Ya sea por casualidad, providencia o el capricho de un programador en la madrugada previa a la función privada de Infierno al Volante, me crucé con Not Quite Hollywood, de Mark Hartley. El documental –que tuvo su proyección en el BAFICI ’09– retrata la escena australiana de los setentas y ochentas donde la norma eran películas de terror clase sub sub B y de acción donde las persecuciones automovilísticas no eran, por decir lo mínimo, libre de todo riesgo tanto para dobles o el equipo de filmación. Una escena donde los pormenores eran la regla pero aspiraban a un profesionalismo y proyección. Horas más tarde, era el turno de una con autos en carreras a toda velocidad 3D. No creo que sea el único en esa sala que no le tenía mucha fe a Infierno…. Después de todo, era la última de Nicolas “peluca de turno” Cage: una ruleta rusa donde no se sabe cuántas balas hay en el tambor. Pero me encontré con una película muy divertida, irónica, autoconsciente de su demencia y locura –que nos invitaba a participar desde el primer minuto cuando Cage entra en escena derrapando al volante con una mano y disparando una escopeta con la otra– , cinéfila con coreografías de autos muy logradas. Lo que se dice un pequeño placer culposo entre tanto estreno de oscarisables. En cuanto a la trama, Nic Cage en piloto automático es un abuelo muy enojado, con talento para el volante y las pistolas, que busca venganza por la muerte de su única hija seguida del secuestro de su nieta por parte de un culto. En el medio deberá lidiar con un enviado del averno (William Fitchner), que no se sabe bien a qué vino. Infierno… está filmada, y no traspasada, en 3D aprovechando bastante bien las posibilidades del formato. La profundidad se percibe en las persecuciones y no se malgasta el recurso. El director Patrick Lussier, que ha estado boyando en el género por tiempo, ya probó su pericia en la materia con la remake del clásico de culto ochentoso, y por ende slasher, Sangriento San Valentín 3D. El guión de Todd Farmer, otro conocido del ambiente de terror y previo colaborador de Lussier, está repleto de citas cinéfilas –Carpenter es Dios, era hora que lo sepan–, con diálogos y situaciones over the top –obviamente una balacera no es razón suficiente para interrumpir un buen polvo–. También hay brisas del mismo espíritu de excesos setentosos de la reciente Machete. Dentro de todo el combo grindhouse de vísceras explotadas, rednecks miembros de culto, Marie Annas sueltas de ropa que manejan mejor que Marcos Di Palma y persecuciones calculadas efectivamente, el gran Fitchner sobresale como El Contador. Una especie de agente sarcástico, frío, canchero y cínico enviado por el Diablo para devolver al nono enojado de vuelta de donde salió. Con Piraña 3D recién instalada en el proyector no estamos ante una nueva oleada de un Hollywood trash e irresponsable. Más bien ejercicios para comprobar potencialidades del 3D en el género del terror. En este caso, las cosas salieron mejor de lo esperado.
A esta altura se sabe que El Cisne Negro es una de las candidatas a Mejor Película en la entrega de los Oscar que tendrá lugar a final de febrero. ¿Merece estar en ese top 10? Decididamente. ¿Puede ser una de las principales contendientes? Es una apuesta que no paga poco. No vamos a descubrir la pólvora al decir que El Cisne Negro es una proto continuación de El Luchador, la anterior película de Aronosfky. Nuevamente se nos muestra una disciplina –de la cual se exhiben los trasfondos- cuya vida útil del profesional no es larga y requiere de un enorme sacrificio y disciplina corporal. Nuevamente hay un protagonismo casi exclusivo por parte del actor principal. El Randy de Mickey Rourke –que estába en el otoño de su carrera- estuvo prácticamente todo el metraje, como lo está la Nina –en la cúspide de la suya- de Natalie Portman. Y nuevamente la cámara en mano se inmiscuye y nos zambulle en un mundo ajeno para muchos. Lo que refiere estrictamente a la trama, Nina es una joven miembro del cuerpo de ballet de Nueva York que esta preparando una nueva versión de El lago de los Cisnes. Ella es la nueva elegida para representar el dual rol de la Reina Cisne, el papel más importante de esa obra. Por su inocencia, fragilidad, carácter sumiso y carente sexualidad es ideal para papel del cisne blanco. No así para personificar a su sensual, manipuladora, violenta y lasciva hermana gemela. Ahí es cuando llega la pujante Lily (Mila Kunis), una virtuosa cuyo baile es sensual por naturaleza y no busca la perfección que tanto anhela la flamante Reina Cisne. La recién llegada puede ser una seria amenaza para las pretensiones de la detallista Nina. Al igual que El lago de los Cisnes, El Cisne Negro trata sobre dicotomías, sobre el otro yo, sobre contrarios. Por momentos Aronofsky usa trazo fino (vestimenta), y por lapsus lo hace con una brocha algo más gorda (el departamento del Thomas de Vincent Cassel). Los espejos, vitales para saber si el movimiento que se esta ejecutando es correcto en un estudio de danza, están presentes en casi todas las escenas. Pueden devolver la mirada u otro puede estar del otro lado. Decíamos que la película trata sobre mitades. Luego que en la pausada primera parte se nos imbuye de los trasfondos de la danza y se plantan los primeros quiebres en la psique de la protagonista, está el complemento donde todo se vuelve más rápido, psicológico sensual y onírico. Por lejos, es lo mejor del film. Para este punto Lily y Nina empezaron una amistad que le termina de allanar el camino a la segunda para lograr personificar –revolución sexual y matriarcal mediante- al hasta entonces elusivo cisne negro. Transformación que se completa en el esperado estreno. Párrafo aparte para la enorme Portman. Si bien no es la primera vez que tiene un personaje que pierde su inocencia y pasa por una transformación extrema –en El Perfecto Asesino fue una niña que quiere convertirse en asesina profesional luego de ver a su familia masacrada y en V de Venganza es una productora televisiva que se vuelve una cómplice de un terrorista- con este protagonismo casi excluyente da la mejor actuación de su carrera. El Cisne Negro le debe algo a El Luchador –hasta sus finales son casi calcados- pero tiene un espíritu propio.
Amada por los pocos fans del género, odiada por muchos y censurada en varios países, la versión original de Escupiré sobre tu tumba (1978) era una hija de su época. Filmada en una furiosa Clase B y con enormes influencias de splatter (el cine que tiene como eje la violencia física y es pariente cercano del slasher), Escupiré… contaba la historia de una joven y atractiva escritora que decide pasar una temporada veraniega en una zona rural para terminar su siguiente libro. Al poco tiempo de iniciada su estadía, un cuarteto de rednecks locales la violan repetidamente hasta darla por muerta. En cuestión de días, la heroína regresa de la tumba convertida una máquina de venganza dispuesta a emplear la Ley del Talión. La película de Meir Zarchi –director y guionista- estaba todo el tiempo over the top, con sus actuaciones de cartón y endeble guión. Pero era brutalmente honesta e irreverente. Más de 30 años después del estreno de la original –cuyo primer nombre fue El Día de la Mujer- llega esta remake. La película, dirigida por Steven Monroe, pasa más por el lado de una actualización para el gusto del público contemporáneo, como lo hizo Zack Snyder con su El Amanecer de los Muertos (Dawn of the Dead, 2004), dando por ejemplo, la inclusión de novedades tecnológicas (celulares, laptops y cámaras digitales de mano) y la manera en que se ejecuta la venganza de la flagelada muchacha, no siendo así una remake meramente estética como lo fue La Masacre de Texas (2003). Si bien el guión no es el punto fuerte de ninguna de las dos versiones, esta segunda es un poco más interesante debido a algunas razones: el escarnio de la protagonista deja de ser enteramente físico –además perdió una cantidad considerable de metraje- para darle lugar (aunque sea un poquito) al maltrato psicológico, algo totalmente ausente en la versión original. Se hace más hincapié en los campesinos –que pasaron de ser 4 a 5, con un sheriff incluido- y su trasfondo, abriendo la cancha al humor negro. Finalmente, y acá es donde se nota más la influencia de Jigsaw, el asesino serial de la saga El Juego del Miedo, las venganzas son (mucho) más sádicas, irónicas, visuales y elaboradas. Con dos mitades definidas –la segunda decididamente más divertida-, Escupiré… usa el trazo más grueso posible en ambas. La violencia física monopoliza los planos pero lo hace de manera calculada, sin la desprolijidad de su predecesora. Así y todo, esta remake es levemente superior a la original, algo que no suele suceder con las reversiones de los clásicos, o anticlásicos en este caso, del género del terror.