¿Ser o no ser?
El título de la nota hace referencia a la retórica que trabaja desde el trailer la última película del director rosarino Rodrigo Grande. La vida es una constante elección y esa elección mantiene en suspenso al espectador en el transcurso de este policial. Su lectura tiene un tinte shakesperiano, al mejor estilo de Hamlet, donde la cuestión del ser toma protagonismo para sumergirse en las teorías del psicoanálisis lacanianas y freudianas: el hombre ante situaciones de riesgo extremo entra en una dualidad superyoica y cuestiona si debe, o no, abandonar su zona de confort para afrontar la realidad y cambiar de paradigma. William Shakespeare reflexionaba al respecto: “¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades y oponiéndose a ella, encontrar el fin? Morir, dormir… nada más; y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil choques que por naturaleza son herencia de la carne… ¿Quién soportaría los latigazos y la injusticia del opresor?”. El film busca indagar en el rol de la conciencia: ¿es ella la que nos hace cobardes a todos y frena los impulsos? ¿Hasta qué punto un hecho que ocurre en tu entorno puede convertirte, o no, en cómplice aunque no estés 100% implicado en él?
Al Final del Túnel (2016) transcurre en la actualidad y trabaja estos conceptos de la psicología desde el minuto en que pone en juego la capacidad general de Joaquín, un paralítico en silla de ruedas interpretado a la perfección por Leonardo Sbaraglia, que vive encerrado en las 4 paredes de su casa. Así, Joaquín, su silla y la casa parecen formar una unidad homogénea: comparten el estado de abandono hasta que llega una mujer, Berta (Clara Lago), con la intención de alquilar una habitación. Irrumpe en el domicilio desesperadamente una noche de lluvia junto a su hija y su actitud avasallante no le permite a Joaquín tomarse el tiempo necesario para decidir si dejarla, o no, entrar en su casa. Al ver a la niña, accede. El ritmo del film marcha sobre ruedas porque en un santiamén -con la presencia de ellas en la casa- su vida cambia completamente y Berta toma las riendas del lugar. No obstante algo sucede y todo cambia nuevamente, comienzan a escucharse ruidos sospechosos en el sótano de la vivienda y por razones de fuerza mayor Joaquín debe decidir si dará, o no, aviso a la policía. Aquí nuevamente aparece la dualidad superyoica: ¿qué está bien y qué está mal?
Es interesante cómo se trabaja en el género policial, que abunda hoy en taquilla, el concepto de héroe versus antihéroe. Por un lado, se ve a Pablo Echarri que interpreta maravillosamente al villano de turno (Galereto), logrando de manera impecable que el público desee que fracase su plan. Por otro lado, tenemos la fuerza interior del personaje de Joaquín, que lejos de dar lástima por su condición motriz genera respeto y admiración cuando en una escena impactante demuestra que puede valerse por sí mismo. Rodrigo Grande, al igual que en películas anteriores como Cuestión de Principios (2009), interpela al espectador desde una perspectiva inusual y con simbolismos sublimes que buscan traspasar la pantalla, tal es el caso de los vicios. Joaquín es fumador. Y este hecho bien puede pensárselo en dos perspectivas opuestas: muerte en vida, consciente, versus vicio que combate el estrés.
La pregunta que se plantea desde el tráiler, “¿qué puerta vas a elegir?”, claramente queda a criterio del espectador pero en esta historia puede intuirse que el director, al momento de escribir, tuvo en mente el refrán “al final del túnel ves la luz”. El objetivo está claro y las incógnitas se resuelven eficazmente al final del film gracias a la labor en conjunto y de Echarri en particular, que además realiza un debut impecable como productor cinematográfico.