El cine de género nacional pocas veces atravesó un momento tan pleno e interesante como el actual. No importa si se trata de cine de terror, acción, o comedia, sí importa que, al tomar las bases de estos y crear una propuesta o producto, se pueda consolidar un verosímil, utilizando estereotipos, que, al menos, al ser adaptados, puedan aportar una mirada local sobre historias que ya fueron contadas desde otras latitudes.
Y el caso de “Al final del túnel” (Argentina, España, 2016), del realizador Rodrigo Grande (“Rosarigasinos”, “Cuestión de Principios”) no es la excepción, todo lo contrario, porque en la historia de Joaquín (Leonardo Sbaraglia), un hombre al que una tragedia familiar lo terminó por dejarse perder en la oscuridad de su casa, la que habita sin siquiera intentar ordenar y limpiar.
En su casa Joaquín se siente poderoso, y en la silla de ruedas en que se encuentra va y viene apresurado por el tiempo y las obligaciones que él mismo se ha impuesto sin que nadie le solicitara nada.
Pero todo cambiará cuando un día decida alquilar una de las habitaciones de la casa para juntar algo de dinero para sus proyectos relacionados con la tecnología, llegando una mujer (Clara Lago) y su hija y modificándole las rutinas que él y su perro tenían.
“Al final del túnel” a partir de ese momento comenzará a narrar otra historia, una mucho más luminosa en la que el vínculo entre el hombre y la mujer, intentarán explicar cuestiones relacionadas a la vida, la muerte, los deseos y las pasiones hasta que, claro está, la trama se complejice por la incorporación temática del robo a un banco que se cometerá desde el galpón lindero a la casa de Joaquín.
Grande construye un relato atrapante, que va perdiendo fuerza hacia el final, y que necesita del “robo al banco” para poder seguir contando la historia de Joaquín, su drama personal (del que nunca sabremos mucho más que en un accidente automovilístico perdió a alguien importante en su vida y fue lo que lo terminó postrando en una silla de ruedas) y la incapacidad para poder relacionarse con el mundo y el sexo opuesto.
Pero cuando Berta (Lago) comience a invadir ese oscuro mundo junto a su hija, Joaquín caerá rendido a sus pies, por lo que esa parte del relato en la que el filme potencia su costado de historia que busca en la atracción de opuestos la guía, será la más fresca y a la vez honesta que se presente.
Porque luego el filme se va complejizando, al sumar las historias particulares de los miembros que participarán del robo al banco, y, principalmente del vínculo de uno de ellos (Pablo Echarri), con Berta y su hija.
En la ambición de Grande de querer sorprender con algunos giros, en la necesidad de explorar la oscuridad de los personajes, y, básicamente en la decisión de dejar de lado algunas cuestiones relacionadas a personajes secundarios, que aparecen graficados de una manera burda (el policía que interpreta Federico Luppi, o el costado reforzado de la mujer de la banda), “Al final del túnel” no logra potenciar su relato, el que, si hubiese sido narrado de manera mucho más limpia, bien podría haber sido la gran película de género que el cine argentino aún está debiendo.