre de cinco inmigrantes senegaleses a manos de un grupo de narcotraficantes de la ciudad sureña. Tras sencillas investigaciones, se descubre quién está detrás del asunto, pero la policía carece de pruebas suficientes para culpar al líder de la banda, conocido como Big Fate (Xzibit). McDonough, quien ama su trabajo y lo dirige con destreza, no puede, sin embargo, controlar dos de sus adicciones. Una, el amor por Frankie Donnenfeld (Mendes), prostituta de lujo que le profesa al policía verdadero cariño, y de quien también recibe ésta protección de sus oscuros y ricos clientes. Por otra parte, el teniente es adicto a la cocaína, y quién más que un policía para obtenerla fresca y variada. La destreza principal de Herzog consiste en no generar un personaje, por decirlo hegelianamente, "unilateral", sino "dialéctico". No vemos en McDonough ni al policía bueno, ni al malo. O mejor aun, vemos al malo haciendo su trabajo, hasta el punto de que el espectador podría conformarse con considerar al personaje de Cage como un paradigma de lo que podría ser la corrupción policial "eficaz". Por otra parte, McDonough es más que eficiencia. Es todo lo bueno que podría ser, pero es, llanamente, un hijo de puta. En este sentido, la construcción del bad lieutenant de Herzog es elogiable, porque es también esta estructura dialéctico-bipolar (es decir: unitaria) lo que las escenas, reflejo del teniente, pretenden enseñar. Claro que la intención del director no deja de lado la esfera política. Esta negatividad positiva se trasluce en la elección de la ciudad del policial, Nueva Orleans, centro urbano alejado de otros sitios del norte de los EEUU, como Boston, Chicago y Nueva York, privilegiadas locaciones para los clásicos conflictos entre la policía y alguna mafia extranjerizante. La citada ciudad del estado de Louisiana fue víctima, hace relativamente poco, del huracán Katrina, y es conocido cómo el entonces presidente George Walker Bush prestó poca atención a la población local durante el desastre. Total, eran todos negros y pobres. Inteligentemente, Herzog alude a esta catástrofe natural al principio de su obra, demostrando que no es sólo "color" lo que añade Nueva Orleans a Bad Lieutenant (¡y sí que le pone mucha onda!). Queda por decir que la trama de Bad Lieutenant. Port of call: New Orleans no tiene fisuras o desviaciones. Aquel resumen argumental que se proveyó más arriba es pertinente y recorre los 120 minutos de duración del film, sin que al espectador se le escape la tensión propia de todo thriller. Otros colegas críticos, he escuchado, aducen una excesiva longitud a la cinta. No lo negaría terminantemente, y quizá parte del público no se sienta atraido por la locura de Herzog, e incluso por su humor, que supera en risa o desparpajo a las comedias que tratan de levantarnos el ánimo. Algunas butacas abandonadas (asistí a una Avant première, no a una función exclusiva para la prensa) muestran que el gustito Herzog, que fácticamente es la afición por lo cotidiano y lo prohibido, no es digerible para cualquier dama de película inofensiva del corazón. Sin embargo, eso no es sorpresa para los cinéfilos, que buscamos baldazos de locura y escenas inexplicables e imprescindibles. Por fortuna, Herzog no usa aquí esos cuadros de belleza estática y aburrida de otros realizadores, quienes prefieren el drama para no introducirse en lo más complicado del cine: los géneros. En suma, la mano de Werner Herzog ha logrado sacar a flote toda la mierda que andaba dando vueltas, lección que he aprendido de Un maldito policía... . La riqueza de esta enseñanza estriba en el hecho de no poder aprehender una posición moral unívoca por parte de Herzog. El punto débil de un argumento es su punto más fuerte desde otra perspectiva. Por tonto que parezca, jamás querrían nuestras fuerzas de seguridad actuales un debate como el que puede surgir de esta película. Porque para ellos es mejor tener argumentos para justificar una cosa u otra, pero lo más peligroso es originar un debate en el que pensar y discutir sea lo crucial. Para el goce del espectador, Terence McDonough se pasa los argumentos por el traste.
Robert De Niro interpreta a un viejo viudo, oxidado y anticuado, que decide, tras las sucesivas cancelaciones de sus hijos a una reunión familiar por él organizada, visitar a todos ellos -en contra de las indicaciones de su médico-, recorriendo así gran parte de los Estados Unidos en tren y micro. En lugar de una agradable sorpresa, sus hijos, ya mayores, lo reciben con poco entusiasmo, a la vez que esconden o trastocan hechos de su vida, lo que genera sospechas en el viudo Frank Goode (De Niro). Amy (Kate Beckinsale) oculta sus problemas de pareja, Robert (Sam Rockwell) no es ningún director de orquesta, sino que se dedica a la eternamente rebajada percusión, Rosie (Drew Barrymore) es quizá menos exitosa como bailarina en Las Vegas que lo que su padre cree, y David... todos están preocupados por David. El film, dirigido por Kirk Jones -quien también se encargó del guión- está basado en una película italiana de Giuseppe Tornatore, Stanno Tutti Bene, aunque, claro, la familia italiana y los valores de dicho país europeo (me refiero también a los valores cinematográficos) no son los mismos que para los estadounidenses. El resultado, será, por ende, distinto. Principalmente, y con acierto, se trata de road movie. El viaje de Goode es central, y el director utiliza una metáfora quizá un poco burda para darle sentido a todo esto, que consiste en que el viejo había trabajado recubriendo de PVC los cables de teléfono, y la comunicación con sus hijos resultaba, al presente, imposible y dificultosa por ese u otros medios. Más allá de esto, hay ciertos datos importantes en cuanto a la realización del film. Si bien es una road movie "light", el trabajo de fotografía y arte es destacable, teniendo en cuenta que en la película se visitan Denver, New York, Las Vegas y Chicago , y el rodaje se produjo casi en su totalidad en el estado de Connecticut. Por supuesto, una cámara de alta definición Panavision Genesis ayudó bastante. El guión de Everybody is fine entretiene decentemente al público, con los golpes bajos y los toques de humor bien llevados por los intérpretes. Quizá la repercusión de la temática "familiar" fluctúe según en qué relación se encuentre uno con la propia familia, esto es, dependiendo de cómo el film tenga un asidero para construir vínculos con el espectador. El screenplay, no obstante, pudo haber tenido alguna modificación que lo apartara de un final típico de Hollywood, pero prefirió quedarse con su estructura de actores famosos y lemas bonitos sobre la familia. Por esta razón, y por la carencia de otros motivos de excitación a lo largo del film, Están todos bien se convierte en un film muy acomodado a los gustos de un público que no espera demasiado y que prefiere menos cine y más cháchara. Siempre insisto en la experiencia de ir al cine y ver todo lo que se pueda (aunque hay entradas que cuestan lo que mejor hubiera sido haber ahorrado), pero sin mucho daño podemos esperar al estreno en televisión. Esta producción de Kirk Jones no deja de tener, empero, unos bocados de agradable sabor.
¿Qué es el humor negro o la comedia negra? Mucha gente me lo ha preguntado en el transcurso de estas semanas. Aprovecho que este jueves se ha estrenado este film holandés, del director Alex Van Warmerdam, donde priman las tonalidades de este género. Una definición es siempre una tentativa para acercarnos a la comprensión de un concepto pero, por supuesto, puede ser corregida e incluso rebatida. Las comedias negras se caracterizan por representar con humor, completa desenvoltura e incluso parodia, cuestiones graves, principalmente la muerte, a las que solemos tratar con seriedad y respeto casi marmóreo. Casi siempre estas situaciones (un funeral, una enfermedad terminal, un crimen sangriento o una violación) nos producirían tristeza y, de hecho, el cine puede exponerlas de este modo en dramas, thrillers, etc.. Ejemplos de empleo de humor negro en el cine pueden ser Crimen Ferpecto, de Alex de la Iglesia, la reciente Cinco días sin Nora, de Mariana Chenillo (aunque levemente), y la presente Los últimos días de Emma Blank. A Emma Blank (Marlies Heder) le quedan pocos días de vida. Debido a su inminente muerte solicita a sus "sirvientes" que le concedan todo tipo de caprichos, incluyendo algunos insanos como obligar a un hombre a hacer de perro. A lo largo del film, las locuras se van tornando cada vez más palpables, no sólo en cuanto a Emma, sino también en todos los habitantes de la casa, quienes, claramente, se verán afectados por los caprichos de la "patrona", a pesar de tener una íntima relación con ella. El film es un buen retrato de una experiencia completamente desquiciada y la labor de la dirección de arte, la fotografía y el vestuario agrega puntos a una película interesante y agradable. El costado que pesa severamente en contra es que el "mensaje" de la obra no está claro, si es que existe. El espectador puede dejar la sala exactamente como entró y solamente acotar que fue "una película europea loca". No obstante, bien llevada adelante, este film no deja de tener cierto interés, y puede producir placer, aunque sea momentáneo.
Ernesto Sábato es uno de los intelectuales más reconocidos de la República Argentina y de la lengua castellana. Desde el colegio secundario los adolescentes leen su novela de los años cuarena El túnel y después, los más osados, continúan con la que hasta hoy se considera su obra mayor, Sobre héroes y tumbas. A pesar de su trayectoria literaria, Mario Sábato, director de este documental e hijo del laureado, aclara que no se verá en Ernesto Sábato, mi padre un recorrido o un análisis de la labor artística del escritor, sino un retrato "íntimo". Incluso afirma que el trabajo comenzó a partir del deseo de dejar a sus nietos e hijos un documento familiar que recopilara aspectos generales de la vida y trayectoria de su padre. No obstante esta advertencia, ni el conocimiento de la vida del escritor resulta superfluo para una vía de análisis de su obra -aunque sí resulta imprudente "biografizar" sus ensayos y novelas-, ni el presente documental evita hablar de sus trabajos. De hecho, una buena parte de éste versa sobre el proceso de creación de Sobre héroes y tumbas, y también de otro importantísimo legado de Sábato, su aporte como director de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), impulsada por el ya difunto entonces presidente de la Argentina, Raúl Alfonsín, que dejaría como resultado la investigación que se plasmó en el Nunca más. El documental se compone de antiguas fotografías familiares, documentales sobre el mismo Sábato realizados con anterioridad por su hijo, entrevistas a personalidades que lo conocieron (Monseñor Laguna, Monseñor Cassaretto, Raúl Alfonsín, Magdalena Ruiz Guiñazú, China Zorrilla, Mercedes Sosa, Alejandro Dolina) y un "recorrido guiado" por Mario a través de los ambientes del que por décadas ha sido -y sigue siendo- su hogar en la localidad bonaerense de Santos Lugares. El resultado de este collage (pues hasta el propio director duda de que pueda llamárselo película... aunque por supuesto es discutible) es eminentemente positivo. La fuerza de los relatos del escritor, cuando aparece, aportan momentos tanto de dramatismo como de reflexión que enriquecen el horizonte filosófico del espectador, más aun si éste está interesado en la obra de Sábato (y, a modo de sugerencia, de manera superlativa si ha leído Sobre héroes y tumbas). Por lo anterior, no debemos excusar al director de proponer una estructura quizá poco armoniosa. La división en capítulos, si bien no arbitraria, da cuenta de un recorte a veces abrupto y a veces muy extenso de la información. Más allá de esto, que logra corregirse hacia el final del film, Ernesto Sábato, mi padre no puede asegurar un foco de atención constante al espectador, ya que al menos son cuatro los tópicos sobre Sábato que desarrolla: su biografía, el proceso de escritura y Sobre héroes y tumbas , su labor político/social y su situación actual. El primero y el último de estos puntos se mezclan con cierta armonía en el conjunto, pero no puede decirse lo mismo del resto. Cuando se habla de Héroes y tumbas no puede esperarse un diálogo discreto sin la lectura de esta obra y su extensión puede derivar en aburrimiento. Pero claro, el resultado de la propuesta puede ser la toma de interés. Por otra parte, hay más de la trayectoria política de Sábato que aprender. Por ejemplo, no se menciona su relación conflictiva con el peronismo. Refugiado en el carácter íntimo del film, Mario Sábato se refugia un poco en estos contrapesos, que, sin embargo, no son tales si se considera qué hubiera sido de este documental sin alusiones a la obra de Ernesto Sábato y a su devenir político, aunque las referencias sean escasas o, eventualmente también, excesivas. El legado principal de Ernesto Sábato, mi padre es el de informarnos acerca de las cavilaciones y problemas (por ejemplo su personalidad casi obsesiva) de un artista y pensador que aun vive, refugiado en ese fragmento del conurbano, y de sus relaciones. Incluso, nos habla del futuro de este interesante personaje. Por otra parte, se recordarán momentos y personajes de antaño, como Raúl Alfonsín o la gran Mercedes Sosa, de quien se recoge un emotivo video junto al escritor, sobre el escenario y en el ámbito de su hogar. Esta obra de Mario Sábato llega, por fortuna, a tiempo. Ernesto Sábato nació en 1911. Poner empeño en recordarlo antes de su deceso, aunque a una persona casi centenaria tiende a atribuírsele eternidad, es trabajar por una memoria menos forzada que la que viene luego, llena de laureles de gente que jamás supo quién pudo haber sido este hombre. No obstante, su permanencia está en los libros que ha escrito: no hay documental que pueda suplir su lectura.
Historia sin muchos ribetes y profundidad sobre un triángulo amoroso que involucra a dos hermanos y la mujer de uno de ellos. Sam Cahill (Tobey Maguire, Spiderman) es un fiel marine que pelea en Afganistán -¿se sabe que Obama reforzó en miles los soldados en este país?- y, cuando puede visita a su esposa en EEUU. En uno de sus viajes, recoge a su hermano Tommy (Jake Gyllenhaal, el morocho de Secreto en la montaña y el de El día después de mañana), que acaba de salir de la cárcel, tras ser condenado por un asalto. En uno de sus viajes al país asiático, Sam es secuestrado por talibanes, pero en EEUU lo dan por muerto, lo cual provoca que Tommy comience a acercarse a la bella esposa de Sam, Grace (Natalie Portman), y a sus hijas, quienes terminan prefiriendo a su carismático tío por sobre su pétreo padre. Si surge el amor, eso lo tendrá que decir el espectador, pero fuere lo que fuere lo que haya ocurrido, es suficiente como para despertar la suspicacia de Sam, quien retorna inesperadamente con trastornos asociales de un sádico cautiverio. El film, dirigido por Jim Sheridan (En el nombre del padre, Mi pie izquierdo), es una remake de una película holandesa (que confieso no haber visto), de Susan Bier. De todos modos, con o sin originalidad, la película carece de las sutilezas que una historia tan sencilla requeriría. Las escenas en Afganistán no aportan, tampoco, reflexión alguna sobre la situación de los EEUU en la zona, y dudo que triángulos cuasi incestuosos y locuras post-guerra puedan sorprender demasiado. Una obra con actores bonitos (excepto por vos, Tobey), sin muchas destrezas en ningún aspecto y con los mismos mecanismos dramáticos de siempre.
Uno de los crímenes que ha tomado cierta resonancia pública en los últimos años es el de la espantosamente denominada "trata de blancas", nombre con el cual nos referimos al tráfico de personas, por ejemplo, secuestro de niños para adopción (sí, eso hacían varios militares de la dictadura del '76) o engaño de jóvenes para ejercer la prostitución. Este último tópico es el que toma el presente film de Gabriela David, sin muchos lujos, pero de manera mayormente acertada. Dos chicas de un pequeño pueblo -puede inferirse, misionero- consiguen un contacto que las lleva a Buenos Aires a trabajar como empleadas domésticas, con la condición de que sean ambas quienes decidan irse. Pero tampoco parecen querer separarse demasiado, ya que Nancy (María Laura Caccamo) es muy dependiente de su amiga Pato (Paloma Contreras), a causa de cierto retraso mental de la primera, que la torna tanto más aniñada como más dócil. Sin embargo, esto resultará una ventaja cuando caigan engañadas en un lupanar de la calle Agüero, comandado por Oscar (Luciano Cáceres) y Susana (Cecilia Rossetto), quienes se encargarán, torturas y amenazas mediante, que las jóvenes ejerzan la prostitución. Pato no podrá acostumbrarse a esa vida, pero Nancy rápidamente se adapta, con el fin de no ser víctima de los castigos allí efectuados, amadrinada por otras chicas entre las que se encuentra, en un papel secundario, Dalma Maradona. Esta obra quiere destacar el desinterés y la ceguera de la sociedad frente a estos graves delitos y, además, cómo éste excede la prohibición de la ley, arraigándose en situaciones de discriminación más profundas. Mezcla de impotencia y falta de compromiso, la trata de blancas sigue presente y la sociedad, silenciándola la avala. En relación con esto, la directora y guionista propone el personaje de un mozo que trabaja en un café frente al prostíbulo (Luis Machín), quien entabla un vínculo con Nancy que añade bastante al argumento. La mosca en la ceniza posee relevancia en tanto película de denuncia, y cinematográficamente tiene buenas actuaciones (Caccamo, Cáceres, Contreras -sí, es hija de Patricio-, Rossetto y Machín, todos están muy bien) y una propuesta del adentro-afuera bien encaminada. El guión, si bien no aburre en absoluto, trae resoluciones algo trilladas, que, no obstante, no empañan al film en su totalidad. Una discreta opción sobre temas que deben ser tratados, desenmascarando la complicidad entre la justicia, la policía, los proxenetas y la sociedad.
¿Qué se supone debería tener una película sobre drogas? Trainspottin', Rush, Requiem para un sueño, nos dan todas una pauta, un camino a seguir, que sólo en parte es seguido por este film de Diego Raffecas. De las obras citadas, se alejaría en tanto Paco apenas presenta esa visión apologética del drogadicto, que es en realidad la del director, que nos hace sentir el placer de un hit, claramente el clásico de Danny Boyle, tan "hitero" como la heroína misma y sus otras películas merecedoras de un apresurado aplauso, un lugar en la góndola de Wal-Mart y un monumento al "underground" chic. Quizá sea porque lo que se denomina "paco" es una pútrida sustancia obtenida de los residuos de las cocinas de cocaína, lo peor de lo peor, droga por la que los protagonistas de esas pelis yonquis anteriormente mencionadas no se preocupan por conseguir. Sin embargo, tiene la acción producto de la criminalidad de la cosa que es regla general en este tópico. Otra posible adición explicativa respecto de las características particulares de Paco puede verse en el emplazamiento argumental principal de la obra. Sin más, comencemos con la sinopsis. Paco (Tomás Fonzi) es hijo de una importante senadora argentina (Esther Goris) y ya un poco hastiado de ese mundo, se dedica a un amor apartado de la clase a la que pertenece, que lo lleva a conocer una villa de emergencia desde adentro. Pronto "Paco fuma paco" y a su desastrosa situación de salud se le suma un problema legal cuando se lo relaciona con un atentado a uno de los edificios de la villa. La senadora decide, entonces, buscarle el mejor centro de atención, comandado por Nina (Norma Aleandro) y Juan José (Luis Luque), especialistas en las adicciones. Es allí donde el nudo argumental de la obra toma un dramatismo interesante, al retratar la vida de los adictos en ese centro y las diatribas de sus especialistas y colaboradores, que se suman a Nina y Juanjo. El director, Diego Raffecas, aprovecha para lucir a varios intérpretes del escenario argentino, como Romina Ricci, Sofía Castiglione, Juan Palomino, Roberto Vallejos, Guillermo Pfening, entre otros, lo cual le dio a la película cierta pompa no del todo inmerecida, pero pompa al fin. Algunos críticos, por otra parte, se quejan del "budismo" de Raffecas. Aunque no abunda, éste se halla presente en el personaje de Tomás Fonzi y cabe decir que los entretelones del fragmento de historia que protagoniza son quizá los menos logrados y los más ajenos a las experiencias en el centro de adicciones. Hay en las desventuras de Paquito algo bastante artificial, lo cual, si bien provee un relieve que agiliza el film, produce asperezas que desencajan con las partes argumentales que se destacan por su tensión y dramatismo. En el aspecto del tratamiento de la adicción al "paco" vamos a ver, no obstante, un desarrollo más bien general y de público conocimiento, lo que no le quita valor cinematográfico, aunque sí documental e informativo. Al menos, Raffecas se aparta de una concepción que disparía la lágrima del espectador o que le acercara Paco por su efecto repulsivo (como en el Irreversible de Gaspar Noe). El guión (obra también de Raffecas), la fotografía, el maquillaje y el montaje (que estructura el argumento con "flashbacks" explicativos) forman un buen conjunto con la música de Babasónicos y el "Piti", el cantante del grupo Viejas Locas e Intoxicados. No puede decirse lo mismo de los efectos visuales y la decoración, siempre relacionadas con la historia de Paco y la senadora, que resultan, como se dijo previamente, algo artificiales. Paco constituye una película valiosa, no sólo por su dinamismo, sino por captar las intrigas al interior de un centro de rehabilitación con conflictos morales incluidos. Además, se aleja de la tradición cuasi "hedonista" de las drogas al hacer relucir, aunque sólo sea brevemente, los antros pútridos de las paquerías y del veneno que corroe la personalidad y la salud de tantos jóvenes. Pero debe leerse bien: lo hace brevemente. A pesar de estos comentarios favorables, hay cierta falta de entrega social al tema del paco por parte de Raffecas. Apenas se vislumbra la falta de trabajo y otras causas no menos subsanables como origen de la adicción terrible. En el fondo, Paco carece de solicitudes a los gobiernos y se convierte, de la mano del budismo, en algo más "personal" que "social". Quien les escribe considera que el trabajo es la mejor manera de sacar a los jóvenes de la pobreza, la delincuencia y este tipo de adicciones que son producto de la marginación. En este sentido, al elegir como protagonista a un joven de clase elevada -si bien hay otros personajes de clases más bajas- se desvirtúa la visión que relaciona al paco con la pobreza, privilegiando aquella que está universalizando al paco por encima de las diferencias de clase. Eso no deja de ser verdad, aun cuando abriéndonos el panorama, nos distancia de la ayuda a los que menos tienen. Todo film es un concepto total: su contenido será entregado al espectador, mayormente, como una unidad en sí misma.
Sin lugar para los débiles fue una buena película, basada en un libro de Cormac McCarthy, autor cuya obra es retomada nuevamente por John Hilcoat, el director de La Carretera. Desconozco la calidad literaria de McCarthy, pero quienes gustaron del film de los Cohen no deberán ver este nuevo film como su allegado. No obstante, se asemejan en dos puntos, los paisajes desérticos y la sensación constante de vivir al límite: la muerte puede llegar en cualquier momento. Esta vez, el mundo está por terminar, quién sabe por qué, aunque es un tema tan de moda, que no hace falta que se exponga teoría alguna, cual película de zombies. El apocalipsis encuentra a un padre (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smit-McPhee) vagando por el desolado y gélido territorio terrestre. Como ellos, otras pobres almas buscan sobrevivir, cayendo en atrocidades sociales como el canibalismo o el vandalismo... prácticamente una guerra civil de la miseria y las más bajas -o más elementales- pasiones humanas. La pareja protagonista busca el mar, allí debería haber, aparentemente comida, y en el recorrido se cruzarán con distintos personajes (uno de los cuales interpreta Robert Duvall), frente a los cuales habrán de posicionarse y descubrir sus propios sentimientos tras diez años de total destrucción y padecimiento. No cabe duda que el tratamiento de los paisajes y el aspecto de los actores -sumado a un montaje que incluye flashbacks que genera suspenso- son clave en este film. Ahora bien, podemos preguntarnos de qué sirve todo esto, más que para sentir dolor y angustia. Las reflexiones por parte de los personajes son demasiado estadounidenses (como corresponde, quizá, a lo que pretendía McCarthy en su libro) y bastante predecibles para el sentido común. Hay muy pocos más allá, y el más acá es, definitivamente, cursi. El amor entre un padre y un hijo puede ser conmovedor y sincero, pero no está reflejado sino en una serie de escenas dramáticas que sólo son pinceladas de ese mensaje trillado. El espectador que tenga deseos de padecer durante 111 minutos, puede ir a ver La Carretera. Porque no es más que eso, una seguidilla de situaciones horrendas. Vale, llevadas adelante con la crudeza correspondiente, aunque ¿con algún objeto?. Sí... también está Charlize Theron por ahí, algo extremista. Pues si el director y el guionista intentan que reconozcamos que "los niños son el futuro", podían ahorrarse tanto presupuesto y encargarse de los niños hambrientos de hoy. ¡Quizá los zombies venían de maravilla! Al menos, se hubiera obviado -o hubiera adquirido- la profundidad emocional e intelectual que la pelicula cree tener, de la que, en realidad, carece.