Libertad por ley La versión que Ridley Scott y Russell Crowe hacen del clásico muestra a Robin Longstride antes de convertirse en Hood. No lleva la denominación de precuela, tan de moda por estos días, pero si se tratara de una saga acerca del “ladrón que les robaba a los ricos para darles a los pobres”, bien podría merecer ese calificativo. El Robin Hood dirigido por Ridley Scott es un unitario, y sin embargo no es la biografía revisitada de ese personaje, sino el relato de cómo un hombre cualquiera se convierte en la mencionada leyenda. Al principio, entonces, Robin Longstride es un diestro arquero del ejército del rey Ricardo Corazón de León. Hasta que la muerte de ese líder, una promesa personal y la amenaza de una guerra civil a causa de la acefalía del trono, lo empujan a abrazar su destino. Poco de nuevo puede decirse acerca de la habilidad cinematográfica del director de este largometraje, que volvió a consagrarse hace unos años con el filme Gladiador, pero que ya había rozado lo excelso en la década de 1980 con obras como Alien o Blade Runner. Montaje, fotografía, música, escenografía, sonido. Algunos más, otro un poco menos, todos estos rubros brillan. Pero además de gozarlos, se pueden admirar otros elementos que nos hablan de idiosincrasias, o de una madurez civil distinta a la nuestra. Y es que, en definitiva, lo que marca el paso de Robin Hood a la clandestinidad es la falta de acuerdo entre el recién coronado rey Juan de Inglaterra y su pueblo. “Queremos libertad por ley”, le dice Robin al monarca, antes de prometerle su lealtad para combatir al invasor francés. Frase que ha llevado a algunos a preguntarse si el guión tuvo la pretensión de unir la leyenda del “ladrón de ladrones” con los orígenes de la Constitución de Inglaterra. Pero no hay otras alusiones al tema en la película. Simplemente, se ve que el rey falta a su palabra (no reduce los impuestos) y en el mismo polémico acto proscribe para siempre a Robin Hood, forzándolo a esconderse en los bosques cercanos a Nottingham, y a iniciar su particular epopeya de beneficencia. Es el fin de la película, y el comienzo de la leyenda.
El amor después del dolor Esta es la primera película como director del escritor y guionista norteamericano Brandon Camp, y no es poco que los productores hayan conseguido atraer a Jennifer Aniston y a Aaron Eckhart para los roles protagónicos. Ambos le suman su fotogénica presencia a la historia, lo que (de manera consciente o no) equilibra algunos no recomendables tics “literarios” del filme, como son la falta de fluidez en el ir y venir del drama al romance, y de éste a la comedia. Tal vez el punto más flojo de este terceto sea precisamente el último, el humor, y esto se torna difícil de paliar porque es el fallo de una válvula de escape imprescindible que el tema principal del relato, cual es la posibilidad de volver a enamorarse después de enviudar. Pero Nuevamente amor tiene muchos aspectos y momentos para rescatar. La banda sonora tiene varias perlitas. El coro de actores secundarios casi no tiene desperdicio. La fotografía (tanto de la ciudad de Seattle como de pequeños objetos de diseño o flores elegidos al azar) es estupenda. La escena del bar en la que un grupo improvisa poemas sobre un escenario (slam). Y los parlamentos de Burke, el viudo que transformado la pérdida de un ser querido en un exitoso taller de autoayuda, con best seller incluido, funcionan la mayoría de las veces. Inclusive pareciera que han estudiado muy bien el tema, por ejemplo cuando improvisan una técnica de campo para uno de los pacientes, visitando una especie de Easy norteamericano y comprándose todos los artículos de construcción que encuentran en las góndolas. Para verla sabiendo que no será sólo para reír.
Por amor y por espanto La película norteamericana Recuérdame tiene un estilo para enfocar un romance entre dos adolescentes que le vuelve ligeramente distinta del común denominador, aunque no alzanza para convertirla en una experiencia totalmente original. Tyler es un muchacho eternamente angustiado, que termina preso luego de una noche de juerga con un amigo. El mal trago lo lleva a planear una venganza: acercarse a Ally, la hija del policía que lo encerró, y embaucarla sentimentalmente. Pero el tiro se sale por la culata y el chico termina enamorado de verdad. Y es un primer amor tanto para él como para la chica. Todo esto en el contexto de dos familias golpeadas por lo trágico. La de Tyler, por el suicidio del hermano mayor, que precipitó la separación de los padres y parece haber hipotecado el futuro emocional de su pequeña hermana. La de Ally, por el asesinato, 10 años antes, en una estación de subterráneo, y en su presencia, de su madre. También en el ambiente de una ciudad tirante e intensa, Nueva York, que se prepara sin saberlo para atravesar uno de los momentos más difíciles de su historia. Con un ritmo moroso, una banda sonora que inunda de melancolía la sala, y varios buenos actores en el reparto, este filme se despliega mucho más allá de la figura de Robert Pattinson –el actor inglés catapultado al estrellato por el papel del vampiro en la saga Crepúsculo–, y se erige como un relato integral, con una exploración propia del género dramático, de las relaciones amorosas primerizas, y de las tensiones y relajaciones que atraviesan los miembros de cualquier grupo de parentesco. En cuanto a Pattinson, no era aún el actor conocido de hoy cuando fue contratado para este filme. El director lo eligió porque encarnaba “cierta angustia que se siente a los 21 años y que se proyecta en las complejas relaciones que se entablan a esa edad” que en el almanaque y en cierto imaginario social supone un rito de transición en la vida de las personas que van hacia el comienzo de la edad adulta. Lo paradójico es que por su fama creciente Pattinson comenzó a ser acosado durante el rodaje por decenas y cientos de fanáticas que en una ocasión lo impulsaron a escapar corriendo del set y por ello sufrir un accidente con un vehículo que circulaba por las inmediaciones
Amores modernos Amante accidental es una comedia romántica hollywoodense de fórmula, de esas que se han visto cientos de veces sólo que, si la nueva versión es lo suficientemente buena, se suspende la “incredulidad natural del espectador” y todo funciona como si fuera la primera vez. Se comenta que esta es una película hecha para mujeres, y tal vez ese sea el motivo por el que el personaje masculino es demasiado perfecto. Como si se tratara del príncipe azul. Ella, Sandy (Catherine Zeta Jones), es una mujer de 40 años, engañada y recién separada, mudada a Manhattan, madre de dos hijos, y tratando de abrirse camino en un nuevo trabajo. Cayendo y volviéndose a levantar. Él es Aram (Justin Bartha), 25 años, título universitario guardado en el cajón, empleado de una cafetería, residente con sus padres judíos, autodeclarado a la deriva. El destino o el azar se entromete y él empieza siendo el vecino de ellos, luego el puching boy del curso de ira, para convertirse después en el niñero y trascartón en el novio de mamá. Lo que lo hace un príncipe encantado es que puede jugar 10 horas seguidas con los niños sin perder la paciencia y aun así cocinar, que es del tipo tímido pero cuando habla dice lo que hay que decir y como hay que decirlo, y que no se interesa por otras mujeres. Así las cosas, podría decirse que Amante accidental es una película para pasar un buen rato. Y en efecto es así. Pero con ese buen tino que a veces tienen el cine norteamericano, de no hundir el dedo en la llaga con ciertos temas, en el argumento se filtran algunos rayos de luz provenientes de la realidad actual. De modo que la experiencia de verla puede valer la pena, aunque tal vez el espectador sienta que no está frente a una de las grandes comedias románticas de todos los tiempos. Si busca alguna explicación, podrá encontrarla en que el argumento no saca el mejor provecho de las situaciones humorísticas, en que la historia se pierde en algunas divagaciones (como la clase de ira), o se permite algunas escenas incongruentes allí donde podría evitarlas (como cuando el niño de 6 años descubre a Sandy y Aram haciendo el amor en el sofá).
Volver del infierno es imposible En otros tiempos, había un cine pro bélico estadounidense cuyo deleznable mensaje era difundido por los medios masivos de ese país intervenidos por el gobierno (como también otros países lo hicieron a su turno). Hoy, es muy difícil defender desde una película norteamericana la postura de ir a la guerra. Pareciera que el tejido social desgarrado ha llegado hasta Hollywood. Y en este contexto es normal que cada vez más filmes como Hermanos emerjan del territorio que gobernó George W. Bush y lleven su traumático mensaje al resto del mundo. Otra vez, las consecuencias humanas y psicológicas de la guerra son el tema principal de la historia, y aunque haya cierta repetición, tal vez sea necesario comprender algo respecto a ellas, aun cuando estén silenciando a otras voces. Que tal vez sea preciso un mar de películas estadounidenses, al menos, para ahogar el holocausto desatado por algunos de sus hombres menos dignos. Jim Sheridan, un cineasta irlandés que hace varios años concitó elogios con un largometraje llamado En el nombre del padre, es el director de esta historia. No se trata de un guión original, sino que fue tomado de una película danesa que, entre paréntesis, tuvo un enorme éxito en su país. Es una aproximación a la vida de un hombre que va a la guerra por convicción y vuelve mal de la cabeza. No es para menos, después de lo que tuvo que hacer para no ser asesinado. El sujeto es hijo de otro militar, tiene dos hijas pequeñas, y un hermano que se confundió y se pasó de la raya en los cuidados hacia su bella cuñada, a la que le habían dicho que el marido había muerto (en realidad lo tenían prisionero los afganos). Tan complicado como eso. Y realmente vale la pena observar cómo un buen equipo de artistas aborda el tema. Mención aparte, eso sí, para Tobey Maguire, que de ser El hombre araña pasa a interpretar a un individuo al borde de la alienación, que guarda un arma en su hogar, después de haber regresado del infierno.
Porque te quiero te arresto Sólo 10 días después de su estreno en los EE.UU. llega esta nueva comedia protagonizada por Jennifer Aniston en compañía de Gerard Butler, un actor escocés al que le llevó tan sólo tres años (de 1997 a 2000) conseguir sus primeros protagónicos en Hollywood, y al que muchos recuerdan por el rol del rey Leónidas en la exitosa adaptación del comic 300. Encabezando el elenco, Aniston y Butler ayudaron a que El caza recompensas se lanzara en Norteamérica simultáneamente en más de 3 mil salas, y en su primer fin de semana en cartel recaudara 20 millones de dólares. La presencia de Andy Tennant en la dirección lleva otra corriente de agua para el mismo molino. Para muchos, él es el reconocible director de éxitos como Sólo los tontos se enamoran, Sweet home Alabama, o Dos al precio de una, Por siempre jamás o Ana y el rey. Todas y cada una, películas simpáticamente fieles al molde de Hollywood, que entretienen, divierten y emocionan del mismo modo en que intenta hacerlo El caza recompensas. La historia gira en torno a esta figura poco común que menciona el título, la de profesionales o semiprofesionales, muchas veces ex policías, que van detrás de las personas que desacatan citaciones de la ley para hacerlas comparecer delante de las cortes. El guiño en esta ocasión es que al perseguidor de turno (Butler, aprobado) le toca aprehender nada menos que a su ex esposa (Aniston, vigente), una inquieta periodista que además de tener una pésima relación con él, está detrás de un artículo que le redituará mucho prestigio, y por ello tiene una doble razón para no querer ser demorada. Hay muchos diálogos humorísticos entre los ex amantes, la mayoría filosos, persecuciones, algunas trifulcas, y por supuesto algunos momentos románticos, cuando el dúo empieza a tomar conciencia de lo que siente el uno por el otro, para lo cual el guión hace hincapié en las dificultades de las personas para mostrarse vulnerables con sus afectos, la frecuencia con que se miente para no resultar herido en una relación, el orgullo que tantas veces se interpone en el contacto entre quienes se aman, y la que es casi una marca registrada del cine norteamericano: aquello de que siempre aparecen segundas oportunidades para reparar los errores.
Directo al corazón Dreamworks lanzó en todo el mundo esta producción que pronto tendrá un videojuego propio. Ya se habla de secuelas, a través de puertas que la historia mitológica del niño vikingo y su dragón dejan abiertas, y no sería de extrañar que esta futura franquicia pelee para ocupar el lugar que dejará libre Shrek, después del que anuncian como su último capítulo (el cuarto, que llega a la Argentina el 8 de julio), si es que no deciden resucitarlo después y si Kung Fu Panda y Madagascar no contraatacan. Y sí. Cómo entrenar a tu dragón tiene con qué pelear el cetro de nueva preferida de Dreamworks. Un diseño de arte prodigioso, donde los personajes humanos y animales, y los paisajes nórdicos como bosques o fiordos, sobresalen por simpatía y belleza respectivamente, alternando exquisitas combinaciones de colores y texturas. Un sentido de la aventura en muy buena forma, con un continuo que sin descanso pasa del vértigo al miedo, de éste a la ternura o al humor, con una naturalidad liberadora. Y un tema que el cine norteamericano, en especial el infantil, sabe muy bien cómo tratar: el de la diferencia. Porque con este arco es que el relato dispara una flecha dirigida al corazón de los niños. El protagonista es un flacucho y mental niño vikingo, que debe caminar por los márgenes para escapar de la sombra avasalladora de su poderoso y carismático padre. Se supone que el pequeño Hiccup tiene que aprender a cazar dragones, pero él se resiste a seguir la tradición. Al contrario, le ha perdonado la vida a uno de los más raros y temidos ejemplares existentes, y se está convirtiendo en su amigo poco a poco. Una transgresión de las serias, pero que traerá beneficios para su tribu. Los memoriosos y fanáticos del género se encontrarán con reminiscencias de una de las películas más famosas de Chris Sanders, uno de los directores de Cómo entrenar a tu dragón. Este realizador de 50 años fue en 2002, el creador de Lilo y Stitch, acaso la más extravagante creación de la productora animada, acerca de la relación entre una niña hawaiana y una mascota extraterrestre. Por último, y para tener en cuenta respecto a esta película: una gorda gota de tristeza que se cuela en el desenlace.
Túnel hacia alguna luz Uno de los méritos principales de esta película es que está hecha desde adentro. Su director, Diego Rafecas (que aparece brevemente ante las cámaras, encarnando a un fiscal entrevistado por el periodista Nelson Castro) es un ex integrante del Programa Andrés, una de las primeras y más conocidas organizaciones dedicadas al tratamiento contra las adicciones a las drogas en Argentina. También sumó su experiencia la Asociación de Madres del Paco (la droga fabricada con los desechos de la pasta base de cocaína). El resultado es un filme vertiginoso y crudo, que golpea varias veces, y de acceso tal vez restringido para un público que busca distracción o al menos concentrarse en temas alejados de la realidad cotidiana de la Argentina. De todos modos, es justo decir que se trata de un largometraje intenso, dramático, atrapante, inteligente, profundo y con momentos de humor, que en su faceta policial (la que representa la favelización del conurbano bonaerense) no tiene nada que envidiar (en algunos casos hasta podría decirse lo contrario) a producciones similares llegadas desde los EE.UU., o de Brasil, donde el género se ha expandido antes que en otras regiones a partir de títulos como Ciudad de Dios o Estación central. Las imperfecciones que a algunos pueden molestar, no importan si se pone el foco en la energía, la sensibilidad y las horas de análisis y reflexión volcados en esta película, que muestra con la misma honestidad el costado débil de los seres humanos, de las instituciones que deben socorrerlos, y de la cúpula política que debería velar por todos ellos. Lo que convierte a Paco en un filme diferente, de esos que aparecen cada tanto, es la mirada. Lejos de cualquier apología, el director humaniza a los adictos. Lejos de toda idealización, interpela el celo profesional de los centros de rehabilitación. Lejos de toda demagogia, se introduce en las vidas privadas de los políticos, huyendo de las generalizaciones y del gratuito discurso condenatorio que tan fácil resulta enarbolar a cualquiera en este país tan propenso a hacerse constantes zancadillas a sí mismo.