Aventuras medievales en ambientes fantásticos Corre el siglo XIV de la era cristiana y Europa se debate ante varios frentes, a cual más devastador: el diabólico poder de las brujas, el castigo quizás divino de la peste y las heroicas Cruzadas contra los herejes. En ese contexto histórico signado por la pobreza, el hambre, las perversiones humanas y el influjo de fuerzas oscuras, Dominic Sena (Kalifornia, 60 segundos) sitúa su nueva aventura fílmica, Cacería de brujas, con el inefable y posmoderno Nicolas Cage como protagonista. No se trata de un relato histórico ni tampoco pretende ser realista. Es fantasía pura, inspirada en esos datos que a través del tiempo se convirtieron en clichés y estereotipos capaces de abonar ficciones que apelan a lo un poco retorcido, bizarro y sobrenatural, un gusto que se podría considerar casi perenne a lo largo y a lo ancho de la historia cultural de occidente. Y que siempre está a mano cuando se quiere representar una época de gran confusión moral y espiritual, y de extrema crueldad. Con esos elementos básicos y un par de pesos pesado de la pantalla, más un menú de efectos especiales ad hoc, se puede lograr un entretenimiento lucrativo con alguna que otra moraleja. Behmen (Cage) y su inseparable compañero Felson (Ron Perlman) son guerreros y han participado en innumerables y sangrientos combates cuerpo a cuerpo con el enemigo de Oriente: el Islam y sus acólitos. Pero no es la fe lo que los motiva, son más bien profesionales expertos en matar y sobrevivir a cada batalla, aparentemente motivados nada más que en las recompensas que recibirán a posteriori. Sin embargo, algo sucede que los hace cambiar de opinión. En desacuerdo con las órdenes superiores, deciden abandonar el frente y volver a casa. Al regresar, encuentran a Europa sumida en la miseria y la peste. Son acusados de desertores pero se les ofrecerá un trabajo a cambio de retirar los cargos. Por orden del cardenal D’ambroise (un irreconocible Christopher Lee), deberán trasladar hasta un tribunal eclesiástico a una joven acusada de bruja y de ser la causante de la gran peste. La historia, que combina acción y aventura con aspectos fantásticos, se desarrolla en fríos y húmedos bosques con climas enrarecidos por la presencia de fuerzas desconocidas. El viaje estará lleno de peligros y acechanzas. Pronto, el temor ante lo desconocido empezará a diezmar la moral de algunos de los viajeros. Si bien no todos llegarán a destino, Behmen y Felson consiguen arribar al monasterio donde se espera que un altísimo tribunal se encargue de juzgar a la muchacha y eventualmente, permitir mediante ese proceso, la erradicación de los males que aquejan a la población. Sin embargo, nuevas sorpresas los están esperando allá, nada más para que descubran que se están enfrentando a un enemigo mucho más peligroso y poderoso que la harapienta brujita. Pero también, gracias a la agudeza mental del cura que va con ellos, encuentran la clave para contrarrestar esa fuerza destructiva y diabólica, y no es otro que el Libro de Salomón, el libro de la sabiduría. Habrá una batalla final y de algún modo se hará justicia, aun cuando no haya ningún tribunal explícito para ejercerla. Porque es sabido que este tipo de propuestas, aunque no tenga un guión sólido (el problema más evidente de esta película), casi siempre lleva implícito un mensaje políticamente correcto.
Catástrofe total, sufrimiento garantizado “Biutiful” es la primera película de Alejandro González Iñárritu luego del ruidoso divorcio de su ex guionista Guillermo Arriaga, con quien compartió sus títulos anteriores: “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”. En esta nueva etapa, Iñárritu eligió como acompañantes en el guión a dos argentinos, Armando Bo y Nicolás Giacobone, y también convocó a Gustavo Santaolalla para la banda sonora. La película reúne además a actores de diverso origen, aunque el que más se destaca, obviamente, es el protagonista, Javier Bardem, quien si bien no es el mejor del elenco, sí es por lejos el más famoso y taquillero. Pero hay que decir que en el terreno actoral está muy bien acompañado por un reparto de fuste, aunque no de renombre. Hay argentinos, españoles, africanos, mexicanos, de todo un poco. La historia es el problema, por decirlo de algún modo, o quizás la manera de contarla, lo que sea, “Biutiful” no satisface, no alcanza ni la calidad dramática de las tres películas que corresponden a la etapa del matrimonio González Iñárritu-Arriaga, ni tampoco la potencia estética. En “Biutiful” observamos un relato recargado, por momentos desprolijo y en varias ocasiones, ininteligible, literalmente (no se entiende lo que dice Javier Bardem cuando cuchichea, y para colmo, lo hace a menudo). Pero el asunto más difícil de roer es la anécdota, que es dura, durísima. La cámara se ensaña, podríamos decir, con el personaje principal y su interminable rosario de desventuras, al punto de que no hay ni un momento de pausa, ni siquiera para tomar un poco de aire. Pilla a Uxbal, un hombre de unos cuarenta años, en el peor momento de su vida y lo persigue prácticamente “a garrotazos” hasta quitarle el último aliento vital. ¿Era necesaria tanta crueldad? Se trata de un hombre que sobrevive en los suburbios de Barcelona, donde se concentran la inmigración ilegal, los negocios turbios, la droga, la prostitución y un sinfín de calamidades que suelen aportar algún dinero rápido pero que se termina pagando a un precio muy alto. Uxbal está a cargo de sus dos hijos pequeños, porque la mamá de los niños sufre un trastorno bipolar, además de otras patologías, como adicciones y conductas inapropiadas, que la inhabilitan para el rol de madre. Pero además, se ocupa de hacer de intermediario entre los inmigrantes ilegales y la policía local, lo que significa administrar coimas y otros asuntillos fuera de la ley. Pero también se entera de que padece un cáncer terminal y que no le queda mucho tiempo de vida. Y por si fuera poco, los grupos de inmigrantes a los que regentea son diezmados por situaciones catastróficas imposibles de remontar. Fractura moral Uxbal tiene que lidiar con todo eso y con la angustia que devora su alma, su fracaso como hombre, como padre, la falta de afecto y de un lugar tranquilo y seguro para mantener una familia. Bardem interpreta bien esa fractura moral a la que está sometido el personaje, quien por un lado hace negocios con lo más sórdido de la sociedad y por otro, intenta cumplir con los mandatos tradicionales que hasta los más oscuros delincuentes añoran en lo más recóndito de su ser: una vida respetable y normal. El estilo para contar todo esto es un tanto caótico, por momentos estridente y hasta molesto, como acentuando todavía más el peso agobiante de la historia en sí misma. Sin concesiones ni atenuantes, la vida no da respiro ni salida al protagonista, quien sólo parece encontrar un atisbo de experiencia trascendente comunicando con los muertos, como si los realizadores quisieran decir que Uxbal pertenece más a la muerte que al mundo de los vivos. Triste, desgarradora, abrumadora, un mazazo, sólo recomendable para masoquistas militantes.
Otra fábula urbana del talento neoyorquino El veterano y prolífico Woody Allen vuelve a poner en escena sus temas favoritos: el amor, la amistad, la vejez, el miedo a la muerte, la infidelidad, la neurosis urbana, la angustia existencial y los “remedios” que el mercado ofrece a cada paso... En “Conocerás al hombre de tus sueños”, se entrecruzan varias historias personales que a veces confluyen y otras, colisionan, según sean los intereses que cada uno ponga en juego al momento de relacionarse con el otro. Sally (Naomi Watts) es el sostén de su matrimonio con Roy (Josh Brolin), trabaja para Greg (Antonio Banderas), un marchand exitoso, mientras espera que su marido, que ha renunciado a ejercer la medicina pese a tener el título, tenga éxito como escritor de novelas, algo que no se presenta fácil. Sally tiene que hacer frente también al divorcio de sus padres, Helena (Gemma Jones) y Alfie (Anthony Hopkins), y sus consecuencias. La historia transcurre en Londres y los personajes están construidos en base a las características típicas de la clase media de las grandes ciudades, con un buen pasar pero muchos conflictos afectivos y emocionales, que tienen que ver con las aspiraciones personales, los proyectos de vida, casi siempre frustrados por la realidad. Roy es un hombre de 38 años, escritor fracasado, mantenido por su esposa. Sally tiene que salir a trabajar, a malvender sus aptitudes y capacidades, cuando preferiría estar en su casa y solamente ocuparse de tener una familia. Helena ve desbarrancarse su matrimonio después de cuarenta años y encuentra consuelo en los consejos de una supuesta vidente, mientras que Alfie ha decidido que todavía tiene cuerda para rato y sale a la busca de amantes jóvenes para caer pronto en las garras de una prostituta treinta años menor, Charmaine (Lucy Punch), con quien vivirá una pasión tan arrolladora como breve que lo devolverá otra vez a la verdad que tanto quiere evitar: el ocaso de la vida y el temor a la soledad. Roy fantasea con una vecina a quien espía por la ventana, Dia (Freida Pinto), y a quien finalmente seduce, mientras Sally se hace los ratones con Greg, su jefe, un hombre casado pero insatisfecho que, para desilusión de Sally, caerá en los brazos de una amiga artista que ella misma le presentó. Una trama de encuentros y desencuentros, típica del mundo de Allen, en la que se ponen en crisis valores y creencias, mientras se buscan sustitutos que ocupen el lugar de aquellas cosas en las que se creían y que por algún motivo han desertado: amor, realización personal, éxito profesional, familia, valores morales, etc. Una vez más Allen hace alarde de su oficio y maestría para ofrecer un producto técnicamente irreprochable, con buenos actores que se lucen más cuando se ponen bajos sus órdenes, brindando un entretenimiento con esos ingredientes usados con inteligencia como son el conocimiento del alma humana con sus contradicciones, sus miserias y sus chispas de lucidez y grandeza, todo visto desde la perspectiva escéptica y cínica típica del director neoyorquino, que una vez más pone el acento en el egoísmo como el combustible que alimenta todos los conflictos.
El amor no tiene remedio Jamie Randall (Jake Gyllenhaal) es un joven treintañero que vive en un pueblito de Estados Unidos donde intenta hacerse un camino como vendedor de electrodomésticos, pero sus debilidades eróticas le complican, más que facilitarle, las cosas. Es el hijo mayor de un matrimonio clase media que tiene dos hijos varones y que no hace más que esperar que consigan un buen trabajo y hagan su vida de una vez por todas. Jamie es un seductor compulsivo y casi siempre consigue lo que quiere, seduciendo mujeres aquí y allá. Cuando se propone ingresar al mundo de los visitadores médicos, para así tener la chance de buenas ganancias y otras gratificaciones que concede la industria farmacéutica, lo logra sin mucho esfuerzo gracias a sus encantos. Mientras, su hermano Josh (Josh Gad), un joven bizarro felizmente casado, pero en crisis matrimonial por razones indescifrables, se muda al departamento de Jamie en busca de refugio. El carismático Jamie, en tanto, empieza a promocionar productos del laboratorio Pfizer en destacadas clínicas del lugar y recurre a todo tipo de ardides para desplazar a la competencia en determinados rubros, especialmente el de los antidepresivos, de mucho consumo en la década de los ‘90, en que está ambientada la película. La guerra es entre Prozac y Zoloft. En tono de comedia de enredos, el film de Edward Zwick (“El último samurai”, “Diamantes de sangre”), que está basado en una novela, pretende desnudar los entretelones del descarnado mundo del mercado farmacéutico. La crítica, que a veces roza la sátira, apunta al cinismo con que se manejan todos los actores, desde los médicos, pasando por enfermeras, secretarias, vendedores y llegando hasta los pacientes, en un ambiente en que se asume que todos consumen algún tipo de droga de las que siempre están a mano para calmar cualquier trastorno. En ese ámbito, Jamie conoce a una hermosa joven, Maggie (Anne Hathaway), quien pese a sus radiantes 26 años, padece un incipiente Mal de Parkinson, que la tiene condenada a una medicación permanente. Aquí las cosas tomarán un giro y la novela, que parecía una comedia crítica, se torna un tanto romántica y llega casi al melodrama, porque los jóvenes, lindos como son, no podrán evitar enamorarse, aunque ninguno de los dos esté pensando en eso ni mucho menos cuando dan rienda suelta a sus deseos pasionales. Acostumbrados a seducir y vivir el momento, eludiendo deliberadamente los compromisos, el amor les hará cambiar de parecer, aunque no sin resistencias ni conflictos. Pero mientras sucede todo esto, que implica cuestiones como asumir una enfermedad incurable cuya evolución es de mal pronóstico y qué hacer cuando uno se enamora de una persona que padece ese mal y qué hacer cuando se está enfermo y no se quiere sufrir de más ni hacer sufrir, etcétera, mientras la parejita vive este dilema, derrochando encanto sensiblero en la pantalla, el mundo de la industria farmacológica se asoma a una nueva era, aparece la droga de la felicidad que si no cura, al menos hace olvidar algunos males: el Viagra. ¿Qué tiene que ver esto con el melodrama de Jamie y Maggie, y el fastidioso hermano menor siempre metido en el medio? No mucho, solamente que le permite a Jamie dar un salto cualitativo y cuantitativo en su carrera de promotor, escalar posiciones, adquirir influencias, e intentar por todos los medios conseguir el mejor tratamiento para su chica. Aun cuando la relación entre ellos sufra de crisis y recaídas, y aun cuando las tentaciones del mundo de los negocios sea muy fuerte, finalmente esta suerte de “Love story’’ aggiornada se impondrá sobre cualquier otro tipo de intereses, y Jamie estará dispuesto a cuidar de Maggie y Maggie estará dispuesta a dejarse cuidar. La película de Zwick no supera la media de una comedia hollywoodense, que picotea en varios temas sin profundizar ninguno y que apela a actores bellos y taquilleros, sin renunciar a estereotipos y golpes bajos, ni a las fórmulas trilladas del cine de entretenimiento donde se mezclan sentimientos, acidez y algunos toques bizarros, como indica la moda.