Como si fuera la novela picaresca triste de un seductor, Amante a domicilio cuenta, primero, el ascenso de un joven que llega a Los Angeles con el sueño de ser un mantenido por las damas y, segundo, el derrotero moralizante de este personaje, cuando sus atributos físicos no tienen el encanto suficiente. Historia que, de diferentes maneras, ya nos contaron (y mejor) Perdidos en la noche, Gigoló americano o Mi mundo privado. En un sólo párrafo, de qué va la trama: Nikki (Ashton Kutcher) es un joven vividor que está dispuesto a intercambiar favores sexuales a cambio de techo, comida... auto descapotable, desayunos con champán y camisas Hugo Boss. Mientras lleva esa vida a costa de una abogada de 50 años (Anne Heche), conoce a una camarera de la que se enamora (Margarita Levieva) y que lleva la misma vida que él. En otro párrafo, algunas conclusiones. Aunque el trailer promete una película amable con imágenes de cuerpos femeninos, piletas de agua azul y cócteles de piña, el filme intenta contar el lado oscuro de esa vida de lujo. Lo intenta a través del personaje de Nikki, cuyo mayor encanto está en su estampa de Adonis para la mesa de luz de señoras con poca compañía y muchos ceros en sus cuentas bancarias. A diferencia del personaje de Jude Law en Alfie (otro ejemplo de un filme sobre un seductor nato), Nikki no tiene carisma o encantos extras, y su mayor talento puede fotografiarse: su cara. Lo mismo puede decirse del propio Kutcher y de su compañera, Margarita Levieva (la vimos como una chica hot en Adventureland). Con altibajos, una narración desganada y giros antojadizos en el guión, el filme intenta esbozar un drama íntimo sobre la vida vacua de un toy-boy que un día “recibe su propia medicina”. Sin embargo, la historia no sólo no conmueve, tampoco entretiene. La música intenta rescatar el interés en algunos momentos dramáticos, así como algunos instantes de Kutcher en los que su interpretación toca alguna expresión sensible. Pero no es suficiente, y el filme termina cayendo en el mismo lugar que su personaje: el vacío. Para que no digan que Ashton Kutcher no intenta autosuperarse: cuando parecía que no podía hacer una película peor que El efecto mariposa, con este filme lo logra.
No es la historia de un amor "Esta no es una historia de amor”, advierte una grave voz en off, antes de que comience la película, y tiene razón. Porque esta comedia romántica no es el relato feliz de dos personas que se enamoran, sino de una. Tom (Joseph Gordon-Levitt, el pequeño actor de la serie Third rock from the sun, que ya creció) es un chico sensible, resultado de haber tomado demasiado en serio las letras de The Smiths y el guión de El graduado. Summer (Zooey Deschanel), en cambio, como Tonino Carotone, no cree en el amor. A través de esa voz en off que comienza a narrar esta historia (y que se retira en el momento adecuado, cuando la historia se puede ya contar sola), sabemos entonces que Tom y Summer se conocieron en el trabajo, salieron un tiempo hasta que ella lo dejó. Lo que se desarrollará, entonces, en los siguientes 95 minutos, será cómo ocurrió todo aquello. Y quizá el gran acierto del director Marc Webb es desde dónde y cómo narrarlo. Porque la historia se cuenta desde la versión y mirada de Tom, detrás de las cuales se ubica el espectador. De esta manera, la película muestra desde los anteojos del protagonista cómo ella se convierte, primero, en “la luz de sus ojos”; luego, en “la chica más odiada del mundo”. Podría argumentarse que nunca el filme devela la visión del personaje femenino, que queda reducido a un extraño objeto de afecto. Pero, a fin de cuentas, la elección es clara: no se trata del relato de un romance, sino del de un enamoramiento y ¿no es acaso ese el relato siempre ansioso de una experiencia súper personal? Por otro lado, el orden cronológico es otro de los aciertos del filme. Como quien cuenta una epopeya sentimental a un amigo en un café, guiado más por asociaciones emotivas que por la sucesión temporal de los hechos, la película evoca las etapas de la relación repasando los 500 días desde que ambos se conocieron hasta que terminaron. Así, el calendario de amor y desamor arma el rompecabezas de la pareja. Equilibrando momentos de humor (la confidente y consejera de Tom es su hermana de 12 años, quien se burla de su inocencia sentimental) y de emociones (la música es otro punto fuerte), Tom transita los estados anímicos de su relación con Summer. Amenizan e ilustran la interioridad del personaje recursos que recuerdan a Amelie: escenas de coreografía de musical, recreación de películas en blanco y negro, animaciones, montajes. Pero si el francés (como otras comedias) era el filme de un amor feliz; este muestra también el otro lado de esa alegría.
La culpa crece sola en el desierto Finalmente, Guillermo Arriaga dio el paso. Después de expandir su personal estilo como escritor de cine en películas como Los tres entierros de Melquíades Estrada y en la dupla rendidora que mantuvo con Alejandro González Iñárritu, esta vez el mejicano decidió dirigir su propio proyecto, Camino a la redención. Otra vez, el clima de la narración está teñido por la aridez del desierto, la soledad de las fronteras y la desolación de personajes e historias que terminan cruzándose. Cuatro ejes narrativos aparentemente diferentes inician el relato. Por un lado, está Silvia (Charlize Theron), una sommelier taciturna, solitaria y presa de un hermetismo emocional, de cuyo pasado no se sabe demasiado aunque se refleja en la forma en la que se auto flagela. Por otro lado, está Gina (Kim Basinger), que se recupera de un cáncer de pecho en silencio y vive apagada en su rutina familiar, hasta que comienza una aventura romántica que le devuelve la vitalidad. También se presenta a María, una niña que vive con su padre y un amigo de él, y que tras una accidente de su progenitor debe buscar a su madre. Finalmente, en una ciudad fronteriza, dos jóvenes adolescentes de familias inconciliables se enamoran en contra de toda razón. Con austeridad musical casi total, la narración se desarrolla con una cadencia silenciosa y con un aplomo que remite a 21 gramos o a Babel. Y así, se liberan los hilos del ovillo nuclear del filme, para enredarse entre sí nuevamente hacia el final y terminar contando una sola historia, la de la culpa, sus orígenes y consecuencias, y las posibilidades de redención en el seno familiar. Lo que no subraya la música, lo aporta la fotografía del filme, que instala el panorama anímico sobre el que se mueven estos personajes, casi siempre en planos generales. Eso no impide que las actuaciones de Theron y Basinger se destaquen, aun con las limitaciones expresivas que el bisturí dejó en la cara de esta última. Así, figura y fondo se potencian y retroalimentan en función del relato. Con estos elementos, Arriaga cuenta una historia tremenda, personal y, sobre todo, femenina. Sin embargo, la película decae en las formas: en la estructura de palimpsesto del guión, (demasiado vista ya); en el tono opresivo y árido de la narración; en las metáforas visuales insistentes; en la resolución que se deja adivinar y se cierra como una burbuja, demasiado redonda. Para descubrir al Guillermo Arriaga director. Una virtud: las actuaciones de Theron y Basinger. Un pecado: la estructura narrativa ya vista.