Un ensayo de Víctor Cruz. Así se anuncia esta producción que pese a su corta duración permite reflexionar de una manera tan potente, sobre temas relacionados al cine y su consumo, como tal vez no lo haya hecho otra producción y cineasta local. Generalmente en la prensa especializada, en redes y en papers académicos es en donde realizadorxs, autorxs, criticxs, periodistxs, pueden desplegar su pensamiento sobre determinadas cuestiones que atañen al quehacer cinematográfico, pero, en Después de Catán, Cruz dispara ideas sobre la conservación, el cine documental, la producción, la exhibición, que sirven para, en un momento crítico como el que se está viviendo en la cultura, apropiarnos de su pensamiento y desde allí producir cambios, o al menos intentarlo. Imágenes de archivo, mediatizadas, trabajos anteriores, la revisión de su propia obra, le sirven al prolífico cineasta, la posibilidad para analizar el momento que el cine está atravesando, un universo complejo, que, además, posee ciertos personajes, que son siempre los mismos, oh casualidad. Una de los momentos claves del relato es cuando revela el acoso recibido por parte de un coleccionador de materiales cinematográficos sobre un corto que tiene en su poder. Pese a la presión, Cruz toma una decisión. «Ese día dormí tranquilo», reflexiona. «Para qué sirve una voz como la mía», se pregunta Cruz en un momento, y el espectador, automáticamente, responde «para abrirnos los ojos», porque en el continuar en una posición pasiva, mirando para el costado, el cine, el documental, el arte, la cultura, perderá la posibilidad de imaginar nuevos horizontes y espacios, pero, principalmente, autonomía y soberanía, la que, presionada por el «mercado», siempre, siempre, termina por generar un vacío en el que, voces tan valiosas como la de cruz, no tienen lugar.
Acción y más acción para una de las películas más taquilleras de los últimos tiempos del cine coreano, en la que, una vez más, se utilizan arquetipos reconocibles para desarrollar una narración simple y correcta que se sostiene gracias a la notable entrega de Ma Dong-seok.
Una joven debe reencontrase, muy a su pesar, con su padre, quien está al borde de la muerte, y en ese viaje, de transformación, se urdira una historia de vínculos, pero, también, de amor y resiliencia.
Una historia de amor y resiliencia, que en el afán de reconstruir el pasado de un hombre, para no olvidar una gesta sangrienta, que lo tuvo como protagonista, se teje una red comunitaria que termina siendo la memoria y el presente de la identidad inmigrante.
De reciente paso por el Festival de San Sebastián, donde ganó el Premio de la Cooperación Española, Ruido, de habla de la dolorosa búsqueda de una madre a quien le secuestraron su hija. Protagonizada de manera brillante por Julieta Egurrola, el relato atrapa desde la primera escena, logrando ficcionalizar sin eufemismos una realidad tan dura y universal que impacta.
Un homenaje necesario y único sobre uno de los personajes claves de la historia del cine, acaso el musicalizador más emblemático, que supo ponerle sonido a imágenes icónicas y que Giuseppe Tornatore trae de manera sublime en su documental.
Sencillo documental en el que se repasa, de manera exhaustiva, con entrevistas y archivos, la vida y obra de una de las voces más impactantes del continente que supo conciliar su vocación docente con la pasión por el canto.
Fallida propuesta en la que ideas poco desarrolladas resienten la voluntad de sumergirse en la ciencia ficción a partir de un narrador que intenta llevar adelante un cuento hasta que se ve inmerso en la propia historia que intenta contar.
Intenso plano secuencia que nos lleva al detrás de escena de una noche en uno de los restaurantes de moda de Londres, en el que los conflictos se precipitan ante la mirada sorprendida del espectador.
EL DESARMADERO La principal virtud de este relato dirigido por Eduardo Pinto, no es sólo la asombrosa y potente actuación de Luciano Cáceres, el protagonista, sino, principalmente, el disfrazarse de cine de terror para poder hablar de salud mental, un tema olvidado por los gobiernos, y en el que no vale sólo ofrecer soluciones químicas para tormentos que persisten y duelen. El desarmadero, escenario principal, en donde miles de historias disparan la “locura” del protagonista, es una radiografía de la sociedad y sus cuentas sin cumplir.