El oyente indiscreto
El acercamiento a las películas de género desarrolladas con rigor es un logro del cine argentino reciente, aun cuando se trata de coproducciones internacionales. Productos como “Kóblic” y “100 años de perdón” son demostraciones de que se puede competir, en términos cualitativos, con superproducciones norteamericanas o de cualquier otro origen. “Al final del túnel”, thriller escrito y dirigido por Rodrigo Grande va en ese camino y es un aporte valioso. Lo cual no quiere decir que vaya mucho más allá de un sólido entretenimiento, bien interpretado, con logrado manejo del suspenso y giros narrativos de esos que suelen encantar al público, sobre todo si, como en este caso, están estratégicamente ubicados.
Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un parco y desangelado reparador de computadoras que vive solo en una casa grande, que se fue degradando con el tiempo. Está postrado en una silla de ruedas y necesita imperiosamente alquilar una habitación para afrontar una serie de deudas. Así llega a su vida Berta (Clara Lago), una joven bailarina de streaptease con su hija Bety, de seis años. Al principio Joaquín observa cómo sus presencias le dan nuevo ánimo. Pero pronto comienza a escuchar ruidos extraños en su sótano y descubre (a través de una compleja red de micrófonos y cámaras) que un grupo liderado por Galereto (Pablo Echarri) construye un túnel por debajo de su casa para robar un banco. Y que la presencia de Berta en su casa (al modo de aquella famosa aventura de Sherlock Holmes “La liga de los pelirrojos”) es un modo de mantenerlo entretenido para que éstos puedan llevar a cabo su plan. Pero Joaquín decide revertir el juego y frustrar la iniciativa.
Para generar los momentos de tensión -salvando la abismal distancia-, el director Rodrigo Grande se vale de un procedimiento similar al que utilizó Alfred Hitchcock en “La ventana indiscreta” (Rear Window, 1954) donde James Stewart, un fotógrafo temporalmente inmovilizado por una fractura en su pierna, descubría un crimen en el departamento de uno de sus vecinos. La cosa es más o menos así: al personaje de Sbaraglia lo acecha el peligro de que los ladrones lo descubran, y como se encuentra postrado, no puede escapar fácilmente. Entonces, la desesperación se apodera de él y el espectador necesariamente entra en esa dinámica. Esa tensión, esa sensación de claustrofobia, está excelentemente construida. Estos “ecos” de los clásicos del género no se detienen allí; también en cierto modo Joaquín remite al Harry Caul que Gene Hackman interpretaba en “La conversación” (“The Conversation”, 1974, Francis F. Coppola), en especial cuando monta un complejo sistema para espiar al grupo de ladrones y comienza a confundirse respecto al papel que le han asignado a Berta y a su hija dentro del plan.
Actores talentosos
El rosarino Rodrigo Grande rodó otras películas antes, ambas comedias de tintes dramáticos, convencionales y logradas por la sustancia de los guiones: “Rosarigasinos” (2001) y “Cuestión de principios” (2009). En ambos casos, supo rodearse de actores de mucha pericia y compenetrados en sus personajes (Luppi estuvo presente en ambos proyectos), por lo cual su cámara pudo trabajar con tranquilidad. En “Al final del túnel”, cuenta con acertados protagonistas. Sbaraglia es el que más se luce con un personaje que evoluciona de un huraño y retraído reparador de computadoras a una especie de irreflexivo vengador moral. El actor que se hizo famoso con “Caballos salvajes” veintiún años atrás, muestra un encomiable compromiso, manifiesto en las agobiantes secuencias ambientadas en el interior del túnel.
Echarri sondea un costado perverso en su personificación de Galereto, ladrón de poca monta, violento y sádico. La debutante Clara Lago explota sus atributos de femme fatale, anzuelo que introduce a los personajes masculinos en la telaraña. Y el veterano Luppi, lejos de sus grandes papeles, cumple como comisario corrupto, mente siniestra que dirige el atraco. Aunque lo bordean, ninguno de ellos queda atrapado en el estereotipo, principalmente porque (salvo la debutante Lago) son actores muy talentosos.
“Al final del juego” es eficaz gracias al consistente guión, que no deja un solo cabo suelto. Pero fundamentalmente porque Grande utiliza los diálogos únicamente cuando tiene que hacerlo mientras que el resto del tiempo, con sabiduría, le deja el total predominio a la imagen. Ese sutil equilibrio hace de éste un film notable.