Cine liberación
Nadie sabe qué cosa es el cine o, mucho menos, qué debería ser, pero muy de vez en cuando una película viene y nos muestra qué podría llegar a ser. Las cuatro películas de Iván Fund, en solitario y acompañado, desde La risa hasta AB, vienen realizando un trabajo de apertura cinematográfica, como abriendo a golpes de hacha (de cámara) un claro escondido en el bosque del cine contemporáneo. Su última película se revela increíblemente libre, capaz de dirigir la mirada a aquello que merece ser visto sin necesidad de recurrir a ninguna excusa narrativa. La atención puede concentrarse tanto en una perra que da la teta a sus cachorritos como en el relato desordenado de una vecina acerca de su pasado: cualquier cosa vale un plano si los directores creen que allí anida un gesto, aunque sea imperceptible, que merezca ser rescatado al olvido del paso del tiempo. AB viene a postular que un cine libre no es aquel que se despoja esforzadamente del peso de una narración sino el que puede contar lo justo en el momento preciso y abandonar las convenciones narrativas cuando no sirvan a sus propios fines. Así, la historia de las chicas y de la búsqueda de un hogar para los perritos es interrumpida por imágenes que cumplen una función únicamente estética, como los momentos en que se filma a las protagonistas caminando por el barrio pero no se sabe de dónde vienen, a dónde van ni el punto de la trama en que se encuentran.
Entonces, si un cine libre no es el que se niega a contar una historia sino el que puede contarla sin convertirse en esclavo de sus mecanismos narrativos, ese cine debería ser capaz también de maniobrar en su provecho las herramientas tecnológicas disponibles, sin importarle si habitualmente suelen estar asociadas al mainstream menos interesante. Esta no es la primera vez que el 3D es utilizado en una película independiente (allí están La caverna de los sueños olvidados y Pina 3D), pero sí es la primera vez que la técnica es usada con tanta soltura y en forma tan innovadora. En manos de Fund, las tres dimensiones no son un recurso para sumergir al espectador en el mundo de la pantalla sino que se usa para realzar las cosas que allí se agitan y observarlas bajo una luz nueva. No es casual que la primera imagen contenga un abrazo; un abrazo largo y sostenido con firmeza cuya singularidad y propiedades menos evidentes (la manera en que los cuerpos toman contacto, el pliegue de las telas, el contorno de las siluetas) son descubiertas y expuestas por el 3D al ojo del público como un explorador que llega desde lejos con la prueba de un mundo desconocido y maravilloso. El texto a cargo de Santiago Loza leído por una voz en off, de una inspiración religiosa que bebe más en la poesía y la confesión de amor que en el fervor místico, es la llave final que permite asomarse a un universo inédito en el que el 3D, lejos de tratar de hacernos entrar artificialmente en las texturas de un cine ya conocido, nos revela los pliegues extraños y bellos de las cosas y las personas de todos los días. El cine entero algún día puede llegar a transformarse en un artefacto tan libre y sobrecogedor como AB.