Conducta en los velorios
Vaya uno a saber por qué, Nora había tomado la costumbre de intentar suicidarse. Pero este deporte, que en la mayoría de los casos se puede practicar solamente una vez, se le había convertido en un vicio. Vicio para ella, y tedio para todos los miembros de su familia, que uno por uno fueron dejándola sola. Es que a Nora le gustaba el suicidio pero parece que no le gustaba irse, dejar a sus seres queridos, así que diecisiete veces fracasó y en el último intento, el definitivo, preparó todo para que su presencia- física y espiritual- permaneciera el mayor tiempo posible entre sus deudos.
Es así que decidió matarse en las vísperas de una de esas festividades que prohíben a los judíos buena parte de sus actividades, entre ellas enterrar a los muertos. Y en este punto, la película debería llamarse 5 días con Nora, porque perdida la posibilidad de un entierro inmediato exento de pecado, la finadita consiguió obligar a la familia a pasar cinco días en un departamento con su cadáver conservado en hielo, entre sus cosas y recuerdos. La película de la mexicana Mariana Chenillo cuenta la historia de este velorio secular, en el que los dolientes- al principio por obligación y luego por convicción- no hacen otra cosa que esquivar los ritos que los usos sociales y las religiones inventaron para darle algo de institucionalidad a algo tan salvaje como la muerte.
La construcción de esta comedia negra que ganó el premio a la mejor película del último Festival de Mar del Plata descansa sobre todo en un guión ajustado de palabras filosas, continuamente al borde de lo incorrecto, y en la actuación de Fernando Luján, que en forma gradual y casi sin que nos demos cuenta pasa, en el transcurso de la hora y media que dura la película, de ex marido resentido y fastidiado a viudo nostálgico de orgulloso luto. Solamente hace agua en algunos flashbacks que explican con imágenes situaciones de amor y odio pasados que podrían haber sido resueltas con otros recursos por un director menos perezoso.
5 días sin Nora habla de forma ligera pero precisa y sin discursos edulcorados sobre la muerte, sobre la forma de enfrentarla. Muestra ese momento donde la persona fría que está en la habitación de al lado deja de ser alguien de existencia autónoma para convertirse en un recuerdo, en un sentimiento que el resto que sigue vivo querrá conservar o desechar. Es difícil hablar de la muerte, y Chinillo lo logra de la mejor manera: perdiéndole el respeto al finado y a la situación, como ese tío desubicado que entrada la noche empieza a contar chistes en los velorios y al escucharlo sabemos que no debería, que está mal, ¡pero cómo se agradece un poco de incorrección para pasar el momento!