Wonder Gadot. Si hay un traje que le calza a medida, es el de La Mujer Maravilla. No era fácil el reto: A pesar de un par de escasos cameos en “Batman v Superman”, acá tenía el peso que supone cargar con la mochila del protagonismo, y la de ser la primera superheroína en pisar la pantalla grande. Desde monstruos verdes enfurecidos y gruñones, pasando por millonarios excéntricos vestidos en trajes de lata o spandex negro, de dioses Nórdicos que escupen rayitos por un martillo, hasta alienígenas encapotados pasados de esteroides. El cine de superhéroes parecía pertenecer exclusivamente al mundo de los pectorales, y cuando una chica aparecía, o era la linda novia de alguno, o era una segundona que aportaba el viejo contraste entre puños y curvas. Hasta que llegó ella y dijo: “Holis, soy Gal Gadot, estuve en el ejército israelí y fui miss Universo y…ah…sé actuar…”. Un cóctel a priori bizarro, pero que funciona de “Maravilla”. Antes de ser Wonder Woman (Gal Gadot) era Diana, princesa del Amazonas entrenada para ser una guerrera invencible. Diana ha sido criada en una isla paradisíaca protegida. Hasta que un día un piloto americano (Chris Pine), que tiene un accidente y acaba en sus costas, le habla de un gran conflicto existente en el mundo [Primera Guerra Mundial]. Diana decide salir de la isla convencida de que puede detener la terrible amenaza. Mientras lucha junto a los hombres en la guerra que acabará con todas las guerras, Diana descubre todos sus poderes, y de paso, su verdadero destino. Gadot ya venía pisando fuerte con su personaje de Gisele en “Fast & Furious” (varias de ellas) y en “Criminal” (2016) con Kevin Costner y Ryan Reynolds. Algunos haters de esos que andan sueltos por las redes se preguntaban en sus ratos de ocio si este papel, acaso, no le podía quedar un poquitín grande a la bella Gal, y es tremendamente reconfortante decirles lo equivocados que estaban. Su trabajo, además de ser una de las mujeres más bonitas de la tierra, (cosa que la directora, Patty Jenkins, se encarga en cada plano de hacerlo notar y por momentos es alevoso) es prolijo, certero, consciente y metódico. Le sobran espaldas para que en cada coreografía luzca como una verdadera guerrera amazona que te puede patear el trasero sin esfuerzo, y encima te ponga cara de “Soy una princesa, obvio que no me despeino y ni me ensucio”. Sería injusto olvidar al resto del reparto, que acompañan con gran dignidad la labor de la protagonista, particularmente el caso de Chris Pine (el capitán Kirk en “Star Trek”), que si bien siempre se lo vio sólido en sus actuaciones, acá forma parte esencial del engranaje encargado de sostener el co protagonismo (por momentos pisando fuerte los talones de la protagonista), llevando a cabo una tarea más que digna, dando cuenta de su madurez actoral, quizás debido a que ya no es un el chico fanfarrón de ojos azules que hace las cosas sin pensar, por el contrario, este personaje demanda seriedad, y está a la altura de los requerido. La aparición de la siempre interesante Robin Wright (“House of Cards”) es una frutilla riquísima, pero lamentablemente muy chiquita, ya que una pésima decisión del guión la hace desaparecer innecesariamente. El filme se siente redondo, la historia es orgánica y está excelentemente contada y, a pesar de sus baches, (mayormente atribuidos al género) es entretenida en sus casi 2 horas de duración, manteniendo siempre la cadencia justa para no aburrir ni decaer. Los baches mencionados dan la impresión de estar meticulosamente insertados, casi contrastando con el bruto de la película, quizás más pertenecientes a las garras de algún corporativo ensañado con sus estadísticas, que al guión en sí. Nunca dejan de molestar los carraspeos pomposos y sentimentaloides, algún dato no explicado o mencionado a medias, y algunos personajes desperdiciados, sin rumbo aparente o con motivaciones poco exploradas. Lo único malo es el tercer acto, que tiene todo lo que una película de cómics: un final lleno de efectos especiales sin sentido. “Wonder Woman” es una película de acción, una comedia romántica y una historia con un mensaje significativo y una película de guerra. Pero ante todo, es una película de iniciación, en la que el personaje atravesará un camino de aprendizaje, en el que se convertirá no solo en La Mujer Maravilla, sino que las adversidades del mundo la harán madurar a los golpes, y la fuerza, dejar de ser una chica inocente, ingenua y naif. Finalmente, un Blockbuster como la gente. Puntaje: 3,5/5
Romeo (Adrian Tieni) es un médico de 50 años que dejó atrás las ilusiones relacionadas con su matrimonio, ahora acabado, y su Rumania, destrozada por los acontecimientos. Ahora lo único que le importa y obsesiona es que su hija de 18 años estudie en el extranjero. El día antes de sus exámenes finales, la chica es acosada en la calle. Desde ese momento, Romeo pondrá en jaque a todo su entorno para conseguir que su hija sea aceptada en una universidad británica, aunque ello suponga mostrar su peor cara ante una comunidad que lo respeta. El director de la aclamada “4 meses, 3 semanas, 2 días” en esta ocasión nos presenta una realidad atestada por la corrupción estructural, acentuada en las decisiones de cada persona que sostienen y profundizan tales faltas éticas. Se pone en discusión el rol de la educación formadora de los individuos, tanto la institucional como la familiar, caracterizadas por una doble moral en la que la hipocresía evita la transmisión de valores. Mungiu retrata esa Rumania que sigue atada a sus males históricos, a la vez que toma los vicios de Occidente a medida que se confirma su crecimiento social y económico, una dicotomía muy presente en “Graduación”, (o “Los Exámenes”) . Se concibe el drama como un viaje de ida, una experiencia que necesita sacudir el alma y la conciencia del espectador. La narración se abre con una ventana rota tras la caída de una piedra, como si los peligros del exterior entraran de lleno en la familia para destruirla por completo. En ese vaivén de ruidos, sombras espectrales, llamadas telefónicas sin responder se construye la película. El personaje principal actúa conforme a la idea de que, para activar el cambio social que representan las nuevas generaciones, a veces hay que recurrir a métodos no del todo legales, con todas las contradicciones que ello implica. En paralelo, el director asume que ese discurso sólo es posible reiterando todo el tiempo el arribismo de Romeo. Esa insistencia es precisamente lo más cuestionable, dejando el sabor de una aparente crítica a la corrupción imperante en su país, la violencia contra las mujeres y el sistema educativo, pero dejando al final del paladar, una postura ruidosamente moral sobre ciertas conductas de las personas en momentos en que les aprietan los zapatos. Puntaje: 3/5
Las películas son como los días. Los hay buenos, regulares y malos. Cierto es que esta jerarquización es subjetiva. Salvo para quien vive ese día, o ve esa película. ¿A dónde quiere llegar uno con esta analogía de poca monta? A ningún lado, desde ya. Pero quizás amerite destacar, que los días buenos, si bien en la memoria descansan, también en ella perecen. Las buenas películas gozan de un plus. Uno las puede volver a ver cuando le plazca, revivir ese goce prístino e incluso puede descubrirle nuevos. Porque una buena película, además de merecer, reclama, requiere y necesita ser vista más de una vez. Entonces aclaro, vi esta soberbia película solo una vez, de manera que siempre será incompleto este texto, fruto de la siempre inexperta vez primera. Pero basta de patrañas. ¿Qué debe tener una película para catalogarse como “muy buena”? ¡No lo sé ameo por eso te lo pregunto! Supongo que entre otras cientos de cosas, objetivas, si, pero más que nada subjetivas, está la solidez. Solidez argumental, técnica, actoral, la la….land. Y vaya que la tercera entrega de Damien Chazelle la tiene a lo largo de sus muy disfrutables 128 minutos. “La La Land” está narrada a través de las 4 estaciones que van marcando momentos clave en la relación amorosa de los protagonistas, dando cuenta de la elegancia y del dominio narrativo del director. Mía (Emma Stone) es una aspirante a actriz y dramaturga que vive dando saltos entre audiciones frustradas y su trabajo en una cafetería dentro de un importante estudio de Holywood con el sueño de alcanzar el estrellato. Paralelamente, Sebastian (Ryan Gosling) es un pianista fanático del Jazz (del más puro y austero), que a pesar de poseer talento no consigue dar pie con bola, pero mantiene su sueño de abrir su propio club de Jazz y tocar las piezas que más le gustan sin que nadie se interponga. La casualidad terca e insistente del destino cruzará sus vidas y los sumergirá en un romance fresco y pintoresco, plagado de hermosos cantos y coreografías rimbombantes. La química entre los protagonistas es notoria, los diálogos sencillos, justos y precisos los mastican y apropian a su merced. Esa misma química funciona de enlace retroalimentador en las actuaciones que, aunque ambos actores se destaquen por su prolijidad (lo de Emma por momentos es impactante) este vínculo hace que reluzcan aún más cuando comparten plano. Individualmente la cosa no es para menos, Ryan Gosling tocando el piano satisface (aprendió a tocar las piezas en tan solo 3 meses y nunca usó doble de manos) tan bien como Emma Stone cantando. La parte visual es de lo mejor logrado del filme. Hablar del tratamiento del plano secuencia que lo caracteriza (como se hacía en los musicales clásicos como “Los Paraguas de Cheburgo” o “Las Señoritas de Rochefort”) es spoilear severamente; la primera escena de la película pone de manifiesto lo inobjetable del logro técnico alcanzado, teniendo claras reminiscencias con “Wek-End” de Gordard o la primera secuencia en “8½” de Fellini, entre otras. Los guiños y homenajes al cine clásico y a los musicales son constantes, pero no agobian, las referencias a “Casa Blanca” o “Rebelde sin causa” o el poster de Ingrid Bergman en la casa de Mía son algunos de los ejemplos más claros. Si bien no es explícito y quizás algo torpe, “La La Land” intenta naufragar sobre la necesidad de la evolución en la música, algo que Sebastian, el personaje de Gosling debe aprender por la fuerza, teniendo que adaptarse y dejar de lado su fanatismo por el Jazz tradicional para poder alcanzar su meta. El tópico que traza la película (en un análisis muy superficial) puede refugiarse en la reflexión sobre el duro camino hacia el éxito y las cosas que dejamos atrás para lograr nuestra meta. A priori es un tópico mentiroso, al menos secundario, ya que al descorrer el velo se encuentran (afortunadamente) crucigramas más complejos. Si el tópico del amor aburre y/o exaspera no es por el tópico en sí, sino por el ángulo en el que se lo elige retratar. El amor no lo es todo, y no es para siempre, pero es el motor que nos catapulta hacia delante, el que nos interpela e invita a seguir caminando; esa es la razón de ser, la función matriz, el verdadero papel que juega el amor en la vida de Mía y Sebastian. No os asustéis señores, el “y vivieron felices para siempre” se mantiene, a su modo, un modo que se deja entrever en la última mirada entre los protagonistas en ese exquisito y sublime final, en el que se hablan sin palabras, imaginando historias que pudieron haber sido y no lo fueron, agradeciéndose por tanto, añorándose, recordándose, deseándose lo mejor para el otro, y claro, reconociéndose como victoriosos en el goce del cumplimiento de sus sueños más anhelados. Puntaje: 4,5/5