PURIFICACIONES Como en ocasiones anteriores, el director Neil Jordan vuelve en Amor sin límites a los límites de lo fantástico. Sin embargo, el film adolece de los mismos problemas que sus películas drámaticas como El juego de las lágrimas y El precio de la libertad. AMOR SIN LIMITES, de Neil Jordan PURIFICACIONES | por Maria Marta Sosa Como en ocasiones anteriores, el director Neil Jordan vuelve en Amor sin límites a los límites de lo fantástico. Sin embargo, el film adolece de los mismos problemas que sus películas drámaticas como El juego de las lágrimas y El precio de la libertad. El mar es mar porque va y viene como los dos personajes principales de Amor sin límites, van y vienen entre sus dos nombres Ondine-Joanna (Alicja Bachleda) Syracuse-Circus (Colin Farrell). Cada nombre representa una vida que los priva del bien (la otra vida-nombre). Syracuse es el pescador sobrio, el padre que acompaña a su hija en su enfermedad y confiesa sus pecados sin desear absolución –punto sobre que el que volveremos–; Circus era el pescador borracho, el padre irresponsable. Ondine es la mujer etérea que aparece en la red del pescador; Joanna es la esposa de un hombre violento que la somete en varios aspectos. Ambos manifestarán esta tensión a lo largo de la película. Syracuse-Circus es quien lo hace primero ante su confesor. Esta instancia es peculiar, como se dijo antes, porque el sacramento no se concreta ninguna de las veces en que el protagonista acude a él. Luego nos enteraremos por el sacerdote que es Syracuse-Circus quien deliberadamente no quiere reconciliarse y se retira antes de la conversión. Este rechazo al bien debido es aquella privación que representa su nombre Circus. Por más que ahora haga llamarse Syracuse, no ha aceptado plenamente ese nombre, esa vida cerca de su hija, alejada del alcohol. De Ondine no sabremos, al principio, más que lo que Annie, la hija de Syracuse-Circus, le adjudica. La niña investiga en la literatura irlandesa y le adjudica a la mujer nadadora los atributos de una mitológica mujer-foca del mar, que al relacionarse con un hombre “terrestre” deja su piel animal para vivir como humana. Ondine se aprovecha de esta situación para intentar tapar su otro nombre, Joanna, esa vida que se percibe fue oscura. Por eso Ondine intenta construir una familia junto a Annie y Syracuse-Circus, mas la morada es de arena y el mar puede arrasarla en cualquier momento. Hay cuestiones que no son tan positivas en la película, pero que tampoco lo eran en El juego de las lágrimas o en El precio de la libertad, como los leimotivs poco delicados o, dicho de otro modo, que intensifican demasiado las acciones de los personajes; o en el caso de los personajes secundarios tratados con una mirada demasiado simplista. Este (des)trato para con la ex esposa de Syracuse-Circus y su pareja suponemos es motivado porque ambos son alcohólicos y aunque viven (o tienen como rehén) a Annie procuran para con ella un ambiente hostil. El único que parece tener un atisbo de cambio es el padrastro de Annie, en la escena donde arregla su silla de ruedas cuando sus amigos se la mojan. El problema es que es un hecho aislado y este personaje tendrá posteriormente una importancia vital para la enfermedad que padece Annie y su cura. Por eso hablamos de un trato poco profundo de esos personajes secundarios (pero no por ello desestimables), porque no se les da tiempo, no se los describe ni se los prepara para su devenir en la historia. La dualidad de los protagonistas es el aspecto más elaborado del viejo conocido Neil Jordan. Esa comprensión del mal, que es la ausencia de un bien debido, puesta en palabras y hechos de los protagonistas habla bien de nuestro director. La elección de un mito para explicar la existencia de Ondine también dialoga con esa dualidad, ya que los mitos explicaban una realidad verdadera que había sucedido en otro tiempo. Que Syracuse-Circus y Annie recurran a un mito para explicar la realidad que están viviendo los aproxima a esa reconciliación que viene postergada.
PROBLEMAS CONCRETOS Documental que cuenta la historia de una autopista que aunque nunca se construyó hoy sigue dividiendo a Buenos Aires en dos. La mirada del realizador hace la diferencia con respecto a un tema que aun hoy sigue siendo conflicto entre los vecinos de la ciudad. El ruido del material cuando es vuelto escombros por causa de una maza, de una topadora, cuando cae sobre lo que ya ha sido arrasado. Esto es lo que de manera sutil escuchamos, mezclado en la música, durante los primeros minutos de AU3 (Autopista Central) mientras vemos los lugares que, más tarde sabremos, eran parte del recorrido de la autopista. Luego, en esos espacios aparecen personas. Algunos parecen ser los que habitan esos edificios, van y vienen llevando sus cosas; otros, de traje, también van y vienen y a veces intentan dialogar con los otros, aunque aún no sabemos de qué. Esta delicada síntesis manifiesta la mirada (y el oído) que Alejandro Hartmann tendrá sobre el problema que ocasionó en las personas de la ciudad de Buenos Aires el plan de una autopista que nunca se concretó. ¿Por qué es una mirada delicada, atenta y respetuosa? Porque esos ruidos de materiales revueltos que emergían de la banda sonora vuelven, pero ahora en primer plano, acompañados por imágenes de esas mazas, topadoras, piedras, escombros que antes solo imaginábamos. Y en el medio de esa demolición: las personas, los de traje, ahora identificados como funcionarios del gobierno de la ciudad; los que pierden el lugar que antes habían ocupado; los que deben abandonar la vivienda que adquirieron sus padres antes de nacer y en la que crecieron; los que han comprado una casa y están rodeados de terrenos ocupados; y los vecinos de Belgrano R que velan por la calidad del barrio y no ven demasiado bien ni a los ocupantes ni a cualquier nuevo dueño que coloque “techitos” en su casa o una reja que rompa la armonía del lugar. El problema es el mismo para todos: esos “materiales” aunados en esa estructura monumental que hubiera sido la autopista. Cemento, azulejos, los grifos del baño, una carpeta de análisis perdida, una planta, todo se acumula en la película y es, o fue, arrasado por las demoliciones. AU3 (Autopista Central) propone ese diálogo entre los escombros. Los testimonios siempre giran alredor de lo perdido: lo material. Si bien aparecen los propietarios versus los ocupantes, el director no toma partido y se abstiene de juzgar a los ocupas, así como tampoco lo hace con la señora paqueta de Belgrano R o el propietario que compró el terreno y ahora no goza de la mejor vista; por el contrario, los hace convivir para que los espectadores construyan el diálogo ausente en las audiencias de la Legislatura, entre los funcionarios y las personas, en el momento del desalojo y durante todo el caso. El hallazgo de este documental reside en aquella delicadeza mencionada anteriormente. Se le podría reclamar una apertura, un salir de problemas inscriptos en una ética del móvil (para el gobierno: resolverles el problema de la vivienda a los ocupas con subsidios, así pueden desalojar y disponer de los lugares; para los ocupas, dónde ir; para los otros, quedarse ocupando; para los vecinos de Belgrano R: cuidar la visual del lugar) y llevarlos, aunque sea con imágenes y sonido, hacia una ética del fin, en donde los proyectos y sus soluciones no sean del aquí y ahora, sino del futuro, algo más allá de este tiempo tangible.