Demoliendo muros mentales “¿Diferente de quién?” es la ópera prima de Umberto Riccioni Carteni, un joven realizador italiano que luego de desempeñarse como asistente de dirección de algunas grandes figuras del cine de su país, se lanzó al ruedo con un largometraje en tono de comedia romántica. El guión, de Fabio Bonifacci, pone el acento en las cuestiones amorosas de los protagonistas, una pareja de hombres gays que lleva catorce años de convivencia, y una mujer solitaria, que viene de un divorcio traumático. El ámbito donde se conocen es en las filas de un partido político de centro, en una ciudad del norte de Italia, supuestamente Trieste. En plena campaña para las próximas elecciones locales, el comité electoral decide buscar un competidor interno para el candidato oficialista, con el fin de garantizarle a éste un triunfo que lo consolide ante la oposición, que viene tallando fuerte en las encuestas. Una clásica “rosca” política, que implica también posicionar a la candidata femenina, que por ser mujer, debe postergar sus aspiraciones o en todo caso, camuflarlas detrás de un candidato perdedor y para colmo gay. En fin, los operadores se la pasan haciendo cálculos electorales y buscan qué aspectos resaltar de la imagen de las figuras elegidas: Piero, el candidato gay, y Adele, la candidata conservadora. Cuando ambos se encuentran en una reunión partidaria para afinar estrategias, la incompatibilidad es imposible de disimular y ambos se sacan chispas. La película, hasta ese momento, abunda en guiños referidos a los trucos, artimañas y mentiras de los que se nutren los programas políticos y cómo, finalmente, todos deben rendirse a lo que capten y difundan los medios. La vida sentimental Pero aunque se pueda pensar que Carteni se adentrará en los intríngulis de la política, la corrupción y las tramas secretas del poder, se trata nada más que de un escenario apenas esbozado y planteado, donde se dirimirá el verdadero problema que le preocupa: la vida sentimental de sus protagonistas. Es que tanto Piero como Adele rápidamente sucumbirán a sus intereses personales y pondrán en un segundo plano sus carreras políticas o sus ambiciones en ese aspecto, o en todo caso, las subordinarán a sus deseos más íntimos. Es un dato que se corresponde con el tono general “políticamente incorrecto” que plantea el filme, donde se busca, aunque livianamente, desarticular los esquemas establecidos, jugando siempre con la réplica especular. De modo que el gay liberal se enfrenta a la conservadora defensora de la familia, pero finalmente ambos terminan influyéndose uno al otro al punto de invertir los roles. En el campo político, tratado de manera más liviana aún, ocurre lo mismo, las maniobras proselitistas de los contendientes muchas veces terminan generando el efecto opuesto al buscado. Los límites se trastocan, provocando más de una situación risueña, rozando muchas veces el sarcasmo y hasta el humor negro. Un papel importante juega Remo, la pareja de Piero, quien no tiene ningún interés político, pero está dispuesto a acompañar a su hombre en todos los emprendimientos, incluso los más audaces, mostrando una flexibilidad y una amplitud extraordinarias. Se trata, en definitiva, de un triángulo amoroso, que surge a partir de las diferencias, se apoya en ellas y se resuelve mediante el libre curso de las emociones. El mensaje de Carteni es claro, en su película se deja hablar a los sentimientos, que se impondrán a todos los intentos por encorsetarlos, aunque pongan en riesgo otras estructuras aparentemente más sólidas, como los poderes públicos, los partidos políticos y hasta la familia misma.
Cuando los excesos pasan factura “El mundo según Barney” es una película que es mejor no subestimar, porque si se mira con atención, presenta muchos aspectos interesantes que tienen que ver no sólo con toda una vida, la vida del personaje protagónico, sino con una época, el espíritu de esa época, una generación que lleva la marca de un estilo de vida que se comprometió, quizás sin pensarlo demasiado, con una expansión de la conciencia hacia límites desconocidos, y muchas veces, sin pasaje de retorno. El joven Barney (Paul Giamatti), hijo de un policía judío de personalidad carismática (Dustin Hoffman), fue hippie en los setenta, vivió y sufrió el amor libre, se casó con una joven borderline que pronto lo deja viudo mediante suicidio, se vuelve a casar con una mujer de familia acomodada, pensando en la conveniencia, pero casi al mismo tiempo se enamora de la mujer de su vida, a quien perseguirá hasta alcanzarla. Fiel, a pesar de las íntimas traiciones, a un grupo de amigos también fronterizos, que gastan su vida rápidamente inmolándola en el abuso de drogas, alcohol y sexo descontrolado, Barney se las ingenió para navegar sobre aguas revoltosas y pese a todo, mantener el rumbo de su nave. Es productor de televisión y sabe cómo manejar su negocio. Mientras sus amigos andan a la deriva, él mantiene su cable a tierra, aunque se permite algunas excentricidades, sobre todo, en cuestiones afectivas. Por momentos parece caprichoso, tirano con los que ama, egoísta, sin embargo, es capaz de gestos nobles, de entrega desinteresada y siempre está cuando lo necesitan. Un tipo simpático, medio loco, pero sentimental, al fin y al cabo. Las cosas se le ponen más turbias de lo que hubiera imaginado cuando su mejor amigo desaparece en circunstancias muy confusas y Barney es acosado por un policía que lo acusa de asesinato, y aunque nunca puede probarlo, escribe un libro con su tesis, con el solo fin de manchar el nombre de su sospechoso. De modo que el protagonista está sometido a un cúmulo de presiones que tratará de sobrellevar, intentando mantener el control de su vida, y al mismo tiempo, encontrar las respuestas que también a él lo trastornan. Estaba tan borracho que no recuerda qué pasó con su amigo al momento de desaparecer y se ve que la duda lo perturba. Al momento actual, se ha divorciado también de la madre de sus hijos, la mujer de su vida, su tercera esposa y está solo. Los primeros signos de decadencia física empiezan a manifestarse y pronto se le diagnosticará una enfermedad degenerativa progresiva que va sumiendo su mente en una nebulosa. El talento de Dustin Pese a los esfuerzos por mantenerse al frente del timón, no podrá con sus propios límites y ya en el final de su vida, aun cuando algunos misterios logren revelarse, se sugiere que muchos secretos se irán con él, perdidos en su memoria destruida por la enfermedad. Es una película que apela a los raccontos de manera insistente, con la intención de reconstruir el hilo de la historia íntima del personaje, aunque la narración tropiece precisamente con esos paréntesis en que no se sabe a ciencia cierta qué ha ocurrido, ni cómo han experimentado los acontecimientos los otros personajes. Es solo el punto de vista del protagonista, que como tal, es incompleto y lleno de zonas grises. Aunque al mismo tiempo, es una historia que se parece a la de mucha gente de esa generación, que decidió vivir la vida con intensidad, forzando los límites. El plus de calidad lo aporta Hoffman, el veterano actor hollywoodense, quien con su talento le sube la calificación al filme.
Una de píldoras y electroshocks para aventar fantasmas Después de nueve años de silencio, volvió John Carpenter con una película en la que retoma sus temas favoritos, como son el terror, el suspenso, el misterio, clase B o C: “Atrapada”. Se trata de un thriller psicológico, ambientando a mediados de la década de los ‘60, en Estados Unidos. La protagonista es una joven, Kristen, que presa de algún trastorno mental, incendia una casa rural y es detenida por la policía. La muchacha es internada en un hospital neuropsiquiátrico, porque será muy linda, pero es obvio que su actitud ante la vida y el resto de la humanidad no es de las más tranquilizadoras. La chica, además de incendiaria, es bastante explosiva y revoltosa. Claro que el hospital donde es recluida no colabora mucho para volverla a sus cabales. Allí deberá compartir espacios con otras chicas más o menos de su edad, con trastornos diversos, con quienes tiene reiterados encontronazos. Pero los que acosan verdaderamente a la pobre criatura son una enfermera con cara de vieja vinagre y modales al tono, y un enfermero con pinta de patovica con mucho músculo y poco cerebro. Ambos responden a las órdenes del médico psiquiatra que está a cargo del tratamiento, el Dr. Stringer, un individuo algo flemático que parece tener todo bajo control, aunque tendrá que enfrentar uno que otro intento de sublevación de las internas e, incluso, un atisbo de insurrección de sus subordinados. Sucede que Kristen está convencida de que no está loca y que algo malo sucede allí, algo que no le quieren decir, y que pone en peligro a las pupilas. Ella cree que es el fantasma de una jovencita que estuvo internada en el hospital y que ha desaparecido de manera misteriosa, y que ha vuelto para matarlas a todas, una por una. Y sospecha que el doctor y los enfermeros son cómplices del fantasma asesino. La chica no quiere tomar su medicación y a veces arma tanto revuelo que le tienen que aplicar uno que otro electroshock para dejarla groggi y que no moleste por un rato. Claro que enseguida volverá a la carga hasta dar vuelta todo, con el sólo objetivo de escapar del encierro y liberarse de sus amenazas. Clichés Esta nueva película de Carpenter está hecha a la manera de los clásicos del suspenso, con casi todos los clichés. Las secuencias transcurren en el hospital, cuya arquitectura casi carcelaria aporta el escenario de opresión, con puertas sucesivas que se cierran con llaves y trabas, pasadizos oscuros y húmedos, escaleras que llevan para arriba y para abajo, pero que no conducen a ninguna salida, y siempre algún enfermero o alguna enfermera que cual despiadado guardiacárcel, abortará oportunamente, y no de buenos modos, cualquier intento de huida. Y para colmo, el fantasma de Alice (la chica desaparecida) acechando en cada rincón con su aspecto cadavérico repulsivo y su manía asesina. Kristen las tiene todas en contra y nadie la entiende... sin embargo, un buen día, todo mejora como por arte de magia. El médico parece persuadido de que está recuperada, esboza una explicación de las causas de su mal y el porqué de su conducta tan extraviada. La chica queda conforme y los padres vienen a llevársela... pero, puede que no sea tan así. El final es abierto y todas las dudas vuelven a precipitarse, como para que el espectador nunca sea rescatado de la confusión, igual que la atormentada protagonista. “Atrapada” es un producto mediocre del género, al guión le falta ritmo, la intriga decae demasiado a menudo y los momentos de tensión no llegan al clímax que se le exige al rubro. ¿O será que a estas alturas ya necesitamos dosis más fuertes?
En el límite del absurdo Cómo explicar esas cuestiones que atraviesan la vida espiritual de las personas y que pueden influir en una serie de acontecimientos impredecibles. “De dioses y hombres” plantea la acción en un escenario vibrante, complejo, por momentos, inasible. Se ubica a principios de la década de los ‘90 del siglo pasado, en las montañas Atlas de Argelia. Está basada en un hecho real. En ese lugar, se alzaba un monasterio de monjes cistercienses franceses, quienes se dedicaban al cultivo de la tierra, la producción de miel, la cría de ganado ovino y brindar asistencia médica a los lugareños. Esa unidad productiva estaba dirigida a mejorar la vida de los habitantes de la zona, cercana a un pueblo. Es decir, que se trata de población rural y semirrural, en un territorio montañoso y aislado de los grandes centros urbanos. Parece un ámbito donde reina la paz, la armonía, donde no hay prisa ni ruidos. Un ámbito propicio para la vida religiosa y la actividad desinteresada. Pero... esa imagen se quiebra a poco de comenzar el filme y la violencia irrumpe en los caminos, a merced de terroristas islámicos que empiezan a matar gente indiscriminadamente. Hoy le toca a un grupo de croatas, mañana a un vecino y después, puede ser cualquiera. Los ocho monjes que están a cargo del monasterio empiezan a sufrir todo tipo de conflictos, porque a pesar de estar en contra de la violencia y de no aceptar la lógica de las armas, cuando éstas hablan es difícil no escuchar. Comenzarán a recibir presiones y amenazas de los terroristas y el ejército les ofrece protección. Aquí es donde la película del francés Xavier Beauvois concentra el nudo del dilema de los religiosos, quienes aferrados a su fe y a sus votos, rechazan todo sometimiento al discurso armamentista y no aceptan la protección del ejército. A pesar de esa decisión, el miedo empieza a instalarse en su ánimo y todos los días deliberan entre ellos si deben seguir allí o volver a Francia, de modo que, quieran que no, la obra que llevan adelante se ve seria y trágicamente perturbada. Tratan de adaptarse a esta nueva realidad y a pensar en que tal vez los próximos sean ellos. Y esta cuestión los pone en crisis con su fe, con su vocación y hacen denodados esfuerzos por no renunciar a sus creencias y prioridades. La vida en el monasterio intenta seguir con su rutina de trabajo y asistencia a los enfermos, en su mayoría, mujeres y niños. Conflicto moral La cámara de Caroline Champetier se toma su tiempo para escrutar a cada uno de los monjes, desde el prior, hasta el médico cuya propia salud es frágil, desde el más fuerte hasta el más débil. Las dudas, el dolor, la tensión se contrarrestan con mutuo apoyo en los momentos difíciles, cánticos y oración. La llegada del invierno y las intensas nevadas ponen una cuota más de desolación y angustia a un paisaje ya diezmado por la violencia solapada que acecha en cualquier recodo del camino. Y como era de esperar, ni la fe, ni la inquebrantable voluntad de seguir pese a todo, ni la vocación irrenunciable por la paz salvará a estos monjes de las garras del terrorismo local. Beauvois no pone tanto el acento en los motivos políticos, étnicos o religiosos que podrían explicar la violencia, sino en el conflicto moral en el que se ven sumergidos los cistercienses y cómo, en circunstancias tan desfavorables, ellos entienden que deben seguir siendo fieles a sus votos. El tono denso y dramático que tiene el relato no permite ni un momento de relajación, no obstante, aun con su crudeza y realismo, no deja de soslayar un poco el absurdo. El absurdo de preguntarse qué sentido tiene lo que uno hace, lo que uno cree, lo que uno piensa, en un mundo no receptivo. Qué sentido tiene jugarse la vida de esa manera. Las preguntas quedan flotando en la bruma que se lleva a los personajes en la secuencia final. Y las respuestas se irán con ellos.
Una encantadora fantasía parisina Woody Allen da la sensación de hacer algunas películas “de taquito”. “Medianoche en París” es una de ésas. Comienza con una sucesión de imágenes estilo postal turística de distintos lugares típicos de la capital francesa, mientras se escucha una melodía del saxofonista Sidney Bechet, como para entrar en clima. El film es un tributo a una ciudad ícono de la cultura de Occidente del siglo XX y el homenaje elige enfocarse en la década de los años ‘20, que marcó de manera indeleble a todos los artistas e intelectuales europeos y estadounidenses, que fueron quienes protagonizaron con su experiencia y su influencia las más importantes tendencias estéticas y filosóficas de la época, cuyos alcances llegan hasta nuestros días. La anécdota reúne a Gil (Owen Wilson), un guionista de cine de Hollywood y novelista frustrado, quien junto a su novia Inez (Rachel McAdams) y sus suegros (Kurt Fuller y Mimi Kennedy), está de visita en París en un viaje que combina negocios y placer. Allí se encuentran con otro matrimonio joven, amigos de Inez, con los que Gil no simpatiza demasiado. Pronto, las discusiones y desaveniencias van a distanciar a la pareja, y mientras Inez sale a divertirse con sus amigos, Gil encara un paseo solitario por las calles nocturnas de la ciudad de sus amores. ¿Y qué es lo que sucede? Un embrujo muy al estilo Allen. Justo a medianoche, por una callecita oscura, aparece un viejo Peugeot de los años ‘20 y uno de sus pasajeros incita a Gil a sumarse al grupo. El joven guionista de cine, que está algo embriagado por haber abusado de algunos buenos vinos, se ve pronto rodeado de un grupo de personas bastante extravagantes y vestidas al estilo de la belle époque. Y eso no es todo, pronto descubre que no se trata de cualquier gente, sus nuevos amigos son nada menos que personajes muy famosos de la literatura y del arte, con quienes mantendrá interesantes diálogos. De paseo con los grandes Scott y Zelda Fitzgerald, Ernest Hemingway, Cole Porter, Gertrude Stein, T.S. Eliot, Pablo Picasso, Djuna Barnes, Jean Cocteau, los surrealistas Dalí, Buñuel y Man Ray lo llevarán a ciertos lugares míticos donde ellos se reunían habitualmente para compartir veladas donde el arte, el alcohol y los romances eran los temas prioritarios y lo que daba sentido a la existencia. Gil queda deslumbrado y a partir de allí, comienza a transitar por una especie de “doble vida” muy particular, en la que incluso se enamora de una bella mujer de aquella época, Adriana (Marion Cotillard), quien fuera amante de Picasso, Braque y Modigliani. La extraña experiencia se repite cada medianoche y Gil, seducido por ese mundo y desengañado de su presente no del todo satisfactorio, terminará sufriendo una crisis con su pareja y la huida nostálgica al pasado le abrirá la puerta para un futuro diferente. “Medianoche en París” parece una película hecha “de taquito”, casi como una excusa para hablar de las bondades turísticas de la capital francesa, mientras se hace un repaso por su riquísimo acervo histórico-cultural, con una fugaz participación de la primera dama Carla Bruni incluida en el paquete. Sin embargo, la misma idea, el mismo material e incluso los mismos actores, en manos de cualquier improvisado posiblemente terminaría en un pastiche mediocre insustancial, pero en manos del genio laborioso de Allen se convierte en un exquisito juego intelectual, un pasatiempo hecho con buen gusto e inteligencia, en el que el espectador se verá tratado con respeto y amabilidad, como en cada una de sus producciones.
Un viaje a otra dimensión El capitán Colter Stevens despierta sobresaltado en un tren que se dirige a Chicago, tiene enfrente a una hermosa joven que le habla amistosamente y no entiende nada. Debería estar en Afganistán luchando contra talibanes y sin embargo... La joven lo llama por otro nombre y la confusión es total. Pero la mente del capitán está entrenada, muy entrenada para afrontar situaciones difíciles y asumir lo desconocido en un abrir y cerrar de ojos. Le sigue el juego a la chica (después de todo el cambio de escenario parece prometedor) y anda de aquí para allá haciendo una que otra rareza para tratar de descubrir qué está haciendo allí, hasta que de repente el tren se convierte en una bola de fuego y el militar aparece encerrado en una especie de cápsula oscura, aislado del mundo pero conectado mediante algún sofisticado método de comunicación con alguien que a través de una pantalla le da órdenes. Poco a poco se va a ir aclarando la situación. Se trata de un experimento de los servicios de inteligencia y de seguridad de los altos mandos para tratar de descubrir quién fue el autor del atentado al tren que voló en mil pedazos sin dejar sobrevivientes y así tratar de evitar el próximo ataque que sería peor. Mediante una compleja manipulación científica de las coordenadas tiempo-espacio, pasando por algunos cálculos de mecánica cuántica (supuestamente), la mente de Stevens es capaz de transportarse, ocupar el cuerpo de otra persona y actuar donde sea que vaya con ese cuerpo. A Stevens no le gusta este nuevo trabajo, quiere recuperar su vida anterior, volver a casa, pero sus superiores le dicen que no pierda tiempo en eso y que se concentre en el objetivo de la misión. Stevens se somete y aunque parezca raro le encuentra algún gustito al asunto y cada vez que regresa (porque el experimento debe repetirse varias veces) a intentar descubrir al terrorista, tiene ganas de quedarse y conseguir algo más, que tiene que ver con la chica y tratar de salvarla y por qué no salvar a todos y etcétera. Pero ése no es el plan original así que Stevens deberá enfrentar varios problemas a la vez, además de lidiar con sus emociones. “Source Code” es el segundo largometraje de Duncan Jones, más conocido como “el hijo de David Bowie”, después del elogiado por los críticos “Moon”, también de ciencia ficción. Entretenimiento puro En esta oportunidad el relato combina acción, intriga, romance y algunas insinuaciones que no dejan muy bien parados a los servicios de inteligencia de Estados Unidos, por lo menos, desde el punto de vista humano. Mucha tecnología, mucho armamento, pero quedan picando dudas acerca de las verdaderas intenciones. Con esa pizca de crítica, la película se sostiene gracias al ritmo narrativo y las actuaciones respetables de Jake Gyllenhaal (Stevens), Vera Farmiga (su contacto con los altos mandos) y Michelle Monaghan (la chica del tren). No es nada más que un entretenimiento sin demasiados alardes, cosa que hay que agradecer porque así los 90 minutos que dura se pasan volando y uno se va del cine tan fresco como llegó. Sin ánimo de ofender a nadie, mucho menos al padre de la criatura, “Source Code” tiene más de telefilme que de cinemascope.
Vivir y morir en medio del infierno “Incendies” es un film centrado en la figura de una mujer que ha tenido una experiencia vital compleja y desgarradora y que al momento de morir, deja un testamento con algunas instrucciones para sus hijos, que serán quienes tendrán la tarea de reconstruir la historia de su madre, para cumplir con su último deseo y al mismo tiempo para develar los misterios de sus orígenes. Basado en una obra teatral del libanés Wajdi Mouawad, el director canadiense Denis Villeneuve desarrolla la anécdota en capítulos diferenciados unos de otros por un título que refiere a las distintas instancias de la narración. Diseñado a partir de una concepción trágica, el guión va dando saltos en el tiempo, engarzando situaciones del pasado que afloran a partir de la investigación que emprenden los gemelos, Simone y Jeanne, los hijos de Nawal, la mujer que acaba de morir. Todo comienza en Canadá, lugar en el que el grupo familiar ha vivido los últimos años, adonde los tres llegaron como refugiados provenientes de la convulsionada zona del Medio Oriente. Hacia allá deberán volver los jóvenes para intentar hallar al padre de ambos y a un hermano mayor perdido. La muchacha es la que encara la búsqueda de manera más entusiasta, pero finalmente se le unirá el hermano y entre ambos desentrañarán una compleja trama de violencia, dolor y desarraigo, que al final del camino se revelará como un secreto muy perturbador y difícil de asimilar para los sobrevivientes. Mediante el recurso constante del flashback, el espectador se va enterando paso a paso del periplo de Nawal, desde su apasionada juventud hasta sus últimos días, a través de paisajes signados por la violencia étnica y religiosa, donde no importa mucho para el relato la precisión de lugares geográficos ni de fechas sino que lo importante son las situaciones existenciales por las que la mujer atraviesa. De modo que si bien la acción se ubica en la región del Medio Oriente, el enfoque propuesto apela más bien a un paisaje metafísico, en donde ocurren cosas entre los seres humanos que se dirimen mediante la violencia, como protagonista casi excluyente, en donde el amor y el surgimiento de la vida se abren paso pese a todo, en medio de circunstancias no muy propicias y hasta desesperantes. Propuesta inquietante El filme muestra una sucesión de situaciones límite, pero que en ese contexto, son cotidianas, son el pan y las lágrimas de cada día. ¿Cómo se adapta la mente humana al horror permanente? ¿Qué lugar se le puede dar al amor en medio de inimaginables torturas? ¿Qué pasa con los niños que nacen y crecen en un ambiente de extrema violencia, donde muchas veces son alejados de sus padres y no conocen nada que se parezca a la ternura? “Incendies” toca muchos temas verdaderamente significativos que plantean interrogantes filosóficos, morales, religiosos, políticos, culturales y un largo etcétera, sin ofrecer respuestas cómodas ni fáciles. Por momentos, el espectador se verá arrojado al mismo infierno, tal y como parece sentirse Nawal durante casi toda su vida, en la que al final recibirá la última estocada, el golpe de gracia, que terminará por desintegrar definitivamente su psiquis y su salud. Lo que parece querer decir esta obra con su propuesta tan inquietante es que cuando se pierden todos los límites y las fronteras se convierten en un hervidero confuso de pasiones descontroladas, en las personas se hace carne ese conflicto al punto de llegar a vivir verdaderas tragedias de una magnitud insospechada.
La presencia viva del misterio “El hombre que podía recordar sus vidas pasadas” es una experiencia cinematográfica que se explica en un contexto cultural misterioso para los ojos occidentales, pero que trasciende sus fronteras para llegar, con sus rasgos que mezclan el exotismo y lo naif, directo a la sensibilidad del espectador. Está rodada en Tailandia, donde la producción de cine recién está tomando forma y adquiriendo un lenguaje propio. Sin embargo, el director, Apichatpong Weerasethakul, se ha hecho un lugar en el mundillo de los festivales donde es tratado con respeto, incluso esta película recibió la Palma de Oro en Cannes, de manos de un jurado presidido por Tim Burton. La historia sucede en un ambiente rural semiselvático, con bosques, ríos, cascadas y grutas, casi un paraíso terrenal. Allí, un hombre afronta el último tramo de su vida. El tío Boonmee está solo y padece una enfermedad renal que lo tiene a maltraer. Ha hecho cierta fortuna con su granja y eso le proporciona algún confort para aliviar la carga de su mal, pero lleva consigo mucha pena que se hace patente a medida que su cuerpo se deteriora. Boonmee tiempo atrás ha perdido a su esposa y a su hijo, pero una hermana de su mujer y un hijo de ella se acercan para cuidarlo en estos difíciles momentos. El reencuentro con estos familiares, que vienen de la ciudad, coadyuva a que el proceso de despedida se desenvuelva de manera no traumática. El universo cotidiano de este hombre empieza a poblarse de presencias sugestivas, espíritus atraídos por esa situación especial que es la transición entre la vida y la muerte, cuando el alma empieza a asumir que pronto abandonará ese cuerpo y emprenderá un viaje por mundos desconocidos. En ese trance, Boonmee, asistido por su cuñada y su sobrino, recibe la visita del fantasma de su esposa, que se conserva igual que hace 19 años, cuando murió, y el de su hijo, quien en cambio aparece bajo el aspecto de un primitivo hombre de las cavernas con ojos que despiden una luminosidad rojiza. Los sucesos extraños se integran sin estridencias ni sobresaltos a la vida normal, por llamarla de alguna manera. Las cuestiones domésticas y coditianas, así como los datos de la realidad que refieren a un pasado no muy lejano de violencia social y política y a un presente complejo donde la inmigración ilegal de pueblos vecinos es una amenaza constante, todo convive en ese pequeño terruño, haciendo eje en el personaje protagónico que es quien da sentido a su entorno, por más fantástico y raro que parezca. Significado poderoso Los límites entre la realidad y los sueños se desdibujan y estos seres se entregan a una ceremonia de despedida que concluirá con los ritos budistas propios de sus creencias, pero cada detalle, cada pequeña circunstancia tendrá algún significado poderoso que Boonmee asociará con alguna deuda kármica de su existencia. El relato tiene la virtud de lograr una síntesis poética entre diversos mundos que se entrecruzan, donde las tradiciones más antiguas perduran y resisten ante los avances tecnológicos y los cambios socioculturales que bajo la influencia de Occidente se suceden sin pausa. La película, no obstante, es austera en recursos, nada de trucos ni banda sonora, Weerasethakul da mucha importancia al contenido, al paisaje y al sonido ambiente de la naturaleza, incluida la voz humana que se oye en los diálogos amistosos entre los personajes. No todo lo que ocurre en “El hombre que podía...” es susceptible de ser interpretado de manera inequívoca, el director mantiene siempre esa zona de misterio indescifrable que instala el alma en un estado diferente, que pone en entredicho a la razón y exacerba los sentidos. Quizás es una película que exige cierta disponibilidad receptiva especial para disfrutarla, pero la experiencia es gratificante.
Ni buenos ni malos, personas en conflicto “Para los palestinos, la creación del Estado de Israel fue un desastre. Para los judíos, una salvación”, explica en una entrevista el israelí Yaron Shani, coguionista y codirector con el árabe Scandar Copti de la película “Ajami”, un drama que transcurre en un conflictivo barrio de Jaffa. El film, si bien es una ficción, tiene características compatibles con un documental, dado que los escenarios son los propios de la barriada mencionada y los actores son no profesionales, habitantes de ese lugar, quienes prácticamente hablan de ellos mismos, se muestran como son. Por lo tanto, “Ajami” ofrece una mirada bastante fiel y cercana sobre las condiciones en que transcurren las vidas de familias judías, musulmanas y cristianas en uno de los lugares más turbulentos del planeta. Cada grupo humano, diferenciado fundamentalmente por sus creencias religiosas, está obligado a interactuar con los otros en un territorio que no se caracteriza por su generosidad natural y que de alguna manera impone condiciones violentas e inestables para todos. Basta un entredicho, un encontronazo cualquiera entre personas de distintos sectores para que se desencadene una reacción en cadena de hechos virulentos, en donde las agresiones mutuas entre bandos enfrentados provocan casi siempre derramamiento de sangre, muertos y heridos, que van dejando huellas y marcas difíciles de sobrellevar. Se trata de la ópera prima de Copti y Shani, quienes con cámara en mano, improvisación y audacia, se adentran en esa maraña compleja donde se entrecruzan cuestiones religiosas con conductas tribales, el problema de la falta de trabajo, las fronteras más o menos sutiles pero siempre peligrosas, el crimen y el narcotráfico. Un escenario donde pese a todo aflora el amor a cada paso, aunque eso también puede ser la chispa que desencadene una tragedia si las personas que se aman pertenecen a bandos diferentes. “Ajami” narra varias historias que se entrelazan de manera no cronológica y como un mosaico ofrece distintos puntos de vista de los mismos sucesos en los que todos los personajes se ven involucrados de algún modo. Cada grupo familiar, con sus problemas de subsistencia, de salud y también de códigos, es protagonista a su manera de cada circunstancia que trasciende los límites de la intimidad. Todos están atravesados por la amenaza constante que implica esa coexistencia territorial entre grupos humanos que piensan y viven de manera diferente y donde es difícil encontrar un orden y una ley que conforme a todos. Imposible tomar partido por unos u otros. Los hechos que se narran son tan dolorosos y tan humanos que los personajes despiertan en el espectador una compasión indiscriminada. Ninguno merece de modo absoluto ni la condena total ni el perdón total. Y como corolario, queda la sensación amarga de que ese lugar del mundo no conoce, no digamos la paz (lo que es obvio), no conoce la alegría, la gracia de vivir. ¿Duro? Sí, el film de estos jóvenes realizadores exhuma dureza, amargura, angustia, desconsuelo, impotencia también. ¿Desesperanza?, ellos dicen que no, que contar lo que pasa es una manera de exorcizar la tragedia y quizás contribuir a una toma de conciencia que tal vez permita algún cambio positivo. De cualquier manera, se trata de un trabajo digno, serio, profundo y muy conmovedor, que a nadie puede dejar indiferente.
Y un día, volvió el tonto A Torrente le llegó la onda 3D. Buscavidas como es, inescrupuloso y atorrante, no podía perderse la oportunidad de ver su “gallarda” imagen cinematográfica, enriquecida por las bondades tecnológicas de los últimos tiempos. Hay que recordar que el personaje creado por Santiago Segura (“el brazo tonto de la ley”), se dio a conocer en las postrimerías del siglo XX, en plena agonía, bah: 1998. Ahora, bien entrado ya el siglo XXI, se imponía un retoque; después de haber hecho escala en los capítulos 2 y 3, llegó por fin a las tres dimensiones, no es cuestión de quedarse afuera de los avances tecnológicos de la industria. En esta entrega, Torrente ya no es policía y apenas sobrevive como investigador privado. Al comienzo del film, se lo ve a cargo de la seguridad en una boda fastuosa. Su personalidad grosera y provocativa en seguida lo mete en problemas y como una cosa lleva a la otra, pronto se origina un escándalo descomunal que arruina los festejos y debe huir de manera por demás indecorosa. Sin dinero, con hambre, desaliñado, sucio, subalquila su departamento a una legión de inmigrantes indocumentados, roba desperdicios de los bares y restaurantes y hasta se disputa basura callejera con una pandilla de niños. Con lo cual, las maravillas de los trucos 3D lo único que hacen es realzar las miserias por las que atraviesa este marginal. Así, de desventura en desventura, por ahí, le cae un “negocio”. Personas poderosas le encargan un asesinato por una módica suma de dinero, imposible de rechazar. Pero resulta que las cosas no siempre son como las pintan, y todo se complica de manera ingrata. Como consecuencia, el ex policía va a parar a la cárcel. Una buena parte de sus nuevas aventuras suceden, como se imaginarán, en ese ambiente penitenciario, donde se encontrará no sólo con parientes, sino también con todo tipo de especímenes de la fauna humana genéricamente considerada transgresora. Habrá además, como no puede faltar en la tradición esperpéntica española, deformes y discapacitados, algunos chulos hermosos y putos jodidos dispuestos a todo. Un curita amanerado está incluido asimismo en el colectivo carcelario, quien hace poderosos esfuerzos por humanizar un poco a esos brutos alejados de la mano de Dios. Disparates por doquier Hay disparates por doquier, cameos con famosos (Pipita Higuain, Kun Agüero, David Bisbal, entre otros), homenajes a escenas gloriosas del cine comercial de todos los tiempos, y mujeres zarandeando sus traseros y sus tetas para amenizar la velada. Aunque no faltarán las siempre ponderadas matronas quejosas y gritonas, porque como todos saben, en el universo de Torrente, las mujeres, o son putas o son brujas. El capítulo cuatro, subtitulado “Crisis letal”, aprovecha otros recursos del género como las persecuciones automovilísticas aparatosas, con incendios y destrozos al por mayor, y otros detalles más bien bizarros, en los que la grosería y la crueldad con intenciones satíricas van de la mano. La película divide aguas entre las opiniones, a los devotos del personaje les encanta, a los más sensibles y exigentes, los aburre bastante. Según los anuncios del final, habrá que esperar hasta 2017 para ver como termina la saga (Dios mediante). Y un día, volvió el tonto