Larga vida al cine Woody Allen ha vuelto a la comedia. Y lo hace con un humor inteligente, explotando el sentido del ridículo, como es su costumbre, apostando por un elenco sin fisuras. Descubrir una Roma eterna, hermosa como ninguna, llena de arte y de historia a cada paso es el pretexto del director para presentar al público las historias que componen este filme. Las calles empedradas y los cafés del Trastevere junto a la plaza España y la fontana di Trevi son los escenarios habitados por los personajes atribulados y delirantes que dan vida a esta obra. Con ellos Woody Allen rinde un homenaje al cine italiano -a la comedia y a sus comediantes- a quienes suma sus habituales fobias, titcs y sentido del humor y del absurdo. De este combo surge una película que genera aplausos en una platea que, por más que intuye cada paso que da el director, no deja de sorprenderse con escenas y actuaciones difíciles de olvidar. Como las que vive el personaje que encarna Roberto Benigni, o las actitudes del mismo Woody Allen, fóbico por la muerte y la jubilación junto a su mujer, una espléndida Judy Davis de visita en Roma para conocer a sus futuros consuegros. Y aquí es increíble ver las dotes histriónicas del consuegro, un cantante de ópera aficionado, que es manipulado por Woody Allen. A la cita no faltan el amor y el desamor, la pasión y la nostalgia que llega con un sobrio Alec Baldwin y la aparición fugaz de Ornella Muti. Es esta una buena oportunidad para disfrutar de un Woody Allen cerca del retiro.
Bienvenidos a Burtonlandia Esta película es la adaptación al cine de una serie de TV de la década de los 60, muy popular en los Estados Unidos, en la que se daban cita criaturas del mundo oscuro como fantasmas, zombies, vampiros, licántropos y brujas. La historia, dirigida por Tim Burton, tiene un comienzo delicioso y atrapante. Se suceden espectaculares imágenes en blanco y negro apoyadas en una fotografía deslumbrante. La acción está situada en el año 1752, y este cuento de hadas gótico, sombrío, lujoso, morboso y, por momentos, plagado de humor se centra en la historia de la familia compuesta por Joshua y Naomi Collins, padres orgullosos de Barnabas, quienes zarpan de Inglaterra, para iniciar una nueva vida en los Estados Unidos. Pero nada, ni siquiera ese viaje, es suficiente para escapar de la maldición que ha caído sobre los Collins. Veinte años más tarde Barnabas (un estupendo Johnny Depp) tiene el mundo a sus pies, o por lo menos es "el dueño" de la ciudad de Collinsport. El joven es el señor de Collinwood Manor. Es rico, educado y un Don Juan insoportable. La vida le sonríe hasta que comete el grave error de dejar plantada a Angelique Bouchard (la inquietante Eva Green). Angelique es una bruja que lo condena a vivir como un vampiro y lo sepulta vivo. Casi dos siglos después escapa y emerge en 1972 en un mundo muy distinto del que conoció. Enredos, humor y la belleza otoñal de Michelle Pfeiffer junto a la música de los Carpenters y de Barry White dan marco a esta película de Tim Burton que entretiene desde los créditos.
Una buena manera de pasar una tarde entretenida La locura de Scrat por "su" bellota, que persigue desde siempre, tiene consecuencias que cambiarán al mundo. Al menos en su fisonomía. Por su culpa habrá un cataclismo que da paso a la mayor aventura vivida hasta ahora por la manada integrada por Manny, Diego, Sid y sus nuevos amigos. Hasta la aparición de "El Padrino" de Francis Ford Coppola en el cine, y porque no en la vida, regía el axioma de que nunca segundas partes fueron buenas. Y esto se cumplía la mayoría de las veces, al menos en el séptimo arte. Porque a una película muy buena le seguía una zaga que no alcanzaba ni por asomo su nivel. Pero bastó que en este terreno dedicado a niños y jóvenes apareciera el joven mago "Harry Potter" para dar por tierra y sepultar esta creencia. Desde su irrupción en la pantalla todo cambió. Los estudios arriesgan más en sus presupuestos a sabiendas de que lograrán hilvanar un suceso artístico y comercial tras otro. Y con la llegada del 3D esto se consolidó aún más. Si uno tuviera que definir a la "La era de hielo 4" en ese formato en pocas palabras sólo bastaría una: maravillosa. Y este concepto es válido para quienes vieron las primeras tres o se acercaron por primera vez a ver de qué se trata. A través de la torpeza de la hambrienta ardilla Scrat el filme dirigido por Steve Martino y Mike Thurmeier nos cuenta cómo se desintegró Pangea y se produjo el inicio de lo que ahora conocemos como la división de los continentes. Esta cuarta entrega de la cinta animada comienza con una explicación, por demás de ingeniosa, sobre la actual visión que tenemos de la Tierra. Son tres minutos inolvidables. Y fundamentales que nos permiten entender lo que sucederá a lo largo de la historia que tiene a la manada encabezada por Manny como protagonistas excluyentes. En ellos el atribulado Scrat inicia un periplo al centro de la Tierra ocasionando no sólo cambios en la geografía, sino la formación de sus principales monumentos. Visualmente el espectador asiste a un festín visual de increíble nivel y si la película terminara allí, siendo un corto de 180 segundos, el precio de la entrada estaría pagada, porque además, y a manera de introducción, la Fox regala a la platea un corto de otros 180 segundos. Nada menos que de Los Simpons. Y trata sobre un día de la pequeña Lisa en el jardín maternal. La loca persecución de Scrat por la escurridiza bellota, que persigue desde el principio de los tiempos, desata un cataclismo que desencadenará la más grande aventura para Manny, el fornido Diego y el disparatado Sid. En medio de estas idas y vueltas, Sid se reúne con su abuelita y la manada tropieza con un grupo de piratas, liderados por el capitán Tripa un simio sin escrúpulos, de altamar decididos a impedirles su regreso a casa. Visualmente el filme es espectacular en lo que se refiere a la elaboración de los escenarios y el diseño de los personajes. El tratamiento de las imágenes es de tan nivel que el pelo de los animales, en especial el de Manny y su familia, no parecen dibujos animados. En síntesis ideal para verla solo o con el pretexto de llevar a los hijos o a los nietos.
Espías eran los de antes Ésta es una película concebida y destinada al gran público. A ése que disfruta del policial clásico. Sin efectos especiales atrapa y entretiene a la platea con su planteo del mundo de los espías dobles, traiciones, asesinatos, intriga y persecuciones donde finalmente nada es lo que parece. El cine de Hollywood fue una máquina de realizar filmes que abordaron la tensión generada en el período conocido como la Guerra Fría entre el gigante americano y la ex Unión Soviética. Y todos fueron exitosos, al menos en la taquilla. Y demostrando que la crisis también afectó a los guionistas se desempolvó la idea del complot internacional. La teoría de la conspiración es revivida una y otra vez. Y ésa es la propuesta del director de "Misión secreta". Nada es lo que parece, incluso el nombre original de la cinta es un simple y directo "doble" que hace referencia a quienes se pasaron de bando sin abandonar al que lo contrató originalmente. En algo más de una hora y media el director Michael Brandt da vida a un filme cuya pretensión es no defraudar a quienes fueron sus mecenas y recuperar lo invertido. Y lo consigue. Con la estructura de un clásico policial de acción e intriga demuestra que con ese guión se puede prescindir del sexo y de los efectos especiales. Y si a la historia la apuntalan Richard Gere y Martin Sheen se gana en tranquilidad. Con una estructura que recuerda, por momentos a "Sin salida" el filme que catapultó a Kevin Costner en 1987, pero sin el ritmo de narración, "Misión secreta" plantea, tras el asesinato de un político norteamericano que alertaba sobre los espías rusos en su país, una suerte de policial en el que abundan los espías de la CIA, el FBI y de la Rusia actual. Y para resolverlo se apela al oficio de un ex agente, un correcto Richard Gere, quien es presionado para volver al ruedo por el director de la compañía, el siempre solvente Martin Sheen. Pero falta un novato, papel asignado al por momentos inexpresivo Topher Grace, para que forme pareja con el avezado espía. Al combo sólo le falta un asesino y Tamer Hassan lo aborda haciéndolo muy creíble. Se suceden las órdenes y contraórdenes de los jefes de la seguridad del país del Tío Sam para su gente. Hay tensión, a pesar de que en algunos pasajes los diálogos son ingenuos, y las persecuciones por las calles están a la orden del día, al igual que los asesinatos. Intriga y suspenso que atrapa desde el comienzo al final -un tanto forzado- a la platea que va a disfrutar viendo una película que entretiene. El tema es el de siempre. El único mérito del director es no haber abordado la historia desde ninguna otra óptica que no fuera el cine pochoclero y haber confiado su suerte a la labor de Richard Gere y de Martin Sheen.
Corre Jill, corre... El personaje atormentado en torno del cual gira la trama debe correr, pensar y sortear peligros varios en un clima de paranoia que no le da respiro. El parque Forest encierra un terrible secreto. Sólo ella lo conoce, pero nadie la escucha ni da crédito a sus vivencias. Es un thriller de esos que llevan la impronta de los estudios de Hollywood. Impecable por los escenarios elegidos y por la fotografía, apoyada en una excelente banda de sonido. La película repite la receta magistral que allá por los 50 se patentó para las de este género. No falta nada; se cumple todo el muestrario de lugares comunes, fácilmente identificables, y una historia vista hasta el hartazgo en las series de televisión actuales... pero quizás precisamente por eso asegura al espectador un entretenimiento mayúsculo. Hay una chica hermosa, Jill Parrish; la encarna Amanda Seyfried, quien asume el rol con la solvencia que exhibió como la sensual y maquiavélica prostituta de "Chloe" y como la casamentera joven de "Mamma mia!" Ella tiene una historia para contar y nadie quiere escucharla. La atormenta la idea de haber podido huir de un psicópata y de que este regrese a completar su tarea. Sabe que el secreto que la atormenta está en el Parque Forest, al que conoce como a la palma de su mano. Es una buena chica que trabaja y comparte sus días con su hermana, Molly. La policía de Portland, cuyos miembros aparecen retratados como soberbios e ineptos, ignoró en su momento la denuncia de Jill y ahora ella revive la historia, porque su hermana ha desaparecido. Nadie investiga; sólo un policía nuevo le cree a medias la historia, de modo que a Jill no le queda más alternativa que comenzar a atar cabos para llegar a la verdad. Tiene 12 horas para hacerlo. En ese lapso piensa, maneja como poseída, corre, se disfraza y se altera. El suspenso funciona bien y uno se relaja al pensar que lo bueno llegará en los últimos minutos. Y, como debe ser, la película incluye un final que vale la pena disfrutar.
No es otra tonta película de espías El director Daniel Espinosa arma un thriller apasionante, con personajes al borde de la paranoia por el vértigo y la tensión a la que se ven sometidos. Intriga, suspenso, afectos y traición por partes iguales hacen de esta una buena muestra del género de acción que apunta a sacudir al espectador mostrándole el mundo de la CIA por dentro. A veces, en la vida y en el cine las cosas no son lo que parecen. Y menos en el mundo del espionaje. Es este un terreno apto para que florezca el contraespionaje. Quizá en una frase, a minutos del final, pronunciada por el actor que encarna al subdirector de la CIA que tiene como destinatario al joven agente Matt Weston, esté resumido el guión del filme. "La gente ya no quiere la verdad. La asusta y no la deja dormir", pontifica. Entonces prepárese a vivir 115 minutos de vértigo, equivalente a mirar el vacío desde lo alto de una empinada torre. Ese es el sentimiento que lo acompañará. No busque con la mano al costado de la butaca porque la de cine no tiene cinturón de seguridad para acompañar en su periplo al novato Matt Weston, personificado por Ryan Reynolds. Es un simple cuidador de una "casa segura", de allí el título "safe house", suerte de apart hotel de la tortura. El joven Matt está harto de la monotonía de Ciudad del Cabo. Sólo el amor de su novia francesa parece obrar como cable a tierra. Pero a veces, de tanto imaginárselas, las cosas se hacen realidad. Y un día el simple telefonista de la "casa segura" recibe una llamada que lo sobresalta. Le anuncia que recibirá un huésped famoso y temido. Un ex agente, que salió de la CIA y decidió vivir la vida traficando información con los servicios secretos de otras potencias. Un tal Tobin Frost, a quien da vida Denzel Washington. Pero el ansioso Matt Weston no sabe lo que el destino le tiene preparado. Nada sucederá como él lo soñó desde que Frost llegue a "su" casa. Una cámara enloquecida lo obligará a pasar por lo que nunca se pudo imaginar. Presenciará torturas, se encontrará en peleas, tiroteos sangrientos, se verá obligado a conducir un auto -llevando a Frost en el baúl- como poseído por las calles. Habrá explosiones, autos destruidos, asesinatos y luchará por su vida a cada paso. Matará, escapará y sufrirá hasta lograr unir sus fuerzas con el agente traidor. Acción a un ritmo increíble, buen manejo de los planos y un aprobado en la dosificación del suspenso convierten a este filme en un entretenimiento mayúsculo. Denzel Washington suma otra actuación para el recuerdo.
Para pasarla bien El director Alejandro Montiel apela a pasos de comedia, algo de suspenso y elementos de historias policiales para hacer de esta una película livianita en cuanto a su guión. Una estupenda Julieta Zylberberg, las apariciones de Betiana Blum y de Daniel Rabinovich junto a una excelente banda de sonido la convierten en un buen pasatiempo. Extraños en la noche es una comedia que entretiene, como las obras que se ven en verano -ya sea en Carlos Paz o en Mar del Plata- de principio a fin. Arranca la sonrisa, y hasta a veces la carcajada al espectador con una serie de gags que a pesar de haberse visto una y mil veces no dejan de ser efectivos. La historia plantea los problemas que debe sortear una pareja de jóvenes que dan vida una estupenda Julieta Zylberberg (Sol) y Diego Torres, que se mete en la piel de Martín. Ellos son músicos. Él, un amante de la música clásica por su formación de Conservatorio que debe ganarse la vida como pianista en hoteles y en fiestas. Y ella, y aquí hay un punto alto, una cantante con una voz llena de matices, que aspira a volver a integrar una banda de rock. Ambos se sienten obligados a trabajar de lo que no sienten, interpretando baladas para ganarse unos pesos. El director recrea una escena de la película "Los fabulosos Baker Boys", de 1989, y sus intérpretes asumen los roles de Jeff Bridges y de Michelle Pfeiffer. Y la actuación es convincente. Pero no será la única vez en la que recurre a tomar prestadas escenas o ideas de otros filmes. Los jóvenes viven obsesionados con la vida de un extraño personaje que vive en el piso de arriba, lo que nos guía a "Misterioso asesinato en Manhattan", de Woody Allen. Hilando fino también recurre al cine de Almodóvar con una idea de "Tacones lejanos". El mérito es haber dosificado cada escena con los ingredientes necesarios para producir una comedia efectiva y pasatista que desemboca en un final previsible. Las apariciones de Daniel Rabinovich (Les Luthiers) y de Betiana Blum apuntalan la película, al igual que lo creíble del personaje que compone Zylberberg. Diego Torres confirma que como actor sigue siendo un cantante excepcional.
Una vuelta por la mitología griega en 3D Es un muestrario de pasajes de la vida del semidiós Perseo, retirado de la acción por una década, que un día debe empuñar su espada para convertirse en el implacable guerrero capaz de derrotar a las fuerzas del inframundo que amenazan con destruir todo lo conocido. Elija dónde tomar asiento. Pronto la pantalla se convertirá un videojuego gigante. No busque palancas ni controles, porque no las hay. Colóquese los anteojos 3D porque el director Jonathan Liebesman será su guía en esta historia vertiginosa de ciencia ficción, acción y aventuras en superlativo festín de imágenes. Deberá estar atento para esquivar las rocas, el fuego y el vuelo de Pegaso que se acercarán a usted saliendo de la pantalla mientras sigue los pasos del bueno de Perseo y sus atribulados parientes. La mitología griega es tomada prestada para ser exhibida a un público veinteañero -al que va dirigida la película- siempre ávido de aventuras en 3D, y sin mayores exigencias ni planteamientos a la hora de analizar su contenido. Y cumple su cometido. El Perseo a cargo de Sam Worthington es un semidiós viudo y díscolo que ha decidido vivir de la pesca junto a su hijo sin recurrir a los favores de su padre (Zeus, encarnado por Liam Neeson). Perseo intuye que algún día deberá volver a calzarse el traje de héroe. Su entrada en acción se produce a partir de los graves sucesos que ocurren en el Tártaro y la fuga de monstruos que incluye a Cronos, padre de Zeus. De esa manera decide enfrentar a su destino y a su peculiar familia, compuesta por dioses y por semidioses un tanto disfuncionales. Conmovido por los problemas de su progenitor y de su tío Poseidón (Danny Huston), atacados por los malvados Hades (Ralph Fiennes) y por Ares (Edgar Ramírez), Perseo irá a su rescate montado en su corcel alado. En sus aventuras se cruzará con la reina Andrómeda (Rosemund Pike); ella trata de frenar el avance de los escapados del inframundo con su primo Agenor (Toby Kebbell). Hay una sucesión de peleas, traiciones y un romance. De todo Perseo sale indemne. Un presupuesto millonario, la tecnología 3D y un puñado de excelentes actores logran mantener a flote a una película con un guión tan endeble que roza, por momentos, el absurdo.
Almodóvar se florea con una propuesta inteligente e inquietante Increíble. Con la paciencia de un alquimista el director elaboró su película número dieciocho. Es en la que Pedro Almodóvar muta la piel que él habita, cinematográficamente hablando. Propone a la platea darse una vuelta que dura casi dos horas por el cine. Por su cine y por el que a él lo apasiona. En "La piel que habito"Almodóvar asume riesgos, de los que sale indemne, para narrar esta historia. Sale de su rutina. Y apuesta por nuevas ideas, manteniendo algunas viejas y exitosas estructuras. Con sutileza comienza a armar un thriller y se atreve a realizar un cóctel explosivo. Comienza mezclando ingredientes del cine negro, más un toque de terror y otro de ciencia ficción, con escenas y situaciones fácilmente reconocibles de sus películas, como "Kika", "Átame" o "Laberinto de pasiones". Y le agrega, por partes iguales, su estética, algo de medicina, una pizca de música, con pinceladas de humor. Y sexo. Escenas de sexo bien graduadas, al igual que el terror y la angustia. Salta la sangre, flashbacks, algún toque de comedia, disparos, perversiones varias y relaciones posesivas asfixiantes. Angustias y obsesiones todas estas mostradas con la pulcritud que se le reconoce a Almodóvar. Plantea finalmente una historia que aborda la identidad como eje central. El espectador asiste a una clase magistral en la que Almodóvar va ajustando sutilmente todas las tuercas. Para que, con el transcurrir de la película, no quede ningún cabo suelto. Una mansión es el lugar elegido para desarrollar el filme. Su dueño es el Dr. Robert Ledgard (correcto Antonio Banderas); un respetado y muy ambicioso cirujano plástico. Es un investigador que no se detiene ante nada desde que su esposa sufrió un accidente de tránsito del que resultó con con gravísimas quemaduras. Desde entonces Ledgard dedica su vida a tratar de crear una piel. Una que sea capaz de resistir el dolor y las quemaduras. Su vida está apuntalada por Marilia, una criada (a cargo de la solvente Marisa Paredes) y se vuelve aún más tortuosa por un hecho que altera la existencia de su hija. Entre la medicina y planear una venganza al Ledgard la vida se le va transformando en una pesadilla. En su casa-clínica tiene prisionera a su cobaya-paciente. En ella, convertida en su posesión y en su objeto del deseo extremo, trabaja día y noche. Vera, tal el nombre del personaje que encarna la bellísima Elena Anaya, es su obsesión y a la vez será disparadora de la violencia, del amor y la intriga. Puede incomodar al desprevenido, sorprender al que recién lo descubre, llenar los sentidos al almodovariano, pero de seguro "La piel que habito" no pasará inadvertida.