Una entre ladrones
Hay tensión, hay intriga y como gancho adicional están Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri.
Ya parece que se está transformando es un género dentro del cine argentino. Es el thriller, pero protagonizado por ladrones. Con 100 años de perdón aún en cartel, Al final del túnel también es una coproducción con España, también tiene algún personaje español, y también tratan de robar cajas de seguridad de una entidad bancaria. Los ladrones también lo hacen por órdenes ajenas -y corruptas- que le indican cuál deben violentar.
Pero antes que los ladrones, banda que comanda Pablo Echarri, está Joaquín. Leonardo Sbaraglia se la pasa toda la proyección en una silla de ruedas, o arrastrándose por distintos suelos. Ha tenido un accidente automovilístico, y no sale de su casa. Va yendo de la cama al living, y del living al sótano. Desde allí escucha ruidos, y descubre que Galeretto (Echarri) y los suyos están construyendo el túnel del título para llegar a la bóveda de un banco.
Todo se complica cuando llega Berta (Clara Lago, de Ocho apellidos vascos, sin acento madrileño) con su hijita, que no habla, pidiéndole ver la pieza en la terraza que Joaquín alquila para mantenerse.
El juego de relaciones entrará en carrera, con mentiras y desconfianzas que hacen a la trama y al interés que despierta el thriller, y que no conviene adelantar aquí.
Rodrigo Grande contó con una producción importante, que se nota más allá de que las acciones transcurran prácticamente en pocos ambientes y cerrados -la casa de Joaquín, la construcción de al lado donde excavan el túnel- y se nota en la iluminación del Chango Monti. Y, claro, en la contratación el elenco.
Con Sbaraglia como protagonista y Echarri, antagonista inescrupuloso, pérfido, cínico y sin un rasgo de bondad humana, el director de Cuestión de principios vuelve a contar con estrellas y a esbozar y desarrollar cuestiones éticas, como si se puede robar a un ladrón, o de más peso que, insistimos, no vamos a develar. Y dentro de las combinaciones del casting, está Walter Donado (Canario), que había compartido el feroz episodio de Relatos salvajes con Sbaraglia.
Hay algunas cuestiones del guión que, por el género, no ayudan a la credibilidad, porque el espectador se plantea y replantea cada situación. Como que es beneficioso que Joaquín tenga su taller de reparaciones allí en el sótano, en fin, conveniencias para un relato cuyo ritmo y agobio se sostiene durante casi dos horas.