Los jueguitos del miedo
Un director alemán como Daniel Stamm (El último exorcismo) se basó en un film tailandés de 2006 (13: Game of Death) para narrar una historia ambientada en Nueva Orleans que intenta –con escasa fortuna– seguir la línea del porno-terror de la saga de El juego del miedo con algo más de humor negro. De todas maneras, la película (absurda hasta lo ridículo, cada vez más inverosímil a medida que avanza la trama y se complejizan los desafíos que debe atravesar el desventurado protagonista) se toma demasiado en serio a sí misma y es ahí –cuando podría haber apostado por un gore desquiciado y festivo– donde pierde la brújula y se transforma en un subproducto más y decididamente menor.
Elliot Brindle (un digno Mark Webber) pierde su trabajo como vendedor de seguros justo cuando su pareja afroamericana está por dar a luz. En medio de una acumulación de deudas y de amenazas de desalojo y juicios, con su hermano discapacitado que ya no puede recibir el tratamiento que necesita y con su patético y tiránico padre que se va a vivir con ellos, el matrimonio está al borde de un ataque de nervios. Y es entonces cuando Elliot recibe un misterioso llamado que le propone millonarias ganancias a cambio de que vaya cometiendo los 13 pecados a los que alude el título (cada vez más pesados y con consecuencias más trágicas). El pobre tipo se irá convirtiendo en un monstruo para una mirada algo obvia a ese descenso a los peores infiernos personales.
Hay unas cuantas vueltas de tuerca no demasiado ingeniosas, “sorpresas” que irritan más de lo que atrapan, y, así, más allá de cierta destreza narrativa y de la solidez del elenco, la cosa se torna muy mecánica y poco eficaz.