8 apellidos fachos
La cartelera cinematográfica argentina le resulta esquiva por alguna razón inexplicable a las producciones de origen hispano. Pero como en toda regla hay excepciones, esa excepción la cumple una de las peores representantes de la cinematografía española reciente: la nefasta 8 apellidos catalanes (2015).
Secuela del éxito de taquilla 8 apellidos vascos (2014), la trama ubica a los mismos protagonistas cuando luego de romper la relación que mantenía con Rafa (Dani Rovira), Amaia (Clara Lago) se apresta a contraer matrimonio con un catalán. El padre de esta, apabullado por la noticia, decide poner rumbo a Sevilla para convencer a Rafa de que lo acompañe a Cataluña para rescatar a Amaia de la apresurada decisión que acaba de tomar.
Si su antecesora era una comedia banal, sostenida por el carisma de sus protagonistas más que por la historia, 8 apellidos catalanes es un derrape de intencionalidades nefastas. El cine, como todas las artes, siempre tiene una lectura por encima de lo que a simple vista muestra. Se puede recurrir a metáforas o alegorías como lo hiciera Adolfo Aristarain con Tiempo de revancha (1982) para hablar de la dictadura cuando ésta aún se encontraba ejerciendo en el poder o tomar partido en contra de la independencia de Catalunya, ridiculizándola, tal como lo hace la película de Emilio Martínez Lázaro (especie de Emilio Vieyra local).
Martínez Lázaro recurre a la parodia permanente, la burla de los catalanes, y una serie de metáforas increíbles como la caída de la bandera de Catalunya y su transformación en la de España. Elementos que dejan de manera clara cuál es la línea ideológica de la película y su funcionalidad propagandística. Además hay que sumarle una banda sonora que hace referencia a canciones republicanas y un sin fin de alegorías.
Pero más allá de esta clara línea ideológica, el otro problema de 8 apellidos catalanes, que al lado de esta es mucho menor, es que en ella todo atrasa 30 años. Una puesta en escena demasiado chata y donde el cine está ausente, diálogos con remates con los que más que reírse dan ganas de llorar y una serie de actuaciones que rozan lo patético. Da pena ver a Rosa María Sardá, Carmen Machi y hasta el mismo Dani Rovira haciendo semejante papelón sin necesidad alguna.
8 apellidos catalanes es una película nociva tanto por lo que dice y cómo lo muestra. Además, de pertenecer a un cine añejo, que ni siquiera puede considerarse bizarro, con una intencionalidad política tan obvia que hace recordar a lo peor del cine de propaganda fascista.