Amistad, música y memoria Tango en París. Recuerdos de Astor Piazzolla es la historia de una amistad tardía. "Nos conocimos cuando cumplíamos 50 años", cuenta la voz de Boy Olmi, que evoca al entrañable José Pons, amigo de tantos artistas argentinos visitantes de París en los 70. El encuentro con Astor Piazzolla, casi como un flechazo, se produjo en aquella Francia de bohemia y tango, de los herederos de la pasión por Gardel, de los años del exilio. Esa inesperada hermandad, las cartas escritas y las reuniones en la casa de los Pons en la Rue Descartes son el eje del documental de Rodrigo H. Vila (Mercedes Sosa. La voz de Latinoamérica), construido sobre la base de grabaciones inéditas (como una versión hogareña de "Balada para un loco" con el bandoneón de Piazzolla y la voz de Amelita Baltar), de recuerdos de los que siguen vivos (muy emotivo testimonio de Jairo) y de una mirada muy cercana a Piazzolla, a sus confidencias y memorias solitarias. Vila teje la relación de Pons y Piazzolla con notable calidez y sin ninguna condescendencia. Sus personajes están ahí, emergen de las fotos que quedaron de ellos, de sus tardes con Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa, de los cumpleaños y las canciones compartidas. Con guiños a Buñuel y citas de Oliver Sacks, Tango en París proyecta la memoria hacia el presente, hacia el ahora, como esas canciones que suenan distinto cuando se tocan otra vez.
Cuatro personajes para una guerra Casi como una película de cámara en exteriores, QTH narra el preludio e inicio de la Guerra de las Malvinas desde la tensa perspectiva de cuatro personajes confinados a un puesto de control en el canal de Beagle. El director Alex Tossenberger concentra su mirada en esa opresiva convivencia entre dos marineros inexpertos, un porteño y un tucumano, un perverso y autoritario suboficial (muy buen trabajo de Osqui Guzmán) y un cabo inmerso en dudas y contradicciones, entre el deber y su propia humanidad. Sobre ellos pesan la amenaza de la flota inglesa, el desconcierto sobre el devenir del enfrentamiento, la inestabilidad de sus propias emociones. Con la guerra fuera de campo, QTH instala un malestar inusual, eco de la Argentina de esos años, que encuentra en los rumores del bosque el mejor de sus reflejos.
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Fallida comedia sensiblera Remake de la exitosa comedia mexicana No se aceptan devoluciones (2013), Dos son familia ha logrado en Francia el mismo suceso de público, apadrinada por la nueva figura del cine popular francés, Omar Sy. En ese terreno farragoso que se denomina "comedia dramática", la historia de un mujeriego convertido de manera mágica en un padre ejemplar combina los gags más previsibles sobre padres primerizos (ojalá hubieran visto Tres hombres y un bebe), con algunos chistes sobre diferencias idiomáticas (es un francés que vive ocho años en Londres sin aprender inglés) y los estereotipos más ridículos (hay un gay salido de una película de Olmedo), para derivar en un dramón con enfermedad incluida, acumulando innecesarios golpes bajos. Sy hace lo suyo, lidiando con los abruptos cambios de tono que lo llevan desde el histrionismo de un soltero despreocupado hasta la introspección de un padre compungido. Si la nena, Gloria (Gloria Colston) es el personaje que resulta más genuino, la pobre Clémence Poésy da vida como puede a la madre de la criatura, entre la inseguridad, la depresión posparto y la ensalada psiquiátrica que la película le tira por la cabeza. Si la comedia nunca funciona, la química que se intuye en algunos momentos que comparten padre e hija se diluye en secuencias de montaje con musiquita sensiblera que dan por tierra cualquier emoción creíble.
El despertar del amor en medio de la Primavera Árabe La vida de Hedi se debate entre dos mundos, entre dos tiempos, entre dos mujeres. A punto de casarse con la bendición familiar con una mujer a la que apenas conoce, Hedi descubre que hay otro horizonte para su silenciosa rebeldía, un horizonte lejano, pero tangible, allí en la costa de una ciudad cercana. La amante, ópera prima del tunecino Mohamed Ben Attia, celebrada desde su debut en el Festival de Berlín de 2016 como el cine de la Primavera Árabe, cuenta el despertar del primer amor como el nacimiento a un nuevo presente, a un nuevo país que despierta de una larga y conflictiva búsqueda. Y Ben Attia elige para ello una puesta en escena exenta de ornamentos, cargada de una emoción sutil y subterránea que anuncia ese mundo por venir. Trailer de La Amante (Inhebek Hedi) Los cambios políticos y culturales que agitaron a Túnez en 2010, conocidos como la Revolución de los Jazmines y protagonizados por las nuevas generaciones que demandaban pertenencia y representación, inspiraron a Ben Attia para contar una historia propia y universal. Propia porque nace de su vínculo con el pasado y el presente del mundo árabe, y de su propio país, y universal porque en esa historia de amor que imagina se condensa la mirada sobre las expectativas de los jóvenes y el deseo de llevar una vida según sus propias reglas. Hedi trabaja como vendedor de Peugeot en un tiempo de crisis, prepara su casamiento en un tiempo de espera, soporta los mandatos de su madre y hermano como antesala de su propia libertad. Regido por las decisiones de otros, el viaje a la costa de Mahidia para una promoción de automóviles será la excusa perfecta para ensayar una vida propia, para encontrar un amor que no esté regulado por ceremonias y rituales. La amante del título es algo más que la otra mujer: es la presencia verdadera de una realidad posible, imprevista, nacida de esa primavera que parecía anunciarse en el aire. Si su madre, con su insistente presencia, es la voz de la tradición, la joven Remy, sin promesas ni ataduras, será lo que el futuro, con todo lo incierto y ambiguo que resulta, tiene para ofrecerle. La amante escapa a los escenarios tradicionales con los que se retrata a los países árabes y elige espacios de tensa cotidianidad y abierta liberación. La interpretación de Majd Mastoura como Hedi (cuyo nombre significa calma, serenidad) transmite una calidez única, una incomodidad silenciosa que se entrega, como nunca, a un deseo inesperado.
Juventud, previsible tesoro Fausto Brizzi se ha consolidado en Italia como un renovador de la comedia. No es que haya realizado nada demasiado ingenioso, pero sí ha encontrado un nuevo público: los jóvenes. Su mirada sobre la comedia está más cerca de la universalidad anglosajona que de la sátira de costumbres latina, por ello el timing de sus relatos y la humanización de sus personajes logran contrarrestar la tendencia italiana a la caricatura. De guionista pasó a director en 2006, con el exitazo de Notte prima degli esami (sin estreno por aquí), y desde entonces tanto su cine como sus incursiones televisivas han combinado la entrada de una nueva generación de actores con la tradicional esencia del género cómico: el tratamiento ligero de las pasiones humanas. Luego de tratar conflictos juveniles, desacuerdos conyugales y alguna que otra crisis posmoderna, Brizzi aborda en Por siempre jóvenes los dilemas de la nueva vejez. Con una estructura coral que combina las vidas de cuatro personajes que pasaron la cincuentena y lidian con la decadencia física, las postergaciones amorosas, y las ambiciones profesionales, logra algunos momentos divertidos sin correr demasiados riesgos. Lejos quedaron aquellos directores que exploraban las posibilidades del sonido como Jacques Tati, o del espacio como Billy Wilder. Brizi concibe sus comedias apoyado en algunos gags efectivos, en otros muy previsibles, y refugiado en una puesta cómoda y convencional que tiene la risa como única pretensión.
La corrupción, eje de una sátira reducida a un cliché "Italia es el país de las componendas", decía el príncipe Salina en El gatopardo, de Visconti y Lampedusa. Y algo de aquel aire que inundaba la Sicilia decimonónica parecen querer recrear, en clave de farsa, los comediantes Ficara y Picone en La hora del cambio. La elección del nuevo alcalde en el pequeño pueblo de Pietrammare se convierte en la perfecta excusa para asistir a la vieja disputa entre corrupción y honestidad. Patanè es el alcalde en ejercicio, quien persigue la reelección a fuerza de clientelismo, prebendas y una sonrisa publicitaria; Pierpaolo Natoli es un profesor viudo y honesto que decide dar batalla, prometiendo cumplir su mandato con conciencia y respeto a la legalidad. Ficara y Picone son, en ese escenario político que se traslada a la vida cotidiana, los cuñados de Natoli, remedos de los viejos arquetipos de la commedia dell'arte que condensan en la gestualidad y las frases hechas todo ejercicio concreto de la sátira. La comedia fue uno de los géneros populares que mejor observó la Italia de la posguerra, el desencanto del milagro económico y la crisis de los años venideros. Hoy, aquella tradición que tuvo a Alberto Sordi y Totò entre sus filas, que dio a directores como Mario Monicelli, no puede salir de los clichés, de una puesta en escena televisiva ni de la convicción de que la idea está por encima del desarrollo narrativo y la vitalidad de los personajes.
Músicos en tiempo presente Casi como en clave secreta, como un guiño entre amigos, nace El club de los 50, el nuevo documental de Sergio "Cucho" Constantino. Director de varios homenajes como Buen día, día (a Miguel Abuelo), Imágenes paganas (a Federico Moura) o Familia cantora (a los Pacheco, familia de folkloristas cordobeses), Constantino sigue aquí a varios músicos en su presente, recorriendo los dilemas de la creación, las dificultades del negocio y la vitalidad de la pasión. Claudia Puyó, Willy Crook, el Vasco Bazterrica, Ica Novo, Tito Losavio, Cuino Scornik y Claudio Kleinman aparecen en el día a día de su producción musical, en zapadas improvisadas, haciendo chistes y dando a la música una presencia concreta, sin demasiadas veleidades ni sueños rotos. Los mejores momentos ocurren cuando están ahí, o cuando su voz se impregna en las imágenes. Tener cincuenta no implica ser nostálgico, ni hablar de tiempos mejores. El negocio ha cambiado, las discográficas producen artistas a medida, y los viejos rockeros y guitarristas con trayectoria ya no ocupan el centro de la escena. Pero hacer música también es una experiencia viva, es un trabajo, es un desafío. Constantino, con algún que otro exceso en las animaciones digitales pero con un registro en blanco y negro que explota muy bien las tomas en bares y recitales pequeños, logra un retrato honesto de ese espíritu, de esa cofradía única entre notas y armonías.
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