Entre los ritos y los recuerdos
Vale la pena recordar, como parámetro válido, como información siempre relevante, que Cinco días sin Nora, film de la mexicana Mariana Chenillo, fue galardonada en el rubro Mejor Película del Festival de Cine de Mar del Plata 2009. Además de obtener premios en Moscú, en La Habana, y en tantos festivales más.
Todo ello como marcas distintivas que prestigian a una obra, en este caso tan negra como pueden serlo tanto la muerte como la vida misma. Porque Nora es quien se suicida y su marido quien debe asistir el tránsito muy lento de los cinco días que, problemas más, problemas menos, las pautas mismas de la religión judía exigen cumplir hasta el entierro. Pero Nora y José ya no vivían juntos, aún cuando el rabino se empecine en recordar con palabras malévolas la figura de la esposa y José en recordar tantas veces como sea el prefijo "ex".
En verdad, las vicisitudes religiosas que obligan a esperar los cinco días comienzan a corresponderse con tantas otras directivas que aparecen, de a poco, a lo largo del film. Como si desde ellas se trazase un plan finamente calculado por, claro está, la misma muerta: cartelitos para la comida, pertenencias escondidas, secretos a medias revelados, y toda una familia que se congrega como nunca antes lo hiciera. José, en tanto, padece y silencia, mientras atraviesa con mirada de fierro los dictámenes rabinos y sus rezos ininteligibles.
También se cuelan cuestiones católicas, con una gran cruz coronando el departamento refrigerado con hielo seco y aire acondicionado (porque hay que mantener el cuerpo en estado, son cinco los días de espera). Más las habituales preparaciones que acuerdan y desacuerdan merced a hábitos dispares: quien se ocupa de las tareas domésticas sabrá ocuparse también del maquillaje mortuorio de Nora, ante el horror que sugiere un rostro adornado a la mirada del joven rabino. Se maquilla y se desmaquilla en secreto. Todos, de una u otra forma, lo hacen a su manera, desde tantos y múltiples caprichos.
Sin embargo, entre cocinera y rabino florecerán otros ánimos cuando se trate de satisfacer el apetito. Más un hijo de pocas decisiones con hijas capaces de despertar las pocas sonrisas del hastiado José; cuya atención, en tanto, sigue presa del reloj. El tic tac es fúnebre y pesado. Y con él aparecen otras imágenes, las del recuerdo y el goce y el engaño. Y la promesa de un suicidio temprano que, ya consumado con pastillas, corre de a poco el velo del tiempo que regresa para jugar a descubrir y entender el por qué de tal resolución.
Consultada acerca de las características culturales de la muerte en su país, la realizadora supo responder que su película "es una mezcla de diferentes costumbres". "Está la postura particular del personaje principal, el contexto de la comunidad judía y una parte muy mexicana que viene de la tradición prehispánica con el Día de los Muertos. Los difuntos siguen siendo parte de la familia, cada año se les pone un altar con las cosas que les gustaban y eso permite una presencia de la muerte en lo cotidiano que da lugar al humor y a poder hablar de ella con menos solemnidad".