13 Sins abre con una impactante escena que no tiene peso alguno en la historia, pero que sirve como ejemplo perfecto para mostrar los alcances que tendrá el peligroso juego que se desenvolverá. Una misteriosa voz al teléfono brinda a sujetos en situaciones financieras desesperadas la posibilidad de obtener fortunas con tal de cumplir una serie de tareas -13 en total- y, como ya se sabe gracias a los minutos iniciales, estas progresarán hacia rumbos aterradores. El film del alemán Daniel Stamm (The Last Exorcism), una remake de la tailandesa 13 game sayawng, es un tenue estudio sobre la condición humana, que usa la excusa del "reality" como una vía para explorar lo que uno está dispuesto a hacer en condiciones extremas.
Jason Blum, uno de los productores de Paranormal Activity, The Purge, Ouija, Sinister e Insidious entre otros films de terror de bajo presupuesto que han abierto franquicias, es el productor ejecutivo de este film y eso ya dice mucho. El hombre se ha vuelto una suerte de eminencia a la hora de pensar en propuestas del género que cuestan centavos y ganan fortunas en la taquilla, y tiene a apostar por proyectos con buenas premisas que pueden abrir una saga. 13 Sins no es la excepción y puede estar emparentada con la primera The Purge, al plantear un escenario rico en posibilidades pero que se limita en su ejecución, a la vez que abre las puertas para que futuras secuelas amplíen el espectro.
Esta remake no viene a aportar algo novedoso a un género que en apenas siete años vio estrenadas siete películas de Saw, un juego del miedo de lineamientos muy similares al de este. Sin embargo, 13 Pecados tiene a su favor el no caer en la sencillez de la porno-tortura y apunta al crecimiento de sus personajes. Jigsaw se enfoca en aquellos que han desperdiciado sus vidas y los hace sufrir por ello para darles una lección, aquí el juego se dirige hacia sujetos miserables y cobardes, a los que se les da la oportunidad de hacerse valer. Desde ya que hay una cuota de entretenimiento para unos espectadores misteriosos -hay tela para cortar en alguna continuación enfocada en los victimarios, como The Purge: Anarchy o Hostel II- que elevan las penurias del participante con cada nueva misión.
Mark Webber es quien lleva bien sobre sus hombros un film que escala rápido, tanto en la gravedad de sus actos como en la transformación de su personaje. Las primeras tareas son simples y enganchan tanto a Elliot como al espectador, que sabe que todo dará un giro tétrico tarde o temprano. El cambio en la actitud del protagonista es necesario pero aquí resulta radical, transformándose en una persona completamente diferente cuando es un hombre con mucho que perder. Pero así no se empantana en su narrativa ni resulta tediosa en su paso por las distintas misiones; Elliot cambia a medida que las resuelve y por primera vez demuestra valor cuando toda su vida fue un perdedor.
En pos de que el film avance se conceden ciertas licencias, como el giro de 180º en su personalidad o la existencia de un omnipotente conductor del juego que parece saber absolutamente todo de todos. Sucede que 13 Sins no es una película corriente del género y tiene algo más que decir, por eso funciona durante una buena parte. Sus grandes dificultades se dan recién durante el tercer acto, cuando tiene que empezar a buscar soluciones. Es que, para tratarse de una producción con algunas ideas por encima de la media, busca respuestas en el libro de lugares comunes del género, prefiriendo el efectismo por encima de la lógica. Sin tener grandes pretensiones, es en su mayoría un digno entretenimiento con una premisa que da -y daba- para algo más.