Cuando más es menos Inspirada en la novela de la irlandesa Cecelia Ahern, Los imprevistos del amor relata en clave de comedia los encuentros y desencuentros de Rosie y Alex, dos amigos desde la más tierna infancia que con el correr de los años se dan cuenta de que los une algo más que una amistad. La película comienza en un punto temporal que pronto se abandona para llevar al espectador al pasado y mostrarle cómo unos pequeños Rosie (Lily Collins, hija, dato de color mediante, del músico Phil Collins) y Alex (Sam Claflin) se conocieron, similar al inicio, aunque mucho menos trágico, de Posdata: Te quiero, film protagonizado por Hilary Swank y que también está basado en una novela de Ahern. Otro flashback, esta vez especificado por medio de un rótulo que indica “12 años antes”, sitúa a los protagonistas en plena adolescencia, donde la tensión entre ellos es evidente. Sin embargo, como es de esperar –si no, no habría historia–, se contienen, salen con otras personas y, tras terminar el colegio, se separan. Él se va a estudiar a Harvard; ella, en cambio, ve truncado su plan de ir a Boston y se queda en Londres, para tener a su bebé, fruto de una primera vez infortunada, a lo Juno o la serie Gilmore Girls. Varios saltos en el tiempo, donde no faltan cartas, mensajes de texto, inclusive un viaje de Rosie a Estados Unidos que no termina bien, irán acercando el pasado al presente nuevamente, hasta retomar por fin a la secuencia inicial, de Rosie en el casamiento de Alex. Tal estructura dominada por elipsis recuerda a Cuando Harry conoció a Sally y a sus encuentros azarosos cada tantos años. No así, al carisma y naturalidad de Meg Ryan y Billy Crystal. Por el contrario, las actuaciones en el film en cuestión, sobre todo en el caso de Claflin, resultan bastante sobreactuadas. Los imprevistos del amor es un film que a diferencia de lo que reza el título poco tiene de sorprendente e imprevisto. No posee giros inesperados y, como vimos, recuerda en gran medida a otros films y series. Su problema, no obstante, no radica en la falta de originalidad sino en querer abarcar, incluir todo y a un nivel muy superficial. Por un lado, la vorágine de situaciones, enredos, bromas, hasta de canciones –por ejemplo, en la escena en que Rosie lee la carta de su padre, la música no sólo es innecesaria sino que hasta estorba y desconcentra–, terminan por agobiar. Por el otro, que sea una comedia romántica no significa que no pueda tratar determinados temas con perspicacia. En definitiva, Los imprevistos del amor es una película pochoclera que a medida que avanza pierde el principal atributo de este tipo de cine, es decir, el poder de entretener.
El sonido del silencio En su tercer largometraje, que arribó a las carteleras porteñas el día de hoy, Bennett Miller reúne dos tópicos de su interés, ya abordados en sus films anteriores: la locura y el mundo del deporte, temas centrales en Capote (2005) y en Moneyball (2011), respectivamente. Además, de nuevo se inspira en una historia verídica, protagonizada esta vez por el millonario John Du Pont y los hermanos Mark y Dave Schultz, ambos luchadores olímpicos, a finales de la década del 80. Foxcatcher abre con una secuencia de créditos que se entremezcla con imágenes de archivo, dejando ver el trasfondo no ficcional del film. Acompaña una melodía, ejecutada en piano y que se repetirá a lo largo de la cinta, y que ya adelanta que lo que vamos a ver es un drama. Con un ritmo lento, planos largos, descriptivos y mucho silencio –lo que será una constante en la película–, se invita al espectador a conocer el entorno de Mark, un luchador habilidoso, ganador de varios campeonatos, pero opacado por su hermano Dave, que además de dedicarse a lo mismo con igual o mayor éxito, es su entrenador. Toda esta información no se dice, se nos muestra. La vida monótona, solitaria de Mark es de pronto alterada por un llamado telefónico: un hombre le informa que Du Pont –ornitólogo, filatelista, filántropo y aficionado a la lucha libre y a los deportes en general, miembro de una de las familias más ricas de Filadelfia¬– desea hablar con él. Los motivos: proponerle formar parte de su equipo Foxcatcher y financiar su carrera. Mark, claro, aceptará, envolviéndose en una relación que se irá tornando cada vez más negativa y dañina. Sin duda, un gran acierto del film son las caracterizaciones, sólo basta con googlear a los protagonistas reales para apreciar los parecidos; y especialmente el de Steve Carell quien se pone en la piel de Du Pont y estremece con su transformación física. También estremece con la construcción del personaje –que le valió nominaciones a varios galardones, entre ellos, el Globo de Oro– a partir de la mirada, los gestos, la sonrisa que lejos están de provocar carcajadas como en muchos de sus otros films. Channing Tatum y Mark Ruffalo lo secundan muy bien con sus interpretaciones, que incluyen escenas de lucha muy bien logradas, de alta verosimilitud. En Foxcatcher, la primera película de Miller en la que no actúa Philip Seymour Hoffman, prevalece lo implícito, lo no dicho, lo sugerido frente a las palabras y, por ende, quedan en el aire algunas incógnitas. En otro orden, quizá el film se hace demasiado largo sin mucha justificación: podría contar lo mismo en menor tiempo o bien adentrarse un poco más en la compleja mente de Du Pont o mostrar, por ejemplo, momentos de su vida como su niñez, su relación con la familia, su matrimonio fallido, etc.
El arte de sobrevivir Basada en hechos reales, Una buena mentira trata sobre cuatro jóvenes sudaneses que finalmente logran dejar atrás el campo de refugiados en el que vivieron por muchos años y emigrar a Estados Unidos. Un flashback que los devuelve a su infancia, allá por el año 1983, es el encargado de explicar cómo fue que terminaron en aquel campo en Kenia. Se muestran niños jugando y mujeres cantando a la vez que realizan tareas hogareñas, con la sabana africana de fondo. Pero la calma de aquellas imágenes es interrumpida de pronto por tiroteos, bombas e incendios. La guerra civil en Sudán, entre la regiones del sur y del norte, ha comenzado y también la odisea para nuestros protagonistas. Ahora huérfanos, emprenden el éxodo hacia Etiopía teniendo que sortear, con valentía y audacia, todo tipo de peligros: animales feroces, calor extremo, hambruna, milicias del norte. Sin embargo, poco antes de llegar tienen que cambiar el rumbo puesto que ese país vecino también fue invadido. Así, se dirigen hacia Kenia y tras mucho andar y resistir, arriban al que se convertirá en su nuevo hogar por casi dos décadas. De regreso al presente de la historia, es decir, al año 2001, Mamere, Abital, Jeremiah y Paul, quienes ya transitan por los veintipico, suben al avión con destino a Kansas. Entre tantas desgracias tuvieron la suerte de salir elegidos para dejar el refugio y rearmar sus vidas en un nuevo continente. Pero una vez que aterrizan se encuentran ante un primer problema: por un reglamento bastante absurdo la hermana debe ir a Boston. Se separan, no sin antes prometer que pronto estarán juntos nuevamente. Es aquí donde hace su aparición la única estrella del film, en términos de star system, y que paradójicamente interpreta un personaje secundario: se trata de Reese Witherspoon, en la piel de Carrie. Será ella quien se ocupará de conseguirles empleo, pues en eso consiste su trabajo; pero hay más. A modo de hada madrina, pondrá su casa, en un principio impresentable, en condiciones para albergar a Abital. Con este inconveniente resuelto y la familia reunida nuevamente, los muchachos y muchacha reciben una carta de África que servirá a Mamere de puntapié inicial para reconciliarse con su pasado. De la mano de su quinto largometraje, el canadiense Philippe Falardeau nos acerca un acontecimiento histórico reciente no tan difundido, al mismo tiempo que aborda una temática ya presente en varios de sus trabajos anteriores: el encuentro entre culturas. Aunque todo cierra a la perfección y con un final feliz, bien al estilo hollywoodense –que después de los horrores que pasaron los hermanos es lo que todos deseamos–, la película no resulta exagerada o lacrimógena. Esto en gran medida se debe a dos cuestiones: a que, entre tantos episodios trágicos, hay un poquito de lugar para el humor; y por sobre todo, a la elección de actores que vivieron en carne y hueso las situaciones narradas y que hacen al film menos espectacular y glamouroso, pero a la larga más genuino y sincero.
¿Un oso singular? Basada en los libros de Michael Bond, considerados una joya de la literatura infantil inglesa, Paddington narra la historia de un joven oso que decide dejar su Perú natal y buscar un nuevo hogar en Gran Bretaña. Las imágenes en blanco y negro del comienzo del film se encargan de explicar el lazo que une a este osito con aquel país europeo, heredado de sus tíos. Estos, en sus años mozos, habían conocido a un explorador británico llamado Montgomery Clyde y entablado con él una relación de amistad y de aprendizaje mutuo. De repente, el color inunda la pantalla y la temporalidad cambia. Vemos ahora una pareja de osos “mayores” conversando alegremente con uno más pequeño sobre un tópico curioso: los secretos en torno a las mermeladas que conocieron gracias a su amigo inglés –como buena historia para chicos, lo imposible, por ejemplo, que los osos preparen mermelada, se torna posible–. Hasta que un terremoto sacude las tierras del lejano Perú y provoca la muerte del tío Pastuzo. Dado el panorama desolador, la tía Lucy aconseja a su sobrino asentarse en nuevas tierras, más precisamente en Londres, donde Montgomery les había prometido años atrás que serían muy bienvenidos. La película continúa con las travesías del osito –apodado Paddington por la familia Brown que lo encuentra en esa estación de tren– en Londres, en paralelo a las de Millicent, la villana de la película, una combinación de Cruella De Vil y Lara Croft, interpretada por Nicole Kidman. Si hay algo a destacar en esta adaptación, es la excelencia técnica. Resulta totalmente verosímil y natural la interacción entre los actores de carne y hueso y la imagen del oso construida por computadora y mecanismos de robótica. También es notable la belleza visual del film, sobre todo en los planos que acompañan la voz over de Paddington quien escribe a su tía que quedó en Perú, y que recuerdan al mundo mágico de Georges Méliès, a sus trucos y a sus fotogramas coloreados. Sin embargo, es en el mensaje que pretende transmitir donde falla. Éste no resulta coherente sino algo contradictorio. Las personas son distintas y así, con sus singularidades, conviven, dice en algún momento la señora Brown. Por otra parte, el film critica las antiguas prácticas de los museos de ciencias naturales, más preocupados en exhibir ejemplares que en la libertad de los animales. Pero finalmente Paddington, para lucir más presentable y encajar, será domesticado, bañado y vestido como un señorito inglés. Con todo, Paddington es un film simpático y entretenido con un protagonista tierno y bueno, muchos enredos, una mala muy mala y mucho lugar para el humor desopilante. Además, los grandes que vean la película, acompañando a sus hijos, sobrinos, hermanos más chicos o por motu propio, se encontrarán con muy buenas interpretaciones a cargo de actores ingleses consagrados como Jim Broadbent y Julie Walters, y los ascendentes Ben Whishaw y Sally Hawkins, entre otros.
Desafiando los límites Por el nombre con el que la titularon en Argentina y demás países hispanoparlantes –sobre todo por el adjetivo “mortal”– uno podría aventurarse y situar a Nightcrawler dentro del llamado cine de acción. Si bien no se puede negar que cuenta con varios elementos típicos de ese género, el film que lo tiene a Jake Gyllenhaal en el doble papel de protagonista y productor, es bastante más que eso. Las tomas panorámicas con las que abre la película anticipan las coordenadas espacio-temporales donde se desarrollará la trama: una gran ciudad con puentes y edificios inmensos –que luego nos enteraremos corresponden a Los Ángeles- en su faceta nocturna, con luces de todos los colores en contraste con el cielo negro. Con este paisaje a sus espaldas, aparece Louis Bloom por primera vez. No se trata de una aparición estelar sino más bien de una desafortunada: golpea a un guardia de seguridad privada, se roba su reloj y huye. Acto seguido, Bloom, encarnado por un Gyllenhaal extremadamente flaco –rasgo que atenta contra su rostro aniñado pero que, según el propio actor, lo ayudó a componer al personaje– le vende materiales de construcción, posiblemente robados, a un hombre. Inclusive, le pide trabajo aunque sin éxito. Se trata de una escena significativa, pues de alguna manera contiene lo que vendrá. Y es inevitable no recordarla hacia el final de la película. La historia prosigue con Bloom, joven de lo más extraño, violento y ladrón por un lado, amable, sonriente –hasta el punto de incomodar– y bien predispuesto, por el otro, vagando por la ciudad hasta que en una autopista, en medio de un choque ajeno, tiene una epifanía: se convertirá en reportero-camarógrafo especialista en accidentes y crímenes. Lo que vemos a partir de ahora y hasta el final no es más que su progreso profesional, cueste lo que cueste, donde el “el fin justifica los medios” bien podría ser el lema de la película. Es en este contexto que se cruza con varios personajes: Nina –interpretada por una de las damas por excelencia de las cintas de acción, Rene Russo– quien en una primera instancia le enseñará los gajes del oficio, Joe Loder, colega experimentado que pasado un tiempo le ofrece trabajar en conjunto y Rick, su ayudante, entre otros. Primicia mortal, debut como director de Dan Gilroy, es una película que juega con los límites, los bordes difusos: en primer lugar, entre géneros. Además de las escenas de persecución, los tiroteos, la sangre en abundancia y el montaje vertiginoso hay lugar, mucho, para el humor negro así como para el thriller –lejos está de ser una historia lineal y predecible–. También entre la locura y la cordura, la legalidad y la moral, la adrenalina y el peligro letal. Para resumir, se trata de un film que con un título no muy llamativo, reúne varios condimentos de un modo ingenioso que lo convierten en una buena sorpresa para más de uno.
El pájaro espera Finalmente, llega a las salas porteñas –y de todo el país– la tan esperada Los juegos del hambre: Sinsajo - Parte 1, cuyo afiche con la figura de Jennifer Lawrence, escoltada por un par de alas y una bola de fuego, decora las calles de la ciudad desde hace varios días. El film es el primero de dos, basados en el tercer y último libro de la exitosa saga creada por Suzanne Collins –la segunda parte se estrenará el próximo año–. Sinsajo comienza con Katniss Everdeen en una especie de hospital, el mismo al que había sido trasladada luego de que Plutarch Heavensbee –interpretado por Philip Seymour Hoffman, recientemente fallecido y a quien está dedicada la cinta– y compañía lideraran su rescate en el final de En llamas. Ya recuperada y dada de alta, Katniss es enviada a hablar con Plutarch y Alma Coin, nuevo personaje y presidente del Distrito 13, encarnado por Julianne Moore. ¿El propósito de la conversación? Convencerla de que acceda a convertirse en el Sinsajo, esto es, la cara de la rebelión contra el tirano Snow (Donald Sutherland). La protagonista termina aceptando pero con la condición de que salven a Peeta (Josh Hutcherson) y al resto de los tributos, prisioneros en el Capitolio. Así, la película se moverá entre dos ejes: los revolucionarios y el armado de una verdadera campaña publicitaria en torno a Katniss, su mayor arma, con el fin de sumar adeptos a sus filas; y las represalias tomadas por Snow y sus secuaces. Se trata de una partida de ajedrez en donde la acción, en comparación con las entregas anteriores, queda bastante desplazada. La joven heroína no deslumbra con sus habilidades de guerrera sino que posa para las cámaras que comanda Cressida –otro nuevo personaje a cargo de Natalie Dormer, más conocida por su participación en la serie británica Game of Thrones– o entona una canción de protesta que acaba por convertirse en el himno de la liberación. Siempre con un panorama gris y desolador, propio del género de los futuros distópicos, la ciencia ficción. A su vez, a lo largo del film se va entretejiendo una intriga, una incógnita central relativa a Peeta, cuya aparición es exclusivamente televisiva: ¿dónde está realmente? ¿Se cambió de bando? ¿Se manifiesta en contra del levantamiento porque es un traidor o porque lo están obligando? El film dirigido por Francis Lawrence es entretenido y se las arregla muy bien para dosificar el suspenso. Sin embargo, da la impresión de que varias situaciones se extienden demasiado y que algunas imágenes hasta resultan redundantes. Entonces, uno se termina preguntando si realmente eran necesarias dos películas para llevar el libro a la pantalla grande o si con una sola bastaba. Por último, deja al espectador con la sensación de una heroína sin su esencia, apagada, sin fuerza que por primera vez no acciona sino que, como el resto, espera.