Poco original, pero sí para algunos será bastante entretenido, éste film se sostiene en gran parte por la actuación de su protagonista y por el desarrollo pergeñado del personaje. Pero su construcción posee la dificultad de sostener el verosímil, es más, se podría decir que en realidad aquello que se plantea o se instala en la primera escena, a modo de prólogo, termina deshilachándose en el transcurso de la evolución de la historia.
La realización trabaja el tema de cómo puede, con qué medios, a partir de qué situación específica, un hombre común y corriente, bueno por antonomasia, puede ser transformado en un monstruo. La situación específica es encontrarlo al héroe en estado de desesperación por cuestiones económicas y manejarlo comprando su voluntad, algo de lo que los políticos, sobre todo en la Argentina, pueden dictar doctorados.
Entrando en tema, o en la obra propiamente dicha, la historia abre mostrando el agasajo que se le realiza a un viejo profesor universitario en honor a su trayectoria en esa alta casa de estudios. El homenajeado comienza con un discurso no adecuado a su, digamos, investidura, que se puede leer como una gran sátira, una broma genial, ante la cual, de hecho, los espectadores se ríen… y los invitados al agasajo también, para inmediatamente comenzar a circular por otras variables.
Es por culpa de la deformación profesional, la mía por supuesto, que ese discurso satírico puede empezar a ser escuchado como discurso psicótico, e inmediatamente transformar el estado de gracia en período de drama y comenzar a circular hacia la tragedia.
Sin dejar de lado que ese prólogo tiene como fin primario instalar el verosímil, pero que al desarrollar y comparar ambos personajes están casi en las antípodas: éste es un profesor galardonado y exitoso., el que va a protagonizar la historia un clásico perdedor.
Elliot Brindle (Mark Webber) es un muy buen vendedor, pero honesto y tímido, coordinador de servicios sociales, que tiene a su cargo a un padre invalido, un hermano discapacitado, una novia embarazada, con la que esta a punto de casarse, y muchas deudas, tanto que los sobrepasan.
Sobre llovido mojado: cuando cree que lo van a promocionar en el trabajo, lo despiden.
La desesperación se hace carne en su alma.
Imprevistamente recibe una llamada por la cual le notifican que puede participar en una especie de reality show para el que debe realizar 13 tareas, y así ganar varios millones de dólares. Acepta el desafío y le indican las dos primeras: matar una mosca y comérsela. Así miles de dólares se le acreditan en su cuenta bancaria.
Todo digital, sin presencia humana, ¿si fuese un 28 de diciembre, hubiese cortado la llamada?
Continúa, aunque sospechando que el juego es cada vez más extraño y más perverso, pues él no rompe su propia regla de no hacer daño, y puede ir logrando los objetivos sin poner en juego la violencia, al mismo tiempo se tranquiliza con la idea de que puede detenerse cuando quiera, mientras esté dispuesto a perder todo el dinero que ha ganado.
La manipulación esta en marcha por personajes invisibles, sólo una voz en el celular. Completar el juego seria la meta, lo único posible, tal como “Jumanji” (1995), pero sin la aventura, las tareas que se presentan son cada vez más extremas, hasta llegar a un punto sin retorno.
Hace unas semanas se estrenó una producción muy similar, “Apuestas perversas”. Asimismo hay mucho de la saga de “El juego del miedo, sin ser tan truculenta desde lo visual. “13 Pecados” está casi dentro del mismo orden, y en relación a “Apuestas perversas” tenia un plus de angustia por presentar a los manipuladores y a un competidor por el dinero, por ende sostenerse en el verosímil.