En dos películas recientes Andrizzi intenta encontrar un camino alternativo para el cine con vocación narrativa
En el futuro, una inteligente meditación sobre el tiempo, y en especial sobre el carácter imprevisible del futuro, se llevó el León Gay 2010 a la mejor película de temática homosexual en el último Festival de Venecia, premio legítimo, aunque no refleja la totalidad de sus virtudes. Un par de besos entre hombres y un relato explícito sobre dos hombres, quienes alguna vez fueron heterosexuales y rivales por desear a la misma mujer, y mucho tiempo después constituyeron una pareja, dista mucho de definir las intenciones del realizador.
Como sucedía en su heterodoxo documental Iraqi Short Films, Andrizzi, ahora, con un film de ficción, vuelve a urdir su relato a través de fragmentos: un espectro recuerda su hogar, una mujer relata cómo descubrió la vida paralela de su difunto esposo, una pareja discute sobre la participación secreta de uno de ellos en varias películas porno, un joven comparte su experiencia con una prostituta signada misteriosamente por El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, entre otras historias.
El tono es siempre intimista y cada tanto, entre un relato y otro, en el que predominan planos fijos, Andrizzi intercala secuencias de una intensidad sorprendente y de una belleza incuestionable, como la colección de besos que abre el film, la subjetiva de un gato, el movimiento de un abanico, y un plano generalísimo de una ciudad atravesada por un relámpago. Se podría decir que el film interpela desde el futuro, como si la película fuera una huella del porvenir.
Sin embargo, Andrizzi parece haber conseguido alcanza lo que viene buscando en Accidentes gloriosos. En menos de una hora, Andrizzi y Lindeen sugieren una línea novedosa para el cine con vocación narrativa. Ya en En el futuro Andrizzi ensayaba una modalidad de relato en la que sus personajes contaban la película (un mosaico de historias sin conexión entre sí) y parecían ofrecer un testimonio de sus propias vidas. Esa zona indiscernible entre documental y ficción es aquí superada por un sistema narrativo similar más depurado en el que se preserva la fotografía en blanco y negro y un conjunto de historias autónomas, y en donde se repite una meditación filosófica discreta acerca del accidente como categoría existencial.
Si bien los accidentes automovilísticos tienen cierto protagonismo, Accidentes gloriosos no es Crash, aunque la perversión de Cronenberg merodea en algunos pasajes. Un lentísimo travelling hacia adelante que culmina en un agujero con connotaciones eróticas resulta sublime cuando la voz en off omnipresente en todo el film le añade un cuento en el que una felatio consigue elevarse a una dimensión sublime.
Las historias siempre están atravesadas por el acaso: una pareja a punto de estrellarse con su auto, unas cartas de amor encontradas por alguien, una sesión espiritista, los efectos de un trasplante en un pintor, un fotógrafo obsesionado con los choques automovilísticos pues allí el metal, la chapa, los líquidos sintéticos, la carne y la sangre devienen en obra de arte. En un pasaje bellísimo un hombre vuela por Buenos Aires y sus recuerdos no dejan de fluir por su memoria, entre ellos sus visitas al zoológico de la ciudad, cuyos animales tienen una aparición gloriosa. Andrizzi y Lindeen pueden transformar una mesa de billar en un escenario casi metafísico que sintetiza el azar y la voluntad.
Cierta obsesión por nuestra condición óptica es recurrente: los lunares de una víbora son miles de ojos y en el hueco de un árbol pueden habitar varias miradas (¿un homenaje a Metrópolis?). La música de Hans Appelqvist es un exquisito aporte atmosférico para este film con momentos notables.