El cine nacional, quizás alimentado por cierta mitología popular de célebres robos a bancos a través de boquetes, cada tanto retoma el tópico del túnel que permite acceder a las cajas de seguridad y dar "el gran golpe". El género policial es uno de los más aceptados por las masas locales: Comodines, Plata Quemada, Nueve Reinas, y la ganadora del Oscar El Secreto de sus Ojos se encuentran entre las más taquilleras, y hace unos días, con toda la pasta para sumarse a esta lista, llegó Al Final del Tunel, de Rodrigo Grande.
La película está focalizada en Joaquín, el personaje de Leonardo Sbaraglia (Relatos Salvajes, Plata Quemada), un paralítico que vive al lado de una casa abandonada desde donde la banda de Galereto (Pablo Echarri, quien cuenta con una gran trayectoria en el policial incluyendo cintas como Crónica de una Fuga, Las Viudas de los Jueves) cava un túnel para llegar a la sucursal bancaria. Con el personaje de Joaquín tan bien construido, absolutamente toda la película se sostiene sin fisuras: se guía claramente al espectador a identificarse con él, pero nunca a través de la lástima o la compasión. No solo está en una silla de ruedas con un inconveniente físico, sino que, además, está casi paralítico moralmente: sin esperanzas, sin futuro, sin inquietudes, completamente anclado al caserón donde vive. Y la intención anti-dramatismo y golpe bajo es contundente: el motivo por el cual queda en silla de ruedas (y solo) apenas se menciona, no se hace hincapié ni se mete el dedo en la llaga, lo importante es otra cosa. El esqueleto de la película pasa por el golpe al banco que preparan desde el sótano de la casa de al lado, y cómo él, a pesar de su discapacidad física, planea acoplarse para quedarse con parte del botín.
El mismo nivel de detalle y coherencia con que se construye el personaje principal es aplicado al resto de los artífices de la historia: Berta, la bailarina exótica interpretada por la española Clara Lago (de Ocho Apellidos Vascos), el mencionado Galereto, el comisario interpretado por Federico Luppi y hasta el perro mascota de Joaquín tienen una historia. Las relaciones entre los personajes secundarios, los intereses de cada uno, e incluso sus sentimientos, son elementos que corren en la misma dirección que el sentido general de la historia, apuntalándola, dándole coherencia y unidad.
Todo este trabajo fino de pequeños indicios, de elementos apenas mencionados pero altamente reconocibles, ayuda a construir una atmósfera llena de tensión que no solo se sostiene, sino que además crece minuto a minuto. El guión plantea “Miren muchachos, esta parte tiene bocha de suspenso y tensión”, mientras que la música y el montaje dicen “Roger that, nos encargamos”, y se encargan, sí. Tanto, que el climax es lo más tarantinesco que dio el cine nacional en años.
Párrafo aparte para las mujeres de la película. Porque si bien ni Berta ni la villana interpretada por la humorista Laura Faienza son papeles protagónicos, al menos no son roles pasivos: ninguna es la típica damisela en apuros. Si tienen algún percance pueden o no ser socorridas, pero tampoco son unas Cenicientas inútiles a la espera de ser rescatadas. Mujeres reales. Sí.
VEREDICTO: 10 - ¡QUÉ GRANDE, RODRIGO GRANDE!
Al final del túnel conjuga elementos fundamentales para que una historia quede en el recuerdo: un guión sólido y con ingeniosas vueltas de tuerca, un reparto por demás adecuado y una dirección completamente inteligente, con algunas secuencias de montaje muy destacables. El título no hace referencia solamente a la modalidad de robo; hace referencia un recorrido incómodo y solitario pero que tiene una salida a la luz, a la libertad.