Tony Stark / Iron Man es el más cool de los superhéroes. Lejos. Un tipo capaz de hacerse el DJ en su propia fiesta de cumpleaños y de salvar al mundo sin perder un ápice de estilo. Pero en esta vibrante secuela de Iron Man: El Hombre de Hierro queda claro que Tony es también un ser humano conflictuado. Un hombre de personalidad compulsiva, arrogante a niveles letales (promediando su propia fiesta, vestido con el poderosos armatoste, comienza a disparar rayos sobre objetos, a riesgo de herir a los invitados). Un hombre que todavía se siente a la sombra de su padre, quien le prestaba más atención a los negocios que a la familia. Un hombre con tendencias autodestructivas, como bien se veían en el comic. Por supuesto, esta vez hay más paralelismos entre el personaje y el magnánimo actor que lo inmortalizó en la pantalla grande. Porque Robert Downey Jr. NACIÓ para interpretar a Tony Stark. Mejor dicho, Robert Downey Jr. ES Tony Stark. Un individuo que, a pesar de sus defectos, sigue siendo un titán capaz de dar lo mejor de sí, de ganarse al público y de continuar triunfando. Esta vez tiene un oponente a su altura. Iván Vanko, alias Whiplash, es un ser dolido (su padre tuvo problemas con Howard Stark, el progenitor de Tony), y de pocas palabras, casi todas en ruso. Vanko puede apurar a Iron Man, demostrarle que no es un Dios Todopoderoso, y lo logra en una intensa secuencia en medio de una carrera automovilística en Mónaco. Y qué mejor que Mickey Rourke para ponerle el cuerpo y el alma a una criatura así, que conoció los abismos y ahora resurge para imponerse y demostrar que no piensa tener misericordia contra la sangre de aquel viejo enemigo. Para colmo, Vanko es financiado por Justin Hammer (Sam Rockwell), un inescrupuloso empresario rival de Stark Industries, deseoso de convertirse en el proveedor de armas sofisticadas para la milicia. Curiosamente, el enorme Sam Rockwell fue una de las primeras opciones para interpretar al mismísimo Tony Stark en la primera parte (aunque el papel era codiciado por Tom Cruise y Nicolas Cage). Pero Tony tampoco está sólo. Además de la infaltable Pepper Potts (Gwyneth Paltrow), su mano derecha y amor ¿imposible?, está el Coronel James Rodhes. Este personaje ya no es interpretado por el talentoso Terrence Howard sino por el no menos genial Don Cheadle. Aquí Rodhey por fin se calza el traje de War Machine, un prototipo similar al de Iron Man, pero plateado. La pelea entre los dos entes robóticos, al ritmo de Queen y Daft Punk, es de antología. Rodhes planea que War Machine sea un arma de combate, pero Hammer tiene ideas más perversas. Un párrafo aparte merece Scarlett Johansson como Natasha Romanoff, la espía rusa encargada de vigilar que Tony no se entregue a los excesos y mantenga el status quo. Dicho de manera educada, un infierno de mujer. Sin embargo, podría haber estado más aprovechada. Tal vez le luzca mejor en la tercera parte. Samuel L. Jackson retoma su papel de Nick Fury, otro de los superhéroes del universo Marvel, responsable de S.H.I.E.L.D. y del proyecto Avengers. Ya no hace un cameo, como al final de los créditos de Iron Man; ahora tiene más participación. Una escena entre él y Tony hará que no pocos cinéfilos sonrían un momento. Jon Favreau vuelve a dirigir, y demuestra que el tono que le agregó a Iron Man como concepto cinematográfico es acertadísimo, casi milagroso. Ni muy oscuro ni demasiado infantil, ni tan complicado ni excesivamente light, ni cínico ni estúpido. Y siempre con un ritmo más endemoniado que el mismísimo Rey del Averno. Además, Favreau sigue apareciendo delante de cámara como Happy Hogan, el chofer de Tony. De hecho, en este film tiene escenas pugilísticas, algo que le debe haber quedado de cuando hizo de Rocky Marciano en un biopic televisivo. J. F. estaba destinado a las adaptaciones de Marvel: en su momento casi interpretó a Hank McCoy / Bestia en X-Men 2, y fue amigo de Ben Affleck en Daredevil: El Hombre sin Miedo. Tampoco es para desmerecer el sólido guión, a cargo de Justin Theroux. Este casi desconocido actor también escribió Una Guerra de Película, la mejor comedia de la década pasada. Downey Jr., actor de Una Guerra... fue quien lo recomendó para IM2. Por su certero nivel de complejidad, por su irresistible sentido del humor, por el carisma de los actores, por sus escenas de acción, esta película resulta una segunda parte superior a la primera. Y, como corresponde, deja con ganas de mucho más. Si uno se pone un poquito exigente, tal vez sea posible pensar que, como en la mayoría de los segundos actos, hubiera sido interesante incluir una vuelta de tuerca vinculada a un hecho trágico. Recuerden El Imperio Contraataca, o la mencionada X-Men 2, o la inigualable Batman: El Caballero de la Noche. Pero no importa. Es un detalle que no desmerece el producto final. Se vienen más films basados en comics de Marvel: Thor, dirigida por Kenneth Branagh, con Anthony Hopkins y Natalie Portman; y Capitán América (cuyo escudo es incluido en un chiste de la película). Por supuesto, tampoco hay que olvidar el largometraje de los Avengers, anunciado para 2012. Como verán, hay superhéroes para rato.
En 1974, el subvalorado guionista y director Larry Cohen se despachó con un olvidado clásico del cine de terror: El Monstruo Está Vivo, la historia de un bebé mutante que va matando a quien se le cruce. El film fue un pequeño suceso, que originó dos secuelas: El Monstruo Está Vivo II y El Monstruo Está Vivo III, donde más freaks de pocos meses. Como no podía ser de otra manera, hoy (bah, en 2008) nos llega la remake. La historia es un poco diferente a la anterior. Esta vez, los padres no son una pareja de adultos en edad avanzada sino jóvenes veinteañeros. Ella queda embarazada y deben empezar a convivir como un matrimonio normal. Pero nada será muy sencillo entre tanta muerte y sangre. Otra diferencia con la original: la criatura (nunca mejor usada esta expresión) ya no es una maquinita asesina todo el tiempo, sino que se ve normal y sólo se transforma cuando tiene hambre, y no precisamente de leche materna. Como un Jeckyll y Hyde recién nacido. Es su madre quien se vuelve cómplice de su sádico hijito, ya que debe esconder cadáveres y limpiar ese líquido rojo que pasa por nuestras venas. El resultado final es digno de la menos lograda película clase Z. Incluso en los momentos finales, la policía se acerca a la casa de los protagonistas (a oscuras, porque el pequeño demonio cortó la energía eléctrica), pero cuando tocan el timbre... ¡Suena! Uno de los grandes enigmas de la historia del cine. ¡Está Vivo! es todo lo contrario a una obra maestra, pero a su favor debemos admitir que no aburre tanto. Después de todo, nunca está mal ver una de terror tan carente de clima y de sentido... si se la acompaña con pizza y mucha cerveza.
Si bien Nuevamente Amor es vendida como otra comedia romántica, no es nada de eso. Sí tenemos romanticismo y algo de humor, pero partiendo de un contexto dramático. Tras perder a su esposa en un accidente, Burke Ryan (Aaron Eckhart) escribe un libro de autoayuda acera de cómo sobreponerse a un hecho trágico. Cuando le toca dar un seminario en Seattle, los pagos de su amor ya perdido, descubre que él mismo, que tanto ayuda a los demás, no ha podido recuperarse del todo. En ese contexto conoce a Eloise (Jennifer Aniston), una florera que acaba de romper con su novio. Ambos vienen de momentos difíciles y están pasando por una etapa de transición, pero eso no impide que empiecen a conocerse. Aunque no es tan fácil darle una nueva oportunidad al amor. Aaron Eckhart vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores estadounidenses en actividad. Él sólo se carga la película al hombro, y lo hace como un veterano experto. Su personaje es un hombre torturado, que hace lo que puede para seguir adelante y para que sus fanáticos pueda superar sus problemas y traumas. Y cuando le tocan los pasos humorísticos, mantiene ese perfil serio que potencia los pocos chistes que hay a lo largo del film. A Jennifer Aniston todavía le falta un poco para consagrarse como la reina de estas películas (bah, de las comedias románticas), pero está ahí. Tiene algo, ese no-sé-qué indispensable para conectar con el público. Esta vez aparece más contenida y menos jocosa, a pesar de que es ella quien se encarga de insuflarle algo de entusiasmo a Burke. Los mejores momentos de este correcto film están en las sesiones de ayuda. La carga dramática está puerta en un punto medio, sin llegar al golpebajismo. El director Brandon Camp demuestra que sabe moverse en el delicado terreno de la tragicomedia. Sin embargo, el guión no escapa a lugares comunes y otros procedimientos ya vistos en incontables películas románticas. En cuanto a los actores secundarios se destaca John Carroll Lynch. Ahora no compone ni a un matón ni a un asesino serial sino a un hombre abatido por la muerte de su hijo. Judy Greer ya es una abonada a estos papeles de reparto, y otra vez componiendo a un personaje extravagante. Martin Sheen y Frances Conroy están muy desaprovechados. De hecho, aparecen unos pocos minutos (y eso que la intervención de Sheen es más crucial). Un caso parecido es el de Joe Anderson: si bien aparece en los créditos, apenas dura menos de cinco minutos en pantalla, como el novio músico de Eloise. Este actor Inglés demostró su talento en obras como A Través del Universo, de Julie Taymor, muestra de que puede ser mil veces mejor aprovechado. Nuevamente Amor está muy lejos de ser una genialidad, pero siempre es positivo ver que una película hable de cómo enfrentar nuestros problemas y continuar con nuestra vida, algo que nunca es sencillo.
En 1980, Alan Parker estrenaba su tercer largometraje como director. Fama contaba las vivencias de un grupo de estudiantes de la New York City High School for the Performing Arts. Cada uno tenía su característica. Coco (Irene Cara, interprete del tema central del film, que le valió un Oscar) ambicionaba con convertirse en una estrella de la canción; el moderno tecladista Bruno (Lee Curreri) se la pasaba discutiendo con el más clásico profesor Mr. Shorofsky (Albert Hague), Leroy (Gene Anthony Ray) canalizaba toda su bronca en la danza... Fama no sólo fue exitosa y estuvo nominada a seis Premios de la Academia (de los que ganó dos por la banda sonora y por el tema ya mencionado), sino que devino en fenómeno cultural. Hasta dio lugar a una serie de televisión que duró seis años. Como hoy en día todo se hace remake, ahora tenemos una nueva versión. No es exactamente un refrito, sino una reinvención parcial de aquella gema. Parcial porque, si bien los personajes son otros y la acción transcurre en la actualidad, las situaciones son bastante similares a la de la original. Como si a aquellos inolvidables personajes sólo les hubieran cambiado el nombre. De aquella vez sólo regresa la coreógrafa Debbie Allen. En el pasado quedó inmortalizada como la profesora de danza Lydia Grant. Ahora es Angela Sims, la rectora del instituto. Ahora en el cuerpo docente están Charles S. Dutton (Drama), Bebe Neuwirth (Danza), Megan Mullally (Canto), Kelsey Grammer (Música). Un interesante plantel de actores de reparto, lástima que esté muy poco aprovechado por parte del director y del guión. En cuanto al tono, la de Alan Parker se caracterizó por el uso de lenguaje fuerte y desnudos, lo que la convertía en algo más complejo y adulto que la típica historia de jóvenes deseosos por triunfar en el mundo del espectáculo. Por este motivo, el director inglés debió filmar en tres colegios distinto, ya que en la locación original no se lo permitieron. La nueva Fama pretende capturara eso, y de a ratos lo logra (expulsiones, acoso sexual, un intento de suicidio), pero no se arriesga tanto como la anterior. Fama versión 2010 no termina siendo High School Musical, pero tampoco tiene esa magia que hizo única a la de 1980. Igual, fue un buen intento. Me despido con este hermoso momento de aquella obra maestra.
Sorpresa. Es la expresión que despierta Cómo Entrenar a Tu Dragón, una de animación made in Dreamworks con un espíritu más emparentado a la sensibilidad de la factoría Pixar. Aquí tenemos una historia simple, pero poderosa y estupendamente ejecutada. El nivel de animación es el mejor de las películas surgidas del estudio formado por Spielberg, Katzenberg y Geffen —nubes, mar, riscos, junglas, los mismísimos dragones, todos de un realismo abrumador—, pero el guión no se queda atrás. Los autores se las ingenian para eludir la mayor cantidad de clichés de las películas infantiles, o de darles una vuelta de tuerca. Es verdad que el argumento no es nada innovador. Es muy común oír la frase: “Ya está todo inventado”, que es verdad, pero el asunto no es tanto el Qué sino el Cómo, y ahí salen ganando los creadores del film. Cuando Hipo (físicamente muy parecido a un miembro de A Sala Llena) domestica al dragón que todo el pueblo vikingo creía en extremo peligroso, se recurre más a gestos que a palabras, por lo que la escena gana en ternura y hasta se genera una inesperada tensión. Es cierto que hay algún comentario gracioso luego de alguna situación violenta, pero hay poco de ese recurso tan facilongo y archiconocido. El que amenaza con ser el comic relief (un gordito nerd que sabe de dragones) resulta simpático, pero no llega a ser molesto ni a entorpecer la acción, afortunadamente. Además, lo que le sucede a Hipo en el final —no, no es sopa fría— la diferencian de casi todos los restantes productos para niños. La película también hace hincapié en la relación, a veces tensa, entre padres e hijos; en cómo una línea de pensamiento arcaica impide el progreso de un pueblo (claro que luego aprenden a valorar a quien veían como el Enemigo) y en cómo los ciudadanos deben seguir determinado comportamiento para pertenecer oficialmente a esa sociedad, aunque uno no esté de acuerdo (otra cosa que se modificará a lo largo del relato). Cómo Entrenar a Tu Dragón termina siendo un atípico caso de película infantil que no insulta la inteligencia del espectador pero tampoco se excede en complejidad ni en sentimentalismo. Un milagroso equilibrio, que encima viene en 3D. Una excelente excusa para sacar de paseo a hijos, sobrinos, ahijados o nietos, o a algún chico que hayan secuestrado por ahí. Eh... olviden lo último y no lo tomen como ejemplo.
Todo empezó con un cortometraje. Luego de cuatro años de preparación, el por entonces universitario Shane Acker le pudo mostrar al mundo 9, un trabajo de animación acerca de robots en un mundo que ya no es tal. Tanto éxito tuvo el corto, que hasta fue nominado al Oscar en 2006. No ganó la estatuilla, pero sí la atención de pesos pesados de la industria del cine. Como Tim Burton, a quien le interesó la propuesta de Acker de expandir el universo e incorporar más personajes. Pronto se sumó el ruso Timur Beckmambetov (director de las Guardianes de la Noche, Guardianes del Día y de la soberbia Se Busca) también como productor, y la guionista Pamela Pletter, quien había escrito El Cadáver de la Novia para Burton. 9, un pequeño robot, despierta en medio de un mundo postapocalíptico: el paisaje no es más que ruinas, destrucción y soledad. Pronto descubrirá dos cosas. Que hay otros seres igual que él (también numerados)... y que la amenaza que acabó con la vida en la Tierra todavía anda por ahí. Se trata de una máquina otrora creada por los humanos para hacer un bien pero que consiguió todo lo contrario debido a su rebelde “fase Hal 9000”. 9 y el resto de sus hermanos deberán detenerla. Una de las grandes diferencias entre el corto y el largo reside en que el primero era mudo y el segundo cuenta con las voces de actores como Elijah Wood (que apreciarán siempre y cuando vean la versión original con subtítulos en castellano). Número 9 es, ante todo, un entretenimiento que no da respiro, que hace valer cada uno de los 70 y pico minutos de duración, y con personajes tan imperfectos como queribles. Un producto exacto y nada pretencioso, pero rico en imaginación e ideas. Su nivel narrativo y su sensibilidad (en un comienzo, más que nada) remiten a los productos de Pixar, más precisamente a Wall-E, que también era un ente cibernético moviéndose en un contexto posterior al fin del mundo conocido. En la interacción entre los robotitos hay reminiscencias a los juguetes de la saga de Toy Story, pero sin nunca copiar a la fuente de inspiración, sólo tomando su sabor. ¿Si se nota el sello Burton? Sí y no. Por un lado, 9 amaga con ser el prototípico personaje burtonesco: una suerte de Frankenstein inacabado en un entorno diferente. Como Edward en El Joven Manos de Tijera. Y los Hombres Inescrupulosos, la Autoridad, son vistas como los culpables de la caída de la civilización. Pero 9 está acompañado por las otras criaturas numeradas, así que no podemos hablar como un marginal ni de él ni de todo el grupo: la sociedad no los mira mal porque están casi todo el tiempo solos. Más allá de todo eso, Acker demuestra tener una personalidad propia y muy potente, sin importar la influencia de los célebres productores. Número 9 es otra muestra de que el reciente cine de animación surgido de Hollywood supera en talento y audacia a muchas de las modernas superproducciones con actores reales. Por otra parte, Burton y Beckmambetov se llevaron tan bien que producirán juntos otro proyecto: Abraham Lincoln: Vampire Hunter, basada en la novela de Seth Grahame-Smith, en donde descubrimos que el presidente estadounidense cazaba chupasangres. ¿Faltará mucho para verla?
Sea por los efectos del atentado del 11-S, sea por la crisis financiera, sea por lo que sea, Hollywood se puso postapocalíptico. Por lo menos eso es lo que demuestran film como Soy Leyenda, 2012, Número 9 y La Carretera. Futuros en donde unos pocos humanos sobreviven entre las ruinas del fin del mundo, a merced de peligros generalmente representados por ellos mismos. El Libro de los Secretos no se queda atrás. Eli (Denzel Washington) es un misterioso caminante que atraviesa los Estados Unidos en un mañana devastado por incontables guerras. Todo es devastación, miedo y muerte. La civilización ya no es tal. Los hombres ahora son caníbales y los gatos se alimentan de cadáveres. El agua, uno de los bienes más preciados. Aunque un tanto como el libro que Eli lleva en su mochila, libro que sólo él pude tener y leer: un ejemplar de la Biblia, imposible de encontrar en ese paraje cementeril. Carnegie (Gary Oldman) el líder de un pueblito moribundo, está muy interesado en el tesoro literario que porta el caminante y mandará a sus matones para conseguirlo. Pero Eli no es ninguna rata de biblioteca: sus armas de fuego, y sobre todo, su temible machete lo convierten en un arma mortífera, un samurai del siglo XXI dispuesto a proteger lo que puede significar la esperanza que necesita lo que queda de la humanidad. El Libro marca el regreso al cine de Allen y Albert Hughes. Estos gemelos supieron patear encías en 1993 con Verdugo de la Sociedad, una de negros de barrios marginales. Luego vino Presidentes Muertos, de 1995, sobre veteranos de Vietnam, que, lejos de poder insertarse en la sociedad, deciden atracar un camión con dinero. Su siguiente creación llegó en 1999 y fue el tremebundo documental American Pimps, sobre proxenetas. Para 2001 nos entregaron una de sus mejores y más inusuales obras: Desde el Infierno, basada en la novela gráfica de Alan Moore y Eddie Campbell, sobre los crímenes de Jack, el Destripador. Luego hubo un largo silencio, que no fue tan así, ya que dirigieron avisos publicitarios y episodios de la serie Touching Evil, de la que eran productores ejecutivos junto a Bruce Willis. El Libro... responde perfectamente a las obsesiones de los hermanitos. Tenemos personajes moviéndose en un entorno mugriento, decadente, hostil, impredecible. Un entorno en que nadie te brinda oportunidades, en el que hay que ingeniárselas para poder sobrevivir. Además, está —por debajo de la historia, afortunadamente— el sentido de la denuncia social y de la avaricia y la violencia de las personas. Pero la película es una de acción y ciencia-ficción (aunque casi no hay ciencia) que le debe un montón a la saga postapocalíptica por excelencia: la de Mad Max. De hecho, los escenarios son mayormente rutas desérticas, como en aquellas películas protagonizadas por Mel Gibson. También se cuela por ahí una referencia a otro exponente del subgénero: en una pared de la habitación donde Carnegie hospeda a Eli hay un poster de Un Chico y su Perro, película de 1975 en la que un joven Don Johnson y su amigo canino recorren un país devastado y enfrentan amenazas extravagantes. Denzel Washington (también productor del asunto) le da vida a Eli, una suerte de vaquero, parco, metódico, letal si se lo provoca. Un hombre que olvidó lo que era reír, pero con un costado espiritual y compasivo. Es posible pensar que entre Denzel y el Viggo Mortensen de La Carretera hubiera estado el definitivo Robert Neville del cine, el protagonista de la novela Soy Leyenda (Ojo, Will Smith no estuvo mal en la reciente adaptación cinematográfica). Luego de mucho tiempo haciendo de buena persona, Gary Oldman regresa al papel de villano como los que lo caracterizaban durante los ’90. Como no podía ser de otra manera, su Carnegie es un tipo paciente, contenido al principio, pero que chilla como un histérico cuando las cosas le salen mal. El resto del elenco tampoco tiene desperdicio. Mila Kunis es Solara, hijastra de Carnegie, quien se suma a la causa de Eli, pese a que el caminante no le tiene demasiada confianza. El papel de Solara estaba pensado para Kristen Stewart, pero no pudo hacerlo por su compromiso con Luna Nueva. La Kunis le da humanidad y fiereza a su personaje, algo que tal vez la Bella Swan de la pantalla grande no hubiera conseguido con su cuasigélida expresión. Jennifer Beals es Claudia, la invidente madre de Solara. Por si no lo recuerdan, Beals supo ser la protagonista de Flashdance, aunque sus espectaculares pasos de baile fueron ejecutados por una bailarina francesa. También se lucen, en roles más pequeños, Tom Waits, Michael Gambon, Frances de la Tour, Ray Stevenson y Malcolm McDowell. Un giro del final puede resultar tramposo para muchos, predecible para otros, aunque resulta ser un simpático homenaje a una obra literaria que mejor ni dar pistas de cuál es. El Libro de los Secretos parece no tener destino de clasicazo, pero bien vale verla para divertirse un poco... y rezar para que la raza humana no caiga más bajo.
Semidios. Leyenda viviente. Iluminado del séptimo arte. Un director que ya no padece el mal de “tengo que ganar un Oscar”. Todo eso y más le corresponde a Martin Scorsese. Aunque, primero que todo, es un cinéfilo furioso. Conociendo su filmografía, se nota el amor por el cine de género, como las películas de gansters. Pero nunca filmó una de terror. Estuvo por hacer algo de ese estilo para la fenecida pero hoy legendaria American International Pictures, allá por los ’70, pero nunca se materializó. Coqueteó con el fantásticos y el horror en La Última Tentación de Cristo —la niña que representa al Diablo fue tomada de Mata, Bebé, Mata, del italiano Mario Bava—, en el capítulo “Mirror mirror”, de la serie Cuentos Asombrosos y en la excelente remake de Cabo de Miedo. La Isla Siniestra no es exactamente un film de terror, pero sí terrorífico. Una clase magistral de cómo provocar en el espectador angustia, nerviosismo, incertidumbre, desasosiego. ¿Lo que está en la pantalla es la más impredecible de las pesadillas o sólo una nueva obra maestra del director de Taxi Driver? La historia esté contada desde el punto de vista de Teddy Daniels. Junto con él vamos descubriendo que los directivos, pacientes y cuidadores de Ashcliffe ocultan algo, un secreto que pude ser en extremo horrible, perverso, inhumano. De a poco vamos descubriendo, también, los traumas que atormentan a Teddy, un veterano de la Segunda Guerra mundial que presenció los horrores en los campos de concentración de Dachau y que, a su regreso, perdió a su esposa a manos de un psicópata... que podría estar internado en Ashcliffe. El terrible pasado del protagonista es mostrado a través de sueños y visiones, en las que se cuelan Rachel Solando y sus tres hijos, a los que ahogó en un lago. Estos escalofriantes momentos oníricos acentúan el estado emocional de Teddy; un estado emocional que va cayendo como por uno de los acantilados de la isla. Dato curioso: uno de las terribles evocaciones incluye el asesinato de un militar nazi de alto rango. DiCaprio estuvo por interpretar al Coronel Hans Landa en Bastardos sin Gloria, pero al final lo hizo el austríaco Christophe Waltz, que ya tiene el Oscar ganado. Volviendo a La Isla Siniestra, Scorsese da clases de cómo generar clima. Los nada lindos internos (muchos de ellos no eran actores sino pacientes en la vida real), los pasillos, el derruido cementerio, los guardias de seguridad, la tormenta, los gritos, contribuyen a que ni Teddy ni el espectador jamás puedan sentirse cómodos. Se nota la influencia de las películas de Val Lewton. Durante los años 40, este prolífico productor supo darnos obras como La Marca de la Pantera —a la que Scorsese pone a la altura de El Ciudadano, de Orson Welles— y Yo Dormí con un Zombie, ambas dirigidas por Jacques Tourner, donde se provocaba terror mediante ambientaciones calculadas y sombras misteriosas. Otras viejas joyas que de una u otra manera dicen presente: Delirio de Pasiones, de Sam Fuller; El Embajador del Miedo, de John Frankenheimer; El Huevo de la Serpiente, de Ingmar Bergman, y policiales de los ’40 y ’50. Es más: a M. S. sólo le faltó filmar en blanco y negro. Otras citas remiten a un film más cercano en el tiempo: El Silencio de los Inocentes, sobre todo cuando Teddy se interna en el laberíntico pabellón de los pacientes más peligrosos, similar al que albergaba a Hannibal Lecter. Y no sólo eso: Ted Levine, el asesino serial Búfalo Bill en la película de Jonathan Demme, aquí encarna a uno de los guardias. Hay otro chiste parecido: el actor John Carroll Lynch (otro de los guardias) formó parte de Zodíaco. ¿Su rol? Adivinen. La Isla Siniestra remite también a otras películas, pero nombrarlas sería arruinarles muchas vueltas de tuerca. Espero que el siguiente dato no dé ninguna pista: el tándem director-actor que casi lleva adelante el proyecto antes que Scorsese-DiCaprio iba a ser... David Fincher-Brad Pitt. Listo, ni una pista más. M. S. no está solo, sus colaboradores fetiche siguen a su lado, dispuestos a darle forma a la locura. La tenebrosa Ashcliffe representa otro soberbio trabajo del diseñador de producción Dante Ferreti, convirtiéndola en un personaje más. El director de fotografía Robert Richardson se encarga de la pensadísima iluminación, por momentos sombría, por momentos no tanto, pero nunca tranquilizadora. El público podrá notar problemas de raccord en la edición, llamativas en el sentido equivocado; pero si tenemos en cuenta que la montajista es Thelma Schoonmaker podemos suponer que es todo parte de un plan maestro para plasmar el anormal estado anímico de Teddy. Unas suaves pero poderosas pinceladas nos pintan un marco histórico —la década del 50— en el que surgieron la televisión, la Guerra Fría (por ende, la paranoia comunista), los avances médicos y científicos... Y los fantasmas de postguerra dando vueltas por ahí. Eso contribuye a la sensación de temor e inseguridad que impregnaba a todos los Estados Unidos. DiCaprio vuelve a demostrar por qué es tan exitosa su unión a Scorsese. El director sabe hacer que actúe de manera más contenida e introspectiva, con momentos de explosión. Teddy es un personaje torturado, en medio de un imparable descenso a los infiernos. El prototípico personaje scorsesiano: un ser que carga con una cruz —propia y/o ajena—, un ser presa de sus demonios internos, que difícilmente pueda tener chances de redimirse. Un importante crecimiento profesional el de Leo, que años atrás solía caer en la sobreactuación. Por enésima vez, Mark Ruffalo interpreta a un agente de la ley, pero siempre sus caracterizaciones fueron distintas entre sí, lo que habla muy bien de él. Y pensar que para el papel de Chuck originalmente fueron considerados Robert Downey Jr. y Josh Brolin. Ben Kingsley no para de demostrar que es uno de los mejores actores vivos. Aquí le pone el cuerpo al Dr. John Cawley, el jefe médico de Ashcliffe. Tanto él como el Dr. Naehring (inoxidable Max von Sydow), un enigmático psiquiatra alemán, pueden estar involucrados en asuntos tan siniestros como la isla Shutter. La inglesa Emily Mortimer la tiene difícil metiéndose en la piel de Rachel, la paciente que cree no haber matado a sus hijos y piensa que las demás personas de la institución son sus vecinos, pero su labor es contundente. Michelle Williams, como la esposa de Teddy, hace uno de sus mejores y más complejos trabajos, a pesar de que generalmente aparece en visiones. También hay participaciones más pequeñas pero importantes de la eternamente subvalorada Patricia Clarkson, Elias Koteas (igualito a Robert De Niro, más que nada en Frankenstein, debido a una cicatriz que le cruza la cara), y Jackie Earle Haley. Este ex niño actor viene de romperla como Rorschach en esa maravilla que es Watchmen: Los Vigilantes, y pronto lo veremos haciendo de Freddy Krueger en Pesadilla en la Calle Elm, nueva versión de Pesadilla en los Profundo de la Noche. Más allá de ser un thriller de suspenso superentretenido, repleto de giros argumentales (algunos entran en la categoría de Trampas, pero están tan bien ejecutados que no molestan), La Isla Siniestra es una experiencia perturbadora, un viaje a lo más tenebroso de nosotros mismos. Una película que habla de la locura contada desde el ojo del huracán de la locura. Es inquietante saber cómo determinados hechos y personas provocan que un ser humano pierda la razón. ¿Es posible tratar una enfermedad mental? ¿Es posible escapatoria alguna? Mejor nunca tener que preguntarnos esas cosas. Mejor nunca terminar en Shutter Island.
Tim Burton es sinónimo de cuento de hadas cinematográfico. Ya en su ópera prima, La Gran Aventura de Pee Wee, e incluso desde sus cortos (Vincent, en homenaje a su ídolo Vincent Price, y Frankenweenie), desde allí es posible rastrear las obsesiones que aquejan a este maestro del cine: personajes marginales, incapaces de sentirse cómodos en el mundo que los rodea; los adultos como sinónimo de autoridad y frialdad; y, por sobre todo, universos mágicos, a veces agradables, a veces tenebrosos, pero siempre impredecibles, colmados de fantasía y sorpresa. Tim Burton es un director fiel a sí mismo. Un artista de talento indiscutible, incapaz que darle a su público algo mediocre. Incluso sus películas consideradas menores son grandes espectáculos que vale la pena disfrutar. En ese sentido, Burton forma parte de ese Monte Olimpo conformado por Steven Spielberg, David Cronenberg, Martin Scorsese, Peter Jackson, Sam Raimi, Guillermo del Toro, Baz Luhrmann, Alfonso Cuarón, Paul Greengrass, Christopher Nolan y James Cameron (sólo por nombrar a los contemporáneos). Sus films menos buenos son mejores que los de otros cineastas. En Alicia en el País de las Maravillas, el enorme Tim vuelve a validar su capacidad para asombrarnos. Pero antes de seguir con él y con su flamante opus, conviene remontarnos brevemente al primer genio detrás del asunto. Lewis Carroll (1832-1898), por entonces un simple profesor de Matemáticas, le relató una primitiva versión de Alicia en el País de las Maravillas para entretener a las hermanas Liddel, una pequeñas amigas, ya que se llevaba mejor con los niños. El personaje del título se basaba en Alicia, una de las hermanitas, quien además lo convenció de convertir el cuento en un libro. Carroll (nombre verdadero: Charles Lutwidge Dodgson) le ido el gusto, y se despachó con las aventuras de una niña que accede a un Universo de lógica invertida, repleto de animales que se comportan como personas y miles de otros delirios, que escondían elementos de sátira social victoriana y juegos de palabras. Imposible olvidar a personajes como el Conejo Blanco, el Sobrerero, el Gato de Cheshire, la Liebre de Marzo, la Oruga Azul... De hecho, no pocos recuerdan más los personajes o situaciones específicas más que el todo completo. Publicado en 1865, el libro se convirtió en un exitazo. En 1971, Carroll publicó su continuación, Alicia a Través del Espejo, en donde se sumaban más personas, como Tweedledum y Tweedledee. Con el tiempo, Alicia en el País de las Maravillas conoció adaptaciones teatrales, televisivas y cinematográficas. Dentro de este grupo, la más famosa es la versión animada made in Disney, de 1951. Burton nunca fue fanático de esa película, así que ahora podemos conocer su óptica del asunto, que resulta original desde el guión: no es una adaptación fiel de los textos de Carroll, sino una suerte de secuela ubicada más adelante en el tiempo. Alicia ya no es una niña sino una joven de 19 años, que, luego de rechazar una propuesta de matrimonio, regresa al mundo subterráneo pese a que no recuerda ni a quienes lo habitan ni las aventuras vividas en su infancia. Tenemos en esta Alicia al típico personaje del realizador: un pez fuera del agua en esa predecible y monótona Inglaterra victoriana, mundo real, tan carente de asombro y tan saturado de leyes. Una estupenda labor la de Linda Woolverton al darle un marco histórico preciso a este nuevo enfoque. Según Burton: "El objetivo es tratar de hacer una película atractiva, donde haya un poco de la psicología y el carácter clásico de Alicia, pero al mismo tiempo aportando frescura a la historia". Los fanáticos puristas de Carroll pueden llegar a sentirse ofendidos, pero sin duda gozarán de las constantes y bien utilizadas referencias a los libros, sobre todo al principio de la película. En cuanto al País de las Maravillas, un perfecto matrimonio entre arte, fotografía y efectos especiales por computadora, donde no faltan los árboles retorcidos que tanto le gustan a Tim. Un soberbio trabajo visual que nunca está por encima de la narración sino que la enriquece, como debería ser siempre en toda película. Se sabe que Burton es fanático del artista surrealista checo Jan Švankmajer, quien supo adaptar la obra de Carroll en Alice, hecha con animación stop-motion. Es difícil relacionar ambas versiones, pero podemos notar en T. B. una pasión por hacer que los objetos y los paisajes luzcan como si hubieran sido creados de manera artesanal, igual que quien pinta un lienzo. Por supuesto, la música de Danny Elfman siempre es el complemento ideal con otra de sus majestuosas partituras. Scorsese-De Niro (ahora Scorsese-DiCaprio), Fellini-Mastroianni, Truffaut-Léaud, son legendarias las duplas director-actor. El tándem Burton-Depp encaja perfectamente en esa tradición, como ya lo demostró en seis —siete con esta— gemas a 24 cuadros por segundo. Lo cierto es que Johnny D. se transforma en el Sombrerero, que aquí tiene un papel más estelar que en los libros de Carroll, y es un sujeto bipolar. El actor confesó haberse inspirado en el hecho de que los sombrereros reales del siglo XIX se envenenaban con mercurio por el trabajo, y como consecuencia sufrían desdoblamiento de personalidad. Lo cierto es que el Sombrerero (al que con el tiempo se le agregó el muy atinado adjetivo de "loco”) remite a otro antihéroe burtoniano: Beetlejuice, aquel excéntrico bio-exorcista encarnado por Michael Keaton en Beetlejuice: El Superfantasma. Un personaje del que se podía esperar cualquier cosa, desde una sonrisa hasta una patada. Sería como un Beetlejuice con Prozac. Se puede pensar que Depp se roba la película con su papel, pero, si bien lo suyo es sublime, nunca está por encima de los otros personajes. Por eso el perfecto equilibrio entre cada elemento hace que la película funcione como un reloj (Casualmente, aparecen bastante relojes a lo largo de los 109 minutos). Los actores secundarios tampoco tienen desperdicio. Helena Bonham Carter, señora Burton y parte del elenco estable de su marido, inspira autoridad y un poco de lástima con su caracterización de la Reina Roja, quien no deja de mandar a decapitar criaturas. Anne Hathaway bordea la sobreactuación con su Reina Blanca, pero logra zafar. Crispin Glover se luce haciendo de la Sota de Corazones, feroz lugarteniente de la Reina Roja. Dato curioso: Crispin fue la primera opción de Burton para hacer de Edward en El Joven Manos de Tijera. Si pueden ver la versión subtitulada también podrán apreciar las voces de Stephen Fry (el Gato de Cheshire), Michael Sheen (el Conejo Blanco), Alan Rickman (La Oruga Azul), Michael Gough (Dodo) y Christopher Lee (el temible Jabberwocky). ¿Y Alicia? La australiana Mia Wasikowska cumple con su labor. Es convincente como chica descontenta y confundida, pero también en su faceta de guerrera. Tiene una carrera encaminada la Wasikowska, ya que pronto se la verá en lo nuevo de Gus Van Sant, otro gran director especialista en personajes marginales. La película fue hecha para ser vista en tercera dimensión. Dicha tecnología no resulta invasiva ni hace que el poderío de las imágenes opaque todo lo demás, sino que le suma de manera saludable al film. Lo contrario a Avatar, que sin el 3D hubiera sido una película del montón. Además, Burton siempre es más genuinamente emocional y menos pretencioso que Cameron. Se dice que Alicia en el País de las Maravillas será postulada al Oscar 2011, lo que sería más que merecido. T. B. es uno de los eternos olvidados por la Academia, que debió reconocerlo por su trabajo en El Gran Pez, especialmente. Ojalá eso esté por cambiar. Esperemos que los meses pasen rápido así podemos disfrutar de Frankenweenie, basada en el mencionado corto. Mientras, a gozar en este flamante País de las Maravillas que sólo nos puede regalar un visionario, un genio absoluto, como lo es Tim Burton.
En Desde mi Cielo, Peter Jackson vuelve a demostrar que es uno de los directores más audaces dando vueltas. Allá por los ’80, en su Nueva Zelanda natal, con una vieja cámara de 16mm y algunos amigos, filmó durante cuatro años Mal Gusto, acerca de un extravagante grupo de Élite enfrentándose a alienígenas que quieren hacer hamburguesas con humanos. Piensen: Nueva Zelanda, un pequeño país con nula tradición cinematográfica, y menos en cuanto a cine fantástico. Así y todo Mal Gusto fue un éxito internacional. Luego, Meet the Febles (por favor, no dejen de pinchar aquí), una sátira de Los Muppets, pero repleta de sexo, drogas y excesos. ¿Cuántas personas hacen una película toda hecha con títeres, y encima de contenido políticamente incorrecto? (Bueno, más acá en el tiempo la hazaña fue repetida en Team America, aunque ahí usaron marionetas). En los ’90 nos dio Muertos de Miedo (título original: Braindead), un delirio con zombies, considerada por mucho tiempo como la película más sangrienta de la historia. Cuando ya muchos lo coronaban como el nuevo Rey del Gore, Peter J. tomó otro camino y se despachó con Criaturas Celestiales, la historia real de dos amigas que mataron a la madre de una de ellas. Con este gran film accedió al mote de los directores “serios”, adorados por los críticos que solían desdeñar sus epopeyas sanguinolentas. Parecía que el otrora Genio de las Tripas se dedicaría a films raros pero de qualité, pero otra vez arriesgó. Muertos de Miedo (Título original The Frighteners) era una comedia de terror producida por Robert Zemeckis y protagonizada por Michael J. Fox antes de que el Mal de Parkinson le impidiera trabajar con regularidad. Pese al poco éxito, Jackson logró lo que muchos de decretaban imposible: filmar tres películas con un presupuesto multimillonario y basadas en tres libros clásicos de fantasía, que habían sido llevados al cine con escasa suerte en un olvidado largometraje de animación. P. J. tuvo mejor fortuna, ya que la trilogía de El Señor de los Anillos recaudó millones y ganó muchos premios Oscar. Mientras los demás empezaban a filmar películas similares, con batallas épicas y seres mágicos, Jackson se la volvió a jugar y filmó una nueva versión del clásico intocable que lo marcó de niño. Su enfoque de King Kong fue más extenso y desarrollado que el original de 1933 —y ni hablemos de la remake de 1976—, una historia de amor condenada desde el vamos, pero con resultados soberbios desde lo artístico. Peter Jackson arriesgó siempre. Y lo sigue haciendo. Es como el Sargento James de Vivir al Límite: un tipo al que no le molesta tirarse por el acantilado para obtener la grandeza. Desde..., un producto más intimista que los tanques que venía dirigiendo, nos presenta un mundo único, un Limbo que es una suerte de Paraíso, un universo de ensueño, donde las cataratas se juntan con los maizales. Un mundo pleno de lirismo. Otra virtud del director: siempre usa los efectos especiales al servicio de la historia, no al revés. Lo cierto es que la película es un producto novedoso, atípico, diferente a lo que se viene estrenando... pero también podría haber sido mucho mejor. Si toda el film hubiera sido contado única y exclusivamente desde el punto de vista de Susie, y si se eliminaran elementos de comedia no del todo bien puestos, sería una de las obras maestras de la cinematografía mundial. Incluso la subtrama policial podría haberse contado así. En cambio, el punto de vista varía de un personaje a otro, y eso le termina restando. Desde... tiene un antecedente directo: la producción inglesa Sueños Alterados, ópera prima de Bernard Rose, director de Candyman: El Dominio de la Mente y Amada Inmortal. Estrenada en 1988, Sueños... contaba cómo Anna, una preadolescente que debe permanecer postrada en su casa, puede ingresar en el mundo onírico que suele dibujar. Un mundo donde todo parece andar bien... pero hay una amenaza cerca. Sueños... es una fábula más siniestra y menos visualmente imaginativa que la obra de Jackson, pero bien vale como un antecedente muy interesante. Aquí tienen principio de la película. En cuanto a las actuaciones, ya mucho se habló de la inquietante labor de Stanley Tucci, que le valió una largamente merecida nominación al Oscar. Lástima que compita con Christophe Waltz... (Atención actores o aspirantes: si quieren ser nominados al Oscar, y hasta ganar la estatuilla, al Mejor Actor de Reparto, interpreten a asesinos sádicos y despiadados. Si no fíjense en Javier Bardem y en Heath Ledger). Seguro llamará la atención la extraña muerte de unos de los personajes principales, y no hablamos de Susie. Si bien Peter J. ganó millones de dólares y de premios, tuvo que hacer una concesión cuando el primer corte fue mostrado en las proyecciones de prueba. El público quería más violencia y sufrimiento. Y Jackson les hizo caso. Desde... tuvo críticas muy dispares en todo el mundo. Sobre ese tema, el director dijo: "Me gusta que el público reaccione de forma diferente, no me gusta acotar los filmes para un determinado tipo de audiencia. Y esta película me gusta porque es difícil de clasificar. Estoy orgulloso de esto". Luego de ver Desde..., será difícil no imaginar cómo sería nuestro Limbo personal. Pero también es mejor recordar que seguimos aquí, y que a la vida, pese a los incontables problemas, vale la pena ser vivida. De hecho... ¿qué hacen acá leyendo esto? ¡Salgan ahora! ¡Vivan, amigos, vivan!