Las cosas que se dicen no coinciden con las cosas que se hacen (Emmanuel Mouret, 2020). Mouret construye una película-novela que ilustra el arrebato que sufren los cuerpos porque están habitados por la palabra, esa dimensión extrañamente ambigua y certera. Porque el orden del lenguaje, a raíz de su carácter parasitario, nos llega siempre proveniente de un otro que es más que un igual. El amor y el deseo resultan ser esas infecciones necesarias que nos hacen humanos. Todo nacimiento, desde este punto de vista, es prematuro. Estamos indefensos por mucho tiempo a los vaivenes de lo que quieren sobre nosotros. Estamos expuestos, somos sumamente frágiles (en comparación a cualquier otra especie animal) maduramos neurológicamente muy lentamente y sobre todo oímos, vemos, olemos, sentimos con la piel, besamos con labios que no son un órgano desarrollado para esa actividad sino que es un simple borde de piel y carne que goza sin que le enseñemos, acerca de una experiencia que va más allá de la satisfacción de permitir alimentarnos.
“El empleado y el patrón” de Manuel Nieto Zas. Crítica. Estreno de la semana, tanto en Espacios Incaa como en Cine.ar Hace algunos años, se hacían comentarios acerca de alguna película uruguaya, hablando en términos de “grata sorpresa”. Hoy está confirmado que las producciones uruguayas están conviviendo cómodamente con muchas otras de América. Tomando en cuenta que tiene poco más de tres millones de habitantes, ha construido no solo en las artes sino también en la política y en los deportes, hitos más que notables. Hoy nos toca hablar del film de Manuel Nieto Zas “El empleado y el patrón” de reciente estreno en cines. Si tuviese que elegir una palabra que condense el nervio de la película sería “zanjón”, aludiendo a esa fractura del terreno que separa dos superficies, sociales y territoriales, a modo de una frontera. Una fractura, que hace intransitable pasar de un lado al otro. Estoy hablando de la sociedad de clases, así como la división de los sexos. El film trata de una pequeña gran historia que se desarrolla entre un empresario (patrón) familia de terratenientes, urgidos por levantar la cosecha de soja en el norte del Uruguay, cerca de la frontera con Brasil. Rodrigo (Nahuel Perez Biscayart), encarna a un joven con gestos humanistas y new age, quien no sabe ni puede sustraerse al coloso del padre/dinero dueño de las tierras (Jean Pierre Noher). A falta de alguien que maneje uno de los tractores, sale en búsqueda de un ex empleado que vive en pleno campo para que lo auxilie. Así es como encuentra del lado de Brasil, al joven Carlos (Cristian Borges) que vive allí haciendo changas agrarias. El peón, sin papeles para realizar esa tarea, acepta ser comprado para realizar la tarea. Además de trabajador rural, es un apasionado jinete, amante de los caballos. El resto de la película es el lento desarrollo de una tragedia agraria, que acumula capas de discursos. Registros de distinta configuración, la explotación de la tierra por los dueños y la marginalidad en que viven aquellos que no disponen de los medios de producción. Del mismo modo, la desigual relación de empleado-patrón que nos recuerda por momentos el notable film “El patrón: radiografía de un crimen” de Sebastián Schindel. Carlos vende su fuerza de trabajo a cambio de ascender a otro régimen de vida, amparado por el patrón (que hay varios). A raíz de un infausto descuido, Carlos sufre la pérdida de su hija en un accidente laboral que él imprudentemente causó. Allí es donde hace su presencia la zanja, casi un personaje más del drama. Todo se va enlazando y desenlazando a partir de esa muerte. Los intereses de clase emergen cada uno con su mejor argumento y ese espacio de idilio que se había generado entre el empleado y su empleador, comienza a derrumbarse por su propio peso. Nieto lleva adelante el film con un ritmo cansino pero sostenido, vigoroso y al mismo tiempo discreto. Pero medido para no colocar bruscamente los matices en claroscuros del bien y del mal, de los inocentes y los culpables. Nieto propone un retrato social donde cada quien es víctima y verdugo del otro, sea éste cual fuese. Dos líneas de análisis merecen ser expuestas. Por un lado, el lugar que ha tenido la tierra, la propiedad privada, la apropiación de parte de sectores que amasan y multiplican el capital en base a sucesivas expropiaciones de los agricultores. Quienes necesitan de los obreros para que se pongan al frente de sus maquinarias y recolecten las mercancías que llevarán finalmente al mercado. Empero ninguno de los peones-empleados imprescindibles recibirá al menos una porción de los excedentes. Por el otro lado está la división sexual que el film no oculta en ningún momento. Los hombres son los productores y las mujeres son las compañeras, socias de los placeres y dolores del trabajo. Será el deseo de las madres las que destaquen en la sorda y violenta batalla que se entabla entre Federica (Justina Bustos) esposa de Rodrigo y Fátima (Quintanilla) compañera de Carlos. Esta última ha perdido a su hijo, y la otra parece haberlo recuperado de un incierto diagnóstico que podría haber puesto en riesgo la salud de su bebé. “Yo si quiero te hundo”, se escucha decir a Fátima durante un enfrentamiento de deseos, de ambiciones y rencores entre esas dos mujeres. Esa fatídica frase, marca con fuego a quien la enuncia. Aunque haya pretendido con ella defenderse de las históricas humillaciones que sufren los que “libremente” deben vender su fuerza de trabajo.
“Los años más bellos de una vida” de Claude Lelouch. Crítica Este jueves 23 de septiembre estrena la película francesa de Lelouch. Definida en tres palabras como luminosa, emotiva y honesta. Marío Betteo Hace 5 días 0 23 Jean-Louis Trintignant, Anouk Aimée y Claude Lelouch vuelven a juntarse para filmar este drama romántico “Los años más bellos de una vida”: una visión honesta y engañosa del paso del tiempo sobre los cuerpos y sobre el planeta.Claude Lelouch es un enamorado de la vida y del cine. Esta es una descripción y no una calificación. Ya en 1966, atrás y hace tiempo, apareció en nuestras vidas con un film que sorprendió a los jóvenes y no tan jóvenes. Haciendo una película con un “nouvelle vague” un poco soft (palabra que no se usaba en esa época), con Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée (en francés, ese apellido también dice ‘amada’), utilizando blanco y negro según su conveniencia discursiva, con una música sumamente pegadiza y moderna de François Lai, un amor a 200kms por hora, un muerto que no ha muerto, en fin, fue un film que le ganó a todo el que se le puso en frente. Se llamaba “Un hombre y una mujer”. Eran años en los cuales los Beatles estaban en su pico, la guerra fría seguía fría, el Che Guevara, Luther King y De Gaulle estaban vivos, las crisis sociales eran infinitamente más leves que las que tenemos ahora. Luego, en 1986, Lelouch hizo su película veinte años después con los mismos actores, una continuidad. Pero ahora, cincuenta años (50) después, el director y guionista vuelve a ellos dos y nos ofrece una visión honesta y engañosa del paso del tiempo sobre los cuerpos y sobre el planeta. Es honesta porque no recurre a maquillaje para que Trintignant se vea con un lifting, sino que es un anciano, algo demente, aún pícaro, que soporta sin drama que el espectador lo compare con aquel joven de los ‘60. Aimée, más parecida a sí misma, pero con un andar que no disimula sus años sobre sus huesos, decide volver a ver a su amor Jean Luc a raíz de un pedido del hijo de él. Jean Luc vive en un lujoso geriátrico; Anne tiene una tienda en un pueblito de Normandía. Los años más bellos de la vida son los que aún no hemos vivido, nos enseña Lelouch, sacado de Víctor Hugo.
Karnawal de Juan Pablo Félix. Crítica Desde hoy en salas de cine, Karnawal de Juan Pablo Félix. Una pequeña historia que ensambla el drama familiar con la pasión por la música. Karnawal, la multi-premiada película, es una representación extraordinaria de la cultura del Malambo, aunque también atraviesa tópicos vinculados con la masculinidad y el rol de un padre. Nos deja como lección que un hijo debe de encontrar sus propios pasos para no andar por las huellas de otros. Zapatero a tus zapatos.Cines Argentinos | La web de cine más visitada de ArgentinaMúltiplemente premiada, Karnawal (2020) película del director y guionista Juan Pablo Félix, abre la ventana para un aire fresco que proviene del norte argentino. No lo decimos por su esplendorosa geografía ni por el colorido ambiente carnavalesco diablero que la enmarca. Es una pequeña historia que sin pretensiones de reclamar premios mayores, ensambla a su manera, un dilema ancestral como los tiempos. ¿Qué es un padre? ¿Qué función cumple? ¿Cómo el ritmo de la música se instala en el cuerpo y hace de él un sitio de posible resistencia frente al vendaval de la necesidad y la ambición sin precio? Un joven comete un delito; ese joven convierte a ese delito en la manera de hacerse de un par de botas; el muchacho es un promisorio bailarín de malambo a punto de concursar en un torneo local; lo llaman Cabra y vive con su madre y el novio de ella, pero en un clima familiar de silencio y tensión violenta. De pronto, aparece el aparecido, el Corto, el padre de Cabra, reclamando un auto para poder trasladarse, porque ha salido de la cárcel de manera condicional. Así es como se reencuentra Cabra con su padre. Rosario, su madre, obediente al llamado de su hombre del pasado, sale a la ruta en un auto desvencijado, abriendo un road movie local que entrelaza una pasión (el baile), con otra pasión (el amor del y por el padre). Porque el film muestra cómo el Corto regula, re-direcciona digamos, apacigua la relación agresiva que hay entre Rosario y su hijo. Espléndido hallazgo el de Martín López Lacci en sus miradas, sus silencios y su descomunal elasticidad rítmica y expresiva del malambo. Una forma de baile, solitario y grupal que lo practican los hombres, de ostensible zapateo, y vestido con usanzas gauchescas. Es marcadamente varonil y al mismo tiempo, gracias a cierto giro que le da el director, se ensambla cierta aura femenina, que lo unifica pero sin completarlo. ¿Será debido a eso que al joven se lo llama Cabra? Conjeturamos que es un nombre de género femenino (la cabra), aunque suene como el Cabra. La identidad es una mezcla, una combinación, un encastre, un compuesto de retazos. Alfredo Castro, por su parte, se luce en su versátil personaje de padre que pretende encauzar a su hijo, cuando él mismo es un des-encauzado (no deberíamos estar tan seguros de eso); que despierta el deseo y la vida en el cuerpo de Rosario, aunque ella sepa que ya no lo acompañará más; que es admirado y seguido por este hijo el cual con sólo ver a su padre, le renace el brillo por las cosas. Un padre que salva al hijo de la cárcel, pero que sus actos lo llevan, una y otra vez, al enfrentamiento con la ley: una ley que pretende limitar el robo y el homicidio, pero que participa de ellos en un negocio oscuro y opaco. Si hay una lección en este film, será que un hijo debe de encontrar sus propios pasos para no andar por las huellas de otros. Zapatero a tus zapatos. Las botas que hacen doler y sufrir, lo transfiguran al Cabra en un baile diabólico del deseo. A su vez, el Corto padre continuará realizando sus propios pasos al ritmo de su propio baile. Película de encuentros y desencuentros necesarios; de pérdidas y recuperaciones; de esperanzas sin esperanzas. Crítica: Mario Betteo
“Una casa sin cortinas” de Julián Troksberg. Crítica. El fuego que produjo el incendio Marío Betteo 29 marzo, 2021 0 17 Desde la perspectiva del psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo, el documental de Julián Troksberg, centrado en la vida política de María Estela (Isabel) Martínez, viuda de Perón, denota una mirada exclusiva y en esta nota te lo develamos. photoEs sumamente interesante para un crítico de cine, tener que vérselas con un documental. Primeramente, porque muy rara vez ocurre que su factura no sea correcta, que el manejo de las cámaras, el sonido, las voces y relatos no sean buenos. Segundo, que lo que prima es el tema, el objeto en cuestión, la figura de un personaje o un conjunto de hechos colectivos; o de la vida silvestre, o la historia de un país. Esta vez se trata de un decidido y valiente realizador, Julián Troksberg, que llevó adelante la tarea de iluminar la figura de una de las personalidades políticas argentinas del último medio siglo, quedando en la total penumbra, una oscuridad inexplicable y explicable, siempre y cuando, se puedan leer sus actos en una lectura literal y no partidaria. Cuestión difícil si la hay. El documental al que nos referimos es “Una casa sin cortinas” (Bafici, 2021), que está centrado en la vida política de María Estela (Isabel) Martínez, viuda de Perón. Una de las virtudes de la investigación de Troksberg, es que acude a entrevistar exclusivamente (o casi) a más de cincuenta personalidades del mundo de la política y del espectáculo; de clara y obvia adhesión al peronismo. Es decir, que haciendo uso de una forma de preguntar y obtener información de Isabel Perón muy prudente y al mismo tiempo incisivo, logra ir construyendo un film que hacia el final tiene un matiz de suspenso que lo lleva a una orilla casi de ficción. Leamos el documental a la letra. (No hay spoilers en este caso) Se dice de ella que es muy difícil de entender, muy compleja, que deja a uno perplejo, que está asociado a lo peor; es un episodio negro del capitalismo oscuro, sin reivindicación, medio fantasmal y nunca bien vista por los hijos adoptivos de Perón y Evita (el pueblo peronista): un poco loca o un poco espiritista; muy discreta; que nunca entendió de política aunque fue delegada de Perón y vicepresidenta; que no buscaba el poder de Perón; que su vida era doméstica; que no se rodeó bien; que tiene el valor de haber cerrado la boca como un soldado; que sus amistades en Madrid son de mujeres franquistas y bienudas. No tiene sentido identificar quién es el autor de cada una de estas descripciones: para eso, vale la pena ver el documental. Es importante destacar que Troksberg no pretende realizar una biografía política de sus actos políticos ni de su vida privada. Si una persona no argentina lee esta crítica, no podría nunca deducir que ella fue presidenta de este país, y además (más allá del triunfalismo de nombrarla la primer mujer presidente de la Argentina y otros títulos nobiliarios) fue quien prendió el fuego de la represión de parte del Estado y de aparatos paramilitares (AAA) para aniquilar a la lucha armada de los años 1970, entre los cuales había un importantísimo sector que adscribía a un ideario peronista. El documental hace decir a algunos políticos peronistas de esa época que ella fue cómplice, participante activa del horror de la desaparición, quien habilitó, le abrió la puerta a los militares para que ejecutaran esa orden escrita, que de alguna manera auspició el golpe del año 1976, y que presa por el régimen de facto, recluida en el sur y luego en la quinta de San Vicente, salió del país exiliada rumbo a Madrid, donde aún hoy, a los 90 años, vive recluida en un silencio de castidad. El film no toma partido pero no es neutro. Los espectadores tenemos otras libertades. Queda un enorme cúmulo de preguntas e inquietudes, algunas dolorosas y otras un tanto frívolas. ¿Por qué Isabel y no María Estela? ¿Su bendito silencio, que ella siempre cultivó amparándose en su discreción, es un silencio que hace tanto ruido que ni unos ni otros quieren escuchar? Una figura de excepción, arrastra tras de sí otras complicidades, de civiles con militares, de algunos integrantes del gobierno con fracciones conservadoras y anti peronistas. ¿Es importante saber si fue o no bailarina de cabaret en Panamá? ¿La sombra de Perón? ¿La madrastra que nadie quiere porque sustituyó a la madre Evita? Si algo muestra el film, una y otra vez, es que no hubo almas bellas, inocentes, despistados, a la hora de que las llamas incendiaron todo el territorio. Su silencio parece más de conveniencia que resultado de un estilo. Todos los gobiernos que ha tenido este país desde 1983, cada uno, a su manera, abrió expedientes y al mismo tiempo cerró otros. Transcribo textualmente una línea de una carta de disculpas que ella hizo llegar a la producción de este documental que resume su posición al respecto de la historia: “Dejé la política y cualquier cosa que diga no tiene mayor importancia”. El documental muestra, al contrario, para quien está en la política, no hay renuncia posible; lo que diga, sigue siendo de la mayor importancia. Troksberg concluye diciendo que cada vez que avanza (hacia ella), está cada vez más lejos. A mi entender, su impresión es resultado de una ilusión óptica, de un espejismo, producto del seco e infernal ambiente del desierto de la historia. Su documental, no engaña. Crítica: Mario Betteo
“A puertas cerradas” de Constantin Costa-Gavras. Crítica. La película que cuenta sobre la crisis económica de Grecia y deja una clara lección política. En “A puertas cerradas” de Costa Gavras nos encontramos ante un film en el que el argumento, la historia, el asunto, sobrepasa ampliamente al arte de hacer película.undefinedEn este caso, Costa Gavras, a sus 88 años, luce tan activo y punzante como en aquella “Z” de sus principios. Cómo leer, desde esta sección de ‘Diván del cine’, algo acerca del factor que tiene más incidencia en la vida cotidiana de la humanidad: la explotación del trabajador por parte de los dueños del capital, la acumulación y el efecto “invernadero” que produce el obsceno deseo de riqueza de parte de un 1% de la población mundial. El hombre es el lobo del hombre. No acuerdo con aquellos que ven en esta película -que está basada en el libro de Yanos Varoufakis “Adultos en la sala: mi batalla contra el profundo establishment de Europa”, quien fuera ministro de finanzas del nuevo gobierno de izquierda, que ganó las elecciones en Grecia en el 2015, Syriza- guiños de humor y cierta ironía. Considero que la ficción (el guion se apoya en el libro y evoluciona en otro género, no tan periodístico) es un fantástico acceso a la verdad. Uno de tantos ejemplos en este sentido es “La rebelión en la granja” de George Orwell, que bajo la forma de un cuento largo de animales de una granja, muestra el funcionamiento de la sociedad capitalista de mitad del siglo XX. El film de Costa Gavras es muy serio, en el buen sentido de la palabra, por más que haya guiños y escenarios que podrían dar lugar a la sonrisa. Ahora bien, las dos horas de encierro pasan muy rápido. De pronto, nos encontramos participando de los contubernios, chantajes, presiones dialécticas, amenazas, extorsiones, engaños y argumentos cargados de ideología capitalista, los que más o menos se produjeron luego que el primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, entrara en función, ya lejos él de sus discursos electorales. La promesa a quienes lo votaron había sido: no al pago de la deuda externa por ilegítima y consecuencia del chantaje bancario ante las crisis financieras de Grecia. Pero ese romance se diluyó a los pocos días, porque los poderes económicos del mundo, la Troika como lo llaman, tiene sólo un camino para Grecia: o paga, ajusta, se somete al poder de los dueños del capital (que ni siquiera son los gobiernos de turno de los países Europeos) o Grecia queda expulsada del Euro (Grexit). Todo el film es la larga agonía, la renuncia a las convicciones socialistas de cambio de estructuras, para acomodar la locura del pago de una deuda impagable, bajo el escenario amenazante de la fuga de capitales, cierre de los bancos, colapso, etc. El miedo del otro/ el miedo por el otro. Algo para tener en cuenta, es que esta película puede tomarse también como un documento de lo que es el “cambio climático planetario” que estamos viviendo. Porque tiene la misma estructura: es un círculo vicioso que los dueños de las fuentes de producción no quieren ni pretenden cambiar, dejar drásticamente de consumir combustibles fósiles, desacelerar el exponencial desarrollo de las tecnologías extra-activistas, esperando que la naturaleza sea la socia de la explotación. Costa Gavras hace hablar a algunos de sus personajes en esos términos: ¿Cómo cortar el círculo vicioso del capitalismo? ¿Cómo cortar el círculo del calentamiento global? Son círculos concéntricos. Se ve venir la salida (exit) del ministro cuando escuchamos que de lo que se trata es de llegar a una “solución de compromiso”. A eso lo llamamos un síntoma, o sea, una negociación entre dos deseos. Europa quiere hacer creer que la política debe de subsumirse a la economía. ¿A cuál? En cierto momento Yanos, el ministro, pregunta que si eso fuera así, entonces ¿para qué tener elecciones? Minutos encerrados discutiendo sobre si la palabra “ajuste” es peor o mejor que “enmienda” o “compromiso”. Por allí se lo escucha al ministro de finanzas de Alemania exigir el pago de la deuda hablando a la manera de Shylock, el usurero de la comedia de Shakespeare. Pide la libra de carne no importa las consecuencias. En otros momentos el ministro no sabe de qué lado está su propio primer ministro. Esta película debe de ser una lección de política para todos los gobiernos que se manejan con la izquierda… pero hacen los cambios con la derecha. Cambiar todo para que nada cambie. Ganar tiempo… para convencer a la ciudadanía -que está pagando con su trabajo, su salario y su vida, las ganancias del gran capital- que este modelo promete el bienestar (cuando todo indica que cada día hay más pobreza). Grecia, o Argentina: el famoso discurso de “la herencia recibida”; hasta tienen los mismos colores en la bandera. Aceptar la herencia, eso habla de un parentesco político (aunque se peleen entre ellos). Si ya está probado que éste modelo no sirve, ¿para qué insistir con lo mismo? ¿Por qué no optar por otra salida (con otro tipo de riesgo) del encierro de la prisión de la deuda eterna y externa? Para quien todavía tiene esperanzas de que el zorro sea el que cuide al gallinero, el film de Costa Gavras nos muestra que el baile del final, no es ninguna alegoría. Crítica: Mario Betteo
“Cicatrices” de Miroslav Terzic. Crítica Una película dramática serbia que combina elementos de suspenso, basada en una historia real. Marío Betteo Hace 2 días 0 26 Un film que se acerca al género de un thriller, y que todo el tiempo es la consecuencia de la apasionada búsqueda de un hijo, ubica al espectador como miembro “fantasma” de todo lo acontecido.Cicatrices - SensaCine.com.mxCon articulada paciencia y sereno relato, discreto e íntimo, la primera media hora del film “Cicatrices” (2019) nos presenta a una mujer de mediana edad que está buscando algo, un dato, una marca, un cuerpo, el de un hijo que ella ha perdido, que ha desaparecido al momento de nacer. Es una costurera que se ha ido entristeciendo con los años, que deambula por la vida, con una hermosa y triste mirada. Vive con su esposo Jovan (que trabaja de noche) y una hija Ivana, enfrascada en sus relaciones y amistades a través de su celular, enojada y distante de la madre. Podemos decir que los tres integrantes de esa familia han perdido algo de lo que llamaríamos, la luz de la vida. A Ana, la madre en cuestión (estupenda Snezana Bogdanovic), nada la aplaca en su continuo problema, el misterio que la rodea. Luego sabremos que fue el robo de su bebé recién nacido dieciocho años atrás. Ana contra todos: la familia (que la acecha con indiferencia frente a sus pequeños ceremoniales); la policía que no puede cerrar el expediente pero que le ofrece todo lo posible para que se aleje de la causa; el personal hospitalario que pretende denunciarla por insana si sigue en su investigación. No hay razón que alcance para resolver el enigma. Cada tanto, Ana, al salir de su departamento, mueve unos centímetros de lugar un adorno barato, una pequeña estatua de porcelana de dos caballos entrelazados que está en una repisa. Como si se hubiesen movido independientemente de ella. Todo el resto del film será la consecuencia de esta apasionada búsqueda de un hijo que no es un desaparecido en el sentido que le damos en la historia argentina, ni tampoco un niño que murió al nacer. Quiere saber dónde está su cuerpo. El de ella y el de su hijo. Un detalle no menor es que cuando Ana pregunta acerca de esa falta, le dicen que no quisieron mostrárselo porque era una monstruosidad, que la iba a traumatizar. Esos dos términos serán la clave del carácter de la sustracción, del delito cometido: una monstruosidad y un golpe para ella. El director Tarzic y su guionista Elma Tataragic, no se privan en colocarnos casi como miembros “fantasmas” de ese grupo familiar, ya que la acompañamos en sus averiguaciones y sus tensiones con los otros. Tomas muy cercanas, en ambientes cerrados, se contrastan con tomas abiertas en calles desiertas, en una ciudad que de a poco advertimos que es Belgrado. Estamos en Serbia, años después de lo que fue la guerra de los Balcanes. ¿Qué es un niño recién nacido sino el resultado de haber sido la causa de un deseo, el de los progenitores? Es en ese sentido que podemos decir que Ana persigue una causa, mientras que para los otros, la causa los persigue a ellos. Una extraña y siniestra complicidad los emparentados a todos los otros. Ana ha sido mutilada en su percepción, ha sido engañada frente a algo que no engaña. Un bebé recién nacido pierde sus envolturas y eso lo hace mortal, en el sentido de que ingresa a la vida. Es un cuerpo que ha perdido su pasado, aunque lo añore y no tiene un futuro más que en los brazos de quienes lo nutrirá y lo envolverá en capas de palabras y de pedidos, requerimientos, miedos, fantasías. Es debido a esto que un bebé es un ser con una plusvalía, que puede llegar a encontrarse con otros que lo desean por su valor de cambio, en un mercado que siempre está ávido de esa “mercadería”. No está de más decir que este relato, que apenas roza la tragedia de esa guerra, habla para la Argentina, de un tráfico de recién nacidos en la época del proceso, que fueron raptados a sus padres y madres presos, y entregados a parejas, muchas de ellas, ligadas a los poderes represivos de entonces. Más que por dinero, era por el valor de haber sustraído “almas manchadas” para ser redimidas en el seno de familias estériles o colaboradoras del proceso. No deja de llamar la atención cómo la esterilidad se instaló en síntomas, en hombres y mujeres que estuvieron comprometidos en las tareas de “limpieza política” y de “higiene social”. Ana está tramitando un duelo que no tendrá conclusión hasta que no se encuentre con una nueva pérdida en su ser. Ella, sabe sin saberlo, que no hay más causa que la que cojea. La Verdad no existe completa: como sucede en cada nacimiento, se pierde una parte, se descompleta y es para siempre. Eso no quita que se la pretenda ser toda Una, como Dios. Será cuando ella constate que su hallazgo consta de una nueva pérdida, que encontrará aplacamiento a su convicción y su sombría vida. En un final que se acerca al género de un thriller, el encuentro la pondrá a Ana en la necesidad de ofrecer una disculpa, algo que parecería a primera instancia, un despropósito. ¿No serían los apropiadores, los adoptantes, los que tendrían que disculparse? No, el film, nos muestra que es ella la que lo necesita. Una dis-culpa habla de un acto en el que la culpa ha perdido algo: su objeto. Debido a eso se disuelve su gris mirada y advertimos en su cara un leve tono de relajación, de alegría. Nada indica, al final de la película, acerca del destino de ellos. Serán cicatrices. Eso sí: sabremos qué es lo que mueve a esos caballos de porcelana que están sobre la repisa. Crítica: Mario Betteo
“J´accuse” de Roman Polanski. Crítica Causa y efecto de un entramado social elogiosamente recreado por el director de cine, Roman Polanski. El nuevo film del realizador de “El Pianista”, que estrena este jueves 19 de agosto en salas de cine, merece todos los elogios del cuidado permanente de su director y guionista, Roman Polanski. Con la mirada crítica del psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo, esta nota pone a la luz dos elementos relevantes de un hecho histórico que conmocionó a Francia y al mundo entero. La intrincada y variada producción cinematográfica de Roman Polanski se empalmó, esta vez, con un hecho histórico que conmocionó a Francia y al mundo entero a propósito del juicio, encarcelamiento y liberación de Alfred Dreyfus. Se trató de la falsa acusación que el ejército francés hizo sobre uno de sus miembros, por haber pasado información secreta a los mandos alemanes. La inocencia -siempre sostenida por Dreyfus- se chocó con la obstinada y criminal acusación sin fundamentos aunque con pruebas de oídas, hacia un militar al que además se lo señalaba despreciativamente como judío. Su destino estuvo acompañado por el también obstinado interés del Coronel Picquart, un militar sin mucho brillo, que sin embargo considera que debe de seguir a la letra su función y no desentenderse de la justicia. Luego de una investigación plagada de obstáculos puestos en el camino por el Estado mayor del ejército y a posteriori por los tribunales civiles, con años de prisión para Dreyfus en una infecta isla, desemboca finalmente en su liberación (en el camino había caído Emile Zolá con su “J’accuse” publicado en el diario L’Aurore). El otro personaje, al que Polanski lo asciende a ser el protagonista principal del film, el Coronel Picquart, también acusado de difamador, tendrá finalmente el honor de recuperar su dignidad y será premiado con el ascenso a ministro de Guerra. Merece un permanente elogio el cuidado que Polanski hace de la puesta en escena, de la ambientación, el decorado, el vestuario, la música y la manera en que lleva de la mano a un amplio cuadro de actores, la mayoría pertenecientes a la Comedia Française, un Jean Dujardin impecable y la siempre sorpresiva y desopilante actuación de Mathieu Amalric, que en este film, personifica a un grafólogo que se las da de sabio.
“The Father”. Crítica Recién estrenada en las salas de cine, la película “El padre” tiene todos los matices psicoanalíticos de un drama extraordinario. Con las actuaciones estelares de Anthony Hopkins y Olivia Coleman, Florian Zeller realiza su última película franco-británica, reuniendo todos los elementos “psi” y así superando la mirada crítica de nuestro especialista Mario Betteo. El padre' (2020) crítica: excepcional y demoledor retrato de la demenciaUn interesante desafío es el de llevar a “El Padre” al Diván del cine, porque la obra de teatro de Florian Zeller, vuelta a escribir con Christopher Hampton y convertida en un film ópera prima de Zeller “The Father” (2020), tiene todos los elementos y matices “psi” como para acomodarse muy fácilmente en el diván. Sin embargo, vale la pena hacer algunas consideraciones al respecto. Zeller hace, de la figura de un padre, un rompecabezas ingenioso y que funciona como un reloj (objeto clave dentro del film) a la hora de hacer que el público se pierda en el laberinto de las identificaciones, las sustituciones, los espejos, el misterio de cuál es el hilo de la historia, el drama que implica hablar de demencia o de Alzheimer. Un padre da para eso y mucho más, porque a fin de cuentas, un padre es un título (como se dice de un grado militar o título universitario) que difícilmente se puede perder (salvo que la ley intervenga). Anthony es un hombre que vive en un departamento elegante sin ser ostentoso, solo, pero que enseguida advertimos que alguien, su hija Anne, también comparte el lugar, con o sin un esposo, con o sin una asistente para Anthony, y que van intercambiándose los rostros, para asumir distintas presentaciones que van confundiendo a Anthony y al mismo tiempo él se confunde solo. Sus olvidos son una trampa inmejorable a la hora de identificar una enfermedad. Si el reloj no está en su muñeca es porque alguien se lo robó, y cuando se lo encuentran, dirá que eso confirma que el otro sabe dónde está escondido. Lógica implacable a la hora de tropezarse con una falta. Todos están a su alrededor porque él es el padre de Anne y de otra hija llamada Lucy. “¿Dónde está Lucy?” es una pregunta que frecuentemente el padre enuncia incluso con desesperación. Es la pregunta fundamental. Porque falta, no lo visita, él no sabe por qué aunque presume su razón; es un cuadro que está en la pared pero que un día ya no está más. Ese ejercicio de sustracción, va a ser un recurso que el director tuvo que resolver a la hora de ambientar las escenas, la de los despojamientos. Despojamientos que también serán deshojamientos, así lo expresa Anthony cuando empieza a hablar de él mismo. Porque para él, y para nosotros, todos son y no son, mientras que de él, efectivamente sabemos que es él, no nos da ninguna duda. Lo que sucede es que el espejo no funciona igual para
“Martin Eden” de Pietro Marcello. Crítica. Desde este 5 de agosto disponible en salas de cine, “Martin Eden” conlleva una peculiar mirada y adaptación del gran Pietro Marcello. La película “Martin Eden”, recién estrenada en las salas de cine, comprende un trabajo brillante de parte de su director, Pietro Marcello, al adaptar libremente la novela de Jack London; con lo cual, en esta nota, nuestro psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo, realiza la tarea de desarmar y describir los aspectos narrativos y cinematográficos más significativos. Martin Eden. El marinero que se convirtió en escritor – Programa PilotoEl “capo lavoro” que realiza Pietro Marcello al adaptar libremente la novela de Jack London “Martin Eden” (2019) y dirigir la película del mismo nombre, requiere desarmar y describir sus más significativos aspectos narrativos y cinematográficos. Un film que le pide al espectador una colaboración intelectual y emocional no habitual. Porque la novela, escrita en 1909, situada en Oakland, California, aunque mantiene Marcello el mismo nombre para el personaje encarnado por el intenso Luca Marinelli, ya quiere mostrarnos una relación al lenguaje que es casi un aspecto del personaje central. Los nombres no se traducen ni se cambian para acomodarse al medio ambiente. El nombre propio es una marca sin sentido pero que ancla al individuo a una identidad compartida. Martin Eden es un joven marino que en su tosca, simple y humilde existencia, por azar se encuentra salvando de una paliza a un joven burgués que lo invita a su espléndida casa, a participar de un almuerzo a título de agradecimiento. Allí conoce a la hermana de la víctima, Elena, de la que queda prendado en el instante. Es a partir de ella, de esa suerte de inspiradora, que él le pedirá que le enseñe a pensar, a leer. Una especie de educación sentimental a la letra. Es así que comienza la odisea, por qué no, en la que Martin se compromete, para llegar a conquistar a su amada, cruzando los mares de las escuelas, los maestros, los exámenes y, sobre todo, el océano que son para él los libros. El objeto libro lo irá llevando a costas tan fabulosas como peligrosas. Si seguimos de la mano del director, la vida de Martin será esa navegación que nos exigirá cierta habilidad para mantenernos sin marearnos sobre el galeón que él dirige. Porque una de las peculiaridades del film es que no hay un escenario temporal definido, situado en un calendario italiano. Hay anacronismos entre la imagen y el sonido, los discursos y las épocas: se junta el fascismo con el anarquismo y el modernismo anunciado. Aquí es cuando este cronista aprecia que hay un personaje de la literatura que es evocado, tal vez sin saberlo, y es el de Jorge Luis Borges. Martin en momentos habla políticamente e ideológicamente como Borges. Ambos son entusiastas lectores de Herbert Spencer, aquel filósofo inglés de fines del siglo XIX que promovía una suerte de individualismo superado frente a la esclavitud del hombre ante el Estado. Porque Martin arranca su odisea con una bandera socialista, con la esperanza de que la educación acabaría con la pobreza (estupenda metáfora que es presentada cuando Martin recoge con el pan la salsa que queda en el plato) y de a poco, medida que comienza a escribir, irá virando hacia un anti comunismo y fascismo para exaltar hasta el grito, de libertad del individuo sobre el estado, plegado a un darwinismo evolutivo que lo hace desconfiar ferozmente de los movimientos colectivos, de clases. Citando unas líneas de Borges para acentuar dicho semblante: “El más urgente problema de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil perjudicial hasta ahora, encontraría justificaciones y deberes” (Otras Inquisiciones, 1946).