Un hombre recibe una llamada que le informa que ya está participando por importantes premios si acepta una serie de desafíos que, de ser superados, podrían reportarle grandes ganancias. Sin dudarlo demasiado el hombre acepta, y se encuentra -cuando ya es demasiado tarde- con que hay una letra chica, que en éste caso puede resultar no sólo abusiva sino sencillamente mortal.
Tal es el punto de partida de la nueva película de Daniel Stamm (A Necessary Death), que en un principio no parece diferir demasiado de otras propuestas de terror-lúdico como la saga de El Juego del Miedo. La exacerbada violencia y pasión por el gore tampoco prometen un camino distinto, y sin embargo justo cuando la trama se encamina hacia lo predecible, se dejan entrever algunos aspectos que elevan a 13 Pecados por sobre sus colegas contemporáneas del terror: en primer lugar, “el hombre”, que deviene casi excluyente protagonista, no es cualquier persona sino el impecable Mark Webber (Scott Pilgrim vs los ex de la chica de sus sueños), y por otro lado quien dirige tampoco es apenas un aficionado del género, sino el otrora realizador de una de las mejores películas demoníacas de los últimos tiempos, El último exorcismo.
Revelar más acerca de la trama de 13 pecados sería arruinar la gracia de la película y conviene, de hecho, acercarse a la misma sin haber siquiera visto un avance, ya que las vueltas de tuerca están a la orden del día y, aunque algunas se ven venir, funcionan como necesarios cambios bruscos de tono que reflejan el descenso hacia los infiernos del protagonista, así como también tienen mucho que decir acerca de la degradación gradual de la psiquis del mismo.
Sin demasiadas -por suerte- pretensiones analíticas de la condición humana y lo que un pobre diablo es capaz de hacer por dinero, 13 Pecados se toma con un humor negrísimo la extrema necesidad y ambición material y, aunque concluye con una moraleja y redención algo decepcionante, juega con la idea del “hasta dónde podrías llegar” sin olvidar jamás el aspecto más absurdo y grotesco del planteo. Es, en resumen, un Quién quiere ser millonario? descarnado y con litros de sangre, que debería satisfacer a los amantes del género. Aquellos ávidos de sutileza, por otro lado, harían bien en evitar esta satírica y sangrienta película.