Mariano Cohn y Gastón Duprat son una exitosa dupla de productores, realizadores y guionistas argentinos que vienen desarrollando una trayectoria a dúo admirable, plasmada a lo largo de una serie de obras imprescindibles: “El Artista” (2008), “El Hombre de al Lado” (2011) y “El Ciudadano Ilustre” (2016). En el pasado año, Duprat se había lanzado a las labores de dirección en solitario, con la meritoria “Mi Obra Maestra” (2018), tarea que Mariano Cohn emprende por vez primera con su reciente “4×4” (si bien ambos siguen compartiendo labores de producción y guión en sus proyectos).
“4×4” es una película polémica, que nos interpela como sociedad, cuestionando nuestra raíz primal y desnudando la faceta mas violenta de un tejido humano vulnerable e intolerante; indagando acerca de conductas enquistadas en nuestra idiosincrasia y que caracterizan la fragilidad de nuestro núcleo social. Por otra parte, la propuesta de Cohn resulta sumamente original y llamativa para nuestro medio, no se recuerdan antecedentes similares. La trama nos posiciona en la situación para nada convencional que experimenta un ladrón que pretende robar una camioneta último modelo, pero queda encerrado en ella, sin poder accionarla.
La camioneta está preparada para convertirse en una inexpugnable prisión. Los vidrios son polarizados y blindados, aislando el sonido hacia el exterior. Pronto la circulación de aire dejará de funcionar, también su celular. Cerrando su última vía de escape. De pronto, el teléfono de la camioneta suena y una misteriosa voz, del otro lado de la línea, asegura ser un prestigioso profesional y dueño del vehículo quien, hastiado de la cantidad de robos y perjuicios sobre sus bienes que ha sufrido, decide tomar una medida que ajusticie el accionar de aquellos que delinquen. Pero ello no es todo, el ‘renombrado médico’ (un brillante Dady Brieva) atraviesa un momento personal sumamente particular (que en pos de no develar la trama no adelantaremos), ante lo cual se presume que su accionar, tornándose cada vez más irracional y perverso, lo coloca en una dudosa posición que excede el juicio autocrítico, como todo aquel que no tiene ‘nada que perder’.
Dentro de las limitadas dimensiones en donde se emplaza el relato, Cohn reproduce una maquinaria cinematográfica de perfecta cohesión, donde el rodado se convertirá en toda una alegoría ideológica. Con reminiscencias a “Buried” (2010, Rodrigo Cortés) el film limita su desarrollo espacial al interior de un auto. Si en aquella ocasión, el personaje interpretado por Ryan Reynolds debía valerse de una inusitada capacidad de supervivencia para sobrellevar el encierro en un ataúd tolerando la ausencia casi total de luz y oxígeno; aquí el ladrón interpretado por el sorprendente Peter Lanzani debe extremar su genio si desea salir con vida de allí. Pero, acaso ¿qué mundo menos peor lo recibe afuera? ¿qué le deparará el rigor de la ley? ¿cómo escapar al sometimiento psicológico y físico bajo el cual se encuentra?
Cohn, con indudable sapiencia, ilustra la vida cotidiana de un tranquilo barrio de clase media y el transitar de sus vecinos, en un día a día cuyas horas transcurren en la rutina, mientras el angustiante martirio que atraviesa nuestro malogrado anti-héroe pone a prueba, hasta límites intolerantes, su facultad de resistencia. Gracias un elaborado empleo de climas emotivos, el realizador se muestra sumamente eficiente recreando la pesadillesca y asfixiante atmósfera que, en dramático in crescendo, envuelve al sufrido protagonista delincuente, damnificado por aquel a quien quiso robar. El implacable ‘doctor’ lo tortura físicamente: le hacer pasar sed, hambre, calor y frío. Lo atormenta, lo anula, lo quiebra. Estos castigos parecieran significar una pena por sus pecados pasados. Pero, indudablemente, con astucia y habilidad, el director nos coloca con habilidad del lado de la víctima (en este caso, el ladrón), compadeciéndonos con él, sufriendo con él e inclinándonos a su favor.
Mediante un notable manejo de cámaras y haciendo de la economía de recursos su mayor ganancia, el autor exhibe una apreciable virtud para manejar la tensión de un relato que se enmarca genéricamente en el thriller. Si bien remarcando, en algunas ocasiones por demás, el descontento popular ante el fantasma (y la amenaza concreta) de la inseguridad bajo ‘latiguillos’ remanidos, la mayor virtud de este ejercicio cinematográfico reside en potenciar la claustrofobia sufrida por este joven delincuente dentro de un búnker blindado que torna su situación en extremo desesperante.
Con más aciertos que deslices, “4X4” reflexiona acerca de las miserias y las carencias que poseen los diferentes estratos sociales, prefigurando una suerte de radiografía antropológica que desnuda las dos caras de la ley, dictaminando un rotundo mensaje que nos habla acerca de la inequidad del juicio sobre uno y otro ‘bando’, no obstante la violencia y el sometimiento son dos factores que poseen sus dobleces a la hora de analizarlos y/o justificarlos. Allí aparecerá el accionar policial que busca mediar (en la piel de un siempre disfrutable Luis Brandoni) en la extrema situación, pronta a un desenlace que se avecina trágico.
Bajo esta tesitura, “4×4” cuestiona el tan mentado recurso de la justicia por mano propia, abriendo el debate hacia el espectador, post visionado. Debates morales se vislumbrarán gracias a este auténtico relato salvaje, emplazado en una ciudad impiadosa, en donde un simple instrumento móvil (al fin, un ostentoso símbolo de bienestar y confort) puede convertirse en una letal arma aleccionadora para todo aquel que detente una conducta fuera de los márgenes de lo que la ley dictamina y se encuentre en el momento justo y en el lugar equivocado. ¿Se justifica la brutalidad?