Irremediable encuentro con uno mismo Les garcons et Guillaume á table!, cuyo título local es Yo, mi mamá y yo, es un film de comedia escrito, dirigido y actuado por el propio Guillaume Gallienne, quien narra su aparente vida tras un doble esquema de representación, pues el film se cuenta con un espectáculo teatral que el personaje principal, Guillaume, monta para contar su vida, a través de un racconto cinematográfico. Guillaume vive en el seno de una familia acomodada de París, y es el mayor de tres hermanos, todos varones. Pero a diferencia de sus hermanos, desde chico se inclinó por preferencias menos masculinas y se apegó fervientemente a su impulsiva madre (también interpretada por Guillaume), alcanzando en su adultez a reconocerse como una chica. La familia se completa con su padre, un característico retrógrado y negador a pesar de los intentos de Guillaume por darle a entender su inclinación, nunca logra comprenderlo, pretendiendo que realice deportes y actividades masculinas. El intrincado esquema psicodramático del personaje permite a la película exponer en tono de comedia el delicado mundo de Guillaume, cargado de burlas y satíricas situaciones durante su adolescencia y su paso a la adultez, en esa permanente búsqueda de plenitud sexual. Tras diversas situaciones, como ser viajes hacia lugares recónditos de España donde aprende a bailar sevillana, o altercados intentos de atraerle a un compañero de escuela, Guillaume expone sus miedos y trata de demostrar que puede alcanzar la felicidad cargando con ellos. Pero la vuelta la encuentra el mismo Guillaume, quien sorpresivamente se suelta al ruedo de enfrentarlos y hacerse cargo de su temores para romper su estructura mental, y aventurarse a nuevas relaciones. La película carga con una serie de gags en tono de comedia que entretienen y hacen llevadera la historia, nada particular, de un chico gay en una familia de alta clase francesa. Muy prolija en sus detalles, el mayor exponente de sorpresa gira en torno al peculiar vuelco que le encuentra el autor a la trama del film. El gancho, entonces, es una historia invertida, atravesada por una compleja red de imposiciones familiares. Como resultado da un film original, delicado, y sorpresivo, que se adelanta a ofrecer una salida contundente en la historia, y a entretener durante el rato a la picaresca audiencia.
Un mundo menos soñado The Zero Theorem, para la versión vernácula Un mundo conectado, es un film de ciencia ficción que pretende cerrar en su relato las verdades esenciales sobre el ser humano. En su paradigma futurista, ultra sofisticado, donde la informática reinó como para brindar satisfacción a todos los placeres de la vida (algo que parece muy actual, entendiendo nuestro tecnófilo modo de vida del siglo XXI), alcanza a plantear los vacíos básicos del alma humana, ante cuestiones elementales como cuál es el sentido de la vida, o cuándo llegará la llamada que nos cambiará, etc. La película trata sobre un personaje aislado de este mundo hiperconectado, quien trabaja para una mega empresa informática calculando entidades, y que esta empresa hace dinero con dicha información. Cansado de su ritmo monótono y su pobre vida social, decide recluirse en su casa a la espera de una llamada que le cambie su vida. Recluirse, si, literalmente, pues su casa no es otra cosa que una vieja iglesia monástica venida abajo. El personaje de características primitivas (Chistophe Waltz), lampiño, tosco, de pocas palabras, hace lo posible por conseguir realizar su trabajo desde su casa. Y lo consigue, a través del encargo de calcular el teorema zero, una especie de código universal que ordenaría el caos y llevaría toda la materia a una especie de agujero negro, o big bang en retroceso. El film parece una versión aggiornada de aquel que llevó a Terry Gilliam a destacarse como un director particular. No apunto a otro film más que a la joya de ciencia ficción, Brazil. En este caso, tenemos un personaje solitario y alienado por el sistema social, del que forma parte como pieza del mecanismo monstruoso dominante y que no pretende otra cosa que escaparse de ese paradigma de vida. En ese lapso aparece una chica (Mélanie Thierry) que puede llegar a marcar su deseo y hacerlo salir de su tediosa y monótona rutina. Pero a pesar de esta errática historia, en esta oportunidad la película plantea un universo futurista típico, casi como un resumen de tantos otros futurismos ya vistos en la pantalla grande, caótico, barroco, pleno de invasión de colores y sonidos, en este párrafo nada nuevo para sumar, con su particular estilo retro vintage que el director le aporta a sus creaciones. Pero el problema de afinidad que plantea la cinta es el intrincado entramado de salidas que propone a nivel narrativo. Ya bastante complejo es entender los motivos del personaje, como para encima abrir y tirar líneas y plantear asuntos que luego no termina de recuperar, cayendo en lugares y salidas difíciles de asimilar para el mundo que propone. Un mundo conectado entretiene, si, pero deja de verse interesante a medida que nuestro personaje empieza a perder interés en sus sueños, empieza a perderse en su propia fe, una especie de reducto inventado que comienza con el lúgubre hábitat de su capilla abandonada. Sumado a ciertas compañías que parecen no darle explicación y tratan más de confundir que de aclarar la historia, el relato no deja de ser una clásica experiencia cinematográfica de género, pero cargada de detalles, brillos y metáforas vacías que no concluyen en un trazado circular en la subtrama del film. En conclusión, un mundo hiperconectado, que hace perdernos en nuestros propios sueños.
Crónicas de la expiación La película trata sobre un escritor obsesivo, Luis Vega (Pablo Echarri), que comienza a investigar un crimen actual cuya narrativa lo lleva al personaje de Laura (Leticia Brédice), a quien la prensa y la opinión pública tilda de presunta asesina pasional de su esposo, tras el supuesto hecho de infidelidad de su marido. La relación con el personaje de Brédice se adecúa a la condición de viuda-femme fatale, sensual y adinerada no se cansa de perseguir con ademanes y miradas al debilitado escritor, quien cuando acepta acercarse, apenas alcanza a confesarle su miserable verdad junto a los detalles sobre el asesinato de su marido, dejando afuera para él y toda la audiencia, el deleite de la esperada experiencia sexual. Como era de esperar, los sutiles detalles serán los vehículos que lleven al resultado promisorio de concluir la novela del frustrado escritor, para quien su editor podría definirse como único y fanático de sus trabajos. El núcleo familiar de nuestro personaje se compone de una esposa (Mónica Antonópulos), quien además de cumplir el rol de madre y mujer del siglo XXI, descuida a su familia por mantener encuentros de sexo casual; y un hijo que apenas lo reclama. Ante este escenario de escasa contención, la ira y desesperación del protagonista resultan justificables. Sin embargo, sin darse cuenta esa ira lo controla, y se deja llevar por las pasiones. Enfermo de celos (en realidad no tanto, pero es necesario remarcarlo) descarrila ante la obsesión de la búsqueda de la verdad en un caso que en realidad ni siquiera le interesa, ni tampoco sabe bien para qué la busca, más allá del pretexto de suplir la falta de inspiración y vacío, al momento de escribir. El film promete un thriller de intriga, y misterio, algo que lleva y vuelca con obstinada atención. Prolija en los aspectos técnicos, tanto en la cuidada y por momentos oscura fotografía, como en lo detalles sonoros, que sirven de apoyo estético. Pero a pesar de esa minuciosa búsqueda expresiva, el relato avanza caprichosamente a los lugares buscados. Todo brindado al espectador para que imagine y justifique el esperado final. Sin vueltas ni rodeos, la historia avanza, como parece avanzar el escritor en su investigación y en su novela. Como si todo estuviera dicho y sólo hubiese que hacerlo, sin posibilidad de error. Quizás lo más interesante del personaje de Vega sea el mismo Pablo Echarri, quien en este caso como antihéroe no mide sus esfuerzos para escaparse de esa condición. Pero su débil actitud termina sometiéndolo a su entorno: su mujer, su editor, su provocativa fuente de información y la misma justicia. A pesar de mostrarse seguro, el personaje encarado por Echarri no logra acceder al status buscado, tratando de sostener sin resultado satisfactorio esa máscara característica de pibe 10. Apenas en el momento de máxima tensión y acción es donde su inseguridad se desdibuja y encamina hacia una salvación o, por lo menos, un intento de expiación, para recobrar el espacio de exitoso escritor, personaje del momento.