Una gota de agua en el Pacífico. Judy, pequeña, campirana, de aire simple y aniñado, como la caperucita real, vino a enfrentarse desde los primeros minutos a un hombre grande. Grande en el esperpento del abuso y el control, en la silueta que hace sombra a la inocencia, en la autoridad que le dio el poder del dinero. ¿Sería Louis B. Mayer el leviatán del cine en la primera mitad del siglo XX? Desde el principio de Judy, película de Rupert Goold, Mayer se presenta, dueño y señor del mayor estudio cinematográfico de la época, como la personificación del lobo más grande que hayamos podido ver. Y allí, Judy Garland –en las contadas analepsis de su juventud, interpretada por Darcy Shaw-, adolescente, desvalida, marginada, huérfana, enfrentándose al demonio armado de la consigna chantajista del sin mí serás «como una gota de agua en el Pacífico», se deja hundir en el miedo de ser lo que siempre, a fin de cuentas, terminó por añorar: la normalidad.
¿Quiénes son los parásitos? Primavera, verano, otoño e invierno. Ya Vivaldi nos sacudió con eso. Ya el clima definió los tiempos entre solsticios y equinoccios. Aquellos países que gozan, o sufren, de estos cambios trimestrales podrán dar fe de que este orden natural formó sus sociedades: la época de la siembra, la preparación y planificación de los recursos a futuro; la época del cuidado, del mantenimiento; el tiempo de la recolección; y el invierno, el más duro, hecho para sobrevivirlo. Ciclos de los que los tropicales no sabemos nada, y que forman una rutina sutil de preparación: hay señales de la vida, en el viento, en el agua, en las miradas, las casualidades, que nos avisan qué vendrá, y la historia: la memoria oral o escrita que da fe de lo que ha pasado.
Las cargas abundan en el viaje del miedo. Román es un hombre que acostumbra visitar a su madre en ciertas temporadas, y gusta de dormir en el patio, acostado en la hamaca. Su hija de ocho años lo acompaña. Allí se hunden en el sueño mientras observan entre las palmas de coco las pocas estrellas que las luces de la ciudad les dejan ver. Una noche, Román es despertado abruptamente. Un joven armado le pregunta, mientras señala la hamaca donde duerme la niña, si es varón o hembra. Él, aún con el terror, le responde que es varón. El invasor pareciera chasquear con pesar y desaparece. El terror de Román es el mismo de Casey Affleck, interpretando al padre de Reg (Anna Pniowsky): el de los hombres que aman a las mujeres; ya sean sus hijas, esposas, hermanas, madres, o amigas. Su papel, como nos tiene acostumbrados -ver los ejemplos de Manchestar by the sea, The assassination of Jesse James by the coward Robert Ford, A Ghost Story, entre otros-, es el de un hombre encorvado, con un gran peso en el alma.
El Carnaval terminó. La iglesia católica, desde su fundación, ha sido superviviente de escándalos y contradicciones. Desde sus concilios, la supresión ad profeso de varios de sus evangelios sobre la vida de Jesús, el ascenso del mismo de profeta a hijo de Dios, el oscurantismo –ese penosísimo retardo de centurias en donde nuestra civilización fue negada a la reflexión y las ciencias-, la inquisición, la imposición de la fe armada de la conquista, entre muchos otros.