Ya fue todo.
13 Pecados revienta a trompadas al verosímil durante tantas escenas que termina resultando un método atractivo. No vi la original tailandesa y no sé si es igual de hippie y que los lineamientos también le importan poco como a esta versión. Lo que sí sabemos es que es raro ver estas producciones trash de una clase B todavía no fetichizada en una sala de cine. Claro que los espadachines del género racionalista hiperexplicativo le saltarán a la yugular por los mil agujeros del guión; pero hagan oídos sordos, compañeros, y háganse los otarios con este cuento de los mil y un errores, y disfruten un poco.
Mark Webber (el ex homeless que además de buen actor es director de esa película linda y chiquita llamada The End of Love, y de un par más) es Elliot, un chico bueno, bastante reprimido, con un catálogo de sueños que se cae a pedazos. De la nada recibe un llamado del más allá (o del más acá, no lo sabemos) para participar en un reality en el que deberá realizar 13 prendas a la manera de un “verdad consecuencia” extremo donde sólo podrá elegir consecuencias cada vez peores para poder ganar unos cuantos millones y solucionar sus mil garrones.
13 Pecados llega a la cartelera casi en paralelo con Apuestas Perversas, otro estreno raro de las distribuidoras locales, su película espejo. Ambas son propuestas lúdicas que mezclan gore con comedia negra y críticas al poder de la guita y a nuestras ataduras cotidianas como consecuencia del capitalismo financiero. Ambos protagonistas, tanto Elliot como Craig (Pat Healy), son tipos retraídos, algo timidones, que parecen no estar dispuestos a jugársela, pero la perversión del juego en el que son metidos de prepo, los libera de sus temores y es allí donde emerge su bestia interior. Porque aunque el director Daniel Stamm haya declarado públicamente que su intención era la de mostrar mediante un subtexto como una adicción podía modificar los comportamientos de un buen tipo y transformarlo en un infeliz mal nacido, también podemos interpretar a 13 Pecados como la liberación de un sumiso que se deja de comer los mocos para pararse de manos ante todo y todos, el “self-made man” que deja de lado el miedo para cumplir sus sueños. Lo mismo sucede con Apuestas Perversas y su protagonista. La gran diferencia reside en que mientras que en 13 Pecados llega un punto en el que a Elliot la guita ya no le importa y prevalece su moral y su conducta solidaria, el Craig de las apuestas deja su cáscara de buen tipo para venderse al cruel sistema: por la guita, todo. En esta decisión podría estar la visión optimista de Stamm en contraposición al pesimismo de las apuestas de E.L. Katz.
La extrema libertad de Stamm y los suyos (entre ellos un siempre genial Ron Perlman), rompe con los moldes prefabricados de tanto género correcto adicto al billete del ATP. Saludemos a los pecados y a las apuestas al riesgo, que aunque no descuellen siempre tendrán más atractivo que ver jugar al ganador.