El documental A una legua, escrito y dirigido por Andrea Krujoski, sigue los pasos de Camilo Carabajal, músico y compositor, que con su bombo legüero, pasea entre la música, la tecnología, la ciencia e incluso la ecología a lo largo de toda la película. Desde lo más tradicional hasta la vanguardia, el documental muestra muchas cosas interesantes pero que podrían haber sido sintetizada en una película más corta. Todo lo que es información sobre la construcción de un bombo, la idea de hacer este instrumento con material reciclable y la grabación de archivos de música en el ADN de una bacteria y, desde allí, ser recuperada y vuelta a transformar en música. Tal vez temas muy interesantes que merecen un espacio por separado. Lo que debilita –en comparación- al film son los momentos cotidianos y sin información valiosa o interesante que pueda atrapar al espectador. A pesar del carisma del protagonista y de su genuino amor y fascinación por lo que se cuenta, a la película le cuesta encontrar un eje más sólido que una todo la narración.
Reinvención del folclore argentino. Se trata de un documental dirigido por la cineasta Andrea Krujosky en el que se narra el viaje del músico Camilo Carabajal quien ha tenido la inquietud de proponer la fusión del folclore y la tecnología digital; pero en A una legua (2019) no sólo se habla de música sino que Camilo, junto a su compañera Ingrid Shönenberg -quien es licenciada en Gestión Ambiental-, emprenden la misión de crear los “ecobombos”; bombos de material reciclado que emula la resonancia de los bombos realizados con madera de ceibo. Camilo recurre a un científico de la UADE para fusionar su música y la ciencia en este nuevo siglo por medio de la codificación genética. A una legua usufructúa sus ajustados 76 minutos logrando envolver al espectador en una aglomeración de contenidos al integrar música, medio ambiente y una investigación científica
Pensar en folklore es pensar en festivales del interior, en música tradicional, en ideas obsoletas, pero aquí, Andrea Krujoski, repasa el trabajo de uno de los herederos de la dinastía de nuestra música, Camilo Carabajal, para demostrar que se puede innovar y crear en tiempos actuales, sin dejar de lado la tradición y la pasión.
En una época de revolución tecnológica y un progresivo mayor conocimiento y concientización sobre el medio ambiente, las practicas culturales se van adaptando a las influencias del presente y a lo que se espera del futuro. Prácticas tradicionales que se reformulan para prevalecer en un mundo que es cada vez más digital y sustentable. Que necesitan cambiar sus instrumentos para poder seguir existiendo porque los recursos naturales son cada vez más escasos. En este contexto, Andrea Kuroski realiza el documental “A una legua” con el que acompaña al folclorista Camilo Carabajal en un doble proceso de reinvención de su práctica. Por un lado, él se pone en contacto con un científico para preservar en el ADN de una bacteria en una canción. Sí, hasta allí han llegado las nuevas tecnologías; fusionando a la música con las investigaciones sobre el ADN. Mientras tanto, avanza con dos proyectos personales que vinculan al medioambiente con su música. El primero es el del lanzamiento de los “Ecobombos”, que buscan mediante el uso de bidones de agua armar bombos ecológicos que emitan un sonido similar al clásico bombo legüero del folclore. El segundo es la siembra de un campo de Ceibos, árbol con el que se producen los bombos en una parcela de Ingeniero Maschwitz. Lo interesante del documental es ver cómo se va adentrando en la tradición, la cultura y los personajes del folclore mientras se vincula con el presente, las nuevas tecnologías y el desafío que nos presenta el medio ambiente. Tal vez peca de tomarse un poco de tiempo de más en escenas que aportan solamente una ambientación y no profundizan tanto. Sin embargo, nunca se torna aburrido. Sus 76 minutos están bien, pero podrían haber sido menos y la información no hubiese variado mucho.
Se me venía presentado cierta dificultad con algunos documentales argentinos que se estrenaron últimamente en pantalla grande o se exhibieron de manera menos convencional: cierta inercia en los temas, una insistencia interna en un eje temático central (y único) que no hace más que redundar la historia que se cuenta, un forzamiento de la modalidad de observación o la de testimonios, que producen la sensación que hemos visto esto muchas veces. - Publicidad - A una legua, ópera prima de Andrea Krujoski que se estrena este jueves 20 de junio, escapa a esos embrollos, y fluye en cambio a través de un inteligente uso de elementos, que se diversifican pero que nunca pierden unidad. Hay observación, entrevistas que se asumen como charlas descontracturadas con figuras del folclore y de la música (Egle Martin, Vitillo Avalos, Cuti Carabajal (padre de Camilo), recitales, contacto con la naturaleza, con la cultura urbana de la música electronica. Varios caminos toma el documental para homenajear al bombo leguero, instrumento de la infancia de Camilo y de su propia historia familiar. Uno: la idea de construir bombos con elementos reciclados, tanques de agua por ejemplo; dos: transformar sonidos, tiempos, silencios y pasarlas del ritmo musical al formato de ADN para guardar esa información dentro de una bacteria y almacenarlas congeladas; y tres: poder plantar en la provinica de Buenos Aires ceibos que puedan ser usados en el futuro para armar nuevos bombos. Cada uno de esos momentos tiene especial atención dentro del relato, y se entraman entre sí usando el ritmo de la percusión y de la mùsica como lògicos conductores, cosa que sume al documental de Krujoski en una lògica interna que, insisto, bien podrían envidiar otros documentales Como integrante de la gran familia de Los Carabajal conjunto de música folklórica santiagueño que forma parte de la historia del folklore argentino desde los años 60, Camilo, hijo de Cuti se pone al hombro el proyecto mientras participa y forma parte de su banda de folklore electrónico Tremor, que también tiene unas atinadas intervenciones dentro de la película Ciencia, arte, ecología, tradición y futuro se entrelazan en este documental argentino que recomendamos ampliamente.
“Te van a criticar, pero vos sonreí. Te van a criticar, pero yo te felicito”.
Un documental de Andrea Krujosky, que sigue los pasos de las inquietudes y la obra de Camilo Carabajal, con sus preocupaciones ecológicas, sus logros artísticos, sus investigaciones con científicos, y su etilo creativo acorde a las vanguardias actuales. Se muestras las actuaciones de Camilo que paso su adolescencia en Berlín, que fija su camino en fusiones musicales interesantísimas. Pero que también se preocupa en la construcción de bombos ecológicos que utilizan bidones de agua donados, que alcanzan una buena calidad y son testeados por leyendas en la materia. O se preocupa por tener una pequeña plantación de ceibos, cuya madera se utiliza para hacer esos famosos bombos legüeros, el celular de otros tiempos, como bien definen en este trabajo. O su unión con científicos que decodifican el ADN de una canción que queda viva en el medio de una bacteria. Un curioso e interesante camino de un músico inquieto y fiel reflejo de este siglo, con sus preocupaciones y entrevistas a famosos en sus quehaceres.
Camilo Carabajal, integrante de una reconocida familia de músicos folclóricos, recorre en este documental dirigido por Andrea Krujaskisu su vida y su obra a través de su pasión por el bombo y sus ansias de fusionar la música telúrica con la tecnología digital. Así transita por diversas provincias argentinas donde, y de la mano de otros artistas y luthiers, entre ellos, Cuti Carabajall, Vitillo Ávalos y Egle Martin, se embarca en un emprendimiento musical y ecológico en el que el bombo, instrumento ancestral, se convierte en un elemento que se ubica a la vanguardia de la fusión estética. El film, cálido y amable, retrata la lucha cotidiana de alguien que posee en su sangre la fuerza de sus ancestros de Santiago del Estero y la humildad de su fervorosa labor.
Nos enfrentamos semana a semana a una cartelera en donde la producción nacional tiene una fuerte presencia, pero quizás por un tema netamente de costos y necesidades de producción, es frecuente encontrar que una importante cantidad de esos estrenos, son documentales. Inclusive, es siempre muy bienvenido dado que se lo piensa como uno de los géneros que experimenta mayores innovaciones y que trabaja sobre diferentes formas de abordaje. Se percibe en general, un gran avance en la búsqueda de nuevos lenguajes y de diferentes posibilidades de expresión, de puesta en escena y de concreción de los diversos proyectos. Dentro de esa multiplicidad de temas y de estilos, esta semana contamos con el estreno de la película de Andrea Krujoski, “A UNA LEGUA” basada principalmente en la obra de Camilo Carabajal, no sólo como miembro perteneciente a una familia ligada tradicionalmente a la música y más precisamente al folclore, sino como exploración de sus propias inquietudes, investigaciones y esa necesidad permanente de innovar en el terreno musical. Junto a su compañera, la Licenciada en Gestión Ambiental Ingrid Shönenberg, Camilo tiene un fuerte proyecto entre manos: construir un “ecobombo”, que amalgama e integra temas de la música, del medio ambiente y de la ciencia, que se conecta fundamentalmente con las raíces folclóricas que se encuentran en nuestro país pero que al mismo tiempo dialoga con un trabajo estético y científico desarrollado en pleno Siglo XXI. En el terreno de lo musical, el documental cuenta con la presencia de destacadas figuras como Mataco Lemos, la banda Metabombo, Egle Martin, Vitillo Ábalos y el propio Cuti Carabajal, que son quienes van ilustrando el recorrido que emprende Camilo a través de aquellos géneros musicales en los que se siente representado. Por medio de las conversaciones que entabla con cada uno de ellos, podremos ver cómo estos músicos sostienen una estrecha relación con la música en sí misma, con el sentido que tiene en la cultura y en la historia social y personal y sobre todo hablarán de su vínculo con los instrumentos y muchos de ellos tendrán, justamente, anécdotas vinculadas con el bombo. Por otro lado aparece el desarrollo de su proyecto ambientalista, que si bien se encuentra relacionado con la música, el guion no encuentra la forma de armonizar todas las partes, de forma tal que pueda generarse un cuerpo documental compacto. La música aparece por un lado, la investigación dentro de los laboratorios para poder concentrar el ADN de la música dentro de una bacteria por otro y también se da un lugar para desarrollar el tema de la elaboración del “ecobombo” a partir de plantaciones de ceibos que respeten el sesgo ecologista del proyecto, basado fuertemente en el reciclado de materiales –mediante el uso de bidones de agua reacondicionados-. Pero todo esto está narrado como si en cierto modo fuesen compartimentos estancos, fraccionados, separados, sin que desde el guion se logre un texto único que pueda amalgamar las diferentes ideas sobre las que trabaja la directora. Si bien, por separado, cada uno de los temas que aborda son interesantes, la falta de una estructura contenedora y una cohesión argumental que pueda marcar más claramente el hilo conductor, hacen que sea un documental que intenta apuntar en varias direcciones, sin poder resumir y organizar los temas que propone de una manera orgánica para el espectador. La idea de poder combinar la música, el cuidado del medio ambiente y las exploraciones en laboratorio relacionadas con la genética, es de por sí un muy buen material para trabajar: pero el problema no es precisamente que la idea carezca de atractivo sino que cinematográficamente muchas veces suele ser más importante la forma –el cómo se desarrolla y se expone esa idea frente al espectador-, que la potencia de la idea en sí misma. En ese registro “A UNA LEGUA” no encuentra el tono preciso sobre el cual poder desarrollar su “tesis”. Su propuesta luce algo desorganizada, por momentos caótica y muy aferrada a un tono más preocupado por explicar detalladamente que por mostrar, con un subrayado expositivo por sobre el peso de las imágenes. Aún con sus puntos de interés y la vasta trayectoria personal y familiar de Camilo dentro del mundo de la música folclórica, “A UN LEGUA” se queda a mitad de camino, con la idea de que piezas sueltas pueden por si solas, armar una estructura documental que sea clara y precisa para el espectador. Y lamentablemente no lo cumple.
En la vida y obra del músico Camilo Carabajal se conjugan el folclore y la tecnología digital, en una confluencia de tradición artística e investigación científica que nos lleva a la vanguardia de la fusión entre estética y ciencia en el Siglo XX. Por Bruno Calabrese. El documental acompaña al folclorista Camilo Carabajal en un proceso de reinvención de su práctica tratando de fusionar el folclore y la tecnología digital. A la vez que junto a su compañera Ingrid Shönenberg avanza con dos proyectos personales que vinculan al medioambiente con su música. El primero es lanzamiento de los “Ecobombos”, que buscan mediante el uso de bidones de agua armar bombos ecológicos que emitan un sonido similar al clásico bombo legüero del folclore. El segundo es la siembra de un campo de Ceibos, árbol con el que se producen los bombos en una parcela de Ingeniero Maschwitz. Carabajal es un apellido ligado a la historia del folklore argentino y con eso solo se justifica este viaje hacia el interior de nuestra cultura. Pero la directora va más allá de la tradición flocklórica y decide hacer foco en la mirada científica. Para eso convoca a un doctor en biotecnología de la UADE que trabaja junto a Camilo para guardar en moléculas de ADN de una bacteria una de sus canciones. Lo que funciona como un ejemplo más de esta búsqueda de fusionar folklore con tecnología digital. El encuentro de Camilo con Vitillo Abalos, el único vivo de los Hermanos Abalos es uno de los mejores momentos del documental. Cuando el legendario bombista, con su lucidez mental, probar el “Ecobombo”, y elogiando el trabajo realiza emociona, sobre todo al ver la sonrisa de oreja a oreja que provoca el visto bueno en Camilo. El trabajo artesanal de quienes colaboran en la creación de los bombos legüeros es admirable, sobre todo teniendo en cuenta que el mismo lograría la preservación del ceibo, el árbol del cual sale la flor nacional. “A una Legüa” es un documental que se va insertando en la tradición, la cultura y los personajes del folcklore. A la vez que muestra el vínculo de ellos con las nuevas tecnologías y el cuidado del medio ambiente. Un interesante desafío por parte de la directora Andrea Krujoski que sale airosa y logra mantenernos atentos ante los nuevos descubrimientos,conectándonos con la música autóctona de una manera novedosa. Puntaje: 75/100
Pasión, bombo y ciencia A una legua (2019) combina diversas temáticas para sacar a la luz una historia que vale la pena conocer. Llega un documental donde queda demostrado que la ciencia y la tecnología llega a los terrenos más tradicionales. Un eco-bombo, instrumento realizado a través de un bidón de agua, se hace presente en las primeras escenas. Y eso no es casual. A partir de allí tenemos una imagen inicial de que tanto la evolución de la sociedad como el cuidado ambiental son necesarios y deben dirigirse hacia el mismo rumbo. El folclore, ritmo musical de nuestras tierras, no pasa desapercibido en esta ecuación y esto es para festejar. Una figura realza y protagoniza cada trayecto emprendido vociferando su pasión y su innovación. Camilo Carabajal, músico que expide talento a lo largo de la obra, es el personaje que da origen y fundamento a A una legua. A través de distintas charlas con diferentes emblemas del folclore, Carabajal ejerce como una especie de profeta de su arte, dónde no quedarán al margen las sorpresas en la cotidianidad y los grandes hallazgos científicos. Acompañado por bellísimos paisajes que exploran al territorio argentino, este documental dirigido por Andrea Krujosky acierta desde el vamos gracias a la distinta combinación de factores a tratar, pero sin perder de lado su objetivo. La ciencia, la tecnología y la cultura están atravesadas por la música, la cual funciona como el motor de los sueños de Carabajal. La pluralidad de voces, la emoción a flor de piel y las raíces como estandarte son razones más que suficiente por las que hay que apreciar a A una legua. En tiempos donde la tecnología y la ciencia pueden resultar perjudiciales al emplearlas sin conciencia, esta obra nos muestra una historia donde vemos que no todo está perdido cuando existen buenas intenciones. La pasión y los sueños van de la mano y los avances tecnológicos/científicos nos deberían ayudar a que todo sea posible, incluso el cuidado del medioambiente.
APENAS LA EMPATÍA A una legua, documental de Andrea Krujoski, muestra a un hombre apasionado, el músico y compositor Camilo Carabajal, una parte de la leyenda del folklore argentino. Sin embargo, seguimos sus pasos principalmente para conocer un proyecto que lleva a cabo. Se trata de los ecobombos, una tarea de reciclaje que no solo protege al medio ambiente sino que se convierte en una fascinante combinación entre música, tecnología y ciencia. Al respecto, hay zonas interesantes en la película, sobre todo aquellas que dan cuenta de la fusión de los lenguajes. En un momento, Camilo escucha azorado cómo un científico le explica el modo en que un programa convierte las notas del himno nacional argentino en información genética. Ese tipo de escenas demuestran que en materia de conocimiento hay un mundo a años luz de nuestra realidad cotidiana, un mundo sostenido en la virtualidad, en lo inmaterial, en lo imperceptible. Sin embargo, Krujoski nunca pierde de vista la experiencia, el encuentro cara a cara con los otros. Es allí donde entran en juego varios artistas a los que el protagonista visita (desde Vitilo Ávalos hasta su padre, Cuti Carabajal, entre otros) para contarles de su proyecto y mostrarles los instrumentos reciclados. Pese a la diferencia de las situaciones, el factor en común continúa siendo la pasión por el descubrimiento. Lo anterior se alterna con pasajes familiares y con otros objetivos vinculados a la actividad de reciclaje. Sin embargo, el interés parece apagarse progresivamente. La falta de un tono general que marque el horizonte del documental y el tratamiento desparejo de las situaciones mostradas hace que el resultado final se vea afectado. Es un problema que comparten numerosas producciones en la actualidad: están supeditadas a la empatía que el espectador pueda tener con el tema abordado. ¿De qué depende entonces el asunto? De la capacidad de contagio de esa pasión que moviliza al personaje o del tratamiento cinematográfico, al menos. La primera se da a medias; la segunda es prácticamente tenue.
Heredero de una de las dinastías más influyentes del folclore argentino, Camilo Carabajal intenta unir tradición y vanguardia. Lo hace desde sus grupos musicales, Tremor o Metabombo, pero también con proyectos como el ecobombo. Su propósito es fabricar bombos a partir del reciclaje de bidones de agua, de manera de evitar la tala de ceibos, el árbol cuya madera es la más frecuentemente usada para la fabricación del instrumento. El proceso de desarrollo del ecobombo -pergeñado por Carabajal junto con su mujer, Ingrid Schönenberg- es la excusa que Andrea Krujoski encontró para mostrar el diálogo entre las viejas y las nuevas generaciones de músicos, así como la cocina de la manufactura del instrumento característico de Santiago del Estero. Con la excusa de presentar en sociedad a este extraño bombo legüero -que combina plástico, madera y cuero-, Carabajal se va entrevistando con grandes personajes vinculados al instrumento -videographs indicando de quiénes se trataba habrían sido útiles- de una u otra manera, como Egle Martin, Vitillo Ábalos (“Te van a criticar: vos sonreíte. Yo, al revés, te felicito”, le dice el sobreviviente de los Hermanos Ábalos) o su propio padre, Cuti Carabajal. También dialoga con los artesanos santiagueños que se dedican a la elaboración del bombo legüero, que explican paso a paso cómo los hacen o destacan la revalorización del instrumento a partir de su incorporación a otros géneros, como el rock y al jazz. De ahí el título -el bombo nació como medio de comunicación capaz de ser oído a una legua de distancia- de un documental que encuentra en estos tramos sus momentos más cautivantes. En cambio, pierde un poco el rumbo cuando se aparta del pretexto aglutinante del ecobombo y se adentra en aspectos de la vida de Carabajal que son curiosos pero no terminan de cuajar con el resto de la narración. Como su trabajo con Tremor, su incursión en la biotecnología (y la increíble inserción de un tema del grupo en el adn de una bacteria) o el repaso de parte de su historia familiar que, cargada de sobreentendidos, no queda clara.
Con una sola decisión estilística, A una legua nos plantea una diatriba: ¿Se trata de un documental maleable para las nuevas vías de difusión o debería ser visto en una sala de cine? Pareciera una pregunta accesoria. Te van a criticar, y vos sonreite Hay una inquietud creativa y profunda dinamizando el documental de Andrea Krujosky. Antes de transcurrida la mitad de la obra, ya Camilo Carabajal e Ingrid Schönenberg, músicos de larga trayectoria, han hablado de su proyecto de bombos hechos con bidones de agua reciclados, han hecho un concierto en el Centro Cultural Recoleta, se han reunido con un científico que nos habla del Himno Nacional Argentino resguardado en el ADN de una bacteria, han investigado sobre la reforestación de ceibos, pues es con la madera de estos árboles que se hacen los bombos; y se han reunido con el último de los hermanos Ábalos, Víctor, para hablarles de su proyecto. Tanta agilidad creativa diluye el foco de la película en una serie de anécdotas que, pareciera, podrían haber sido más explayadas en una miniserie de episodios breves o en un proyecto trans-media. Es valioso que el material no quiera conformarse con una sola variante de este amplio tema (crear música es también repensar los elementos con los que ella es compuesta), pero un formato de mayor duración habría permitido ahondar en cada aspecto. Uno de los aciertos más grandes del documental es mostrarnos cómo se corta y lija la madera para darle forma al bombo. En vista del cuidado que están emprendiendo los realizadores para preservar tal material, uno incluso querría ver el proceso más detalladamente y de una manera tan artesanal como lo es la creación misma del instrumento. Pareciera que atrás quedaron los planos más sugerentes de los primeros minutos del documental. Ahora nos encontramos en un ambiente rústico que, si no desentona, deja anhelando otro acercamiento a una labor tan detallada. ¿Suena como un bombo? Cuando Carabajal visita a su padre, oportunidad para hablar de sí mismos y su recorrido con la música, surge esta pregunta que parece en broma, pero evidencia la búsqueda más profunda del documental: que los instrumentos suenen como lo que aparentan. En medio de contrastes visuales y sonoros (las manos del científico trabajando con su computadora y las manos del artesano de bombos finiquitando detalles del instrumento, la cercanía de la música tocada por un artista frente a la distancia de la que suena ante un científico de espaldas), la obra traza un diálogo, a veces errático, pero siempre con la firmeza de quien está viendo las distintas aristas de un proceso complejo.
A una legua de Andrea Krujoski fusiona el folclore y la tecnología digital con la banda de Camilo Carabajal y también presenta el ecobombo, una propuesta ecológica de su compañera licenciada en Gestión Ambiental Ingrid Schonenberg, para proteger el exceso de tala de los ceibos. Camilo se embarca en un viaje para poder encontrar un equilibrio entre la producción de bombos y la explotación de los ceibos. Para ello visita plantaciones, conoce historias de artesanos y músicos. Pero al mismo tiempo, como su música que fusiona nuevos estilos digitales y clásicos, también se acerca a la UADE para ver cómo se pasa la música a un código de ADN para guardar dentro de una molécula. El documental de Andrea Krujoski conjuga los bellos paisajes que Camilo visita en el camino, pero al mismo tiempo presta mucho detalle al bombo leguero que es el verdadero protagonista del film. Desde su cruda materia prima, su historia como método de comunicación y finalmente el objetivo del músico con su proyecto ecobombo, para reciclar los bidones de agua y también plantar una serie de ceibos en una plaza en ingeniero Maschwitz. Es un trabajo íntimo que se aleja del documental tradicional y en donde la cámara acompaña la música, teniendo al espectador como un oyente más de la tradición del bombo pero también partícipe del aprendizaje de las nuevas tecnologías y las iniciativas ecológicas.
Nos encontramos frente a un documental interesante, donde los amantes del folclore se sentirán a gusto con su música, los personajes y su ambientación. El documental posee momentos emocionantes y entretiene.
Un soñador al que le preocupa el medioambiente y tiene claras intenciones de modificar un poco la realidad que lo circunda para proteger al Ceibo, un árbol que por sus características crecen en pocas zonas del país y por la utilización de su madera, corre peligro de una deforestación total. Sobre esta generosa idea se produjo el documental. “A una legua” se refiere a los golpes sobre los troncos que hacían antiguamente algunas personas en Santiago del Estero para comunicar a los pobladores vecinos algunas de las tres noticias que más interesaban en esos tiempos. Esos golpes llegaban hasta una legua de distancia. Camilo Carabajal es quien lleva a cabo el movimiento proteccionista junto a su mujer Ingrid Schonenberg. Pero no es una persona anónima que se le ocurrió hacer esto. Es descendiente de un miembro del grupo folclórico “Los Carabajal”. Se dedica a la percusión, tiene su agrupación, en la que mezcla instrumentos tradicionales con tecnología. Su intención es reemplazar los clásicos bombos legüeros, construidos con los troncos del Ceibo, con bidones plásticos de 20 litros en desuso. Para difundir la idea, él mismo oficia como conductor de la película dirigida por Andrea Krujoski. Aunque vive en la provincia de Buenos Aires viaja a otras provincias para charlar con distintos músicos que tocan el bombo, y también con fabricantes de estos, para presentarles su proyecto del "ecobombo", haciendo lo propio con productores del árbol en cuestión y de los bidones. El film muestra como, ante cada pedido de la pareja, obtienen respuestas positivas para que la concreción del sueño esté cada vez más cerca. El relato tiene una compaginación con mucho dinamismo, donde la música, especialmente los golpes sobre los parches, se destacan por sobre el resto. Camilo mantiene diálogos amenos, alegres, pero no puede evitar en ciertos casos que alguno de los entrevistados se emocione. El documental recorre y aúna varias aristas con una estructura central que respeta hasta el final. No se desvía del camino cuando trata cada rubro, porque todas las patas que necesita para concretar su anhelo van de la mano, sólo va a necesitar un poco más de tiempo, porque motivación, le sobra
Más allá de llevar la percusión en la sangre, de ser savia nueva de uno de los árboles genealógicos más importantes del folclore argentino, de ser nieto de Carlos “el padre de la chacarera” Carabajal, Camilo Carabajal es además de todo un ejemplo claro del cuidado del medio ambiente. En este sentido, si bien el protagonista es el músico, no hay ni el más mínimo acercamiento al biopic, mucho menos de utilizar al percusionista como punto de partida para hablar del folclore y la influencia de la familia Carabajal en la música nacional. La directora Andrea Kurjoski se ubica como testigo de las inquietudes del artista siguiendo en cada uno de los proyectos que tiene en mente, tanto de los grupos que integra como el ensamble Metabombo y el trío Tremor, como también de su proyecto ecológico de “ecobombos”, que busca reemplazar bidones de agua reciclables por la madera del Ceibo en la fabricación de bombos legüeros. El documental construye alrededor de la figura y las preocupaciones de Camilo Carabajal una interesante condensación entre lo clásico y lo moderno. Ya en su adolescencia en Alemania, post-caída del muro de Berlín, las raíces folclóricas que llevaba en las venas convivían en él junto al punk, el rock y la distorsión. Sin embargo, lejos de ser una rama profana que se escapa del tronco familiar, el músico supo integrar ambos costados, abrirse más allá de las viejas estructuras y permitirse por ejemplo aspirar al reemplazo de bidones de plástico por la madera del Ceibo, lo que si bien modifica la fisionomía tradicional del bombo legüero esconde un objetivo ejemplificador que es detener la tala del árbol nacional. El proyecto organizado junto a su mujer Ingrid Schönenberg se vuelve la columna vertebral del largometraje, que por momentos, obliga al documental a virar a una road movie criolla que tiene como destino dar con los luthiers y artesanos más entendidos en materia del instrumento para testearlo y mejorar el sonido. Entre los recitales, los viajes y la cotidianeidad del músico, Kurjoski elige incluir una pequeña subtrama en la que Carabajal se reúne con un profesor de biotecnología para concretar el almacenamiento de una canción suya en el ADN de una bacteria a través de la codificación de información no biológica en lo que, si bien ilustra un apretón de manos entre la ciencia y el arte, difumina un poco la linealidad de la película. Más allá de eso, en sus fines, A una legua consigue transmitir la candidez y amor a la música del percusionista, su obstinación por hacer el mejor instrumento posible y desde ese accionar diminuto provocar un sano contagio de consciencia al espectador. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Un proyecto para preservar los ceibos, materia prima de los bombos legüeros, un experimento científico en el que una canción se expresa en lenguaje genético y nuevos conceptos sonoros a través de la percusión, se conjugan en el documental de Andrea Krujoski. Camilo Carabajal, percusionista descendiente de una familia vinculada al folklore, junto con la ambientalista Ingrid Schönenberg, promueven el desarrollo del “ecobombo”, un instrumento de percusión en el que un bidón de agua reemplaza la tradicional carcasa de madera. El fin es proteger la naturaleza y dar más tiempo para su crecimiento a nuestro árbol nacional. Con su nueva creación, el músico inicia un recorrido en el que desfilan Egle Martin, tan vinculada a los ritmos afroamericanos como el candombe y su particular innovación, “el dombe”, para desplegar su arte sobre las membranas de cuero. Más adelante, el bombista Vitillo Ávalos, integrante del famoso grupo “Los hermanos Ábalos”, parece demostrar que los años no han hecho mella en su excelente técnica. Junto al Cuti Carabajal, Camilo percute con sus manos el asiento de una silla para acompañarlo, mientras las imágenes recuerdan su estadía en Berlín a principios de los noventa. La música, mientras tanto, ya sea en un escondido de guitarra y bombo o la más rockera con batería electrónica, genera impulsos adictivos por la cadencia contagiosa marcada de repiqueteos. En su paso por Santiago del Estero, visita a dos famosos lutieres de bombos legüeros, llamados así por la característica de ser oídos incluso a una legua de distancia, que explican con pasión el trabajo artesanal que realizan. Por último, en Corrientes, se encuentra con Mataco Lemos, a cargo de una compañía folklórica de su provincia, la excepción de la regla, ya que utiliza para sus bombos madera del palo borracho. A todos lleva y muestra Camilo sus “ecobombos”. En el medio se cuela un doctor en biotecnología de la UADE que aplica el lenguaje genético a la música, al codificar una melodía en formato de ADN y encapsularla en una bacteria, para luego reproducirla en una computadora. A él recurre el percusionista para utilizar la mirada científica en uno de sus temas. Un homenaje a los instrumentos de percusión y sus cultores, un llamado de conciencia por la preservación de las especies, una desconocida vinculación de la ciencia con la música son los ejes por los que discurre A una legua. La simpática presencia de Carabajal con sus entrevistas y los prestigiosos músicos que lo rodean, constituyen una magnífica fusión que despiertan el interés de escucharlos en vivo. Valoración: muy buena.
Sobre el folclore y uno de sus instrumentos emblemáticos va este documental. O quizá sobre su protagonista, Camilo Carabajal (hijo del Cuti), y su curioso proyecto: un bombo ecológico, el eco bombo, vinculado a su proyecto de la reserva natural de ceibos, de cuya madera se hacen los instrumentos. Entre golpe y golpe, se escuchan en este documental las voces de varias figuras del folclore. Hablan de lo que hacen, claro, pero también de este cruce de música, raíces e innovación, con la preocupación por el medio ambiente como eje.
A una legua, aún partidaria del formato documental, dispone de un manejo del lenguaje cinematográfico bastante sutil: en primer lugar, porque ni durante las entrevistas –a ingenieros, a músicos, a parientes-, ni en los recitales, los participantes miran siquiera a la cámara por accidente; en segundo lugar, porque escena a escena adquiere un pulso con el cual no pierde tiempo con golpes emocionales funestos, ni con información innecesaria; y en tercer lugar, porque dicha información jamás muere en el acto de ser mencionada. Para ilustrar en este último aspecto: si nos comentan que el elemento clave para materializar los bombos es el ceibo, más adelante vamos a ver cómo extraen la madera para hacerlos; si Carbajal se propone hacer bombos con bidones, vamos a ver cómo visita la fábrica de Ivess a pedirlos en cantidades; si nos dicen que el bombo es un instrumento musical que no se limita con el folclore, asistiremos a un recital en el cual Camilo combina sus notas con las de colegas que usan instrumentos electrónicos. Es un documental con escalas y arma su puesta en escena con locaciones que va referenciando.