El silencio de Nora
Hay películas que logran enamorarlo a uno desde los primeros minutos. Y "Cinco días sin Nora" es evidentemente una de ella.
Una vez vista, me explico perfectamente porque en el Festival de Mar del Plata no solamente se llevó el Premio más importante, sino también porqué fue la única película que agotaba las entradas muchas horas antes de que comenzara la función. Y por suerte esta joyita llega a los cines, renovando los aires de una cartelera con tanto tanque hollywoodense, con mucha producción pero no con tanta calidad.
Esta película mejicana, enamora al público, a la crítica y al Jurado de los Festivales por igual, porque trata sencillamente de temas universales, sin grandilocuencias ni recursos impostados. Va directo al corazón.
La historia, es simple: Nora, después de 14 intentos de suicidio, logra su cometido dejando además un minucioso plan para que José, su ex-esposo, siga con rigor tode el proceso de su velatorio. No es un detalle menor el hecho de que Nora es judía y decide suicidarse en plena festividad de Pesaj, razón por la cual no solamente habrá que esperar que venga su hijo para enterrarla sino que habrá que dejar pasar las festividades. Y se complicará aún más si quieren hacerlo como marca el rito judío, cuando los rabinos se enteren de que no ha sido muerte natural...
Como adicional, una foto olvidada debajo de la cama -intencionalmente?- le hará descubrir a su ex-marido un secreto que mueve sentimientos muy profundos, aún después de tantos años de separación.
Lo que cautiva inmediatamente es la sencillez con la que está contada la historia. La facilidad con la que logra incorporar temas como la religión, el amor, la familia, los vínculos entre padres e hijos, la muerte y tantos otros, es el valor agregado de este guión delicioso que construye la directora Mariana Chenillo, el que está permanentemente atravesado por una alta dosis de humor negro, que alcanza momentos de comedia muy inteligentes y notables.
Todo se potencia por un brillante tour-de-force actoral de Fernando Luján -José, el protagonista excluyente de esta historia-. Un personaje totalmente cínico, cascarrabias, lo que hoy se diría "un políticamente incorrecto" a todo nivel (come pizza en pleno Pesaj y se la convida al rabino o para sacarse al cadáver de su mujer de encima no escatimará ningún tipo de esfuerzos y sostiene desde su más fina ironía: "Pero por favor, Dios no existe!" en su charla con el ayudante del rabino).
Y Fernando Luján le saca el mayor de los provechos: logra momentos sutiles, emotivos, nos transmite una diversidad de matices tan sólo a veces con su mirada y se apodera de cada línea de diálogo con una naturalidad que se festeja, al igual que el resto del homogéneo elenco.
Sobre todo en su segunda mitad, la película logra abandonar un poco el tono de comedia y anclar más profundamente en esa historia de amor y desamor que unió con tanta fuerza a estos dos seres que aún separados no han logrado olvidarse nunca y es ahí cuando la historia gana en fuerza y en interés, demostrando que Chenillo pudo abordar esta pequeña gran historia no solamente desde un costado de comedia sino también fluir en una historia tan sencilla como entrañable.
Son de esas películas que siguen latiendo en uno, mucho, pero mucho tiempo más después de terminada la historia. De lo mejor del año, sin lugar a dudas