El director Rodrigo Grande logra una película redonda que crea tensión, intriga y violencia. Leonardo Sbaraglia se pone el suspenso al hombro y Pablo Echarri convence con su villano cínico.
El cine de género en la Argentina tiene afortunadamente cada vez más exponentes y Al final del túnel, del director Rodrigo Grande -el mismo de Rosarigasinos y Cuestión de principios-, cumple sobradamente con las expectativas.
Una historia de suspenso, con mucha tensión e intriga, es jugada hasta las últimas consecuencias en una trama en la que se irán hilvanando correctamente diferentes situaciones y detalles. Un relato construído en base a logrados climas que utiliza una vieja y lúgubre casona como un personaje más.
Joaquín -Leonardo Sbaraglia- es un joven que ha sufrido un accidente y queda postrado en una silla de ruedas. Además de la compañía de su viejo y amado perro, nadie parece quebrar la soledad de su hogar. Hasta que Berta -la bella y convincente actriz española Clara Lago-, una bailarina de striptease, y su pequeña hija Betty, llegan para alquilar una habitación. Una convivencia con choques de costumbres que se alterará cuando Joaquín descubra que un grupo de ladrones, liderado por Galereto -Pablo Echarri- está construyendo un túnel que pasa bajo su casa para robar un banco cercano.
Con un obsesionado juego por espiar y descubrir los planes de los villanos en cuestión, se pone en marcha un film que no disimula su inspiración y estilo narrativo que se nutre del espíritu de títulos de Alfred Hitchcock y Brian De Palma.
Rodrigo Grande excava al milímetro un guión que le da muchas posibilidades y cada detalle -a excepción de uno que quizás el espectador se repregunte al finalizar la proyección y aquí no adelantaremos- va conduciendo hacia un espiral de violencia que coloca al público al borde de la butaca a lo largo de dos horas.
Con giros inesperados, un túnel que somete al protagonista a una prueba física máxima, una niña que se esconde donde no debe y bailes sensuales en la terraza, Al final del túnel también trae a Federico Luppi al juego de las ambiciones desmedidas y a una banda que tiene peso propio.
Sbaraglia se pone la película al hombro con un trabajo impecable que es registrado en primerísimos primeros planos y Echarri entrega un villano de doble cara, cínico y peligroso. Mientras tanto, la tormenta en el exterior potencia la explosión de cada uno de los personajes y el director le hace honor a su apellido.